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imagen referencial. Fuente: Fe y Alegría
El pautado y posible evento electoral del 28 de julio para optar a la presidencia de la República, copa sobremanera el conjunto de discusiones, debates y opiniones en el país. No es para menos: la crisis venezolana ha sido profunda, larga, tormentosa. Hay un desinfle de la difundida idea de que ‘Venezuela se está arreglando’; el hartazgo social se expresa en el más alto nivel de rechazo al Gobierno nacional desde que, hace 25 años, tenemos gobierno bolivariano. Y la represión, persecuciones y censura de la sociedad han alcanzado una escala no vista quizás desde la dictadura de Marcos Pérez Jiménez.
En este escenario, es claro que la urgencia que predomina es la necesidad de un cambio de gobierno. Sin embargo, lamentablemente Venezuela no tiene sólo una, sino varias urgencias simultáneas. Mientras nos arropa la vorágine de la temática electoral, más de 2.6 millones de niños, niñas y adolescentes venezolanos no asisten de manera regular a la escuela, y un 89% de los hogares del país padece inseguridad alimentaria –según lo reportó la última encuesta Encovi (2023)–, debido principalmente a que tenemos el salario mínimo más bajo de América Latina.
Entre 70-80% de los venezolanos tienen problemas de acceso al agua, y lo que es igual de grave, se ha expandido una muy preocupante devastación y contaminación de las cuencas hidrográficas del país, sea por el avance de la deforestación, por los derrames petroleros en costas marinas, ríos y lagos, o bien por el mercurio, que se disemina en la Amazonía venezolana provocado por la minería ilegal. Buena parte de la población vive bajo severos regímenes de racionamiento eléctrico, rondándonos además el fantasma del apagón nacional de 2019, mientras el Sistema Eléctrico Nacional está en una situación crítica. A su vez, aunque hablamos muy poco de ello, los venezolanos cargamos con una pesada y espinosa deuda externa –tal vez de 130/140 mil millones USD– que será determinante en las posibilidades de recuperación del país.
Y para cerrar esta lista de ejemplos de nuestras múltiples emergencias, el cambio climático sigue avanzando. Es probable que si encuestáramos a miles de venezolanos, este problema no esté entre sus prioridades. Incluso, seguramente sería la misma opinión en la clase política del país. Pero esto de ninguna manera disminuye la importancia ni el peso del asunto, ni los impactos que está teniendo y tendrá en millones de nuestros coterráneos. Dos datos: uno, mientras hemos presenciado toda la dinámica de disputa electoral, el país sufría más de treinta mil incendios en muy buena parte de su geografía, proceso sin precedentes –generando miles de hectáreas de pérdida de bosque–, que no sólo está vinculado al cambio climático, sino también a otros factores como la escasa capacidad institucional para afrontarlos, o intereses económicos en “despejar tierras”. Segundo dato, la encuesta Enconvi señala que el 70% de la población está en un nivel de vulnerabilidad de medio a muy alto ante amenazas físico-naturales en sus hogares (cifra que se incrementó en 7% respecto a 2022). El cambio climático cambiará vidas.
La urgencia electoral tiene una especial importancia, pero la verdad es que mágicamente no va a resolver este complejo entramado de problemas por sí mismo. No podemos dejar que el foco en el árbol electoral, nos impida ver el bosque de los problemas nacionales.
La realidad de la política nacional es que tenemos mucho de la performática de figuras políticas ofreciendo recuperación económica, cambio y salvación, pero vivimos ante un vacío, una gran ausencia de debate profundo sobre las diversas problemáticas que aquejan a los y las venezolanas. Tendencia generalizada en sectores gubernamentales y de la oposición, poca sustancia, poco proyecto-país, por no decir nulo. Quizás por indolencia, secretismo, falta de visión integral, o todo junto. No se habla casi de cómo afrontar la gestión del agua y la energía –elementos de los que dependemos para vivir–, como se discute en otros países. En el mundo, incluso en América Latina, se analizan los escenarios de la transición energética ante los cambios globales, pero en Venezuela estremece el silencio.
Ante los dramáticos niveles de inseguridad alimentaria, no escuchamos por ejemplo referencias al rol y los rasgos del modelo agrícola nacional, y hacia qué cambios deberíamos apuntar. ¿Cuál es el nuevo esquema en la arquitectura de distribución de excedentes que puede ser más útil para afrontar la crisis? ¿Cuál será nuestra posición y estrategia para enfrentar el serio problema de la deuda pública externa, que debería ser una posición soberana para no arrodillar al país por décadas?
Necesitamos debatir sobre planes de rescate del sector salud y educación. ¿Sabe la población que la Amazonía como bioma está ante un posible punto de inflexión? ¿Cómo se abordará entonces este tema ante el proyecto del Arco Minero del Orinoco y el auge de la minería ilegal? También, ¿cuál será el rol de la industria petrolera en el contexto del cambio climático y la transición energética? ¿Se ofrecen a los venezolanos insumos para reflexionar sobre tan central asunto? ¿Y el cambio climático? ¿Cuál será la política para los próximos eventos climáticos extremos que experimentaremos? Insistimos, estos problemas tienen su propia dinámica y temporalidad, diferente a la electoral; y avanzan sobre la vida de personas y la naturaleza.
Algunos podrán decir que esto hay que debatirlo después de lograr cambiar de gobierno, argumento que consideramos muy discutible por varias razones. Primero, porque el resto de asuntos no se detienen, esperando hasta que esto ocurra. Segundo, y en consecuencia, porque no necesariamente son problemas excluyentes entre sí. De hecho, lo que convendría impulsar es lo que podemos llamar una política de incidencia simultánea, esto es, buscar cambios no sólo en gobiernos sino también en políticas, sectores, realidades particulares, territorios, y esto se hace con una acción que reconozca el carácter multi-dimensional de los problemas del país, una acción que se ejerce de manera permanente y diferenciada, más allá de sólo lo electoral.
Tercero, y en conexión con la anterior, porque aunque se esté en la oposición, además de discursos y promesas, requerimos de un proyecto-país que ofrezca detalles de cómo se espera transformar la realidad, y que dé sustancia a una propuesta política. Cuarto, y no menos importante, porque necesitamos con fuerza fomentar una cultura política en la ciudadanía que conozca, se interese e involucre en los diferentes asuntos fundamentales, y no sólo en un candidato u otro para votar.
En el trasfondo de esta dinámica de política en el vacío, está la crucial cuestión del rol de la ciudadanía, del sujeto social-político venezolano. Es cierto que, cuando la clase política se rehúsa a debatir sobre los temas sustanciales, también incentiva a que la población se desentienda de los mismos. Pero al mismo tiempo, es deber y derecho de los venezolanos exigir esas discusiones y respuestas concretas ante los mismos. Desde la sociedad movilizada e involucrada con sus derechos, hay que hacer que la política vuelva a tener sustancia.
Todo esto pasa por fortalecer las luchas y demandas sociales, desde abajo, algo que en realidad compone el carácter orgánico de un cambio en Venezuela. Una política de incidencia simultánea requiere de la participación popular: la de sectores sindicales que buscan la consecución de un salario justo, junto a otros derechos laborales; la de reivindicaciones y políticas de género que promueven movimientos de mujeres; la de ecologizar la política en Venezuela desde organizaciones ambientalistas; movimientos por el agua que luchan por los derechos al acceso al líquido; las comunidades indígenas que buscan el reconocimiento a sus territorios ancestrales; docentes y estudiantes por una educación justa y para todos; médicos y enfermeras por una salud pública, accesible e inclusiva; discusiones públicas e informadas sobre el rol del petróleo, la transición energética, el cambio climático o un abordaje soberano al problema de la deuda; entre muchas otras iniciativas. Todos constituyen bases fundamentales para la formación de nuevos modelos en los diferentes sectores de la vida nacional, e insumos para la construcción de un gran proyecto-país, lo más democrático y ecológico posible.
Claramente, esto pasa por el reforzamiento de la exigibilidad de derechos en el ámbito social, y la posibilidad de trascender una cultura política de caudillos o mesías, que espera salvadores para alcanzar soluciones, y en cambio impulsar una cultura de autonomías sociales, de agendas propias. Agendas sociales basadas en las cuestiones fundamentales de la vida de los pueblos, que estén en la base de su política, independientemente del candidato o candidata de turno que venga.
El contexto ha sido adverso, es indudable. Pero en estos años también se han producido importantes aprendizajes en el ámbito social, en lo que respecta a organización, autogestión y sostenibilidad, que representan interesantes insumos para continuar. Necesitamos debatirlo todo, con todos. Necesitamos una visión integral de país.