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Habitualmente las dos ideas más extendidas y equivocadas acerca de lo que es la anarquía son las siguientes. La primera es la que concibe la anarquía como caos, desorden, violencia, etc., y que únicamente refleja el desconocimiento de una filosofía política que plantea un modelo de sociedad sin gobierno, basado en una convivencia no forzada. La segunda es que la anarquía constituye una utopía social y, por tanto, una aspiración muy deseable pero imposible de alcanzar. Las razones que se aducen para sostener este punto de vista son de lo más variadas, y no son motivo de atención en este artículo. Sólo cabe destacar que incluso entre algunos anarquistas está bastante extendida la idea de que la anarquía es una utopía, algo que en el fondo refleja una falta de confianza en la viabilidad del tipo de sociedad que propugnan.
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Por el contrario, en este breve texto se pretende demostrar que la anarquía no es una utopía, sino que más bien es una realidad tangible que es susceptible de ser extendida más allá de los ámbitos en los que hoy permanece circunscrita, y pasar a definir así el orden de una sociedad sin gobierno ni relaciones de poder. Para demostrar esto se plantea desarrollar un análisis en tres niveles diferentes de la realidad: el del individuo y las relaciones interpersonales; el de la sociedad; y el de la esfera internacional.
La anarquía significa la ausencia de una autoridad superior que regule y supervise las relaciones de las personas y los colectivos humanos, de forma que dichas relaciones se desarrollan a través del mutuo consentimiento y la libre asociación en un contexto de ausencia de coerción. Son relaciones en las que no existe el poder, entendiendo por poder cualquier relación social basada en la fuerza o en la amenaza creíble de utilizar la fuerza para conseguir un determinado resultado en el comportamiento de los demás que de otro modo no se produciría.
En el nivel del individuo la anarquía está muy presente. Esta se manifiesta en las relaciones interpersonales, tal y como ocurre con los lazos de amistad, las relaciones afectivas en la pareja, el compañerismo en el ámbito académico, profesional, deportivo, etc., las relaciones de vecindad y, en general, en todas las relaciones que el individuo mantiene con otras personas de forma voluntaria. Estas relaciones no están supervisadas ni reguladas, y la persona puede iniciarlas y finalizarlas cuando estime oportuno. En este sentido puede hablarse de anarquía en el marco de las relaciones interpersonales.
Ciertamente este tipo de relaciones están limitadas por el contexto político y sociocultural en el que se desenvuelven. Así, en Estados totalitarios o teocráticos, como China o Irán, el control sobre las relaciones interpersonales es mayor debido a las características de estos regímenes. Esto contrasta con los sistemas demoliberales donde el intervencionismo es menor, a pesar de lo cual el Estado intenta monopolizar estas relaciones a través de sus regulaciones, para lo que promulga innumerables leyes que abarcan todos los ámbitos de la vida humana. En otros contextos en los que el Estado es débil o tiene poca presencia son otros actores los que desempeñan un papel dominante como sucede con mafias, tribus, caciques, religiones, grupos armados, etc.
En el nivel de la sociedad cabe decir que la anarquía estuvo más presente en el pasado que en la actualidad. Los ejemplos de grupos humanos relativamente extensos que se organizaban en ausencia de gobierno son muy numerosos, y existe conocimiento de esto gracias a los estudios antropológicos y etnográficos. Pedro Kropotkin dio debida cuenta de este fenómeno al examinar las sociedades primarias en su obra El apoyo mutuo. Pero junto a su trabajo están las investigaciones de otros autores que abordaron casos concretos. Algunos ejemplos son las investigaciones de David Graeber en Madagascar, las de Harold Barclay en Sudán, las de Pierre Clastres en la Amazonia, las de James Scott en el sudeste asiático, las de Brian Morris en África central y el sur de Asia, etc. Al fin y al cabo no hay que olvidar que el ser humano ha vivido la mayor parte de su existencia en ausencia de gobiernos y Estados, pues estos son una creación relativamente reciente.
Actualmente todas las sociedades viven dentro del territorio de algún Estado. A pesar de esto existen sociedades primarias que llevan una existencia al margen de las regulaciones que imponen las autoridades estatales. Esto sucede en algunos lugares de Sudamérica, África y Asia. Sin embargo, estos casos son la excepción debido al enorme poder que concentran los Estados actuales gracias a los recursos que logran extraer de la sociedad, así como por los avances tecnológicos a su disposición. En cualquier caso todavía persisten ámbitos en los que, pese a la gran cantidad de regulaciones e injerencias burocráticas, la sociedad desarrolla actividades de un modo más o menos anárquico. Esto es lo que sucede en el terreno de los intercambios, sean estos de carácter comercial o de otro tipo cuando se transaccionan ideas, información, bienes, servicios, etc. Este tipo de interacciones suelen producirse de forma consentida en los términos acordados por las partes.
En último lugar se encuentra el nivel internacional. En este ámbito no existe un gobierno mundial por encima de los países que regule o supervise las relaciones que se desarrollan entre estos. En la práctica existe lo que en la disciplina de Relaciones Internacionales se conoce como anarquía internacional. La anarquía opera aquí como un principio ordenador debido a la ausencia de una autoridad central. Esto no significa que el entorno internacional sea esencialmente caótico y desordenado, sino que se organiza de un modo en el que nadie reclama, y nadie reconoce tampoco, el derecho a gobernar a todos los países del planeta.
La anarquía internacional no excluye la existencia de normas internacionales que los países acuerdan entre ellos, y cuyo cumplimiento depende exclusivamente de su aplicación voluntaria. No existe ninguna entidad superior con la capacidad y el derecho a obligar a un determinado país a cumplir dichas normas o acuerdos suscritos. Esto último sólo sería posible si un país o grupo de países decidiese utilizar la fuerza para obligar a un tercero a acatar dichas normas. Este tipo de escenario es poco habitual, y lo más frecuente es que se recurra a mecanismos de exclusión que impiden que cuando un país no cumple con las obligaciones suscritas tenga acceso a determinados recursos, espacios de decisión e interlocución, etc. Por tanto, el derecho internacional es esencialmente voluntario, y únicamente vincula a los países en la medida en que estos así lo desean.
Por otro lado, las organizaciones internacionales son en su totalidad instituciones intergubernamentales en las que las decisiones son tomadas exclusivamente por los países miembros. Por tanto, los órganos ejecutivos de estas instituciones carecen de poderes propios y dependen en todo lo esencial de los Estados miembros que son los que establecen los mandatos bajo los que operan. Las decisiones que se toman en estas instancias suelen concretarse en tratados, acuerdos, etc., que conforman el derecho internacional. En este sentido las organizaciones supranacionales (ONU, UE, OTAN, OMC, FMI, etc.) no menoscaban el carácter anárquico de la esfera internacional.
A tenor de todo lo antes expuesto puede concluirse que la anarquía es una realidad muy presente a diferentes niveles, lo que demuestra que no se trata de una utopía, a pesar de que las condiciones en las que tiene lugar la limitan considerablemente. La existencia de Estados, con sus correspondientes gobiernos e instrumentos de dominación, constituye el principal impedimento para que la anarquía sea el principio ordenador del conjunto de la sociedad en todas las esferas de la vida humana, tal y como propugna el anarquismo. Sin embargo, nada de esto significa que la anarquía sea una utopía, sino que, por el contrario, es perfectamente viable al ser ya parte de la realidad.
Las utopías son, en general, un producto racionalista de los intelectuales completamente desconectado de la realidad, lo que explica en gran medida que sean imposibles de materializar, o que incluso posean un marcado carácter negativo que en la práctica las convierte en distopías. La anarquía, por el contrario, está apegada a la vida al manifestarse en las prácticas que articulan muchas relaciones sociales. El anarquismo únicamente da concreción teórica a esos aspectos anárquicos que están imbricados en la vida de las personas y de los colectivos humanos, lo que hace de este el faro de la humanidad que ilumina el camino hacia su emancipación.
Esteban Vidal