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Su Santidad nos ha pedido paciencia.
Eso, es lo que nos han dicho “nuestros” negociadores.
Mientras, el Santo Padre bendice en Roma
al dueño de la ignominia cívico-militar que nos oprime,
como prensa,
calculada y mecánicamente exacta,
a vuelta de tuerca.
Su Santidad pide paciencia, y,
pacientemente,
doce niños mueren por desnutrición
en La Guajira.
¡Gracias a Dios! -logramos decir-, pues, por lo menos,
no fueron quemados por un General de Tres Estrellas ya que,
eso impediría su ingreso al Paraíso donde, sabemos que ahora están,
al tiempo que,
Su Santidad selecciona del menú que le muestra
una sonriente y diligente monja,
lo que será su muy frugal desayuno:
panecillos tostados en salsa de ajo y aceite de oliva extra Virgen;
huevos a la francesa, servidos en diáfanas copas de cristal holandés,
y un jugo de frutas naturales recolectadas del día y de acuerdo a la estación.
Mientras desayuna con la parsimonia del buen comer,
Su Santidad nos pide paciencia,
que por el amor al Dios que en esta tierra su voz hace presente,
no se nos ocurra hurgar en la memoria, pues,
al llegar al Paraíso, al fin y al cabo,
todo nos es olvidado.
El Paraíso es el territorio para el olvido; por eso,
el Dios hebreo lo estableció como el Edén para los Pobres, y los cristianos lo convirtieron en
la Meca de nuestro sacrificio.
Pero, ni todos somos hebreos, ni todos somos cristianos, sin embargo,
a eso hemos sido condenados.
Su Santidad enfatiza, casi levantando la voz, en exigir nuestro silencio, de callarnos
se encargan sus Obispos y Cardenales, y, tal vez, por eso,
nuestras mujeres, día a día, salen a tostarse bajo el Sol,
a las puertas de mercados cerrados y vacíos, siempre en silencio, pues,
eso sí, en respeto a la propiedad privada de los bienes,
tales recintos son debidamente, constitucionalmente, jurídicamente, legalmente,
defensoría popular y, tribunal-supremamente custodiados,
tanto por las fuerzas de la ignominia cívico-militar,
como por sacrificados patriotas cooperantes que,
armados hasta los dientes,
como perros que muerden su cola,
esperan con ansias celebrar una batalla con gente desarmada.
En eso piensa Su Santidad,
Al momento en que,
más sonriente y diligente,
la monja que le sirve pone sobre la mesa:
Papas en su piel, asadas al vapor de agua salada del mar;
Medallones de carne de lomo de res criada en la pampa argentina en salsa de vino
de la época y queso derretido, acompañado de un vino de bodega, porque,
el de consagración sería, ciertamente, una ofensa a la carne que le dio vida
al almuerzo que ahora, el Santo trincha con su tenedor y corta con un cuchillo de
plata, luego de haberlos pulido con una finísima servilleta de tela de lino.
¡Chúo, diles que no se les ocurra salir a las calles! ¡Diles que solamente callen!
Eso manda a decir el Santo Padre mientras
saborea cómo la carne se derrite entre su paladar y su lengua.
Que callen todo, pues, es por la gracia de Dios por el que hablo,
Y por él, todo será arreglado.
Los que mueran en el entretiempo deben ser considerados como bienaventurados.
En eso piensa Su Santidad,
al tiempo que trincha y corta su medallón de carne argentina.
Sin necesidad de una consigna,
Sentimos como, en sus huesos, Franklin Brito se retuerce tal como debió retorcerse
Jesús-cristo en la cruz, al ser sacrificado.
SS-antidad, sólo hace el ademán de bendecir su sacrificio,
e insiste en exigir su olvido.
Pero, la memoria es terca, sobre todo,
porque al mismo tiempo y, casi a la misma hora en que Su Santidad y el Enviado del Imperio
nos exigen silencio, hace años atrás, Franklin Brito fue enterrado por sus deudos,
y los jefes de la ignominia cívico-militar que nos oprime, celebran, junto a sus huestes
(ignorantes de su propio sacrificio), la develación de una imagen de su Dios verdadero.
Entonces, en cadena nacional,
el jefe de la ignominia,
sin saber,
habla en los mismos términos de un su homólogo sátrapa que un sacerdote que nunca tendrá la Santidad, denunció diciendo:
“No es que yo crea que el pueblo mandó a erigir esta estatua, pues, de sobra sé que le quitamos a ese mismo pueblo su presupuesto para medicinas y comida para pagar a un gendarme la hechura de esta efigie que vosotros nunca le hubieras erigido. Tampoco lo hacemos porque pensemos que ella y nosotros pasemos a la posteridad, pues, de cierto os digo, que ustedes la habrán de derribar un día. Ni, mucho menos, la hemos mandado a levantar aquí, donde sabemos, nunca nos siguieron en vida del Eterno; sino que, la hemos pagado robando vuestro dinero y erigido precisamente aquí, porque sabemos que la odiáis”.
En ese justo instante,
es la hora del entremés.
Entonces, SS-anti-edad, debe probar los higos en miel que muy dulces monjas venidas del
Mediterráneo le han preparado, acaramelando a fuego lento un costosísimo vino francés.
Eso, antes de atender a Thomas Shanon, enviado del Imperio, quien, ha venido a asegurarse
que la ignominia cívico-militar prevalezca; por lo menos, hasta que los narcóticos negociados
con las narcotizadas vacunas de la guerrilla colombiana y el Estado Militar Cubano, puedan
ser refrendados para victoria del pusilánime que hoy se sienta en la Casa Blanca.
¡Oh Dios! ¿Por qué sólo nos hiciste fichas de un juego que sólo puede ser jugado por otros
en La Habana y en el Vaticano?
En verdad, eso no te lo agradecemos.
Pero,
SS-anti-edad, nos pide paciencia; sobre todo,
a los alocados, por jóvenes, estudiantes,
justo cuando ellos son sepultados por la ignominia cívico-militar en tumbas,
inhumados tres metros bajo tierra,
o al momento en que dos niños, en San Cristobal y Paraguaipoa,
son ejecutados, tribunalsupremamente, mediante decreto de uso de bala
dictado por El Padrino de los ministros.
Ya es hora de la cena,
y Su Santidad no tiene tiempo para pensar en eso, pues,
ya es mucho el insomnio que los bautismos (¿sus bautismos?) de la Iglesia,
para legalizar el robo de niños de muertas y desaparecidas por la dictadura argentina y el Plan
Cóndor, permitieron adueñarse de los hijos de los perseguidos.
En silencio, solo, preside un inmenso comedor,
esperando que su siempre diligente y sonriente monja,
sirva sobre su plato de cristal pulido
una langosta en vino que,
acompañada de una ensalada de frescos vegetales,
que fe-hacientes campesinos de las campiñas, cultivaron con sus manos en Italia,
y que a bien tuvo de enviarle el Rey de España.
Claro, para ese momento,
nuestras mujeres tienen que levantarse, pues,
las filas frente a los mercados comienza,
y las bolsas de comida de la ignominia cívico-militar,
en la vía pública, están muy lejos del presupuesto familiar.
Para ese momento,
Su Santidad ha cenado,
nuestras mujeres ni siquiera han desayunado,
tampoco han dormido, pues,
no hay peor insomnio que el del hambre.
Sin embargo, estamos tranquilos,
Su Santidad duerme en paz,
y Dios ni siquiera nos sueña, pues,
hace tiempo que se ha ido de nosotros.