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“Ucrania no es un Estado nazi, como afirma Putin, sino una democracia imperfecta”, decía un periodista, pero a diferencia de otras, la extrema derecha y los neonazis tienen un peso militar institucionalizado por el gobierno y las fuerzas de seguridad, como el Destacamento de Operaciones Especiales Azov en 2014, transferido posteriormente a la Guardia Nacional. Una extrema derecha que dispone de tanques y legalidad es un auténtico peligro no sólo para los pro-rusos, sino para la izquierda y otros sectores sociales como romanís o LGBT.
El movimiento Azov fue fundado en Maríupol, junto al mar de Azov. En 2014 se consolidó con Andréi Biletski -ex-líder del neonazi Patriota de Ucrania- en la batalla de la Plaza Independencia (Maidán) de Kiev, contra las brutales Berkut. En 2010, Biletski había dicho que el papel de Ucrania sería «guiar a las razas blancas del mundo en una cruzada final (…) contra los “untermenschen” [subhumanos] dirigidos por los semitas». Ultras del Dínamo de Kiev, como Denis Projipenko -el comandante de la resistencia de Mariupol-, hooligans convertidos en combatientes como los hinchas del FC Metalist Kharkiv, que ocuparon la sede del gobierno de Kharkiv o el grupo policial con “tareas específicas” nacido del Sect 82, engrosaron sus filas; la revuelta y la guerra le dieron el escenario; y oligarcas como Liashko Oleg Valerevich, el dinero para financiarlo. El otro oligarca y empresario “padrino” de batallones territoriales mercenarios fue, en 2014, Kolomoisky Igor Vasielevich.
Tras la impotencia del ejército en Crimea, el Azov combatió la insurgencia armada prorrusa en el Este, por lo que recibió el alarmante reconocimiento de un “agradecido estado”, que lo legitimaba con su incorporación a las fuerzas de seguridad y le cedía un edificio junto al Maidán, como cuartel y centro de reclutamiento, la Casa Cosaca. Para ampliar la base, Azov bajó su tono y muchos se incorporaron sólo por sus virtudes marciales, sus tatuajes con la calavera de las SS, runas de relámpagos, el Sonnenrad –sol negro del nazismo esotérico- o la runa Wolfsangel de la división SS Das Reich, símbolos oficiales de Azov. Y junto las artes marciales y la estética, la música. El Asgardsrei, un festival de black metal nacionalsocialista (NSBM) que tiene lugar todos los diciembres en Kiev. Iniciado en Moscú por la extrema derecha rusa de Alexey Levkin, se trasladó con él a Ucrania en 2014 cuando Levkin fue a luchar con el Batallón Azov. En 2019 era ya un elemento básico del calendario musical de extrema derecha y un encuentro internacional donde escuchar canciones abiertamente nazis o antisemitas, o escuchar grupos como el neonazi ruso en el exilio, Wotanjugend, nazi esotérico, que comparte con Azov su cuartel general de Kiev, lucha a su lado y tradujo y difundió una versión en ruso del manifiesto del francotirador nazi de Christchurch (que asesinó a más de 50 personas en 2019). Las redes estaban tendidas para crecer: de unos 800 voluntarios a fines de 2014, pasó a 4.000 a fines de 2016 organizados primero en regimiento y luego en brigada con varias unidades.
La incursión del nazismo en el entramado militar, llega a altos círculos. En 2021, se informaba de que, en la Academia Nacional del Ejército, centro de la asistencia occidental al país, estaba la Centuria, una orden de oficiales militares «tradicionalistas europeos«, con el objetivo de remodelar las fuerzas armadas según líneas de derecha y defender su «identidad cultural y étnica».
El intento de Biletski de fundar un partido político –Cuerpo Nacional– no tuvo éxito, y ni siquiera un bloque unido de partidos de derecha y extrema derecha logró superar el bajísimo umbral para la representación parlamentaria en la última elección: la ultraderecha no obtiene respaldo social. Y quien lo tuvo, Svoboda -fundada en 1991 como Partido Social-Nacional de Ucrania, continuador de Bandera- que llegó a tener 37 escaños en 2012, en 2019 sólo obtuvo uno. Pero la guerra reaviva todos los grupos de extrema derecha desde el Karpatska Sich (Sich de los Cárpatos) (que milita contra la minoría de lengua húngara del oeste, incluido el pueblo roma, y ha recibido críticas del gobierno húngaro), al grupo ortodoxo oriental Tradición y Orden, el neonazi C14 o la milicia Freikorps.
También son preocupantes las conexiones de Azov con la extrema derecha europea y norteamericana, que van a entrenarse y a luchar a Ucrania, como la División Misántropa de neonazis occidentales que luchan junto a Azov. A Occidente le parecen útiles los nazis ucranianos: así la Academia Europea de Seguridad (ESA), con sede en la UE, ha entrenado tanto a miembros de Azov, como de Tradición y Orden, Cuerpo Nacional y Milicia Nacional. TV3 denunciaba la presencia en Catalunya de un grupo con sede en Rusia conectado con el mundo de las artes marciales mixtas (MMA) sólo para personas blancas y organizaciones paramilitares de Ucrania: el Programa de Entrenamiento Padre Navidad (PPDM en ruso). Y en octubre 2017, Público denunciaba el ofrecimiento de un grupo de paramilitares ultraderechistas ucranianos para “defender la unidad de España”.
No minimizamos para nada a la extrema derecha. Al contrario, sabemos que son. Fueron fascistas ligados al aparato de estado franquista quienes asesinaron a nuestra compañera Yolanda González en 1980. Pero por eso, insistimos en que es la guerra de Putin para “desnazificar” Ucrania, quién más la “nazifica” permitiendo a Azov recuperar su antigua importancia ligada a la tenaz defensa de Mariupol. Pero, a diferencia del pasado, la resistencia popular permite la reorganización de la izquierda ucraniana que será la única llamada a acabar con el nazismo en su país.
Publicado originalmente en suplemento de Lucha Internacionalista No. 179, mayo 2022.