Sentidos e imaginación en la ecología política ante el colapso civilizatorio


Presentación de Emiliano Teran Mantovani del OEP en el Panel 59 – Ecologías políticas desde abajo: una praxis para nuevos mundos y futuros diferentes. 9na Conferencia de CLACSO, martes 7 de junio de 2022, Ciudad de México.

Vivimos un tiempo de incertidumbre máxima en el que tenemos muchas más preguntas que respuestas. De varias estas preguntas se inspira la intervención que les comparto hoy. Algunas son ideas preliminares que se van elaborando al calor de este convulso tiempo. Espero que alguna de ellas les pueda resonar.

I. Actual tiempo planetario: escenarios abiertos y la disputa por los sentidos en la ecología política

Seguramente hay en la actualidad, una sensación generalizada de que nos encontramos en medio de una crisis de grandes dimensiones. Se trata de una sensación social de deterioro y decadencia más intensa, si la comparamos con el anterior contexto de la crisis global de 2008-2009. En conexión con esto, nos encontramos hoy ante un enorme malestar global, un malestar epocal. Pero me parece que se trata de un malestar que va más allá de los sufrimientos vinculados a la precariedad económica; no tiene sólo que ver con el ‘malestar de la globalización’ popularmente señalado por Josep Stiglitz. Creo que es un malestar mucho más profundo, histórico, orgánico, en cierta forma existencial.
Este malestar ruge por el vacío que deja el extravío del futuro, sobre todo en los jóvenes; por la degradación del valor de la vida en las sociedades actuales (algo que se intensificó en la pandemia, y que a mi juicio también aviva, paradójicamente, una pulsión de (re)existir, un agonismo vital); y por la caducidad que se expande sobre la política tradicional, que en diversos grados se viene expresando a través de un gran descrédito de los sistemas de partidos y liderazgos políticos.
Pero ese malestar también está determinado por un desgarramiento que se está produciendo en los entramados ecológicos que nos constituyen, un desarraigo o alienación extrema respecto a nuestra Casa Común, una especie de profundo vacío que se produce en nuestras representaciones de la Vida en la Tierra. En estas dimensiones del descontento hay también un ‘malestar ambiental’; algunos hablan desde la filosofía ambiental de la ‘solastalgia’, otros desde la psicología refieren a la ‘eco-ansiedad’ o a los trastornos ‘psicoterráticos’, tratando de dar cuenta de estos procesos. Pero en realidad hay aspectos inconmensurables de este eco-malestar.
Precisamente por la condición convulsa, inestable, confusa y caótica de este tiempo que vivimos, nos encontramos también ante un escenario abierto, en el que todo, absolutamente todo, está hoy en disputa, incluyendo los propios sentidos que le otorgamos a esta crisis y la posibilidad de desplegar nuevas culturas y sociedades que estén en armonía con el conjunto de la vida en la Tierra.
La ecología política tiene aportes fundamentales en esta disputa de sentidos, precisamente por sus esfuerzos teóricos, epistémicos y políticos para reinterpretarnos como parte de la comunidad-Tierra; para restituir y rearticular eso que ha sido desgarrado en nuestra relación ecosistémica fundante; para imaginarnos desde la reproducción de la vida, desde los saberes de la tierra, desde las diferentes ecosofías.
Pero, a mi juicio, requerimos la habilidad para saber combinar, de manera acertada, nuestro horizonte deseante, nuestras propias eco-utopías y poéticas del mañana, con un gran sentido del tiempo histórico que vivimos, tiempo en el que todo va a cambiar. Difícilmente podamos prescindir de alguno de estos dos elementos.

II. ¿De qué tipo de crisis estamos hablando?

Presenciamos la ocurrencia de ‘eventos extremos’, como los eventos climáticos del verano de 2021, los incendios en la Amazonía o las olas de calor ocurridas este año en India y Pakistán; la propia pandemia global de la COVID19; entre otras, que nos señalan el cruce de umbrales sistémicos, esto es, la entrada hacia otros mundos desconocidos. Fijémonos en el tremendo significado que tiene el hecho que ya hayamos cruzado el umbral de aumento de 1° de temperatura media del planeta. Esto es un hecho de enorme trascendencia, muy determinante.
En un país en el que el debate sobre cambio climático ha tenido tan poca relevancia social y política como en Venezuela, muchísimos se sorprenden hoy al enterarse que ya en el semiárido larense hay desplazados climáticos internos, comunidades campesinas que se marchan ante la desaparición de sus fuentes de agua. Esto, mientras vemos cómo se están desapareciendo los glaciares de la Sierra Nevada de Mérida, en los andes venezolanos. Esto, en tiempo presente.
Como ya lo saben, la guerra en Ucrania poco está ayudando a revertir estas tendencias globales. Como dato, preocupan las proyecciones sobre una potencial gran crisis alimentaria que podría hacer escalar el número de hambrientos a 1,6 mil millones de personas, casi el doble de la cifra que escuchábamos recurrentemente desde principios del siglo XXI de 900 millones de personas, que no cubren su alimentación completa.
No quiero hacer una larga enumeración de las múltiples dimensiones de la crisis global. Pero sí hay una primera idea que quisiera plantear sobre esto: el cruce de umbrales ecosistémicos, energéticos, epidemiológicos, alimentarios, etc., en realidad nos evidencia la potencial cuestión de si ya estamos dentro del colapso civilizatorio y sistémico. De si ya estamos al interior de ese tan largamente problematizado ‘futuro’ de la civilización; e incluso de cómo la propia noción de futuro nos va quedando en cierta forma extraviada, bloqueada, o fragmentada. Si el colapso civilizatorio y sistémico es un hecho, esto lo cambia todo, absolutamente todo. Es probablemente el momento geo-histórico que nos tocará vivir como especie y comunidad planetaria.
El debate sobre el colapso es evidentemente espinoso, complejo, en el cual tenemos que conjugar nuestros horizontes deseantes y nuestras eco-utopías, con las dimensiones estremecedoras, insoslayables y difíciles de asir de la entrada a un nuevo mundo desconocido y quizás más hostil. Pero no parece sensato pretender una ‘normalidad’ que sencillamente no regresará. Algunas de las preguntas que quizás puedan entonces hacerse son: ¿cómo hablamos de este colapso desde un horizonte de reafirmación, celebración y defensa de la Vida?; y no menos importante, ¿cómo estamos entendiendo el colapso, cómo nos lo imaginamos y qué podríamos generar dentro de él?
Una segunda idea que quisiera proponer sobre cómo entendemos esta crisis tiene que ver con la noción de crisis civilizatoria: antes que sólo una crisis parcial o coyuntural, nos encontramos ante la crisis de todo un orden geo-histórico, un modo civilizador dominante de ser y estar en la Tierra. A mi juicio esta crisis no debe ser remitida únicamente a la expansión de la civilización eurocéntrica-occidental y la historia del desarrollo del sistema-mundo capitalista. Creo que también debe ser entendida desde una perspectiva de más largo plazo, vinculada a la propia configuración histórica de lo civilizatorio, en la cual surgen las sociedades de castas y clases, el Estado y las lógicas imperiales, el patriarcado, las economías de excedentes y los nuevos metabolismos sociales históricos, la génesis de concepciones de dominación de la naturaleza, todos ellos elementos que preceden al capitalismo. Me parece crucial buscar las raíces de esta crisis mucho más atrás, en un proceso de los últimos 7 o 5 mil años, que es en realidad un corto período de la larga historia del homo sapiens, para evidenciar que estos elementos de la formación civilizatoria no son rasgos ‘naturales’ ni ontológicos de la condición humana, y que una transformación histórica también pasa por un cuestionamiento de los mismos, y otros códigos para pensar el rol del humano en la Tierra.

III. La ecología política ante el colapso civilizatorio

Ante la entrada a este nuevo mundo convulso, pareciera claro que estamos ante unas nuevas dimensiones de la ecología política. Se trataría de otra ecología, y por tanto, de otra política. Una ecología propiamente determinada por la perturbación, por la convulsión y la turbulencia, por factores de caotización; una ‘naturaleza’ en cierta forma inasible, difícil de representar tal y como lo habíamos hecho hasta ahora. Evidente e inevitablemente nos surge la pregunta de qué es la naturaleza ante este nuevo escenario planetario.
Pues bien, esta ecología no admite la misma política. Le cambia todo el escenario, la materialidad de la que se alimenta, sus geografías; y por tanto, sus dinámicas, sus códigos dominantes, su horizonte histórico, sus tiempos, su teleología y sus imaginarios fundamentales. Ya no podemos pensar la política fuera de este cambio planetario, fuera de este cambio geológico que representa el antropoceno.
A pesar de esto, nos sigue atropellando el extractivismo, las lógicas de despojo y expolio, la centralidad del capital. Pero también aparecen algunas ‘alternativas’ y falsas soluciones que necesitamos problematizar. Nos ronda una nueva ola que se anuncia como “Revolución Industrial Verde”, una “nueva economía verde”, “inversiones climáticas”, “agricultura inteligente”, en el marco de los grandes programas de recuperación económica y los paquetes mil millonarios de reactivación fiscal propuestos por numerosos países ante la crisis. Estos están representando políticas e inversiones nunca antes vistas en la historia del capitalismo, de ninguna manera cuestionan la devastadora lógica del crecimiento económico, mientras que van captando parte de los malestares sociales ante la crisis ambiental. Sabemos que ese es un ámbito clave de disputa.
Pero también, me parece fundamental continuar un debate y diálogo sobre el rol histórico de los progresismos y las izquierdas en esta crisis y en el desarrollo de mecanismos de intensificación del extractivismo y la colonialidad sobre la vida. No se trata de proponer debates en blanco y negro, pero sí de hacernos preguntas y cuestionamientos fundamentales sobre prácticas y narrativas políticas, y el rumbo de las sociedades y comunidades de vida que queremos. En esta nueva realidad planetaria que emerge, no parece que servirán viejos paradigmas, ni serán útiles instrumentos caducos. Se me hace inevitable preguntarnos, nuevamente, qué es y qué significa la izquierda hoy, en este contexto de fracasos, colapsos y hartazgos; cuál es su nivel de diálogo con esta cambiante realidad, cuál es su rol ante la emergencia de nuevas y múltiples subjetividades políticas, y si sus formatos fundamentales y dominantes pueden responder a este cambio de mundo. ¿Qué alcances puede tener la fe en el surgimiento de un nuevo ‘ciclo progresista’ para América Latina, a la luz de nuestras experiencias pasadas y los tiempos que nos tocan enfrentar?

IV. Sentidos e imaginación en la ecología política

Pero ¿podemos soñar en el antropoceno? Mi respuesta es sí. Si las utopías han cumplido una función en la existencia del ser humano, han sido precisamente la canalizar el deseo (de vivir), las pulsiones vitales; dotar de ilusión, de estética y poética a la construcción del tiempo. Sólo que ahora, ya no se trata de revivir las utopías de la modernidad. El tiempo, decíamos, está cambiando radicalmente, se fragmenta, se encoge, se extravían los futuros, los horizontes teleológicos; la palabra ‘esperanza’ proviene del latín esperar, esperar algo que está por venir; palabra de raíces teológicas que posteriormente terminaría empalmada con la construcción de la imagen de la sociedad futura de la modernidad. ¿Es posible hoy la espera?
En cambio, reivindico más un principio de imaginación, como un intento por esquivar esa espera, por salir de ese no-lugar de la espera, para en cambio construir una estética y una poética del lugar; nuevos relatos y sentidos que surgen de la emanación de la vida, simbólica y concreta, de la expresión productiva del deseo, en el tiempo del estar, en el tiempo situado. Las disputas ante las que nos encontramos no están sólo en los territorios, la economía, las instituciones políticas o en los sistemas de conocimiento. La disputa también está y estará en la capacidad de imaginar.
A mi juicio, la ecología política nutre este principio de imaginación a partir de los múltiples puentes que tiende hacia otras ecosofías, otros saberes de la tierra, aportando claves para pensar otros mundos, para desplegar otros códigos y centros que se desenvuelven en torno a la defensa, el cuidado y la reproducción de la Vida; para configurar las otras políticas que requerimos para enfrentar los nuevos y convulsos escenarios.
Las respuestas dominantes a la pandemia, en las cuales además se imploraba una mayor presencia de los científicos en la vida planetaria, nos mostró precisamente la desestimación del conjunto de otros entendimientos y cosmovisiones de esta crisis, cosmovisiones estas que en realidad nos señalan que hay mucho más allá del ‘hecho epidemiológico’; que quizás el pathos es planetario, el del propio cuerpo-Tierra, de la Gaia. Pueblos indígenas de la Amazonía venezolana como los hotï, entienden la enfermedad como la ruptura de la relación armónica entre las personas, su entorno ambiental y el cosmos. La salud se expresa pues como una comunidad cósmica que incluye también elementos espirituales, emocionales, perceptuales y energéticos. En este sentido, no bastará la deconstrucción teórica de las epistemologías de la muerte. La transformación metabólica planetaria que requerimos nos demanda rearticularnos y recuperar otras dimensiones del ser, más allá del ámbito racional. Necesitamos descolonizar el cuerpo, repotenciar los ámbitos perceptivos, intuitivos, de la tierra. Se trata de recuperar lo que podríamos llamar una ecología del ser. La ecología política propicia este enriquecimiento, este abrazo a la diversidad y esta ampliación de horizontes de vida.

Ante el caos, el principio de orden está en la comunidad, en el territorio, en la bio-política de la cotidianidad. En este tiempo tan sombrío, la ecología política suma a las pulsiones de re-existencia que desafían las actuales culturas de la muerte, y abona a la reafirmación, celebración y defensa de la Vida, que hoy tanto necesitamos.

Gracias.


Publicado el 18 de junio de 2022

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