Breve guia práctica del anarquismo


Introducción

Quien haya leído Anarquismo: utopía que renace se habrá hecho ya una idea inicial de lo que es la visión anarquista de una sociedad libre. El problema es cómo llegar a ella, pues la utopía libertaria no es ilusión para consolarse, sino proyecto por construir.

Si alguien se decide a poner en práctica las ideas expuestas en aquellas páginas, empieza a crear su propia versión de anarquismo. Al hacerlo está añadiendo un participante a un movimiento que siempre necesita nuevos miembros, especialmente gente que esté siempre dispuesta a cuestionar teorías y reflexionar por si misma sobre la manera de construir un mundo mejor para todos y cada uno. ¡Discutir el tema con amigos, leer más del asunto, hablar con otros anarquistas!; ese es el modo de iniciar el largo camino hacia la autonomía. Reflexionar de forma independiente, y pensarlo con otros que también lo hagan, es la única manera.

Por lo tanto, la intención de las líneas que siguen no es proponer un “recetario” de soluciones indiscutidas o veredictos inapelables sobre la acción libertaria, pues ello sería un absoluto contrasentido. La teoría política del anarquismo está en continua re-elaboración, siempre cambiante en función de los hombres y las mujeres que la aplican, así como de las circunstancias en donde actúan, pero también siempre consistente con los principios de libertad e igualdad en solidaridad que son fundamentales para que el ideal ácrata sea lo que es. De tal concordancia para con los supuestos que definen al anarquismo proceden las orientaciones generales que exponemos a continuación, en la idea de proveer de un punto de partida a colectivos o individualidades ganados para el esfuerzo en favor de la acción directa y la autogestión.

Organizarse en el trabajo

Tradicionalmente, los anarquistas han apuntado que el problema fundamental es que el mundo se ha dividido en muchos asalariados oprimidos y una minoría déspota de amos y sus servidores inmediatos. Si pudiéramos dirigir nosotros mismos las empresas, y todas nuestras actividades, buscando la solución de las necesidades tanto personales como comunales, y no las de un grupúsculo opresivo, se mejoraría y transformaría claramente cada área de nuestra vida. Sin embargo, hay anarquistas que piensan que los trabajadores están tan acostumbrados a su esclavitud que hay que buscar algún camino alternativo para iniciar esta verdadera revolución.

En cualquier caso, un anarquista siempre intentó, intenta e intentará, cuando menos, que la gente se eduque y organice en el lugar donde labora, procurando difundir la idea de que la unión es el mejor medio de evitar la coacción patronal. Lo más adecuado es hablar con los compañeros de trabajo, romper entre todos desconfianzas y apatías, en lugar de presionar a la gente con discursos portadores de soluciones de librito. La mejor forma de aprender la solidaridad es poniéndola en práctica. En este sentido, la corriente anarcosindicalista o sindicalista revolucionaria ha sido una de las más fuertes dentro del movimiento, ha obtenido los logros más notables y no está de más mencionar que mucha de las conquistas obreras fueron originariamente banderas del anarcosindicalismo, adoptadas luego por otros movimientos.

Esto conduce a la natural conclusión de que los anarquistas se preocupan por las condiciones de trabajo y participan en los conflictos laborales cuando se presentan. Por lo general, la tarea principal es propagar la acción directa en lugar de delegar el poder en la burocracia sindical o en el gremio legal, muchas veces pro-gubernamental, evitando adoptar una actitud pasiva. El fin del anarquismo es controlar los propios intereses y uno de ellos es la propia situación laboral, por lo que no cabe descansar en el "representante autorizado" para luego quejarse con resignación si nos traiciona. La acción directa, que no es sinónimo de violencia sino la abolición de los intermediarios, es la forma más eficaz de mejorar las condiciones de trabajo. La unidad activa y consciente es la fuerza de los asalariados.

Para el anarquismo, los movimientos en pro de pequeñas reformas y los conflictos aislados que involucran a tal o cual grupo de trabajadores no son especialmente revolucionarios. Pero tienen su utilidad pues, gracias a ellos, la gente aprende a organizarse y gana confianza en la fuerza colectiva, más allá de los éxitos que puedan alcanzarse. Estas experiencias son convenientes para cuando llegue la hora de desafiar con eficacia la estructura de poder en la empresa y edificar el futuro control de la actividad laboral por parte de las personas que la realizan.

Hay una larga historia de la que sacar provecho y muchas técnicas útiles que funcionaron en otros sitios para ir obteniendo algunas ventajas, que siempre serán parciales pero nada despreciables. Son muchas las maneras de plantear los conflictos laborales en pos de mejoras, y los asalariados han concebido numerosas alternativas, no exclusivamente de huelga franca, como generar opiniones de los trabajadores en todos los aspectos de la marcha de la empresa, hacerlas conocer de modo permanente a los directivos y discutirlas entre los propios compañeros. En caso de que no se escuchen hay maneras de hacerlas oír. Para ello se pueden usar variadas tácticas como ir disminuyendo progresivamente el ritmo de trabajo hasta que se equipare con lo equivalente a nuestro salario (lo que en Venezuela llamamos “Operación Morrocoy”), o "huelgas de celo", es decir, hacer un trabajo muy escrupuloso sin reparar en el tiempo que cueste hacerlo (con la consiguiente caída del ritmo de producción), o las que cada grupo pueda crear en la situación concreta.

Pero lo que se debe tener claro es que estas acciones, y cualquier otra, sólo tienen sentido si se realizan en grupo y con unidad. Son ejemplos de acción directa, y para llevarlas a cabo, si lo decide el colectivo laboral, no es necesario tener la bendición de los “jefes sindicales” acerca de lo que hay que hacer. El método indirecto (el llamado representativo) significa resignarse a esperar la orden de los representantes para hacer algo y participar sólo en la elección gremial para votar, en el mejor de los casos, a favor de un "candidato progresista", que luego resulta que hace lo mismo que el dirigente corrupto que se quiso desalojar. Esto es algo muy frecuente en el terreno sindical en nuestros países y hace muchos años que los trabajadores latinoamericanos carecen de “representantes” capaces de defender sus exigencias.

Los socialistas libertarios esperan que el movimiento obrero vuelva (como en otros momentos de la historia en diversos sitios del planeta) a alcanzar el punto de unidad en la acción que le permita enfrentarse con toda su fuerza al Estado. El sometimiento de los sindicatos a las exigencias de los grupos políticos de poder los ha convertido en siervos de las ambiciones de unos pocos, cuando deberían ser organizaciones muy importantes para enfrentarse al injusto orden mundial vigente. Sólo si en estas y otras agrupaciones de los oprimidos se dispone de la experiencia, fortaleza, preparación y conciencia adecuadas será posible destruir al Estado y a su aparato de dignatarios aprovechados, y avanzar hacia una sociedad anarquista que, visto lo presente, nunca puede ser peor que la actual y seguro que será mucho mejor. En esta marcha se debe comenzar por la acción en los lugares de nuestra vida cotidiana, el trabajo, el lugar donde se habita, donde se estudia.

Hay varios análisis anarquistas que exponen cómo podría llegarse a esta situación. En general se apoya la idea de construir sindicatos dirigidos por las bases y sin roscas dirigentes inamovibles, como es lo habitual. Este tipo de anarcosindicalismo abarca diversas tácticas revolucionarias, muchas de las cuales han probado su eficacia en el pasado. Los modos de organización sindical pueden variar en función de las circunstancias que se vivan, pero deben tender a incluir a todos los trabajadores de todas las empresas con el fin de desarrollar su auto-organización hasta el punto en que los trabajadores mismos puedan gestionarlas al llegar la ocasión. Allá donde sea necesario, las huelgas deben recibir el apoyo de afiliados de otras agrupaciones y desde distintos lugares que se solidaricen con ellas. Cuando se hayan sindicalizado de este modo suficientes trabajadores se podrá apelar a medidas de intención revolucionaria como la huelga general. Con una huelga general activa y plena, el Estado queda paralizado y nada puede hacer a menos que confíe en el ejército, que no se enfrentará sin graves fracturas contra la población trabajadora, pues llegado este momento los ideales libertarios de seguro habrán hecho mella en la disciplina castrense, particularmente entre la tropa vinculada por afectos y amistades con el pueblo insurrecto. La huelga general es un levantamiento total, o desemboca en uno. A partir de aquí se puede comenzar la construcción de una utopía de libertad, igualdad y solidaridad.

Algunos anarquistas rechazan aspectos de este plan. Desconfían del alcance de los sindicatos, aunque sean sindicatos descentralizados. Les preocupa la posible aparición de líderes profesionales con el peligro de reducirse a gestionar pequeños logros cotidianos y olvidar las metas globales. La alternativa que se ofrece en su lugar es reemplazar la actividad sindical tal como la conocemos por la asamblea permanente de trabajadores. Sin embargo, si bien esta opción resuelve algunos problemas, también genera otros riesgos como la caída en el llamado asambleismo inoperante o el manejo de las reuniones por activistas profesionales, así como exige un compromiso de permanencia por parte de los trabajadores no siempre factible de mantener.

En cualquier caso, esta diferencia es superable al procurar la difusión del ideal socialista libertario entre los trabajadores, aun cuando hay que tener claro que actualmente las condiciones para crear sindicatos anarquistas, especialmente en países donde el anarcosindicalismo se ha debilitado completamente o nunca existió como fuerza social significativa (éste es el caso de Venezuela), son poco alentadoras a corto plazo. En tales circunstancias, lo mejor es promover lazos entre los asalariados que se enfrentan al sindicalismo burocrático o sometido a intereses político-partidistas y generar, al menos, una fuerte corriente de opinión en contra del manejo externo de la actividad sindical. Debe animarse toda acción que tienda a poner el control en manos de los trabajadores, como por ejemplo las asambleas de base y el reclamo para que el liderazgo sindical se someta a sus decisiones. Resultaría de utilidad que los anarquistas que trabajen en la misma empresa, sector laboral o comarca geográfica busquen comunicarse y coordinar acciones permanentemente. Si faltan los contactos, promover conferencias o encuentros sería un buen punto de partida.

Examinando otros problemas para reactivar la implantación anarcosindicalista en el ámbito latinoamericano, nos encontramos también con que el amplio desprestigio de la dirigencia sindical no ha conducido a una renovación de sus cuadros sino a la desaparición del movimiento obrero organizado, en particular en Venezuela, al menos como fuerza respetable. Esto es casi tan o más lamentable que la caída en manos de la burocracia porque ha dejado indefensos a la mayoría de los trabajadores, que quedan a merced de la “generosidad” de los gobernantes y poderosos. En otros países de América, los liderazgos sindicales han permitido que sus dirigentes usufructúen esas posiciones en beneficio propio, sea económico o político.

El aparato de dominación en pleno, a pesar de sus diferencias, converge en su enfrentamiento al anarquismo. Por ello, desde todos los frentes busca eliminarse hasta la mención al anarcosindicalismo y a sus luchas por los trabajadores desde hace 150 años, llegándose a extremos como “olvidar” que la conmemoración del 1 de Mayo se estableció para recordar la acción y el sacrificio de un grupo de anarcosindicalistas en Chicago. El sindicalismo libertario ha organizado y participado en los más grandes y combativos gremios que ha dado la historia del continente, como los mineros bolivianos, la FORA de Argentina, los IWW o “wobblies” norteamericanos, sin olvidar que hubo anarquistas entre quienes gestaron el movimiento obrero venezolano, comenzando por las luchas petroleras en los años de 1920 y 1930 (Para más detalles sobre el tema, ver el exto “¿Qué es el anarcosindicalismo?” de G. Esgleas ).

Cuestiones de alcance nacional / Luchas a gran escala

Los socialistas libertarios ven con desconfianza muchas movilizaciones y luchas a gran escala, en parte porque suelen estar controladas por representantes de entidades religiosas, activistas profesionales de sospechosas ONG (Organizaciones No Gubernamentales), agitadores de diversos grupos de izquierda marxista o de otras fuerzas políticas, etc. En caso de ser manipuladas por personajes tales, estas luchas se convierten en algo tan vacío que ningún anarquista medianamente despierto se acercaría a semejante cuento. De hecho, el sistema de conducción de muchos de estos grupos es una parte importante del régimen para controlar los movimientos de protesta y canalizarlos hacia niveles asimilables, donde terminan siendo utilizados para fines totalmente distintos a los que originaron su creación.

Ejemplo palpables de semejantes maniobras lo hemos tenido en Venezuela por vía de la injerencia de militantes políticos en estos movimientos, que por mucho tiempo se ha hecho con el evidente propósito de someterlos al control partidista, una táctica que se repite con distintos actores en estos tiempos mal llamados de cambio. Además, el debilitamiento de las organizaciones políticas tradicionales ha permitido que una nueva categoría de arribistas intente construir su prestigio electoral por vía de falsificar o inflar una trayectoria en las luchas y organizaciones de la sociedad civil, que se desnaturalizan al convertirse en meros trampolines para ingresar a cargos en el aparato estatal o perseguir ambiciones de poder.

Mencionemos también la expansión de tantas ONG de interesado “apoliticismo” y extraña indiferencia a todo lo que esté fuera de su muy restringido campo de actividad, que han resultado instrumentos inmejorables para que el Estado, la Iglesia o los empresarios domestiquen las más variadas luchas sociales. Sin embargo, tampoco todas son sospechosas y muchos ácratas creen que es positivo involucrarse junto a ellas en campañas como las relacionadas con el ecologismo, el antimilitarismo, movimientos pro-derechos humanos, contra la discriminación étnico-cultural o sexual o religiosa, etc. El argumento es que, gracias a esto, algunas personas pueden comenzar a involucrarse en acciones directas en la defensa de sus intereses y llegar a conocer propuestas anarquistas por el contacto con los libertarios que intervienen en la misma lucha.

Además, las campañas que aportan temas esenciales a la atención pública generan oportunidades de mostrar que los males particulares están relacionados con la situación general y que hay la necesidad de una revolución ya que todo se encuentra vinculado en la red social y no hay soluciones parciales. En algunos casos, la presencia de activistas libertarios en estas organizaciones es un antídoto para combatir la manipulación por parte de grupos políticos o poderes institucionales. A veces es incluso posible generar formas de funcionamiento autogestionarias y promover posiciones específicamente anarquistas respecto al tema que originó la movilización. Tampoco merecen despreciarse, en el mar de carencias en que habitamos, pues cualquier mínimo derecho conquistado es un avance que contribuye a que las poblaciones intelectualmente oprimidas amplíen sus perspectivas.

Por ejemplo, un anarquista involucrado en una campaña contra el servicio militar obligatorio podrá señalar la relación entre la militarización social, el armamentismo, los intereses de clan de la oficialidad, la opresión estatal y la sociedad dividida en clases, impulsando objetivos de lucha que vayan más allá de promover modificaciones cosméticas en las leyes y procedimientos del alistamiento militar. De hecho, en éste o cualquier otro tipo de campaña, bastaría con difundir métodos organizacionales descentralizados y basados en grupos pequeños federados entre sí que permitirían apreciar la ventaja de dar a cada miembro mayor oportunidad de auto-desarrollo, impedir la aparición de manipuladores de la organización y mostrar las posibilidades de autogestión.

Pocos anarquistas afirmarían que movimientos sectoriales como el de los desempleados o el que denuncia la situación carcelaria sean revolucionarios; probablemente ni siquiera consigan por sí mismos el pleno empleo o la desaparición de las prisiones respectivamente, y apenas podrán contribuir a resolver algún problema puntual. Sin embargo, podemos esperar que gracias a ellos se vaya despertando la conciencia política del público y muchos tomen conciencia de cómo funciona esta sociedad realmente. Los grandes logros son el resultado de muchas pequeñas dificultades superadas en los términos humanísticos y éticos de organización que propone el anarquismo, modificando la sociedad al tiempo que las personas se modifican a sí mismas.

En el mundo contemporáneo, la evolución de las campañas en gran escala conlleva casi indefectiblemente la internacionalización de las luchas, más aún cuando hace tiempo que el Estado y demás poderes opresores vienen desarrollando estrategias de contención y represión social que no reconocen lindes nacionales (prácticamente sólo hay fronteras para el desplazamiento de los individuos). En este aspecto, los anarquistas pueden aportar la valiosa experiencia de una larga tradición de internacionalismo, de organización en redes descentralizadas para la comunicación entre activistas de distintos países. Desde fines del S. XIX, el anarquismo logró coordinar importantes movilizaciones por todo el planeta, sin hacer mengua de la autonomía de los grupos nacionales participantes. A esas lecciones históricas de la actividad libertaria necesariamente tienen que remitirse los nuevos movimientos sociales de la alborada del S. XXI, pues ofrecen una perspectiva de integración mundial flexible y respetuosa de las particularidades locales, pero eficaz para unificar globalmente objetivos y acciones, por lo que a los anarquistas contemporáneos les corresponde servir de traductores y divulgadores de esa experiencia a las circunstancias y procesos del presente. La única manera, puesta de manifiesto desde hace mucho, para enfrentar a la globalización de las empresas y del mercado es con una globalización de las luchas de los trabajadores y demás oprimidos. A quien todo esto le suene genérico o irreal, vale remitirlo a los testimonios y análisis actualizados del tema contenidos en EL LIBERTARIO .

Relaciones interpersonales

Como hemos dicho anteriormente, el anarquismo conlleva una preocupación por los derechos del individuo. Ningún sentido tiene estar teorizando o ejecutando actividades si finalmente ello no va a servir para mejorar la vida de cada uno de nosotros. A diferencia de los marxistas y otros seudo-socialistas, los ácratas insisten en que se deben intentar poner en práctica en el día a día los principios que se defienden. Si se cree en la igualdad, se debe tratar a los demás como iguales siempre que se pueda. La forma en que nos relacionamos unos a otros refleja lo que pasa en la totalidad de la sociedad y una sociedad anda mal si la gente se trata mal, y a diario vivimos ese maltrato.

Los hippies de la década de 1960 y los “new age” del 2000 están equivocados. Es falso que "todo esté en tu mente" o que todo valga igual. Respuestas individuales como las drogas evasivas (legales o ilegales), el esoterismo y la vida en aislamiento campestre resultan no ser soluciones en absoluto, sino simplemente escapismo, por más que se recubran de coartadas místicas o verborrea semi-filosófica. En el mundo de hoy es imposible vivir como si se fuera libre aislándose de los demás, pues no puede hacerse, ya que siempre nos relacionamos con otras personas y si a ellas les falta la libertad, tampoco la tenemos nosotros. La libertad de cada uno llega hasta donde llega la libertad del vecino, no hasta donde comienza, y se extiende con ella. La solución exclusivamente individual, sin atender a que otros también logren resolver sus premuras, es ajena a lo que el anarquismo persigue porque nunca es una solución.

La condición para la revolución es la de creer, como seres humanos razonables, que es posible un mundo razonable. Es difícil, pero no imposible, evolucionar con la ayuda de los otros a una situación mucho mejor que la simple condición de dependencia, brutal sometimiento y anulación de las potencialidades de cada uno, en que esta sociedad intenta mantenernos. A menos que podamos ayudarnos y ayudar a la gente a perder el miedo, la ansiedad y la inseguridad, carece de sentido esperar que haya un comportamiento con mayor sensatez al que ahora predomina y empecemos a construir una sociedad libre y creativa. Las ideas autoritarias y el odio irracional a minorías étnicas, extranjeras, religiosas, culturales, políticas, sexuales, u opositores de cualquier tipo son parte de la locura colectiva. Para vencer esa demencia general debemos comenzar por combatirla en nosotros mismos, retro-alimentándonos con la superación que logren todos mediante una comunicación ininterrumpida.

Muchos ácratas consideran que vivir en comuna con compañeros de ideas es una forma de cambiar la sociedad, pero debemos tener en claro que si bien es una decisión respetable, habitar en la misma casa con un grupo de afinidad política no es en sí mismo la clave del futuro afectivo ideal, como no lo fueron los monasterios medievales. Lo importante es cambiar las actitudes propias y las actitudes de todos, abrirse a los otros, ser más solidarios y menos competitivos, unirse en lugar de temer a, o huir de, los demás. La generalidad de los libertarios se esfuerza por ser, al menos, un poco más sociable que la mayor parte de la gente, haciendo lo que se puede a favor de los demás, conscientes de que la perfección es imposible en una sociedad represiva, pero que sólo así podemos ir cambiándola. No hay santos anarquistas, sólo hombres y mujeres que pretenden ser mejores con ellos mismos y con los otros.

El estilo autogestionario de organización anarquista propicia un prometedor camino: la tendencia a actuar en grupos pequeños, donde es más fácil romper con las trabas psicológicas que inhiben la acción social de muchos individuos. El trabajo de estos colectivos puede ser de gran ayuda y crear autoestima en quienes los forman, ya que este modo de organizarse tiende al desarrollo positivo de la salud mental de trabajadores, consumidores y usuarios, mujeres en lucha, okupas de casas y otros espacios, activistas pro-derechos de minorías, grupos de autogestión de la salud, colectivos culturales alternativos, etc. Todo lo que anime a las personas a adquirir responsabilidades en las luchas por el cambio y a examinar sus relaciones con el mundo debe apoyarse. Finalmente, los libertarios esperan que las actitudes cambiarán lo suficiente para permitir a la gente que vuelva a tomar las riendas de su propia vida, de las que se les empezó a despojar sistemáticamente con la aparición del Estado.

Familia autoritaria, sexualidad y feminismo

Un mito común, tanto en el fascismo como en variantes menos agresivas de las ideologías conservadoras y religiosas, es la "santidad" de la familia y de la "bendita" institución de la maternidad. Sin embargo muchas mujeres hoy en día luchan contra el abandono de ser madres solitarias y, en otros casos, contra la dominación de mujeres y niños por parte de los hombres a su vez oprimidos por el sistema, que es en lo que consiste la familia para la inmensa mayoría. La realidad de la vida familiar difiere bastante de la idea sentimental que glorifican los curas, los planificadores gubernamentales y los guionistas de telenovelas. Malos tratos, agresiones y abusos a mujeres e infantes no son sucesos accidentales ni aislados; son el resultado de un condicionamiento dentro del hogar para aceptar el sometimiento que harán el Estado y otros poderes opresores de los individuos adultos.

Para el anarquismo, hasta que no se tengan libertad e igualdad en la vida diaria, no habrá libertad ni igualdad en absoluto. Basta con mirar los patrones de "amo y esclavo" de cualquier revista o film pornográfico para comprobar que la represión lleva a la dominación y a la sumisión. Si el poder es más esencial que la realización afectiva en tu vida sexual, también lo será en los demás aspectos de tu vida. De allí que los anarquistas apoyen el amor libre. Si no es libre, no es amor. Claro que esto es distinto a la pretendida libertad sexual de hoy en día, más bien promiscuidad alentada por los factores de poder luego de descubrir que hacer del compañero sexual simple objeto erótico conduce a una pérdida de compromiso con uno mismo y con el otro, lo cual se ha mostrado como un modo excelente de dominio sobre individuos así desvalorizados.

La hipocresía reinante y la Iglesia hablan mucho sobre el tema sexual y lo que ellos llaman "moralidad" y "pureza" sexual, pero en todos los casos identifican lo “correcto” con alguna forma, abierta o disimulada, de dominio y represión, tutelada por el interés en todos los estamentos de poder de privilegiar las relaciones autorizadas mediante un permiso. Al respecto, los anarquistas rechazan el matrimonio convencional, que no es otro que esa relación que tiene permiso, sin implicar necesariamente compromiso. Se oponen a que las relaciones sexuales sean un asunto sometido a la injerencia del Estado o la Iglesia. La verdadera seguridad emocional para los hijos y para los adultos es diferente a lo que propicia una unión artificialmente mantenida y legalmente autorizada, pues cabe encontrarla en una red más extensa de relaciones, que puede tener un componente sexual o no, fundada en un compromiso integral, no sólo legal, con el otro y con los descendientes.

Un hecho transformador del Siglo XX fue la revolución de la mujer en la sociedad; los anarquistas han apoyado desde siempre este proceso y esperan mucho del movimiento de liberación de la mujer aunque no todas las feministas sean revolucionarias. Con dolor se observa que han reproducido en su marcha los mismos vicios que criticaban en cuanto a las pautas de sometimiento a las que las mujeres estaban encadenadas, siendo muchos los casos en que sus afanes sólo procuran incorporarse con ventaja en la competencia por ganar el favor de los poderosos. La revolución feminista no consiste en que la mujer alcance igual posición que el hombre en el proyecto explotador vigente. Tenemos situaciones como en Norteamérica y Europa, con activistas pro-derechos femeninos que consideraron un triunfo que las mujeres tuvieran acceso al control de misiles nucleares o ingresaran en los cuerpos represivos de élite; mientras que en Venezuela las conductoras del movimiento han impuesto estrategias de sometimiento al Estado y han canalizado la lucha a la búsqueda de tibias reformas legales y, la mayoría de las veces, una posición de privilegio para si mismas. Alcanzar por ley el 30% de los cargos gubernamentales no ha logrado que descienda la tasa de mortalidad de las mujeres parturientas, ni el desamparo de las madres adolescentes, ni el abuso laboral, económico y sexual.

Sin embargo, hay una valiosa corriente anarquista dentro del feminismo que enfatiza la asamblea, la autogestión y la importancia de que las mujeres acepten y comprendan sus sentimientos hacia los demás, porque la revolución feminista no diverge de la revolución general, ya que desafiar la dominación masculina debería conducir a desafiar todo tipo de dominación, pues ninguna mujer mejora su situación pasando del sometimiento a un varón insensible a la anuladora obediencia a una jefa despótica. La revolución anarquista no tiene sexo pues pretende sencillamente que hombres y mujeres sean libres, iguales y solidarios entre sí. Para una exposición sintética y coherente de lo que es el feminismo anarquista o anarco-feminismo, véase el artículo “Feminismo y Anarquismo” .

La escuela y la educación

De lo visto hasta aquí, es fácil deducir que los anarquistas tienen gran fe en el poder de la educación, aunque desconfiando por principio de la escolaridad institucionalizada controlada por cualquier poder autoritario. Una de las mayores fuentes de esperanza para un mundo mejor es que la próxima generación, con la ayuda necesaria, crezca menos sometida y neurótica que la anterior y para ello es necesario una adecuada y fértil educación. Algunos dicen incluso que educar a los niños para la libertad es la auténtica esperanza real de crear una sociedad anarquista.

Esta herencia de los pensadores de la Ilustración europea del Siglo XVIII es compartida por los anarquistas desde sus primeros pasos como movimiento político-social moderno, pasando por todas las alternativas que ha conocido en su trajinar histórico, hasta los actuales esfuerzos en la organización de escuelas, ateneos, bibliotecas, publicaciones, centros de discusión, etc. La urgencia por la educación sólo se iguala con la urgencia por cubrir las necesidades mínimas de supervivencia de todos, alimentos, salud, vestidos y habitación. No puede haber una revolución anarquista sin una clara conciencia revolucionaria y a ella se llega por el cultivo de la mente y de los corazones.

Las escuelas, así como la educación en todos sus niveles tal como existen hoy en día, se ocupan principalmente de seleccionar y dividir a niños y jóvenes en categorías con el fin de prepararlos para su futuro papel en una sociedad jerarquizada, asegurándose que asimilen al máximo la aceptación de las escalas permanentes de rango, el respeto a la autoridad y la competitividad del mercado. Por ello se han dado, y se dan, fuertes enfrentamientos para definir quien es el propietario de la educación - padres, Estado, religión, partido político, sistema económico -. Para el anarquismo los niños no son propiedad de nadie y si son responsabilidad de todos. En todo caso, si pertenecen a algo, pertenecen a su libertad futura para la cual debemos prepararlos. En cambio, el actual sistema exige que la mayoría de los niños se sientan inferiores para que lo sigan siendo cuando adultos. Por eso los anarquistas sostienen, por ejemplo, que las pruebas académicas son una medida insignificante del potencial de una persona para desde allí determinar la importancia del papel que han de cumplir en la sociedad. El culto al experto, particularmente cuando se extiende a áreas ajenas a su estricta competencia profesional, está diseñado para destruir la aptitud de valorar posibilidades y capacidades con un juicio propio.

El fundamento de la pedagogía libertaria es la libertad y por ello adversa resueltamente el castigo y toda forma de coacción física o moral en la educación. La imposición y la obligatoriedad destruyen el entusiasmo natural por saber y comprender. La verdadera educación es lo contrario a la escolarización obligatoria, donde se aprende principalmente a temer y doblegarse ante la jerarquía impuesta. Necesitamos, en cambio, que los educandos desarrollen, a la par que la indispensable capacitación, una actitud crítica para entender el mundo, para que puedan ver los cambios que es necesario hacer a fin de crear un lugar mejor para todos, y ser capaces de llevar a cabo estos cambios. Claro que esto no es sinónimo de una ausencia de responsabilidad por parte de los jóvenes, que deben comprender la que les compete en el conjunto social: prepararse de la mejor forma posible para enfrentar los retos que un futuro dinámico y en desarrollo seguramente ha de generar. Pero la responsabilidad y la preparación hacen necesaria la libertad en la realización de la tarea, ya que sin libertad no se puede ser responsable. El ejército es la única institución en la que la ciega obediencia es un mérito, pero es la institución cuya meta es la destrucción. Construir, y construir un mundo mejor, requiere de otras condiciones.

Los anarquistas también se oponen al aleccionamiento religioso y de cualquier tipo de dogma en los colegios. El miedo, la superstición y el adoctrinamiento están fuera de lugar en una instrucción ética. La educación doctrinaria debe abolirse y sustituirse por la discusión de cuestiones morales y filosóficas basadas en la preocupación y el respeto a los demás y sus posiciones. El anarquismo no acepta la persecución al que exprese creencias religiosas ni sostiene el dogma del ateísmo obligatorio, sino que promueve el conocimiento de los saberes que puedan contribuir al mejor desarrollo del individuo considerado en el seno de un colectivo. Para sintetizar el razonamiento, se repudia la conversión de la escuela en lugar para el adiestramiento político-ideológico a la orden de alguna teoría, raza, credo o corriente de pensamiento, incluyendo la del anarquismo. Como lo expresa la educadora española Josefa Martín Luengo , el objetivo es construir una escuela de la anarquía, no una “escuela anarquista”.

Es una locura pensar que la educación sólo consiste en pasar parte de nuestras vidas en instituciones cerradas que nada tienen que ver con el mundo exterior. Sería mucho más saludable que nuestro período de escolaridad integrara aspectos del trabajo cotidiano y la vida social, tanto para los jóvenes como para los adultos. Así, las habilidades de cada uno podrían ser reconocidas por la sociedad y utilizadas para la educación de otros. Necesitamos destruir las líneas divisorias entre trabajo, juego e instrucción. La educación debería estar disponible en cualquier momento de nuestras vidas, en lugar de estar confinada arbitrariamente a esos años que pasamos en la escuela. Todos somos alumnos y profesores potenciales, todos tenemos habilidades que desarrollar y que enseñar durante la vida entera. Hermosa sería una escuela en que parte del plantel de profesores estuviera constituido por los mismos padres de los alumnos, ofreciendo a los jóvenes en ella - entre los cuales están sus propios hijos - la dotación de sus saberes y habilidades sean cuales fueren, y donde esos padres pudiesen ocupar un lugar junto a los más jóvenes porque también necesitan y desean adquirir conocimientos, destrezas y habilidades.

Los ácratas están generalmente de acuerdo en que la completa liberación de la educación depende de la creación de una sociedad anarquista. Sin embargo, esto no ha sido impedimento para intentar crear entornos más libres donde los niños puedan crecer y aprender, aquí y ahora. Ciertos libertarios han educado a sus hijos en casa, algunos los han educado conjuntamente con otros padres e hijos y han trabajado juntos en lugar de permanecer en núcleos familiares aislados. Desde fines del Siglo XIX y en muchos lugares, las escuelas libres se han establecido basándose en principios anarquistas, y han desempeñado un servicio muy valioso demostrando de forma práctica que hay alternativas posibles. Sin embargo, han tenido que enfrentarse a constantes problemas económicos y a todos los otros retos que supone vivir en una sociedad como la existente intentando crear una sociedad mejor. Entre estos promotores de la educación libre, tal vez la figura más destacada fue el catalán Francisco Ferrer, quien terminó siendo fusilado por quienes no tuvieron otro modo de detener su innovadora actividad pedagógica. Experiencias contemporáneas particularmente notables, son la escuela Paideia en España y la escuela Buenaventura en Francia.

No han faltado anarquistas, y otros que comparten sus puntos de vista sobre la educación, que ante la lejanía de una revolución libertaria, sostienen que debe intentarse cambiar las escuelas desde dentro, integrando en ese objetivo tanto a los padres como a los profesores, ya que ahora y en el futuro cercano la mayoría de los niños han de asistir a escuelas estatales. Esto pasó en el caso británico, donde hacia fines de los años de 1960 el aparato escolar oficial empezó a utilizar los métodos libertarios de Summerhill, la escuela experimental de Alexander O´Neill, sólo accesible para hijos de padres ricos, que se horrorizaron al ver que propuestas similares se estaban adoptando en escuelas públicas para niños de clase obrera y emigrantes. Los intentos más fructíferos se dieron en Risinghill School y en William Tyndale School de Londres, pero al llegar los años del gobierno conservador de Margaret Thatcher (década de 1980) fueron abortados por las autoridades educativas y los profesores más comprometidos terminaron expulsados, señal del éxito que tuvieron en su desarrollo. También cabe mencionar a las Comunidades Escolares de Hamburgo, la Kearsley School, la Kinderheim Baumbgarten de Viena, etc. La lección a extraer para aquellos que lo intenten es que es esencial romper el aislamiento al que se somete a las escuelas respecto a la comunidad, para que los padres entiendan y participen activamente en la implantación de la pedagogía libertaria en los centros educativos.

Concluyamos este apartado señalando que las referencias sobre el tratamiento anarquista del tema de la educación son múltiples y valiosas, pero recomendamos a quienes deseen partir de lo básico los libros “Breviario del Pensamiento Educativo Libertario” de Tina Tomassi (Cali, Madre Tierra/La Cuchilla, 1988) y “La Escuela de la Anarquía” de Josefa Martín Luengo (Móstoles, Madre Tierra, 1993), el artículo “¿Por qué la Educación Libertaria?” de Pauline Mc Cormack , así como las páginas web del Foro Electrónico Escuela Libre , Todo Educación , y EduKaos .

Acción y organización local

La acción directa es la única manera de mejorar las condiciones de áreas de vivienda, lugares de trabajo, centros educativos, hospitales y otros ámbitos. Aunque estas reformas en sí mismas no representan una contribución determinante para construir la sociedad anarquista, es importante que la gente vaya tomando conciencia del potencial de la acción directa y de sus propias fuerzas. También esta práctica lleva a promover sentimientos de espíritu colectivo y de auto-organización, despierta la conciencia política y puede resolver problemas. Los anarquistas no piensan que las situaciones deben empeorar para que su opción triunfe, no juegan a agudizar las contradicciones del sistema, como decía el marxismo revolucionario. Si la gente se une para solucionar paulatinamente los problemas que hoy sabemos que el sistema es incapaz de resolver, y lo logra, tomará conciencia de sus fuerzas y así se dará cuenta de que puede tomar en sus propias manos muchas más responsabilidades de su propia vida, sin dejarlas a merced de sus “representantes” o a las auto-nombradas vanguardias del pueblo.

Claro que si reiteradamente las acciones emprendidas salen mal, pueden llevar a algunos a la frustración y a una desilusión total respecto a la humanidad. Hay bastantes ejemplos de estos desencantados parloteando en reuniones vecinales, asambleas o donde encuentren auditorio, siempre dispuestos a enfriar los ánimos de quienes se disponen a acometer alguna iniciativa de cambio. Sin embargo la esperanza de progresar nunca debe perderse, porque está en las propias manos de la colectividad hacerlo, no en las de quien ejerce el poder, sino en las de todos, teniendo siempre presente que el mejorar no debe reducirse a una simple ventaja económica.

¿De qué tipo de acciones hablan los anarquistas? Si hace falta una vivienda, la ocupación de una deshabitada o si el Estado posee tierras ociosas, instalar en ella un grupo que las ponga a producir. Así se desafía a la autoridad estatal y a la propiedad privada, mostrando su inutilidad. La ocupación demuestra con eficacia el disparate de que existan casas vacías o terrenos baldíos a la vez que hay gente sin hogar y sin trabajo. Por desgracia, el prejuicio popular, reforzado por las frenéticas campañas de los medios de des-información masiva en defensa de la “inviolable” propiedad privada, impide que la táctica “okupa” obtenga el apoyo generalizado necesario para un cambio real.

Las ocupaciones corren también el riesgo de convertirse en verdadero vandalismo, que es algo distinto del anarquismo. Son muchos los casos, y se ven a diario, donde la ocupación ha permitido un mejoramiento no sólo de la situación de los ocupantes, sino de las condiciones generales de la zona en que se realizó la acción por los beneficios comunitarios que se aportaron. Pero no faltan las que encubren actos de delincuentes disfrazados de necesitados, de traficantes de las ocupaciones o acciones políticas que persiguen la desestabilización en pos del poder o tomar venganza de enemigos. En ocasiones, como ha sucedido y sucede en Venezuela, se amparan las ocupaciones de propiedades de adversarios partidistas, a manera de revancha política, siendo que el Estado es el mayor terrateniente del país con varios millones de hectáreas sin trabajar, listas para otorgarlas en corruptas prebendas. Como en todo, los anarquistas no establecen una regla general de apoyo a una dada actitud, ni se rigen por abstracciones muertas sino que atienden a todos los elementos que convergen en ella y así como se apoyan muchas ocupaciones, bien se puede tener que criticar otras. Cada grupo anarquista, en vista de la particular situación, luego de enterarse de los pormenores y discutir con los compañeros, asume sus posiciones, pero sin seguir lemas vacíos de contenido o adherirse ciegamente a consignas que se dictan autoritariamente desde lejos del lugar de los acontecimientos.

La vida comunitaria del sitio donde se vive puede mejorarse de infinidad de maneras, convirtiendo áreas abandonadas en zonas de recreo y esparcimiento, organizando teatros callejeros, reuniones musicales, encuentros de charlas, compartiendo libros, etc. Para ello lo más importante es el deseo de hacerlo y si hace falta algún dinero, hay múltiples actividades que pueden realizarse para recolectar los fondos necesarios, como festivales, “cayapas” vecinales, conciertos, etc. Por supuesto, a menos que se habite bajo un régimen tolerante, este tipo de acciones pueden tener sus inconvenientes, pues difícilmente los que gobiernan aceptarán que se lleve consistentemente a la práctica esa vieja consigna de “las calles son del pueblo, no de la policía”, y tomarán las medidas del caso ante el progreso de la organización popular autónoma, a la que se buscará quebrantar con el garrote y/o la zanahoria, para lo cual se debe estar preparado. El Estado jamás permite que nada de esto se desarrolle sin intentar dominarlo y/o destruirlo.

Los anarquistas han soñado, y a menudo han participado y concretado, todo tipo de propuestas de autogestión, incluyendo un mejor aprovechamiento de la tierra, sistemas rotativos de trabajo, esquemas de colectivización de los productos, administración colectiva de fábricas, etc. Estas son una muestra de independencia y de la viabilidad de formas alternativas de intercambio económico, con un gran atractivo pero siempre exigiendo muchos esfuerzos y atención frente a los obstáculos, como el que representan los burócratas de alma que, con el pretexto del “realismo”, intentan desvirtuar ideas, anular iniciativas y hasta, en caso de haberlos, destruir sus beneficios auténticos haciéndolas parte del capitalismo.

La palabra autogestión encierra uno de los objetivos del anarquismo, pero hoy el estatismo la ha reducido a la búsqueda de fondos propios, sin que haya ninguna concesión real de poder en la elección de las metas, ni en la conducción autónoma a través de los caminos que el colectivo decida seguir para el logro de sus objetivos, ni siquiera en la administración de los recursos obtenidos. Así como se proclama “democracia participativa” al régimen en que unos pocos deciden y luego “participan” a los demás lo que tienen que hacer, la autogestión tal como la pregona el Estado consiste en que muchos consiguen los recursos y unos pocos deciden qué hacer con ellos. Sin embargo, el espíritu de autonomía que va con la autogestión consecuente es una de las aspiraciones anarquistas, que la promueve en todos los órdenes.

Siendo un aspecto tan significativo de la acción anarquista, lo recomendable es conocer más de la practica y la teoría de la autogestión libertaria, para lo cual en principio sugerimos ir a la abundante bibliografía sobre experiencias autogestionarias en la Revolución Española de 1936, al libro de R. Massari “Teorías de la Autogestión” (Bilbao, Zero Zyx, 1977), al website y al texto de Alejandra León: “Guía Múltiple de la Autogestión” .

Otra área principal de la actividad anarquista es la de involucrarse en campañas locales. Estas resultan útiles a la hora de desarrollar la conciencia publica, la capacidad de organización comunitaria, y pueden tener la virtud de invitar a la gente a pensar sobre cuestiones políticas. La movilización respecto al cambio de régimen de un servicio de transporte masivo de pasajeros (Metro, autobuses u otro), sea privatización o estatización, por ejemplo, hace surgir a la luz qué intereses político-económicos presionan por tal decisión, acerca de sus fundamentos como salida a los problemas que presente ese servicio, por qué debe predominar la búsqueda de rentabilidad por encima de la necesidad colectiva de transportación barata y eficiente, las corruptelas que impregnan las condiciones de precios e impuestos, etc.

Por desgracia, la gente a menudo se deja comprar por limosnas, confundir por la propaganda interesada o admite los cuentos de la "democracia representativa" y la política parlamentaria, con lo que acaban desvinculándose del asunto o engañados por las promesas. Esto puede llevar a la desilusión y a la apatía, o peor aún, al cinismo de los que viven de las migajas de la corrupción y el clientelismo municipal. Por eso, los anarquistas intentan asegurarse de que el resultado de cualquier campaña local sea el rechazo de soluciones impuestas, promoviendo la acción directa de los interesados y enfrentando las maniobras que pretendan delegar las decisiones en la voluntad discrecional de los representantes institucionales.

Este hincapié en la acción directa y la autogestión desde abajo es lo que ha hecho que tradicionalmente los anarquistas se hayan negado a participar en las engañosas campañas electorales. Nunca olvidan aquel dicho respecto a que “la elección de nuevos amos no nos hace menos esclavos”, por lo que adscribirse al juego de la democracia representativa es algo contradictorio para quienes no son demócratas sino ácratas. Más que juzgar como mejor o peor a este o aquel gobierno, los anarquistas consideran que todo gobierno es malo ya que desplaza el manejo de los asuntos que interesan a todos a unas pocas manos, que inexorablemente van a defender los intereses que convengan a la élite gobernante y la historia ha mostrado que los intereses de esa camarilla raramente coinciden con el de todos. Como decía la novela policial “Shibumi”, refiriéndose concretamente a Estados Unidos, cuando alguien llega a jefe de un gobierno, es porque moral o intelectualmente no merece serlo. Para los libertarios, carece de sentido gastar energías y fuerza espiritual para promover el ascenso de un individuo o grupo al poder, cuando bien pueden gastarse esas energías en beneficio de todos y cada uno, sin tener luego que lamentar engaños e incrementar desesperanzas.

Es difícil encontrar el equilibrio entre involucrarse para conseguir reformas inmediatas (con lo cual se promueve una creencia falsa en el Estado como fuerza benévola) y examinar las implicaciones a largo plazo de las acciones. Si se deja que la expectativa por resultados inmediatos se desmande, es fácil acabar creyendo en el reformismo, desesperados por contener de algún modo los males que afligen a la sociedad. Esto es comprensible, pero contraproducente a la hora de arrancar los males de raíz. Contentarse procurando mejoras en el sistema significa reforzarlo, y a la larga, aumentar la miseria humana. Si bien se da un paso a la vez y no siempre son posibles los grandes saltos, esos pasos no pueden ser azarosos sino que deben orientar, más rápido o más lento, en una dirección que debe ser la del bienestar colectivo permanente. Esto sólo es posible respetando la libertad y la igualdad en un marco solidario, fijando metas comunes y medios compartidos.

Cuando las condiciones locales se vuelven insostenibles, ocasionalmente se generan revueltas violentas (como el “Caracazo” de febrero de 1989 en Venezuela y tantas otras explosiones sociales que han sucedido antes y después en América Latina). Pero estos tumultos esporádicos, nacidos de la frustración y con poca o ninguna organización, no son particularmente revolucionarios ya que nada se puede construir sobre ellos. Si hubieran estado organizados, habría ocurrido una real insurrección más que una manifestación emocional. En cambio, la mayoría de las veces las fuerzas opresoras, que si lo están, terminan por aprovecharse para acentuar el sometimiento como sucedió en Venezuela, donde tras el estallido social hubo tal retroceso en los esfuerzos de asociación consciente de los desposeídos que se terminó por caer en liderazgos puramente personales, carismáticos e irresponsables, arbitrarios e impredecibles.

Entonces, ¿cómo se organizan los anarquistas? Los individuos se pueden reunir en grupos de afinidad ya sea por simpatías personales, por vecindad de habitación, por compartir lugares de trabajo o coincidir en problemas y soluciones con los demás integrantes de ese colectivo. Desde allí el paso siguiente es coordinar sus acciones con otros grupos que comparten ideas similares, no porque sea una obligación de cualquier clase o para que les digan lo que tienen que hacer, sino para discutir actividades compartidas. En cada caso, el grupo entero discute una acción particular, pero sólo aquellos que estén a favor la llevarán a cabo y siempre la participación es estrictamente voluntaria. Eso contrasta por completo con las células de las organizaciones marxista-leninistas, en las que el individuo tiene que aceptar la línea que baja desde el mando de su partido y obligatoriamente actuar en acuerdo con ella. A pesar de la crítica al marxismo, la mayoría de las formaciones políticas en Latinoamérica ha adoptado ese modelo de organización y la participación en cualquier tienda partidista, sin importar su ideología, implica como punto de partida la obediencia acrítica y la pérdida de toda opinión personal.

Entre los anarquistas sucede todo lo contrario. La oposición a una propuesta o la negativa a participar en alguna actividad, razonada y expuesta ante los compañeros del grupo, es simplemente la expresión de la autonomía de cada participante, sin acarrear ningún calificativo o sanción. Si la solidaridad está vigente, habrá otra oportunidad posterior en la cual quienes hoy no intervengan lo harán a plenitud. Asimismo, los que actúen no adquieren ningún privilegio por ello porque no tiene nada de notable seguir lo que su buena razón y pasión les señala como lo más idóneo. Ningún miembro de grupo tiene derecho a imponer sus personales decisiones, pero por supuesto que puede y debe defenderlas y tratar de convencer a sus compañeros de que las apoyen.

Para los anarquistas, el desacuerdo en un tema importante que nunca debe reprimirse ni pretender anularlo. A lo más, en caso de que las diferencias impidan mantener la previa afinidad y se tornen insuperables, simplemente significan la probable aparición de un nuevo colectivo, con el que se podrán seguir realizando acciones compartidas. Las discrepancias no tienen que significar ruptura total entre distintos grupos, ya que la idea es reforzar puntos y lazos en común, pero sin homogeneizar ni anular la diversidad en la que radica la riqueza de las decisiones. Por ello, en muchos países existen federaciones de diversos colectivos libertarios, que de este modo permanecen reunidos, no sometidos, en una instancia encargada de coordinar las acciones, pero manteniendo sus propios puntos de vista, lo que también opera cuando las instancias federativas son de orden internacional (como la Internacional de Federaciones Anarquistas o en la Asociación Internacional de Trabajadores ). Tal estilo de organización ya se ha generalizado en otras expresiones de la actividad política, como por ejemplo, en grupos de mujeres y en algunas asociaciones de vecinos. Si el anarquismo crece, cabe esperar que aumente esta forma de coordinación, con lo que nos acercaremos a una sociedad anarquista.

Grupos de personas en un vecindario, en un trabajo o en cualquier lugar donde haya actividades compartidas, pueden organizarse así para tomar decisiones que les incumben. En todo caso, pueden mandar delegados a encuentros a mayor escala. Pero en este aspecto los anarquistas han sido muy rigurosos a lo largo de la historia, porque un delegado es sólo eso, un portador de instrucciones que debe seguir al pie de la letra, un emisario del colectivo que representa, siguiendo claros y estrictos mandatos de lo que tiene que decir. Más aún, es norma que el cargo sea rotatorio, revocando los nombramiento regularmente o si alguno pretende auto-instituirse en líder e irrespetar la estricta condición de vocero que se comprometió a asumir. ¿Una idea irrealizable? Ya funciona en muchos grupos, a pequeña escala, y ha funcionado muchas veces en la historia. ¿Qué es lo que parece tan difícil? La razón de la dificultad está en la distorsión que el poder jerárquico ha introducido en nuestros pensamientos y por eso, algo que es tan natural parece implicar un cambio tan drástico en nuestros hábitos. Lo que se necesita para aplicarla es nada más – y nada menos - que una revolución total en la conciencia cotidiana. De esta forma, podría surgir un sistema anti-autoritario de organizar todos los aspectos de nuestra vida, desde la cuna a la tumba. Sería un tipo federalista de sociedad anarquista.

Comunicando el ideal

El anarquismo encuentra vital educar a la gente para una nueva sociedad. Algunos incluso dirían que es todo lo que cabalmente se puede hacer, porque intentar imponer la revolución con el esforzado activismo de una minoría es insensato dentro de la propuesta libertaria ya que, incluso con las mejores intenciones, eso sólo podría conducir a una nueva esclavitud y así lo ha mostrado la historia. Una verdadera revolución sólo puede hacerse si una gran mayoría, por no decir todos, la quiere y participa activamente en la creación de un mundo nuevo. Y si es una mayoría, debe ser muy cuidadosa de los derechos de la minoría que se le oponga.

Por supuesto, el anarquismo parte de la base de que tendría muchas más oportunidades si la gente reflexionase sobre los problemas y cuestiones que les propone para luego organizarse en concordancia. La confianza de los anarquistas en cuanto a que lo más razonable para quienes conocen su ideal es seguirlo, hace que una de sus prioridades sea difundirlo. Para ello, la educación en todos los aspectos juega un papel importante en la aspiración anarquista a un mundo mejor. Puede que la sabiduría no nos haga felices, pero los libertarios están seguros que la ignorancia no lo logrará. Por eso es absurdo presionar a la gente con sermones de catequista, o disertaciones sabihondas, o arengas de caudillo, pues más que meros seguidores se desean individuos que piensen, conozcan, critiquen y generen alternativas. Pocas cosas hay peores para el anarquismo que presentarlo como una doctrina de certezas absolutas. El anarquista no quiere predicar, sino hablar con la gente.

Este punto es de fundamental importancia, pues queriendo los libertarios comunicarse – en el más pleno sentido de la palabra – resulta que, probablemente, el síntoma más claro de la degeneración de la sociedad moderna es que la comunicación cada vez se hace más impersonal, más estandarizada y más unidireccional. La comunicación se ha convertido en un artículo adquirible: impulsos electromagnéticos y bytes que se compran en cintas de plástico, en discos compactos o en pantallas luminosas. Casi todos los medios de comunicación contemporáneos tienen dos cosas en común: se debe pagar para obtenerlos y no hay forma de participar en ellos: se mira o se escucha, nada más. El estímulo a la pasividad del receptor es una clara estrategia para reducir la posible rebelión de los sumisos.

La creencia anarquista en la libertad lleva a exigir libertad de expresión y libertad de prensa. Esto podrá sonar común, como si se tratara de una manifestación más de quienes pelearon contra las tradicionales dictaduras militares en América Latina. Ahora bien, buena parte de esos luchadores anti-dictatoriales cesan sus luchas y parecen satisfechos cuando consiguen que estas libertades se estampen en las leyes. Pero la mayoría de las veces, esto se reduce a que “ellos” logran esas libertades, puesto que son inalcanzables para los comunes mortales, y menos aún para "extremistas peligrosos" como los anarquistas. Y aunque sea posible decir (casi) todo lo que nos guste, no siempre en horas de máxima audiencia, o escribir sin obstáculos lo que queramos, no siempre publicado en la gran prensa, los dignatarios de las democracias en América Latina han desarrollado una peculiar sordera y ceguera ante opiniones contrarias, porque la gente no tiene organización para castigar a dirigentes que se hacen los desentendidos. A menos que haya una verdadera oportunidad de ser escuchado, la libertad de expresión poco significa, y por eso no preocupa a los poderosos concederla.

Los periodistas, trabajadores gráficos, escritores, técnicos y actores quizá deban jugar un papel muy importante en este aspecto de la lucha por una nueva sociedad. Está en sus manos decir la verdad (como queda en manos del público protestar cuando no se le dice) y deberían avergonzarse tanto de la basura que se ven obligados a producir, que tendrían que haber renunciado a sus trabajos si no los presionara la necesidad de subsistencia o los tranquilizase el conformismo. Pero también debería estar avergonzada la gente que adquiere esos mismos productos y con su consumo avala que se siga comerciando ese material que solo sirve para degradarnos. Es urgente que la industria de la comunicación se ponga al servicio de la concientización política, y que los trabajadores y el público determinen los contenidos de sus productos y no un grupo que persigue sus mezquinos intereses. Para ello, el papel de la audiencia es clave, porque nadie hace comida para cerdos si no hay cerdos que alimentar.

Debido a que los ámbitos comunicacionales están tan controlados por una oligarquía y un Estado que saben muy bien de la importancia de su poder, hay pocas probabilidades de difundir ideas anti-convencionales como las anarquistas a través de los espacios establecidos, por lo que se impone el esfuerzo adicional de encontrar alguna otra forma de propagar esta visión hasta que llegue el momento que la colectividad gestione los medios de comunicación. Además, la forma en que el ideal se comunica es casi tan importante como el ideal en si, ya que al permitir o promover la participación de la gente para que deje de ser mera audiencia y pueda expresarse por sí misma, el anarquismo impulsa un desafío directo a un sistema de poder que está decidido a mantener la docilidad colectiva.

El anarquismo ha sido empujado a los márgenes de lo social, por lo que ha tenido que crear sus propios medios para comunicarse. Naturalmente, todo ello a pequeña escala y por eso con cada panfleto, revista, fanzine, página web, emisión radiofónica, etc. alcanza a un grupo reducido de gente. La esperanza es que cada pequeña acción se vaya sumando. Después de todo, se piensa que mil panfletos o diez horas de radio no son un desperdicio si logran interesar a una sola persona de las bondades del mensaje libertario. Por otra parte, la multiplicidad de opiniones es el fundamento de la búsqueda anarquista por la mejor y más compartida solución, por lo que la diversidad de emisores - cada uno con su enfoque y su punto de vista - es siempre bienvenida, mucho más que una voz masiva y homogeneizadora.

Por lo tanto, difundir el ideal, es decir, “hacer propaganda", es y ha sido uno de los objetivos primordiales de la estrategia anarquista. Por encima de todo, una revolución anarquista requiere que la gente sepa lo que hace, por qué lo hace y que los otros estén enterados de sus motivaciones. Nadie puede ser obligado a ser libre, o se elige y se actúa por ello o no es verdadera libertad. Esta labor es más dura que la de los Testigos de Jehová, los Mormones, o cualquiera de los predicadores de diverso pelaje que van de puerta en puerta con la salvación en la mano. Para los libertarios es insuficiente decir a la gente lo que tiene que pensar: o piensan por sí mismos, o no se alcanzará el verdadero anarquismo. Siendo esto tan importante, se ha intentado en muchas ocasiones y de muchas formas distintas. He aquí varios métodos usados por los anarquistas:

La palabra impresa

El movimiento anarquista ha gastado cientos de toneladas de papel produciendo panfletos, revistas, periódicos y libros a lo largo de su historia. Sus publicaciones alcanzan las decenas de miles, algunas con una tirada excepcional y otras que apenas fueron leídas por un puñado de personas; unas pocas ocupan un lugar en la literatura universal y muchas han caído en el olvido para siempre. Una parte de esa vasta obra mantiene vigencia y debe seguir divulgándose, pero dado el carácter que hemos comentado de ser un ideal en continua re-elaboración, vivo, cambiante, siempre se necesita nuevo material libertario en cantidad y bien producido. Aquellos que quieran saber deben tener posibilidades de información a su alcance y una manera de clarificar las propias opiniones sobre el tema anarquista es tratar de exponerlas a los otros.

Los volantes, a menudo impresos rápidamente en fotocopia u offset para una acción concreta, son una posibilidad barata y simple. El estilo debe ser sencillo y directo; las ilustraciones, incluidas las fotografías, pueden agregarse para ganar atractivo, pero implican un gasto algo superior. Hoy día, gracias a las micro-computadoras y los sistemas de impresión conexos, cabe mejorar mucho su calidad gráfica y presentación, sin agravar los problemas de costos. De parecida hechura en la edición son los panfletos baratos y resumidos sobre temas particulares, que siempre pueden tenerse a mano cuando surja una conversación o debate sobre esos asuntos.

Un tipo especial de panfleto libertario que en años recientes ha ganado difusión es la tira cómica (“comic” o “comix”), en algunos casos como simple parodia de los “cartoons” más conocidos, que se usa como vehículo del mensaje anarquista. A veces con ello se busca también una estética y una expresión más creativa, que quiere trascender desde lo simplemente propagandístico hacia lo artístico.

Las revistas y periódicos pueden ser de dos tipos: aquellos de interés sólo para los que conocen algo de anarquismo, y los que apuntan a una multitud que todavía ignora sus propuestas. Mientras sean el refugio de grupos cerrados, la tendencia en las publicaciones ácratas ha sido concentrarse en textos para anarquistas ya convencidos, pero un signo alentador es que en sus páginas ganan cada vez más espacio los artículos destinados a sacudir las conciencias dormidas, señal del acercamiento de nuevos interesados en las soluciones anarquistas para los conflictos de hoy. Por ello, es importante mencionar el relativo renacimiento de la prensa anarquista (tanto en castellano como en otros idiomas) ocurrido a fines del Siglo XX, además de destacar la existencia de algunos medios impresos ácratas de gran calidad, con firmas de grandes pensadores del movimiento. Por otra parte, muchos libertarios están relacionados, como trabajadores o como columnistas, con publicaciones periódicas donde es posible escribir sobre el tema (Ver una lista con los más conocidos órganos de prensa anarquista en castellano en la última parte de “Anarquismo: utopía que renace”).

La publicación de libros y su distribución son también una parte importante del esfuerzo divulgativo. Para incentivar estos procesos, habría que superar el desinterés o desconocimiento que muestran tanto los editores comerciales como las bibliotecas públicas y académicas para poner obras anarquistas a la disposición de sus lectores, e incentivar la práctica de la lectura como el medio más adecuado para acceder a información sobre temas que exigen reflexión. También quedan muchos libros por escribir. En el mundo contemporáneo son absolutamente pertinentes trabajos sobre teoría del socialismo libertario, así como más análisis de la sociedad actual y de las estrategias adecuadas para su transformación radical. La ficción, la poesía, el ensayo y la crítica también entran en esta esfera de acción

Actos públicos

Hubo una época y algunos lugares en que las movilizaciones anarquistas de calle reunían a 30 o 40 mil personas en una sola ciudad. Hoy, sin aspirar a semejante convocatoria, los eventos abiertos al público - en ámbitos al aire libre o en recintos cerrados de muchas partes del orbe - vuelven a dar testimonio de la restaurada actividad del movimiento libertario. Se trata generalmente de actos de magnitud modesta comparada con aquellas jornadas, que adoptan diversos formatos (manifestaciones, conferencias, festivales, foros, presentaciones audiovisuales, etc.), donde de una manera u otra se ha ido catalizando un interés creciente por la teoría y la acción anarquista - particularmente entre la gente joven - que no ha dejado de ser reseñado por la TV y la prensa del poder, con la alarma y el amarillismo del caso.

La ocasión para tal revitalización de la actividad de calle de los ácratas se ha abierto cuando otras agrupaciones político-sociales e ideológicas renuncian a ella, bien sea por debilitamiento, por considerar que el cultivo de una imagen mediática vale más que la relación física directa, o porque son incapaces de enfrentar abiertamente a un público inquisidor. Como sea, los anarquistas de todo el mundo aprovechan estas oportunidades para hacer notar su presencia y divulgar sus ideas, ya que la participación del público da pie para eliminar prejuicios y facilitar que nuevos integrantes se acerquen al movimiento, o al menos llame la atención de algunos que empiecen a preguntar y a preguntarse qué significan la bandera negra y la A dentro del círculo.

Mención particular en la actividad pública merece el teatro anarquista, que en años recientes ha conocido manifestaciones tan relevantes como las obras del dramaturgo italiano Dario Fo (Premio Nobel de Literatura en 1997) o los montajes del “Living Theatre” de Julian Beck y Judith Malina. En buena medida se trata de un teatro agitador, que conmueve y cuestiona, buscando ser al mismo tiempo alternativa y continuidad de la actividad pública anarquista más tradicional, pues en buena medida está concebido para la calle y para hacer de su representación acto político; y aun cuando no sea posible para todos alcanzar el nivel de calidad escénica de los mencionados, se ha abierto una posibilidad comunicacional que están explorando diversos colectivos libertarios, cuyo trabajo también indaga en otras expresiones de la escena como la danza, los títeres, el café-concert, el performance, el happening y la mímica. Esto es así por cuanto el anarquismo entiende que el arte no debe ser meramente un aspecto decorativo de la vida, sino una manifestación creativa de la misma, que debe vincularse a lo que nos conmueve o hace felices

Internet, ciencia y tecnología

Ahora tenemos también las posibilidades que ofrecen las computadoras e Internet. Hay un animado debate entre muchos anarquistas respecto a los riesgos y perspectivas que entraña el uso de estas tecnologías en la difusión del ideal libertario (ver “Computadoras y Anarquismo” y “¿Existe una Tecno-Anarquía?” ); pero lo cierto es que ha sido un terreno muy concurrido y utilizado por los ácratas del mundo entero, quienes han volcado mucha creatividad en este ámbito, produciendo multitud de páginas web en diversos idiomas y con información abundante sobre el anarquismo y temas afines. También se han aprovechado otras modalidades en la red como los canales de IRC o “Chat”, la radio en Internet, las tele-conferencias y, de modo muy importante, el correo electrónico, que ha permitido construir foros internacionales de noticias, discusión e intercambio que figuran entre los más concurridos y animados del ciberespacio. (Ver una panorámica de la presencia mundial del anarquismo en la WWW en ).

Es cierto que el problema de los costos y requerimientos de “hardware” y “software” necesarios hacen que el acceso a esta posibilidad sea en muchos casos difícil, especialmente para la generalidad de los habitantes del Tercer Mundo, aunque algunos de esos inconvenientes se han ido superando, individual o colectivamente. No hay duda de la ventaja de abrir una vía de intercomunicación instantánea entre grupos y personas anarquistas de todo el planeta, ya que esta técnica se adaptó fácilmente a una dinámica de coordinación federada que desde siempre ha existido en el movimiento libertario. Frente a las muchas dificultades de difusión masiva del ideal anarquista, Internet es un medio, en rápida expansión, que la facilita. Es de reconocer el espacio de discusión, información directa e igualdad que representa Internet, sin ningún mando que la domine todavía a pesar de los esfuerzos por controlarla y usufructuarla que se han hecho desde diversas instancias de poder.

Vale diferenciar entre la presencia anarquista en la red de redes y la ideología “cyber-libertarian”, de origen derechista y neoliberal que, particularmente desde Estados Unidos, se trata de imponer como modelo intelectual dominante en Internet. Los “libertarians”, anarco-capitalistas, tienen una versión particular del anarquismo en tanto que ven en el Estado la única entidad de supremacía opresora en la sociedad, sin reconocer que hay otras expresiones de dominación jerárquica como el poder de las empresas capitalistas, las instancias y usos culturales autoritarios o las religiones institucionalizadas, todas las cuales exigen para constituirse y preservarse la existencia de un régimen político-social de opresión como el que les garantiza el Estado. La abolición del Estado para el anarco-capitalismo se traduce en una privatización de las funciones que sustentan su poder, sin alterar para nada la esencia opresiva de dichas funciones, que pasan a someterse a las reglas del “libre mercado”.

En Internet, los “cyber-libertarians” presentan una idílica reivindicación de la red de redes, como espacio máximo de libertad, que debe ser defendido de agresiones. Esas amenazas, según ellos, sólo provienen del poder estatal y afines, sin hacer mención de la discriminación socio-económica que caracteriza al acceso a este medio, como bien constatamos en América Latina, ni a los esfuerzos de someterlo al control y a los criterios de rentabilidad del gran capital. Sin duda que esta visión parcializada resulta de las particulares condiciones de sus expositores en un país que siendo el centro dominante disfruta de todas las ventajas que puede producir el capitalismo, muy diferente de otras regiones que pagan los costos de esa hegemonía imperial.

Como Internet es una de las expresiones más claras del papel de la ciencia y la tecnología en la sociedad en que vivimos, aprovecharemos este apartado para agregar a continuación un somero comentario sobre ese tópico según la perspectiva anarquista, no sin antes recomendar a los interesados que lean los trabajos de Murray Bookchin en referencia al tema, tanto en las diversas traducciones publicadas en castellano de sus libros como en .

A pesar de que muchos libertarios han encontrado medio para la difusión de sus perspectivas en el movimiento ecologista – donde suele predominar una visión crítica y a veces hasta negativa del tema - el anarquismo siempre ha considerado a la ciencia y a la tecnología positivamente, como ámbitos en los que también cabe expresar los ideales. Se trata de resultados de un hacer de la humanidad que deberían estar destinados a la solución de sus problemas materiales, permitiendo que pueda liberarse del yugo que implica obtener los medios para la subsistencia. El homo sapiens ha sido históricamente una especie sujeta a contingencias nacidas del entorno natural (hambre, enfermedades, desastres geológicos o meteorológicos), cuyo impacto negativo se multiplica por la opresión y desigualdad social. La ciencia y la técnica pueden ser elementos para liberarse de tales limitaciones naturales y permitirle no sólo sobrevivir sino vivir bien, trabajando menos, en condiciones más confortables, alargando su vida y sanitariamente protegido. Por eso es objetivo de los anarquistas que allí trabajan oponerse con todo vigor a que los procesos científico-tecnológicos se orienten según los intereses de los poderes dominantes a la creación de instrumentos de lucro y dominación, cuando podrían originar herramientas de bienestar y liberación. Como en tantos otros aspectos, el objetivo es poner estos desarrollos al servicio de la felicidad humana, no anularlos, impidiendo que sigan siendo artificios que acentúen la esclavitud y la miseria. Nada más ejemplar de lo que decimos es la injusticia que representa, frente a la masiva difusión del SIDA en África, que las vidas de millones estén supeditadas a que consigan el dinero para pagar las costosas medicinas que enriquecen groseramente a las transnacionales farmacéuticas.

Música
La música rebelde o revolucionaria tiene una historia mucho más antigua que la que puedan imaginar desmemoriados jóvenes de hoy o hippies y radicales jubilados de ayer. Créase o no, muchas óperas de los Siglos XVIII y XIX giran en torno a temas revolucionarios. En el 1600 la difusión de la flauta dulce, asociada con el dios Baco, fue considerada pecaminosa, mientras que en la década de 1730, la posesión de un instrumento musical en Inglaterra estaba vetada para los estamentos sociales más bajos. Desde la Edad Media los músicos errantes eran verdaderos agitadores sociales, llevando de un lugar a otro las noticias del descontento. A finales del XIX y en el primer tercio del Siglo XX, los payadores libertarios gauchos eran cronistas y heraldos de las luchas agrarias en el cono sur latinoamericano, mientras que muchos autores de tangos y milongas eran miembros activos del movimiento anarquista y expresaron en sus obras la fuerza de sus ideas, como así también en luchas gremiales exitosas. Las canciones de los zapatistas y los magonistas en México, aún cantadas hoy, fueron manifestación de sentimientos anarquistas. En Venezuela los toques de tambor en tiempos de la esclavitud siempre estuvieron en la mira de autoridades que los consideraban pretexto para revueltas y “rochelas” o fugas masivas, y hasta no hace mucho la gaita zuliana fue un modo de expresar descontento social, lo que pone de manifiesto que ha sido bastante la música popular protestataria de contenido libertario o afín.

Muchos anarquistas eligen la música como medio de comunicación con la gente. Es una forma de actividad llamativa para difundir las ideas, y además es divertido hacerla, por lo que ahora es casi permanente su presencia en los actos públicos. Por desgracia, bastante de la actual música que se presenta como anarquista, ni es anarquista ni es música, pero hay alguna buena, y hasta incluso muy buena. Por supuesto, la valoración de la calidad será en buena medida cuestión de gustos, particularmente con respecto a los estilos musicales que prefiera o deteste quien juzgue. Pero la gran diversidad de expresiones anarquistas en la música permite que siempre se pueda encontrar el mensaje en alguna manifestación artística que nos agrade.

La música tiene la fuerza de apelar a las emociones directamente. Es posible comunicarse de una forma más básica. También se puede utilizar para hipnotizar y manipular a la gente, pero eso no es lo que buscan los músicos anarquistas. Lo que se persigue es hacer que la música llegue a la gente, pero no sólo pasivamente, como simples consumidores, sino animarles a que cada uno pueda intentarlo, que pueda sacar a relucir su creatividad artística y la ofrezca a los demás. Lograr que cada grupo sea capaz de disfrutar la música oyéndola, pero también pudiendo interpretarla generando las destrezas y las oportunidades de hacerlo.

En este sentido las posibilidades de la grabación independiente y la distribución cooperativa son muy llamativas, en particular considerando el abaratamiento que han sufrido las tecnologías de reproducción sonora más avanzadas. Para los libertarios es necesario crear circuitos alternativos que desafíen a los oligopolios del negocio musical y para ello se debe propiciar el contacto directo entre los intérpretes y el público en conciertos y encuentros de toda clase, superando las restricciones que imponen los grandes empresarios del ramo.
Artes plásticas

Las obras (pinturas, esculturas, cerámicas, etc.) expuestas en las galerías han sido descritas como arte de museo; pues son objetos para ser admirados a la distancia, y a lo más comprados y vendidos. De esta forma los intereses dominantes separan el arte de la vida y de la gente. Ese arte sólo justificable por nebulosas elucubraciones estéticas y secas cotizaciones de mercado, es lo mejor que este sistema puede ofrecer. El arte como actividad creadora colectiva para la transformación social no podría entenderse ni permitirse más allá de lo que pueda controlarse.

Para el anarquismo, siempre hay una necesidad imperiosa de que la gente libere sus capacidades creativas, y ha insistido en poner en práctica este principio cuando actúa. Una forma de materializar este anhelo, esta expresión de las potencialidades de los individuos es el trato con el arte. En aquellos lugares y momentos donde el socialismo libertario orientó amplios movimientos de masas, durante el primer tercio del siglo XX, junto a sindicatos y organizaciones sociales siempre coexistió una amplia gama de instancias artístico-culturales, como los ateneos libertarios en España o Argentina, en los que los miembros tuvieron oportunidad de familiarizarse con las diversas formas de arte y desarrollar sus propuestas. Los anarquistas piensan que se pueden encontrar formas de trabajar para el movimiento sin excluir la creación artística, porque a través de la obra de arte se puede llegar a dimensiones que no permitirían otras maneras de expresar las propias ideas y sentimientos. Los resultados de esta actitud van del movimiento DADÁ a la formación de cientos de músicos, pintores, poetas, escritores y escultores que dieron belleza el mundo naciendo de un taller de arte anarquista.

BASES DE LA PERSPECTIVA ESTÉTICA DEL ANARQUISMO

El arte como expresión indispensable de la vida de los pueblos, en tanto fusiona la imaginación con el trabajo - la actividad humana y humanizadora por excelencia -, habiendo sido y pudiendo ser "trabajo liberado y liberador".

El arte como libertad creadora en acción y experiencia esencial del imaginario colectivo.

Reivindicación del "arte en situación", del acto creador por encima de la obra en si, y, en síntesis, de la supresión de todo lo que separa a arte y vida.

Crítica al arte sometido a los apremios del Estado y/o las clases dominantes, planteando una relación inversa entre desarrollo artístico pleno y vigencia de poderes autoritarios en una sociedad.

Crítica al culto de la "genialidad artística" individualizada, en tanto expresa dogmatización del gusto, limitación para el desarrollo de nuevas formas de arte y negación de posibilidades colectivas de creación.

Diferencias con la estética marxista ortodoxa en cuanto a:

- visión del compromiso social del arte y el artista; exigiendo vincularse a la lucha por la libertad y la igualdad, pues el combate por la Anarquía es también por un arte libre de constricciones que lo empobrecen y someten, en lo básico originadas en el poder;

- relaciones entre forma y contenido en el arte; no se establecen cánones preceptivos en forma o contenido (tipo “realismo socialista”), se llama a la experimentación (“culto a lo ignoto”) sin despreciar lo que hay de vital en la tradición (“culto a lo conocido”); y

- interpretación del fenómeno artístico; aceptando que el arte tiene obvias raíces histórico-sociales, el anarquismo reivindica la autonomía de su proceso creador, ya que explicar la actividad artística por un determinismo estrecho coarta su función innovadora y subversiva.

Radio, cine y TV

Entre los diversos espacios en que desarrollaron su actividad los movimientos libertarios de la primera parte del siglo XX estuvieron la radio y el cine, pues se entendían sus posibilidades para difundir el ideal y generar reflexión y/o adhesión. Pero al declinar la incidencia socio-cultural del anarquismo, su presencia prácticamente desapareció o fue desterrada. Caso singular es el de la TV, en la que ni siquiera pudo asomar por décadas, excepto cuando se difunden obras, originalmente destinada a otros medios, que tienen un contenido libertario.

Esa desaparición fue tan drástica que, llegando la última década del siglo, la discusión sobre análisis o posibilidades alternativas en cualquier campo, normalmente ignoró la participación de anarquistas en los medios audiovisuales y hasta la mención de la palabra, excepto en su matiz peyorativo. Es casi seguro para cualquier lector de mediana edad que habrá tenido en su televisión o en su radio a voceros de todas las tendencias políticas, desde militares derechistas hasta guerrilleros marxistas, religiosos recalcitrantes de diversas confesiones o ateos declarados, psicólogos sociales de todas las tendencias, a economistas neoliberales o socialistas, pero nunca escuchó o vio a un anarquista. Pero desde 1990 ocurren cambios sociales, políticos y culturales que reactivan en cierta escala al movimiento libertario y vuelven a poner en el tapete la riqueza de sus ideas y propuestas.

Pero al anarquismo tampoco se desvive por entrar en el “show business” y le interesa más que todos se involucren. Hoy surgen posibilidades tecnológicas que abaratan costos de producción, lo que confluye para que nuevamente el anarquismo pueda tener presencia – pequeña pero en sostenida expansión por todo el planeta – en la radio, el cine e inclusive en iniciativas de TV comunitarias, alternativas y hasta específicamente anarquistas. En cada vez más sitios del mundo, ante la ausencia de horizontes claros, el aporte permanente de los anarquistas en todos los órdenes (incluyendo en estos medios de comunicación colectiva) no puede ya ser ignorado.

Siendo aún limitada en cantidad y estando por lo general confinada a áreas de difusión al alcance de las posibilidades cuasi-artesanales de que dispone, la incidencia del anarquismo en la radio, el cine y la TV actuales no obstante es cualitativamente significativa en las alternativas y experimentos más dinámicos (movimiento de las radios libres y comunitarias, cine de vanguardia, “TV de guerrilla”, experiencias multimedia autogestionadas, uso de Internet como vehículo para estos medios, etc.); de manera que una propuesta que en las décadas de 1950 y 1960 se anunciaba como históricamente cancelada, ha resurgido con las más ricas posibilidades para el futuro inmediato.

Otros medios de comunicación

Este título tan vago quiere cubrir medios de expresión heterodoxos que van desde las chapas hasta los graffittis, pasando por las franelas o camisetas estampadas y las calcomanías o pegatinas, a los cuales han tenido que recurrir los colectivos ácratas motivados en buena medida por la escasez de recursos para asumir otras posibilidades más costosas y elaboradas de divulgación. Por su misma precariedad y limitadas dimensiones, este tipo de medios sólo permite mensajes simples, lo que para los libertarios en particular ha sido entendido como posibilidad de promover sus consignas y símbolos esenciales, tarea en la cual el anarquismo de estos tiempos se encuentra ante un resultado sorprendente para sus modestas posibilidades, pues sus signos ya comienzan a ser parte común del paisaje urbano contemporáneo y del entorno estético con que se rodea a un amplio sector de jóvenes. Ciertamente, en un momento de la historia en que tanto se ha hecho para cubrir en el olvido al movimiento, estos medios sirven porque para muchos representa la única manera de tomar conocimiento de la existencia de un tesoro de ideas que hay que descubrir.

La misma exitosa difusión de estas manifestaciones – como la presencia de la A en el redondel en cientos de paredes de calles y sitios públicos de localidades donde no hay actividad anarquista organizada, o en el atavío de multitud de adolescentes que practican la moda del anti-convencionalismo – ha impuesto a los libertarios la necesidad de multiplicar sus esfuerzos por aclarar que su propuesta no es simple pose estética de rebeldía sin causa o de nihilismo juvenil como en las películas hollywoodenses, de manera que quienes entren en contacto con la simbología y los lemas impactantes también reciban – o sepan donde encontrar – informaciones más explicativas sobre el socialismo libertario. La meta es lograr que quien porte el emblema sepa y sea consciente de lo que ese símbolo expresa.

A modo de resumen...
Este texto apenas se ha propuesto esbozar, en términos actuales y desde una óptica latinoamericana, los elementos esenciales de la acción anarquista. Por su declarado objetivo de ser un sumario básico e introductorio, no se hizo una consideración más detallada de cómo el anarquismo define su estrategia para lograr la transformación revolucionaria. Pero la idea de escribirlo y llevarlo a los lectores era estimularlos a sacar sus propias conclusiones, de manera que ellos mismos – al llegar a este punto – comenzaran a avanzar en esa profundización, que por lo demás sólo es posible si la reflexión de lo expuesto se complementa con la lectura de textos más analíticos que éste en la expresión del ideal libertario, con el esfuerzo por conocer la historia rica, sorprendente y olvidada del movimiento ácrata, con el conocimiento de cómo los libertarios han hecho de sus vidas el mejor libro para leer sus ideas y, lo más importante a nuestro entender, con la aproximación a la práctica contemporánea del anarquismo.

En ningún modo estamos hablando de un movimiento de existencia puramente testimonial, como escribas adversarios o desinformados insisten con curiosa vehemencia tratándose de un supuesto cadáver histórico insepulto. Careciendo por el momento de la concurrencia masiva en sus filas que tuvo en el pasado - lo que no se excluye pueda ocurrir en el futuro -, el anarquismo revive como presencia cultural e intelectual que conlleva un reto frontal frente a la estructura de poder vigente, proporcionando herramientas teóricas y opciones prácticas para quienes con fundadas razones rechazan el “happy end” de la globalización, el “fin de la historia” y el pensamiento único.

Por lo tanto, más que en los volúmenes de sus pensadores claves, más que en la historia extraordinaria de personajes y gestas que lo han caracterizado, debe buscarse al anarquismo en su práctica de este comienzo del Siglo XXI, que es donde también podremos atisbar la posibilidad para alcanzar esa esquiva idea humana de la utopía racional y razonable de la libertad con igualdad, solidaridad mediante.


Publicado el 29 de diciembre de 2018

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