Todos nos hundimos en el Guaire, Señor Presidente


Río Guaire: afluente contaminado de 72 km de extensión que atraviesa la ciudad de Caracas, convirtiéndose en el principal desagüe de sus aguas residuales. Posee alto contenido en desechos tóxicos, industriales y sanitarios; vertedero de basura, mugre y putrefacción. Todo lo que vivía y nadaba en él se extinguió hace más de ochenta años. En sus cuevas y cloacas solo pernocta la peste y el crimen. Al entrar en contacto con sus aguas se corre el riesgo de contraer Cólera, Hepatitis, Fiebre Tifoidea, Disentería Amibiaria y Bacteriana, Salmonella, Dengue, Malaria, Chincungunya, Leptospirosis, Tétano, Celulitis y una brutal Sepsis si hay heridas abiertas. Todas enfermedades potencialmente mortales en un país en donde no se consigue amoxicilina. Son 72 kilómetros de un peligroso canal de mierda al que cientos de personas prefirieron lanzarse, antes que arrodillarse frente a usted, Señor Presidente.

Todos estamos sumergidos en el Guaire, con las manos en la nuca mientras desde el distribuidor los soldados nos apuntan con sus fusiles nuevecitos. Todo nos arrastramos por su delta murmurando el himno y aguantando la respiración mientras llueven las lacrimógenas, las piedras y las balas. Al emerger de la corriente abrimos los ojos: El cauce es ahora tan grande como un país roto y la policía nos empuja a sus marismas. Sobre su superficie flotan veintinueve mil cadáveres al año. Sobre su superficie lloran las madres de los cientos de niños desnutridos y envenenados. Sobre su superficie rezan los que aman a alguien en alguna camilla de hospital. Sobre su superficie dan brazadas los que comen una sola vez al día. El Guaire es un río de fantasmas. Incluso los suyos están acá, Señor Presidente. Mírelos desde lejos con sus binoculares de oro, hundidos hasta la cintura sosteniendo una bolsa de víveres sobre sus cabezas. Observe cómo cruzan con el agua hasta el pecho, levantando un pesado fusil y vistiendo un horrendo uniforme camuflado. Son pequeños como nosotros también, no parecen oírnos, no quieren hablarnos, aunque sus ojos estén hundidos como los nuestros, sus manos se vean igual de huesudas y su tristeza semejante. Allí están, flacos y desgarbados leales a sus promesas moribundas. Usted es el Rey de los Necios al que ellos escuchan distante como un eco al principio de la fila. El torrente va creciendo poco a poco, rompe el arenal sumergiendo también a los oficiales y soldados. En esa orilla, la sangre se mezcla con el barro y ellos frenéticos intentan quitársela de encima. Pero no desaparece, por más que se refriegan las manos en los charcos.

Lo vemos señor, allí está, por fin lo vemos mirándonos desde arriba, desde el cielo, desde la cómoda King Size en donde duerme. Levanta el megáfono y parafrasea los aforismos de un tipo inocente que fue detenido, humillado y ejecutado sin juicio previo, por políticos como usted. Lo escuchamos reír fuerte y claro, reírse de los millones de ciudadanos que en la rivera del desastre señalamos sus responsabilidades. Pero usted con su vocación de César, prefiere tocarse una salsita en la lira mientras baila sobre una montaña de cráneos. Pero usted con su cruel vocación de Dios, se siente intocable, ya que la circunstancia de estar todos sumergidos en el fondo del río, se convierte en la única posibilidad para que alguien tan JO-DI-DA-MEN-TE-SU-CI-O pueda acariciar la pureza.

Todos nos hundimos en el Guaire, Señor Presidente.
Incluso usted, aunque no lo sepa.


Publicado el 23 de abril de 2017

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