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Volvemos a publicar aquí el texto del Grupo Comunista Internacionalista – GCI “Acerca de las luchas proletarias en Argentina”, en la medida en que el mismo desborda el marco estricto de lo que sucedió en ese país hace veinte años. La burguesía ha hecho todo lo posible para descalificar y falsificar estas luchas; ello se debe a que en muchos sentidos esas luchas están mostrando, con sus fuerzas y debilidades, lo que puede pasar en otras latitudes. Por eso mismo las mismas han suscitado en aquellos momentos, y siguen suscitando, un conjunto de discusiones entre compañeros de todas partes. Y es también por estas razones que volvemos sobre el tema: a saber, cómo la defensa del carácter proletario de esas luchas y esas discusiones tienen una validez con de perspectiva internacional e internacionalista.
Guerra de clases, 31 diciembre 2021.
Acerca de las luchas proletarias en Argentina
Primera parte
(in Comunismo Nº49 – noviembre 2002)
A pesar de las ilusiones que se habían hecho durante los últimos años tanto los capitalistas como muchos proletarios, la sociedad mercantil y el estado burgués se muestran nuevamente incapaces de asegurar las mínimas condiciones de vida para la mayor parte de la humanidad. Al contrario, por su propio desarrollo, por su propio progreso, la sociedad del capital necesita imponer condiciones cada vez más miserables de existencia a un número siempre creciente de los proletarios del planeta. Frente a ello, otra vez, el proletariado en Argentina sale a la calle, asume abiertamente su contraposición con la propiedad privada y enfrenta las estructuras del estado.
El caso de Argentina no es esencialmente distinto al de otros países. Tanto el desarrollo catastrófico del capital como la respuesta proletaria a las condiciones de miseria que éste impone no difieren gran cosa de los de otros países de la región americana o del mundo. El hecho diferencial, regional, nacional… por mucha fuerza que tenga no es nunca el centro de la historia en ningún lado. Al contrario, hoy, la aceleración de la catástrofe capitalista hace que la crisis económica salte de un país a otro, se generalice en continentes enteros, llegando a tambalear la misma estabilidad del sistema, empujando al proletariado a asumir cada vez más su programa histórico como única alternativa posible. Las luchas proletarias también se multiplican y parecen saltar de un país a otro, de un continente a otro. Se produce una concentración en el tiempo, una intensificación de las luchas que podría estar indicando la apertura de una fase diferente en la lucha de clases, en el que la correlación de fuerzas comience, al fin, a cambiar.
La liquidación de las luchas proletarias de los años sesenta y setenta del siglo XX dio paso a un período de práctica desaparición de las luchas durante los años ochenta, que volvieron a resurgir incipiente y aisladamente durante los noventa con nuevas fuerzas, y que parecen concretarse, a principios del presente decenio con rupturas prácticas y programáticas en las que se va procesando una toma de conciencia de pertenencia y de fuerza proletaria. Las ilusiones burguesas y de los propios proletarios, acerca de la desaparición del proletariado y del supuesto fin de las crisis se van cayendo a pedazos.
El capital y en concreto la fracción imperialista dominante actual parecen tener una confianza infinita en su capacidad, en su fuerza, en la liquidación histórica del proletariado… como para permitirse el lujo de prever los conflictos sociales regionales producidos muchas veces directamente por las políticas imperiales y usarlos no sólo para la represión del proletariado sino incluso como arma de dominación interburguesa. Sin embargo tanta arrogancia les revienta en sus propias narices cuando el proletariado, forzado por el empeoramiento de sus condiciones de existencia y rompiendo con algunas de las zanahorias erigidas por el sistema democrático reaparece violentamente en la escena histórica ocupando la calle y enfrentando decididamente al capital y el estado.
1/ Reaparición y afirmación del proletariado en Argentina
La lucha reciente del proletariado en Argentina destaca por una tendencia creciente a la organización y afirmación de la práctica proletaria contra la propiedad privada, contra el estado, por las condiciones de vida y en ruptura con los partidos parlamentarios y los sindicatos oficiales. Y sobre todo por la imposición puntual de la fuerza al dejar sin efecto práctico el decreto de estado de sitio: salida multitudinaria a la calle y desarrollo de una violenta lucha contra la propiedad privada y el estado en el mismo momento que el presidente del gobierno anunciaba el estado de sitio, la noche del 19 de diciembre de 2001. Para comprender la importancia histórica de esta imposición de fuerza contra el estado, debe tenerse presente que medidas similares de los gobiernos democráticos en los años setenta en la región fueron el pistoletazo de salida de la generalización de las torturas y las desapariciones de los proletarios combativos de la época, con más de 30.000 desaparecidos y asesinados sólo en Argentina. Subrayemos también que es la primera vez en la historia de Argentina en que la violencia revolucionaria del proletariado logra derribar el gobierno.
En Argentina, durante todo el mes de diciembre, especialmente desde el día 13 de ese mes, y con especial fuerza durante los días 18, 19, 20 y 21, se multiplicaron las formas de afirmación de la fuerza proletaria, mediante la reapropiación generalizada de medios de vida y el ataque a la burguesía y su estado.
A principios de diciembre se lleva la lucha frente a los supermercados, reclamando la entrega de medios de vida… A partir del día 18 de diciembre del 2001, por todos los rincones de Argentina, el proletariado realiza cientos de asaltos y recuperaciones en supermercados, camiones de reparto, comercios, bancos, fábricas… Reparto de mercancías expropiadas entre los proletarios y comidas “populares” surtidas con el producto de las recuperaciones. Asaltos e incendios de edificios emblemáticos estatales, incluida la Casa Rosada (sede del gobierno) y del capital financiero y multinacional: ataques a bancos, hamburgueserías… Enfrentamientos con la policía y con otros cuerpos de choque del estado, como las patotas mercenarias peronistas, especialmente el día de la asunción de la presidencia del gobierno por parte de Duhalde, alternativa derechista a la relámpago socialdemócrata que representaba Rodriguez Sáa. Cacerolazos, marchas, manifestaciones y otras protestas multitudinarias que se sitúan en la puerta de todas las instituciones “prestigiosas” del estado, como los edificios del gobierno, el parlamento y el tribunal supremo. Cortes de ruta, siguiendo la práctica habitual del movimiento piquetero. Pero lo más cualitativo es que esa acción proletaria fue generalizada y concentrada en el tiempo. Señalemos a continuación algunos aspectos de esa afirmación proletaria para insistir luego en las debilidades que tiene todavía nuestro movimiento en la región argentina.
2/ El significado de los saqueos: ataque generalizado de la propiedad privada y el Estado
En toda la prensa mundial se ha hablado de los saqueos en Argentina, de revueltas de hambre, de crisis y corrupción. E incluso esos mismos medios de falsificación de la opinión que sabemos que son de nuestros enemigos aparecen justificando paternalista y condescendientemente los saqueos, diciendo implícita o explícitamente que es lógico que con tanta miseria la gente ataque los supermercados en busca de comida.
Por supuesto que esta visión oculta muchas más cosas que las que nos cuenta. Lo primero y más evidente es que se buscan causas y explicaciones locales como la corrupción de la clase política, lo que se contradice con la explicación misma, porque si fuese cierto pasaría lo mismo en todas partes y sobre todo en países como los europeos y Estados Unidos donde ya no pueden encubrir más la corrupción generalizada. También, sin mucho éxito dentro de América Latina, pero algo mayor en el resto del mundo, se trata de explicar la situación por la pobreza y falta de desarrollo, lo que es evidentemente demasiado grosero en un país que fue el granero y la estancia del mundo, además de uno de los más industrializados. En fin se trata de achacar las culpas de todo lo que pasa al Fondo Monetario Internacional y al imperialismo yanqui lo que ciertamente tiene más éxito dada la propaganda de la izquierda burguesa en ese sentido.
Lo que más ocultan todas estas explicaciones es que la contradicción que viven los proletarios en Argentina no es una contradicción con tal o cual gobierno o imperialismo sino que se trata de su contraposición vital e irreversible entre el ser humano y el mundo de la mercancía. Lo que ocultan es que tanto la hambreada generalizada (en el sentido de privar al ser humano de todo y no sólo de alimento) del proletariado en Argentina, como el ataque al mundo de la propiedad privada que el mismo lleva adelante es una manifestación más de la catástrofe del mundo capitalista, de la incapacidad total de la sociedad mercantil de dar satisfacción al proletariado y una confirmación de nuestra afirmación de siempre: Mai la merce sfamera l’uomo; la mercancía nunca podrá eliminar el hambre, nunca podrá solucionar los problemas vitales de la humanidad; la sociedad mercantil está, por ello, condenada a perecer. Lo que han querido ocultar es que ese mundo de la propiedad privada, de la mercancía y el dinero, hagan lo que hagan los reformistas de todo tipo, está forzado a hambrear a cada vez más gente en el planeta. Lo que esconden es que el ataque a la propiedad privada que, como respuesta imperiosa realiza el proletariado en Argentina, tiene exactamente las mismas raíces y va en la misma dirección que la lucha del proletariado en Argelia, en Uruguay, en Paraguay, en Ecuador, en Colombia, en Indonesia… En fin lo que queremos gritar contra toda la corriente es que esa misma contradicción entre la vida humana y el mundo de la mercancía que explota por todas partes y se concreta en los saqueos generalizados en Argentina es la misma que se concreta en Estados Unidos en más de dos millones de seres humanos sobreviviendo en las cárceles. Dicha contradicción se seguirá agravando, ineluctablemente, hasta la destrucción de la sociedad mercantil generalizada.
Sí, evidentemente en Argentina hoy hay hambre, pero no un hambre por falta de desarrollo o por tal o cual política imperialista, sino como producto del desarrollo, un hambre producida por el desarrollo necesariamente caótico del capital mundial. Sí, es evidente, este capitalismo de hoy es más “salvaje”[1], es más asesino de la humanidad, pero no es por culpa de tal o cual mandamás o político corrupto, sino porque la crisis generalizada de la valorización del capital choca cada vez más con las necesidades de la especie humana.
Sí, evidentemente los proletarios expropiaron para comer, porque no tenían más remedio, como el discurso paternalista de los medios de comunicación ha subrayado, pero expropiaron todo lo que pudieron y no sólo comida; porque la privación de la que somos objeto es mucho más general que eso. Por otra parte no sólo atacaron depósitos, supermercados, fábricas, camiones… para apropiarse de medios de vida, sino que asumieron abiertamente un ataque muchos más generalizado de la burguesía, porque en sus tripas sienten que todo el estado capitalista los hambrea. Esto también se ocultó sistemáticamente: si no se podía ocultar que el proletariado resistía al hambre (hasta ahí la revuelta proletaria se podía presentar como una “simple” revuelta de hambre en un país de lo que llaman tercer mundo), se podía al menos esconder que se trataba de un afirmación general de la clase no sólo apropiando todo lo que puede (que es muchísimo más amplio que comer) sino incluso destruyendo físicamente los símbolos de esta sociedad basada en la propiedad privada. No, no se trata sólo de comer hoy, sino de afirmar la potencia de clase contra el mundo de la privación de todo. No sólo era y es imprescindible alimentarse, sino afirmar la vida misma, sentir la necesidad de estar juntos, sentir la alegría de la propia fuerza, hacer la fiesta con lo expropiado y también llorar por los caídos o mejor todavía transformar esa tristeza por los hermanos caídos en la lucha, en rabia y fuerza revolucionaria. En las calles argentinas, el proletariado empieza así a reconocerse como tal, resurge el compañerismo, retrocede el individualismo, en la calle renace la comunidad de lucha.
Sí, se fue a buscar dinero y todo lo que se pudiera sacar en las empresas, los bancos… pero fue mucho más que eso: fue un ataque generalizado contra ese mundo del dinero, de la propiedad privada, de los bancos y del estado, contra ese mundo que es un insulto a la vida humana. No se trataba sólo de expropiar sino de afirmar la potencia revolucionaria, es decir la potencia de destrucción de una sociedad que destruye al ser humano. Y ello no sólo sucede en Argentina sino en un número creciente de países en estos dos últimos años.
Prácticas de afirmación proletaria
La catástrofe del capitalismo se concreta en la agravación de las condiciones de vida del proletariado en todas partes. Contra ello, van afirmándose prácticas contra la propiedad privada, el estado, la represión… Asaltos, ataques, ocupaciones de edificios (pedradas, incendios, toma y destrozos…), expropiaciones de mercancías (saqueos), tierras, casas, edificios del estado: congresos, edificios de gobiernos, palacios de justicia, sedes regionales del gobierno o del gobierno regional, edificios ministeriales, ayuntamientos o alcaldías, comisarías, canales de televisión, radios, periódicos, universidades, centros de enseñanza secundaria… Tomas y saqueos de fábricas… Marchas, manifestaciones, cacerolazos, consignas proletarias… Cortes de rutas, puentes y accesos, a veces por largos períodos… Bloqueo de actividades, huelgas, radicalizaciones de movimientos convocados por los reformistas para recuperar el carácter de las luchas… Enfrentamientos con todos los cuerpos represivos (distintos tipos de policías, unidades de ejércitos, cuerpos de choque del estado vestidos de civil). El escrache, la denuncia pública, de los cuadros del capital se extiende como práctica proletaria generalizada: políticos, torturadores, policías, jueces, grandes empresarios y periodistas son el blanco habitual de estos escraches. Frente a las elecciones: generalización del abstencionismo, el voto nulo y desarrollo de prácticas de intimidación y rechazo generalizado a las elecciones, los colegios electorales (¡como en Kabilia, Argelia, en junio de 2002!), los partidos políticos democráticos… Asociación, organización, reunión, expresión, coordinación de los proletarios en todos lados…
En los lugares de mayor desarrollo de la lucha, y especialmente en México, Ecuador, Bolivia, Argelia, Paraguay,… como en Argentina los proletarios se organizan territorialmente, por barrios y localidades, articulando esfuerzos de forma coordinada, sin depender en general de partidos y sindicatos y muchas veces se organizan abiertamente contra ellos.
Además de vaciar supermercados, los saqueos y asaltos a bancos y cajeros fueron masivos. ¡Algunos grupos de acción hasta se llevaron los cajeros a las plazas de los barrios! Evidentemente hubo también enfrentamientos entre los saqueadores y algunos comerciantes, lo que fue aprovechado por los medios burgueses de propaganda para intentar denigrar al movimiento proletario diciendo que hay saqueos entre barrios. Sin embargo, ese problema que ya analizábamos en los saqueos de 1989 en Argentina es superado por la lucha actual. En el artículo de entonces decíamos: “Paralelamente con ello se desarrolla un gran operativo de contra-información iniciado algunos días antes: se hace correr el rumor en cada barrio de que la gente del barrio vecino atacará las casas de este barrio, que hay que defender sus propias casas y, aunque parezca increíble, este cuento es creído por gran parte de los protagonistas de estos acontecimientos.” A fines de 2001 y principios de 2002, los sepultureros de la realidad sacan a la luz el viejo cuentito, pero esta vez los proletarios no se tragaron la mula. Muchos periodistas son escrachados por el movimiento. Esos agentes constitutivos del estado, como los políticos, los torturadores y los empresarios, no pueden salir a la calle sin escolta. Un terror frío les recorre el cuerpo, el fantasma de aquellos que creían muertos y enterrados les escupe en la jeta.
También el estado argentino pensó que sólo se trataba de hambre y recurrió al viejo expediente de la caridad. Al principio de los saqueos de diciembre de 2001, también como en el Cordobazo (1969/70) y en 1989, el estado organizó el reparto caritativo y asistencialista de víveres. La respuesta de los proletarios tampoco se hizo esperar. Sus migajas lastimeras no engañaron a nadie. La rabia proletaria se expresó en pedradas y un aumento de los saqueos respondiendo así al broche repugnante que la burguesía quería poner a la revuelta. Nuevamente, el tiro les salió por la culata y les estalló en las narices. Tanto es así que a mediados de diciembre de 2001 no hubo ningún rincón del país sin saqueos y ataques a edificios, ocupaciones de viviendas, piquetes o cortes de rutas.
Nos tratan de presentar la miseria como simple miseria ocultándonos el carácter subversivo y revolucionario que tiene la lucha contra la misma; esconden que la afirmación del proletariado en lucha en Argentina va mucho más lejos que los simples saqueos de hambre que nos presentaron. En efecto en la calle se asume abiertamente el ataque generalizado a la propiedad privada y el estado, se afirma en forma incipiente la fuerza destructora de esta sociedad basada en la propiedad privada.
Otro aspecto decisivo de esa afirmación es la abierta reivindicación de la continuidad histórica de la lucha actual con respecto a la lucha revolucionaria del pasado. A pesar de la imponente represión contra el proletariado en la zona durante décadas, los combatientes proletarios actuales reivindican y, en cierta medida asumen, el pasado de la lucha de nuestra clase, afirmando elementos importantes de su conciencia de clase. Consignas y cantarolas proletarias hacen incesantes referencias a las luchas del 1989, el Cordobazo y la Semana Trágica de 1919. Los movimientos históricos de nuestra clase, que el terror de estado había creído poder enterrar para siempre, son reivindicados y revitalizados en consignas como: “¡Qué cagazo, qué cagazo, echamos a De la Rua los hijos del Cordobazo!”
3/ Ruptura con los partidos y los sindicatos y la generalización de los escraches
Otros puntos decisivos de la afirmación del proletariado es sin duda la ruptura con partidos y sindicatos y la generalización de los escraches.
La ruptura con los partidos políticos y los sindicatos tradicionales se afirma durante todo el período. Manifestaciones, acción directa, ocupación de la calle o de edificios… todo lo importante se hace sin la anuencia de partidos y sindicatos, que en general se pliegan a alguna de esas acciones para no perder totalmente el tren. Pero no se admiten banderas de partidos políticos en las manifestaciones (ni siquiera la de HIJOS) y los sindicalistas no pueden asistir a las asambleas en nombre de su sindicato, sólo pueden hacerlo a título personal. Bajo la consigna principal de las caceroladas de diciembre (“Que se vayan, que se vayan, que no quede ni uno solo”), los proletarios exigen, y consiguen, la dimisión de “sus” presidentes: De la Rúa, Rodríguez Saa. Expresaban su hastío y rechazo al sistema electoral, a todos los partidos políticos… al gobierno. En las elecciones, el voto mayoritario es el llamado “voto bronca”, es decir, nulo, impugnado. Grupos de proletarios imprimen un boleto electoral, a modo de panfleto, con la leyenda “Ningún partido. No voto a nadie. Voto impugnado”. La generalización de esta práctica contra las elecciones, que tal vez sin saberlo los proletarios en Argentina afirman al mismo tiempo que lo hacen sus hermanos en Argelia, es sin dudas una afirmación más de la ruptura proletaria que se va produciendo, durante todo el período, con las diferentes instituciones del estado capitalista y en particular con los partidos y sindicatos dominantes.
La práctica del escrache que iniciara el proletariado en Argentina, que se utiliza sistemáticamente contra los torturadores, se generaliza contra políticos, empresarios, periodistas, jueces… La extensión de los escraches a todos los personajes del estado es totalmente generalizada desde hace más de un año. Se escrachan diputados, ministros y ex ministros, jueces, importantes personajes de las finanzas, periodistas… Cada vez hay más miedo en los barrios burgueses y en las casas de los responsables del gobierno, la represión, las finanzas, los periódicos… así como entre los diputados en el parlamento, o en el palacio de justicia, las redacciones de los periódicos, los cuarteles y los púlpitos de las iglesias, temiendo muchos de esos personajes salir a la calle por miedo a ser reconocidos.
Algunos de los escrachados dignos de retener como representativos del espectro sociopolítico desde diciembre del 2001 fueron[2]: De la Rua, Anibal Ibarra (ex miembro del gobierno), el Jefe de la Central General de Trabajadores Rodolfo Daer, así como el Jefe de la Central General de Tabajadores disidente Hugo Moyano, el presidente de la asociación de industriales Ignaicon Mendigueren, Raúl Alfonsín (ex presidente argentino) o Ángel Rozas.
“La situación está muy mal. Pueden hasta linchar algún político.” Declaraba un obispo a la prensa. Los llamados de los diferentes politiquillos o sindicalistas de turno para la formación de un frente de unidad popular (se llame como se llame frente único por la base, por la dirección, contra los corruptos…) son rechazados por la práctica del proletariado en la calle.
Los escraches contra los jefes sindicales y jefes sindicales alternativos son el complemento de las consignas que se cantan en la calle y que afirman la importante ruptura del proletariado con los sindicatos: “¿Adónde está, adónde está la burocracia sindical?” y “¿Adónde está, que no se ve, esa famosa CGT?”.
A su vez, los partidos políticos y sus representantes están tan quemados que no saben qué hacer. El propio Duhalde reconocía dolorido esta realidad en una entrevista de Clarín (24/3/02): “El consenso social no lo tiene nadie, desgraciadamente. Lea las encuestas, ningún dirigente tiene más del 10%. Es tremendo el desprestigio, pero hay que seguir…”.
4/ Autoorganización de la clase: piquetes y asambleas
El desarrollo actual del capitalismo en Argentina en los últimos años sigue las mismas reglas que en todas partes: hay cada vez más proletarios desocupados o con ocupaciones precarias y mal pagadas. En esta realidad, por cierto totalmente internacional, se basan todos los que sostienen que el proletariado desapareció o está desapareciendo. ¡Cómo si se fuese menos proletario por perder el trabajo o porque las condiciones de explotación fuesen peores!
En realidad es la masa siempre creciente de desocupados que le sirve al capital para empeorar todas las condiciones de vida y de trabajo del resto del proletariado. Hoy se gana menos y se trabaja más horas que nunca. Ya se sabe que se ha hecho añicos aquel modelo de país que atraía obreros europeos en busca de mejores salarios. Tampoco queda nada de aquellas limitaciones de la jornada a seis horas que sectores del proletariado en la zona habían impuesto. Así el horario máximo de los trabajadores de los subterráneos (subte) de Buenos Aires que era de seis horas por día (obtenido en lucha en 1948) fue aumentado en 1994 a ocho horas, lo que suscitó intensas luchas contra dicha medida que todavía hoy continúan. La liquidación de puestos de trabajo, el exceso de oferta de brazos y el terrorismo de estado generalizado durante décadas le han permitido al capital un aumento brutal de la tasa de explotación, un aumento generalizado de la miseria de todo el proletariado. Durante años, y exceptuando aquella reaparición repentina de los saqueos de 1989, el proletariado parecía haber dejado de existir, sólo había trabajadores sometidos y sin capacidad de respuesta. Peor, los elementos históricos de solidaridad clasista, el compañerismo en el laburo, la amistad de barrio así como el odio profundo a todo lo que venía del estado, que había caracterizado el proletariado en los años sesenta y setenta, se encontraba profundamente roto. Muchos compañeros señalaban la ruptura generalizada de ese tejido social de compañerismo y el éxito indiscutible, junto con el terror de estado, del “arreglate como puedas”, el individualismo, de ese modelo capitalista que Menen representa tan bien.
Las teorías de la desaparición del proletariado, se encontraban a sus anchas en Argentina hasta que la violenta reafirmación actual le da un golpe importante. La afirmación proletaria en Argentina no hubiese sido posible sin el desarrollo del movimiento piquetero, puntal del asociacionismo proletario durante el último lustro.
La teorización socialdemócrata, tan de moda en toda la sociedad, pero especialmente propagandeada por estalinistas y trotskistas reciclados en “libertarios”, afirmaba que con las fábricas iban desapareciendo los proletarios y con éstos el proletariado como sujeto histórico: ya no se podía paralizar la producción como antes. Pero el proletariado es mucho más que el obrero productivo y la producción capitalista es mucho más que la producción inmediata de objetos industriales. Los piquetes en Argentina, la paralización de caminos, rutas y autopistas y su extensión a otros países, mostraban al mundo que el proletariado como sujeto histórico volvía a afirmarse y que el transporte es el talón de Aquiles del capital en la fase actual.
La vieja tendencia a hacer cada vez más colectivo el trabajo se concreta en el hecho de que cada producto es resultado de un mayor número de contribuciones laborales en diferentes lugares y por lo tanto de un número siempre creciente de transportes. La división generalizada del trabajo, junto a la ausencia de todo plan de conjunto que hace que la única autoridad reconocida sea la competencia, o como dijera Marx “En la sociedad del régimen capitalista de producción, la anarquía de la división social del trabajo y el despotismo de la división del trabajo en la manufactura, se condicionan recíprocamente”[3] y conducen a que el más mínimo producto contenga innumerables kilómetros de transporte y denote toda la irracionalidad del sistema. Así por ejemplo, algunos estudios muestran, que un producto tan simple como un yogurt que solo tiene leche, un fermento y eventualmente azúcar y frutas en un potecito, para llegar a la mesa recorre unos 8000 kilómetros, si se tiene en cuenta el recorrido de cada uno de los subproductos entre cada lugar de transformación (para la simple fabricación “del pote del yogurt en vidrio, plástico, aluminio o papel entran en juego varias unidades productivas, en este último caso por ejemplo la producción de la pasta se hace en una región, la del cartón en otro, la impresión en un tercer lugar y la pegada de la etiqueta en otro”[4].
En ese proceso, que nuestros enemigos denominan mundialización o globalización (y que para nosotros no es más que la afirmación de ese despotismo irracional en la división del trabajo en la cual el carácter cada vez más colectivo del trabajo expresa su antagonismo con la apropiación privativa), el proletariado sería liquidado porque, según ellos, las fábricas tienen cada vez menos importancia relativa. Los desocupados, las “amas de casa”, los niños, los viejos, la gente del barrio… serían reducidos por dicho proceso a la total impotencia social y a la nulidad política absoluta porque según ellos no pueden desarrollar ninguna acción de fuerza. Sería el fin de todo cuestionamiento social y según muchos, hasta de ¡la historia!. Pero así como no habían entendido el abc de las tendencias inherentes al capitalismo, no habían previsto el abc de la lucha proletaria: la ocupación de la calle, el asociacionismo territorial, la imposición de una relación de fuerza basada en la amenaza de la paralización de la economía burguesa. Los piquetes son exactamente eso.
El piquete no es nuevo, el corte de rutas tampoco es un invento argentino. Los piqueteros se sitúan en la trayectoria histórica del proletariado internacional que para asegurar la efectividad de una huelga organiza piquetes para impedir que los carneros entren a trabajar. Los piqueteros asumen abiertamente esta trayectoria que en todas partes goza de simpatía y respeto entre quienes luchan contra patronos y estado. Los “nadies”, aquellos de quienes se decía que no podían ni opinar, se constituyen en clase opuesta a todo el orden establecido: los excluidos (así se los categoriza) que no tienen ni voz ni voto dentro del sistema van emergiendo como fuerza proletaria contra el mismo. En Argentina, el desarrollo de esta fuerza de clase se muestra, en unos meses, tan potente que los proletarios que todavía tienen un trabajo se asocian a la misma, incluso cuando están en lucha, con la fábrica ocupada. Durante los últimos años toda gran lucha se coordina y articula en torno a los piquetes, a las asambleas y estructuras de coordinación de los piqueteros. El proletariado va afirmando así su organización como clase autónoma, ocupando la calle y organizándose por barrio, es decir territorialmente, lo que siempre ha marcado un salto cualitativo en el movimiento. Ni la categorización en incluidos y excluidos que fomentan todas las fuerzas del capital logran mantener la división.
Los piquetes se desarrollan a fines del gobierno de Menen, a partir del Santiagueñazo en 1994. Su fuerza viene en primer lugar por haberse organizado afuera de todas las instituciones políticas y sociales del país: partidos, sindicatos, oenegés, iglesias… La práctica piquetera del corte de ruta, interrumpiendo la circulación de todas las mercancías (incluida la fuerza de trabajo) y por lo tanto la producción y reproducción del capital, se muestra inmediatamente como más potente que la huelga en una sola empresa, porque no se paraliza un capital particular sino muchos capitales, con una tendencia a paralizar el capital nacional y porqué no, en perspectiva, el internacional. La paralización de la producción como acto de fuerza proletario afecta directamente el mercado nacional y al de ultramar.
El “fenómeno piquetero” se inicia en el interior (Cutral-Có y Plaza Huincul en Neuquen) y va extendiéndose por todo el país hasta paralizar a todas las grandes ciudades, incluso Buenos Aires. Dicha práctica cobra fuerza en la medida que otros excluidos van percibiendo esa lucha, como su lucha. Cuando otros proletarios, sin o con trabajo, hacen lo mismo en otra parte, ven que por primera vez en su vida son escuchados. En ese proceso de constitución en fuerza, los proletarios sienten en carne propia la frontera que los separa de los defensores del mundo de la propiedad privada. Aquello de que las barricadas tienen solo dos lados se vive en las calles. Al mismo tiempo se va rompiendo no sólo con el terror a hacer algo contra el capitalismo, sino con las prácticas individualistas, del que cada uno se arregle como pueda, de la competencia entre trabajadores, entre desocupados, con el joder hasta al vecino. Resurgen de las cenizas viejas prácticas de solidaridad clasista que rompen con el individualismo reinante y se reinicia todo un proceso organizativo basado en asambleas barriales donde los protagonistas se van reconociendo al mismo tiempo que van identificando a sus enemigos. En el piquete y la acción directa renace el amor y el compañerismo, en el saqueo del supermercado y la consecutiva fiesta del barrio se afirman elementos de hermandad y humanidad que los más jóvenes ni conocían.
El corte de ruta es evidentemente ilegal, los proletarios que asumen esa acción lo saben perfectamente y ese mismo hecho afirma su acción como afuera y contra las fuerzas e instituciones burguesas. Para los sindicatos, los partidos y otras instituciones que buscan encuadrar al proletariado se trata de una “huelga o acción salvaje”, que para peor se impone por sorpresa, se generaliza e incluso los deja a ellos totalmente paralizados. Más, todo personero sindical o político tiene terror a desplazarse, a salir a la calle y verse paralizado en un piquete, porque corre el riesgo de ser entonces identificado y escrachado. Por eso es totalmente lógico que los piquetes fueran reprimidos y que para resistir y desarrollarse tuvieron que ser cada vez más organizados y potentes. Se crearon así estructuras organizativas, de seguridad, de acción, así como redes de comunicación y apoyo más general del barrio, para actuar eficazmente cuando la represión y los enfrentamientos se generalizan. Por eso, si bien en el piquete, el corte de ruta es el método de lucha principal, el accionar piquetero no debe ser reducido en absoluto a ese tipo de acción: el mismo fue exigiendo cada vez más organización permanente, asambleas, reuniones cotidianas, coordinación y centralización de esa acción directa de enfrentamiento al capital y el estado. Así se desarrollaron minorías organizadas en cada barrio, grupos de acción y autodefensa, grupos de apoyo, coordinadoras… que resultaron decisivas en la afirmación proletaria que precede la explosión de diciembre del 2001: ¡en agosto de ese año más de 100.000 proletarios organizados en piquetes lograron paralizar más de 300 rutas argentinas!
A pesar de la represión y contra muchos intentos recuperadores, el movimiento siguió afirmándose antes y después de diciembre del 2001. Varios piqueteros muertos en el 2001 y varios más en lo que va de 2002, centenas de heridos, miles de arrestados no lograron frenar el movimiento, sino al contrario han hecho que éste comprenda que la organización, la seguridad y la preparación para el enfrentamiento es fundamental y que las tendencias legalistas, que evidentemente existen en su seno, son totalmente contrarias a los intereses proletarios.
Claro que estas organizaciones territoriales proletarias, aunque estructuradas afuera y contra la mayoría de las instituciones, no están exentas de debilidades e ideologías burguesas (como todo consejo obrero o soviet), sobre las que se erigen un conjunto de tendencias que buscan liquidar su autonomía, institucionalizar el movimiento y que lo llevarían en última instancia a su propia muerte. Ello nos impone referirnos ya desde aquí a las debilidades y contradicciones que se manifiestan dentro del mismo. Así, en el Primer Encuentro Nacional Piquetero, concebido como instancia de afirmación, coordinación y desarrollo proletario, se produce un conjunto de maniobras y tentativas institucionalizadoras. Por ejemplo, contra toda previsión de los organizadores, un grupo de diputados nacionales se hacen presentes e intentan hacer un discurso. Pero no pueden hacer uso de la palabra por el repudio que manifiestan los casi 2.000 delegados piqueteros presentes. De la misma manera, el secretario de CGT disidente Hugo Moyano es repudiado activamente y no se lo deja ni hablar cuando intenta dirigir un saludo al congreso. El rechazo a los partidos políticos y los sindicatos mayoritarios es general en todo el congreso.
Sin embargo este congreso, donde se estructura un plan de lucha que implica una escalada en los cortes de ruta durante un mes, se afirma como una tentativa de control por tendencias que buscan la institucionalización política del movimiento piquetero: CTA (Central de Trabajadores Argentinos) –a la cual adhiere la importante Federación de Tierra y Vivienda–, la CCC (Corriente Clasista y Combativa) y el Polo Obrero-Partido Obrero. Mezcla de diferentes ideologías politicistas e izquierdistas (populismo radical, trotskismo, maoísmo), esta tendencia busca en su práctica la oficialización del movimiento piquetero como interlocutor válido, con representantes permanentes y formulación de reivindicaciones claras y atendibles estatalmente (“libertad a los luchadores sociales presos, planes trabajar y fin de las políticas de ajuste neoliberales”), lo que los lleva a aceptar un conjunto de condiciones que desnaturalizan la fuerza del movimiento piquetero y tienden a su liquidación. Luego de ese encuentro y erigidos en representantes oficiales del movimiento, los representantes de dicha tendencia anuncian en conferencia de prensa que desde ahora en adelante los cortes se harían “sin capuchas” y “sin cortes totales de rutas”, lo que por supuesto, adicionado a lo limitado y el carácter “razonable” de las reivindicaciones, era un brutal golpe contra lo que el proletariado había ido afirmando en su práctica. Pero a pesar de que esta política liquidadora (del estado y de esos dirigentes y fuerzas que colaboran con él en la imposición del orden) por su politicismo y legalismo causa desorganización y debilita el movimiento, fuertes masas de piqueteros desconocen totalmente tales directivas, continúan con sus métodos de lucha y rompen con la legalidad que aquellos quieren imponer: el uso de capuchas (elemento que el movimiento fue afirmando como elemental en la seguridad y defensa), los cortes de ruta totales y hasta la toma de agencias bancarias, de sedes administrativas del gobierno, se seguirán desarrollando.
En esos meses decisivos del 2001, el capital sigue aplicando medidas que aumentan violentamente la miseria absoluta y relativa de todo el proletariado argentino hasta que se produce el “corralito”, verdadera expropiación de los ahorristas en beneficio del capital bancario nacional e internacional. Las asambleas y los piquetes, que ya eran moneda corriente en las provincias y el Gran Buenos Aires, se generalizan a todos los barrios de la Capital. Las asambleas barriales, los cacerolazos, los escraches y las manifestaciones violentas contra bancos y edificios públicos de la capital dan el gran salto cualitativo que llevará a los enfrentamientos masivos, la tentativa estatal de imponer el estado de sitio, la caída de varios presidentes. El hecho de que sectores burgueses y pequeño burgueses sean perjudicados por esas mismas medidas será aprovechado por todos los partidos burgueses para confundir la situación tratando de liquidar el carácter clasista del movimiento. Izquierdistas de todo tipo dirán que son los pequeño burgueses que están ahora en la calle y grupos que se dicen libertarios o/y trotskistas llegarán a calificar lo más alto del movimiento como pequeño burgués. Los teóricos del poder popular, del federalismo, de lo libertario y de la democracia directa llegarán a afirmar públicamente que “La población mayoritaria de la ciudad de Buenos Aires, cuna del fenómeno en cuestión (“las asambleas barriales” NDR), pertenece a la clase media”[5] y, a pesar de que no pueden dejar de reconocer la coincidencia objetiva entre asambleas barriales (que como vimos había sido la forma básica de la organización piquetera) y los piqueteros, harán todo lo posible por acentuar las diferencias y por atribuirle a ese movimiento programas reformistas: “Comienza a insinuarse una especie de acercamiento entre el movimiento piquetero, éste último de otra extracción socioeconómica, y con más años de lucha y resistencia al modelo neoliberal, ya no al capitalismo en su globalidad”. Esa misma interpretación, acerca de las clases medias y de que el movimiento pudiera tener objetivos diferentes a la lucha contra el capitalismo, es la que se repercute y difunde internacionalmente para “explicar” la generalización del mismo a toda la ciudad de Buenos Aires: “antes eran los desocupados ahora las clases medias” rezan centenas de publicaciones de izquierda y derecha por el mundo.
Todas esas ideologías, que niegan al proletariado como sujeto único, afirmándose en base al único proyecto revolucionario posible, de destrucción de la sociedad capitalista, lo que aplican es la sociología burguesa barata dividiendo el “pueblo argentino” según criterios estadísticos y estructuralistas. Claro que los barrios del gran Buenos Aires tienen muchos más marginales, desocupados y excluidos que la Capital Federal (la parte más central de la ciudad delimitada por la Av. General Paz); es cierto que el corralito solo atacó directamente a una minoría de proletarios porque la mayoría no tiene ahorros en los bancos; pero de ahí a considerar que por tener una cuenta en el banco se es un pequeño burgués o que los que viven en los barrios de Capital también lo son, hay un abismo que sólo pueden pasarlo alegremente organizaciones que están abiertamente al servicio del mantenimiento del orden actual. El proletariado no es una clase sociológica contabilizable en las estadísticas, ni medible sobre la base de índices de pobreza absoluta y marginalidad. El proletariado es por el contrario, esa fuerza viva en contraposición práctica y vital con la propiedad privada, que renace en revuelta contra el Estado, que desarrolló los piquetes, que organizó las asambleas, que salió a la calle en todo el país a enfrentar a milicos, empresarios, sindicalistas, políticos… Comprendiendo la maniobra de siempre de sus enemigos, para dividirlo, el proletariado copó la calle al grito de “Piquete y cacerola, la lucha es una sola”.
En realidad nunca hubo diferencias entre asambleas y piqueteros. Más aún, la organización de los piqueteros utiliza también la asamblea barrial (aunque no sólo dada la necesidad de estructuras mucho más cerradas por razones de seguridad para preparar las acciones) como base organizativa. La diferencia viene de que en diciembre de 2001 aparecen las asambleas de barrio también en la Capital, mientras que antes sólo había en el Gran Buenos Aires. En esos días se creó una dinámica en la que si uno estaba en su casa y escuchaba algún cacerolazo en la esquina de su calle simplemente bajaba a reunirse con los hasta entonces simples y anónimos vecinos, por lo que las manifestaciones y concentraciones eran muy numerosas y masivas. La fuerza de las asambleas es que rompen con el sectorialismo. En ellas se reúnen los vecinos para organizar desde la supervivencia hasta la lucha, lo que hace que participen desocupados, trabajadores, jubilados, estudiantes, jóvenes, viejos… de cada barrio. Las mismas condiciones se han encargado de desmentir las categorías en que la sociología y los ideólogos dividen al proletariado, la situación de todos es precaria, el que ayer se consideraba trabajador hoy es desocupado y el que hoy es trabajador sabe que baila en una cuerda floja. Las asambleas hacen actos en solidaridad con trabajadores en lucha, con los piqueteros, con los obreros de fábricas ocupadas y algunas asambleas tratan de coordinarse con los piqueteros del barrio. En muchos casos ocupan locales y logran mantenerlos ocupados utilizándolos para reunirse, para organizarse, para divertirse, para intercambiar informaciones y discutir los problemas y las perspectivas políticas, lo que constituye una afirmación de la comunidad de lucha contra el estado.
Como todo fenómeno de tan alta masividad, las asambleas decrecen en su fuerza luego de la rebelión generalizada de diciembre del 2001, conjuntamente con el decrecimiento de la dinámica del cacerolazo. A pesar de eso merece destacarse la permanencia de estructuras de organización en muchos barrios y algunos intentos de coordinar las asambleas barriales, como la interbarrial del parque Centenario. Dicha tentativa dominada por la ideología de la horizontalidad y la antidirección, como no podía ser de otra manera, se mostró incapaz de toda decisión efectiva y resultó paralizada por el burocratismo. Ello hizo que se desvirtuara como punto de referencia.
El funcionamiento y los objetivos de las asambleas han sido diferentes de un barrio a otro. Muchas asambleas, como pasaba en muchos soviets en Rusia, no son más que una forma asistencialista, casi mutualista, necesarias para organizar la supervivencia en este sistema de mierda, pero otras, además de afirmar la solidaridad y la acción directa en la obtención de lo necesario para sobrevivir (lo que incluye un gran número de actos de fuerza, de lucha, ilegales como la reconexión de los servicios públicos, agua, luz, cortados por no poder pagar) van mucho más lejos planteando la unidad del proletariado y la lucha contra el estado. Incluso La Nación vio, como nosotros en algún aspecto, esta similitud y comparaba las asambleas con los “oscuros y siniestros soviets” en Rusia.
Es cierto que el fenómeno de las asambleas fue y es tan generalizado que la composición social de las mismas es heterogéneo, que sociológicamente hablando hay sectores de la pequeña burguesía y de la burguesía venida a menos dentro de las mismas. Pero esa fue, es y será una constante del asociacionismo proletario que se organiza para enfrentar la catástrofe que el capitalismo implica. Todas las capas de la sociedad, golpeadas por la agravación violenta de las condiciones de vida, tendrán tendencia a incorporarse y actuar en forma seguidista, con respecto a las asociaciones proletarias que se levantan como la única opción al capitalismo. Ese fenómeno como tal no plantea ningún problema a la revolución. Todo lo contrario, si el proletariado actúa como clase, como fuerza histórica autónoma, afirmando su propio proyecto revolucionario, esas capas en franco proceso de proletarización tienden, en función de dicho proceso, a plegarse a la lucha proletaria. Es la única opción que tienen para enfrentar el capital y por otra parte es solo, junto al proletariado que pueden afirmar un proyecto social alternativo. Por su parte, el proletariado afirma así, su tendencia histórica a asumir los intereses de toda la humanidad que incluye, a no olvidarlo, su autodisolución como clase. Por eso es lógico que las asambleas hayan seguido a los piqueteros, coordinando con ellos, imitando sus métodos. El peligro no viene por lo tanto de la presencia de individuos burgueses o pequeño burgueses en las asociaciones proletarias, sino de la práctica contradictoria de esas asambleas, de la lucha interna en las mismas, del programa político y social de esas asociaciones, que muchas veces, resulta ajeno al proletariado. Efectivamente aunque se expulsara realmente a todos los sociológicamente burgueses o pequeño burgueses (lo que no tendría ningún sentido) la burguesía continuaría presente. Si hoy debemos decir que la burguesía está presente en las asambleas de Buenos Aires es por las posiciones existentes en ellas, si hoy se puede hablar de burgueses o de agentes de la burguesía en las asambleas no es porque Fulano o Sultana sea de “clase media”, sino por lo que, en muchos casos, se defiende prácticamente. En este sentido lo que más pesa todavía contra la autonomía proletaria es lo que muchos de esos proletarios hacen y piensan, porque nos guste o no, la ideología dominante sigue siendo la de la clase dominante incluso entre los mismos proletarios, no solo en Buenos Aires, no solo en Argentina, sino en el mundo entero. Si no, no se podría explicar porque ese asociacionismo clasista levanta banderas totalmente ajenas al proletariado, porqué se enarbolan los repugnantes símbolos patrios, porqué se canta el himno nacional argentino y porqué la bandera permitida sigue siendo la bandera nacional.
Si bien es indudable que en este sentido hay sectores estratégicos del proletariado, dada su capacidad de paralizar los centros decisivos de la acumulación del capital no siempre estos son los más decididos o los que más aseguran la generalización de la revolución y otros sectores como, por ejemplo, los desocupados en general, o en particular el proletariado joven que no ha encontrado o que sabe que no encontrará comprador para su fuerza de trabajo (camuflado muchas veces bajo la denominación aclasista de “jóvenes” o “estudiantes”) pueden jugar un papel decisivo en el salto de calidad del movimiento que implica siempre la ruptura con el cuadro estrecho de la empresa, empujando al descenso y a la ocupación de la calle, la generalización efectiva, el pasaje al asociacionismo territorial frente al cual la burguesía ya no puede ofrecer la reforma parcial y categorial y que forzosamente se plantea la cuestión general del poder de la sociedad. Pero esta formidable energía revolucionaria no es una fuerza en el sentido histórico del término sin constituirse en partido centralizado (y sin ello será dilapidada, barrida o incluso recuperada por la contrarrevolución). Pero solo puede constituirse en partido centralizado afirmando un programa integralmente comunista y dotándose de una dirección revolucionaria. Y a su vez programa y dirección comunista no son el resultado inmediato del movimiento, por más energía revolucionaria que el mismo tenga, sino el resultado de toda la experiencia anterior acumulada transformada en fuerza viva, en órgano de dirección del partido y la revolución por una larga y dura lucha histórica consciente y voluntaria asumida por las fracciones comunistas.
Tesis Nº15. Grupo Comunista Internacionalista
5/ La autonomía proletaria y sus límites
La autonomía del proletariado con respecto a todas las fuerzas burguesas, su constitución en clase y por lo tanto en partido distinto, es la clave de la revolución social. El asociacionismo generalizado del proletariado en Argentina es sin dudas una afirmación incipiente de esa autonomización del proletariado. El hecho de que ese asociacionismo se haya organizado afuera y muchas veces en contra de las organizaciones institucionales de todo tipo es una afirmación de la autonomía del proletariado en la región. La acción directa, la organización en fuerza contra la legalidad burguesa, la acción sin mediaciones ni intermediarios, las consignas contra los sindicatos, partidos políticos, el enfrentamiento organizado contra las fuerzas represivas, la acción de minorías orgánicas durante dichos enfrentamientos, el ataque a la propiedad privada, la expropiación, los escraches, los piquetes… son extraordinarias afirmaciones de esa tendencia del proletariado a constituirse en fuerza destructora de todo el orden establecido.
En esa afirmación como clase, el proletariado se dota de estructuras masivas de asociación como las asambleas barriales. Éstas son a su vez precedidas, posibilitadas y potenciadas por estructuras con una mayor permanencia y organización como los piqueteros que vimos aquí u otras estructuras que desde hace años luchan contra la impunidad de los torturadores y asesinos del estado argentino (Madres, Hijos…), así como por asociaciones de trabajadores en lucha (fábricas ocupadas) o el movimiento de jubilados. Esa correlación entre los diferentes tipos de estructuras, la relativa permanencia en el tiempo de algunas de ellas y las formas de acción directa que adoptaron hicieron posible esa afirmación de la autonomía del proletariado en Argentina y están constituyendo un ejemplo que tiende a expandirse por América y el mundo: el piquete, el escrache, el saqueo organizado, la olla “popular”… Sin embargo ese movimiento tiene enormes límites y debilidades que es imprescindible clarificar.
¿Cuál es la dirección del movimiento? ¿Cuáles son los programas, las banderas, las fuerzas políticas que le imprimen la dirección a esa fuerza proletaria? Lo primero que choca al respecto es el desfasaje que existe entre la fuerza expresada por el proletariado y la ausencia de objetivo explícito, entre la autonomía manifestada en la calle y la poca incidencia de posiciones claramente revolucionarias que griten alto y fuerte que la única solución es la destrucción de la sociedad mercantil y el estado. Claro que ese desfasaje es mundial, como lo hemos constatado muchas veces, pero en el desarrollo del movimiento actual en Argentina nos parece todavía mayor.
La falta de dirección revolucionaria es evidente. Dirección no en el sentido de seguir a tal o cual individuo, sino todo lo contrario. Se es seguidista de tal o tal caudillo popular por falta de dirección revolucionaria real. Dirección entonces en el sentido histórico de asumir abiertamente lo que el movimiento ya contiene. La afirmación que el proletariado está efectuando prácticamente con su contraposición manifiesta a la sociedad mercantil y el estado no logra estructurarse en organizaciones, en consignas claramente revolucionarias hacia la destrucción del capitalismo. Por el contrario hay muy pocas consignas realmente radicales, es decir que vayan a la raíz de todos los problemas: la sociedad mercantil. Muy pocos grupos o militantes expresan la tendencia histórica revolucionaria hacia la necesaria e indispensable destrucción de los fundamentos de esta sociedad. En este sentido constatamos que la ruptura histórica con el proletariado en el pasado en esa región es terrible. Es como si las posiciones proletarias de siempre brillaran por su ausencia. Por el contrario, lo que predominan en el movimiento del proletariado son direcciones politicistas y/o gestionistas, que se contraponen prácticamente a una salida revolucionaria: unos tratando de empujar al movimiento a la institucionalización, hacia la negociación con el estado, hacia el reformismo político en general (en general levantando la vieja bandera burguesa de la Asamblea Constituyente) y/o hacia un neosindicalismo; otros hacia la gestión de la vida inmediata, hacia la autogestión, hacia los emprendimientos productivos, el llamado contrapoder y la democracia directa. Ambas políticas se contraponen a la insurrección, a la dictadura revolucionaria del proletariado para abolir el trabajo asalariado, que no es una salida entre tantas, sino la única.
La ausencia de grupos revolucionarios, de minorías que empujen abiertamente el movimiento hacia la revolución social, pesó en los momentos decisivos de diciembre del 2001. La crisis de la clase dominante era total, el proletariado impuso su violencia de clase incluso contra el estado de sitio, lo que precipita todos los recambios burgueses, pero en esa situación de poder social el proletariado queda paralizado como si no tuviese un proyecto revolucionario, por lo que le vuelve a dejar la iniciativa a la burguesía que, aunque tampoco sepa mucho que hacer, sabe al menos cambiar jetas, para que todo quede como está.
No estamos diciendo que había condiciones para un triunfo revolucionario, que sin preparación social a la perspectiva insurreccional sería utópico, pero sí para imponer una relación de fuerzas que corresponda a esa extraordinaria consigna que el proletariado levantó: “¡Que se vayan todos, que no quede uno solo!”. Es decir para impedir que la burguesía reconstituya fácilmente su dominación, para no perder la relación de fuerzas conquistada en la calle e impedir que la burguesía retome la iniciativa de la reorganización política e imponga a uno cualquiera. Sí, si se quiere al peor de todos los que tenían que irse: Duhalde.
Ninguna de las organizaciones y publicaciones con fuerza en el movimiento levanta consignas con perspectiva insurreccional, ninguna pone en el centro de su práctica la verdadera revolución social. Ninguna de las posiciones abiertamente revolucionarias que existen logra afirmarse como fuerza social para que la necesidad de la insurrección y la destrucción violenta de toda la sociedad mercantil se vea como lo que es: la única alternativa. Salvo algunos compañeros sumamente aislados, nadie denuncia las falsas salidas y expectativas suscitadas por el gestionismo evidente en el que, paralelamente a la solución burguesa a la crisis, van cayendo las asambleas y una gran parte del movimiento piquetero.
La ideología dominante, la de la clase dominante, se encuentra presente en todo el movimiento y limita profundamente la fuerza del mismo. Arriba en este texto señalamos como elemento positivo el hecho de que el movimiento haya prohibido la participación de todo tipo de instituciones en sus actos y demostraciones de fuerza, que ningún sindicato, partido u otra institución pueda venir con sus banderas, debemos agregar ahora un elemento sumamente negativo: la única bandera que está autorizada es la bandera argentina. Pero lamentablemente no se trata de una simple bandera, no es un detallecito de la historia. Hay una evidente falta de ruptura con el nacionalismo, con el patriotismo, con el populismo, con el peronismo… Incluso entre los protagonistas más decididos del movimiento hay quienes hablan de la ruina de “nuestra economía”, de la “búsqueda de una salida para el país”, de que los políticos “son unos vendepatrias” cómo si el problema fuese nacional y no de clases, como si lo que se está hundiendo fuese únicamente Argentina y no la sociedad mercantil. El “antiimperialismo”, concebido como afirmación nacional del argentinismo antiyanqui, cumple la misma función burguesa de luchar por liquidar la autonomía del proletariado. Es más, en muchos actos y manifestaciones no se canta contra la patria, ni se afirman consignas internacionalistas sino que se canta (con los trotskistas en primera fila): ¡el himno nacional! Lo que muestra una brutal ruptura con la trayectoria internacionalista del proletariado en la región tanto en la ola 1968-1973, como en 1917-1923 y con las luchas del siglo XIX.
Claro que hay denuncias y rupturas como la que expresa el compañero Burrito contra el populismo, el peronismo, los montoneros y otras formas de nacionalismo.
Algunos extractos aparecidos en Indymedia bajo la firma de Burrito
Esa terminología es estalinista-peronista utilizada indistintamente por el populismo de derecha o de izquierda. Los anarquistas no diferencian al oligarca en oposición al burgués que ustedes no nombran. Los anarquistas denuncian a los capitalistas todos. ¿Se olvidaron acaso? ¿O hay diferencias entre ellos?
Los anarquistas no denuncian a los “entreguistas”, en cambio lo hacen con los carneros, los obreros seducidos por el patrón. “Entreguista” tiene otra connotación; ese término está asociado al populismo. ¿No se dieron cuenta?
Y por último “vendepatria”: me siento mal de tener que explicar este absurdo y para colmo a alguien que se dice anarquista. Los obreros no tienen patria: al país que vayan seguirán siendo obreros-explotados y no pueden defender lo que no les pertenece. El capitalista se instala ahí donde saca ganancias; por consiguiente, el capital no tiene patria y la lucha contra él tampoco: eso es internacionalismo y valor preciado del anarquismo. ¿Vendepatria?: vender algo que no tiene valor ni para unos ni para otros es un contrasentido. ¡Señores que se dicen anarquistas! ¡Además, ser patriota es ser asesino!
26 de diciembre de 2001
Tu “concepción” sobre el anarquismo esta vez no la voy a contestar. Ya lo dijiste todo en la primera nota con los términos vendepatria, oligarquía… Tus últimas opiniones confirman la gravedad y la crisis del pensamiento social más elemental, y el desbaratamiento discursivo de esta farsa filoperonista que se dice anarquista; diciendo “este pueblo que lucha y muere en la calles como lo hicieron 25.000 montoneros”.
No quiero generar polémica entre tus amigos pero sólo te aconsejo que firmar como anarquista un volante y pensar, sentir y escribir como peronista es un juego con un final deprimente debido a que se la van a dar los izquierdistas por supuestos anarquistas y los mismos peronistas se la van a dar por infiltrados “zurdos”. ¿No te parece una repetida comedia de enredos?
Si ustedes quieren llamarse anarquistas porque les gusta nadie va a impedirlo (no todos son tontos), pero acompañar esto al culto de los caudillos y a Evita o (con la excusa de que los obreros quieren a Evita) o la vil explotación religiosa “resistencia de María” (con la excusa los obreros son cristianos). O la apología del prejuicio de masas en relación al internacionalismo: “argentinismo militante y su glorioso himno”: ¿Para qué Hijos del pueblo o La internacional, no?. Y defensa incondicional del obrero peronista como panacea y emblema de la legitimidad obrera, con la excusa de que “los obreros son peronistas, qué se le va a hacer”.
Para tu información los montos fueron pateados hasta por el mismo Perón “por culpa de esos estúpidos imberbes que creen tener mas derechos que los que lucharon veinte años en el movimiento sindical”, 1974.
Te olvidaste que Firmenich y toda esa dirigencia delató, soploneó y hoy se da la buena vida. ¿Si crees que hay valores positivos en el sentimiento popular hacia Evita y la virgen María y que esa fusión despierta reacciones antiimperialistas por qué no te metés en el PJ o para ser más revolucionario en el PCR y dejás de llamarte anarquista? ¿Cual es el objetivo ahora? ¿Intentar infiltrarse una vez más con las Madres bajo el ropaje anarquista? ¿No se avergüenzan? Eso lo hacían tipos como Astiz. ¡¿Cómo pueden haber caído tan bajo?!
También queremos subrayar el hecho de que algunos compañeros pongan nuevamente sobre el tapete, en algunas partes y reaparezca un antihimno argentino, una vieja canción que contrapone a todos los cantos patrios la lucha a muerte contra el capitalismo, la anarquía[6] y que fuera cantada durante muchos años por los militantes proletarios de la FORA comunista.
Himno no nacional
Contra el patriótico himno nacional argentino, que tanto interés tiene la burguesía en que los obreros sigan cantando porque con el mismo loan su propia explotación, resurge este himno internacionalista a la revolución social y a la anarquía que los proletarios a principios del siglo XX compusieron (sobre la misma música del otro) y cantaron en las grandes luchas y manifestaciones proletarias de entonces.
¡Viva, viva la anarquía!
No más el yugo sufrir,
coronados de gloria vivamos
o juremos con gloria morir.
Oíd mortales el grito sagrado
de anarquía y solidaridad,
oíd el ruido de bombas que estallan
en defensa de la libertad.
El obrero que sufre proclama
la anarquía del mundo a través,
coronada su sien de laureles
y a sus plantas rendido el burgués.
De los nuevos mártires la gloria
sus verdugos osan envidiar,
la grandeza anidó en sus pechos,
sus palabras hicieron temblar.
Al lamento del niño que grita:
“Dame pan, dame pan, dame pan”.
Le contesta la Tierra temblando,
arrojando su lava el volcán.
“Guerra a muerte” gritan los obreros,
guerra a muerte al infame burgués,
“guerra a muerte”, repiten los héroes
de Chicago, París y Jerez.
Desde un polo hasta el otro resuena
este grito que al burgués aterra
y los niños repiten en coro:
“Nuestra patria burgués es la Tierra”.
Sin embargo, la dominancia ideológica del populismo sigue pesando contra el movimiento y lo que predomina es, sin ninguna dudas, ese himno a la patria, a la sumisión del proletariado, que es el himno nacional. Resulta sumamente triste que, a nivel de continuidad histórica, se evoque el Cordobazo, la “semana trágica” de 1919 (nosotros preferimos llamarla insurreccional por la acción, en este sentido, del proletariado en Avellaneda que se extiende a todo Buenos Aires) pero que se haya afirmado tan poco en la práctica el internacionalismo del proletariado, el antipatriotismo, que fuera el alfa y el omega de la lucha histórica del proletariado en la región tanto en el siglo XIX como en el XX: el proletariado, que vive actualmente en Argentina, tiene origen en decenas de países y todos los movimientos importantes del mismo se enfrentaron abiertamente con el argentinismo y sus valores. En contraposición con ellos, los que más afirmaron la idea de patria en Argentina fueron los burgueses y sus ejecutantes, los militares (incluido Perón), los mismos que realizaron las mayores masacres de la historia. Los escuadrones de la muerte, las patotas sindicales y otras organizaciones parapoliciales tienen sus antecedentes históricos incuestionables en la Liga Patriótica Argentina[7].
“¡El mes pasado se festejaron tres fiestas patrias! Ha habido derroche de banderitas, escarapelas, veladas, bailes y borracheras… Parece mentira que en nuestras filas haya compañeros que tan pavamente apoyen esas fiestas… ¡Adiós bandera roja enarbolada el primero de mayo!… ¿Quiénes fueron los propiciadores de estas fiestas? Unos comerciantes que compran y venden productos en todo el mundo en competencia con los de su patria, luego de hecho, su patria es la ganancia comercial. Un banquero que especula en todas las bolsas del mundo, que agiotiza sobre todas las plazas mundiales, de hecho su patria es el dinero. Un estanciero que emplea obreros de cualquier nacionalidad (siempre que le cueste menos y trabajen más) de hecho sus compatriotas son todos los burros de carga más rendidores y baratos… ¿Cuándo comprenderemos los proletarios, los que no tenemos tierra, ni bienes, ni nada material que nos retenga en un sitio con preferencia a otro, que la idea confusa de patria no tiene para nosotros ningún interés? ¿Cuándo nos daremos cuenta los brutos de carga que la patria está perfectamente conforme y es fomentada por los privilegios de la casta burguesa?”
Federación Obrera de Río Gallegos (1921)
Junto con ese populismo y ese nacionalismo siempre presentes, que constituyen fuerzas contra la revolución, merecen señalarse otras ideologías complementarias, como las tendencias a legalizar el movimiento, a oficializar sus representantes, a formular reivindicaciones positivas dentro del capitalismo y claramente entendibles por las fracciones burguesas en el poder, en fin a transformar esa fuerza proletaria que se expresa en la calle en una fuerza institucionalizada e integrada a través de sus representantes como institución estatal. Forman claramente parte de esta tendencia contrarrevolucionaria todas las tentativas de transformar el movimiento piquetero y asambleario en nuevos sindicatos, pero también, aquellas que buscan constituirlo en formas de apoyo a la acción política partidaria, incluida la electoral y en particular las que levantan la consigna de la izquierda burguesa de “Asamblea Constituyente”. Resulta sumamente importante la denuncia de esta opción burguesa (como hacen las Juventudes Libertarias en Bolivia) porque dicha consigna ya jugó su papel nefasto en muchas partes y en muchas épocas y porque hoy mismo lo está jugando no sólo en Argentina sino en otros países de la región.
La constituyente: pirueta reformista
En todos lados se habla de la asamblea constituyente; mamones y oportunistas dicen que solucionara nuestros problemas; se cacarea una propaganda mistificadora que esconde los verdaderos problemas del día a día, de la liberación de la clase trabajadora del yugo patronal capitalista. Lo cierto es que el mundo está dividido en dos clases: la clase de los explotadores (burguesía) y la clase de los explotados (proletariado). El régimen económico, el capitalismo, funciona en base a la obtención de la mayor ganancia posible; para ello los burgueses explotan al proletariado con el único fin de obtener el mayor lucro. El estado es la estructura que tiene como objetivo la protección de los intereses de la clase dominante, y mantener las relaciones de dominación en las cuales los capitalistas viven del trabajo no pagado al proletariado. Por lo que los intereses de estas clases son totalmente opuestos. ¡Por consiguiente creer que un espacio de diálogo entre ambas clases permitiría acabar con la explotación y la opresión es una mamada! ¡Un imposible! Los burgueses dejarían de ser ricos, y eso por las buenas no pasará nunca. Entonces por qué tanto alboroto, aquí hay gato encerrado… La verdad es que se pretende cambiar el campo de batalla, de las fabricas, los campos y la calle a las pomposas asambleas donde los badulaques del sindicalismo reformista y los doctorcitos de la burguesía, ambos lacayos del capital estado, hablen en nombre de los trabajadores, a quienes desean siempre tener explotados para aprovecharse. Se pretende sustituir la lucha de clases real, violenta en las calles, por los rebuznos de los delegados constitucionalistas. Los capitalistas quieren tener asambleas, parlamentos que embrutezcan al proletariado con la idea de que pueden ser resueltos sus problemas en las instituciones burguesas. La consigna por una asamblea constituyente desvía a los trabajadores de sus verdaderos medios de lucha, los embauca al pretender que la transformación de la sociedad se puede realizar sobre las bases de la sociedad capitalista. Alimenta la pasividad de las masas, que se fían en la capacidad de los jefes. Siembra la confusión en un momento en que la lucha se cimienta en un movimiento directo de masas. El proletariado que renuncia a sus fines, a sus propios intereses, se niega como clase, afirmando a sus opresores, se excluye como (lo único que puede ser) fuerza antagónica al orden existente disolviéndose en ciudadano. El subirse al carro de la constituyente es legitimar la dictadura del capital, es decir “la democracia”, que velada tras formulas engañosas de libertades políticas y de garantías democráticas ficticias sirve como caballo de Troya para amaestrar al proletariado y remachar las cadenas de esclavitud.
Juventudes Libertarias, 16 de junio de 2002
No debemos olvidar que todos estos puntos (nacionalismo, populismo, argentinismo “antiimperialista”, institucionalización, asamblea constituyente…) aunque sean ideologías dentro del movimiento del proletariado representan los intereses de la burguesía. Son expresiones, consignas y directivas que objetivamente constituyen un freno y una desviación con respecto a lo más importante que el proletariado ha ido afirmando prácticamente: su contraposición práctica, abierta e irremediable con la propiedad privada y el estado.
6/ El gestionismo contra la revolución
Sin embargo mientras la ruptura con esas ideologías politicistas se sigue operando por la real incapacidad de todas las fracciones del capital de dar algún tipo de solución inmediata, el movimiento, al no lograr adoptar una dirección revolucionaria, se va empantanado cada vez más en todas las formas de gestionismo, de alternativas productivistas. La propia crisis de la izquierda burguesa política y sindicalista, peronista e izquierdista, la lleva a operar una transformación “libertaria” coincidente con la moda y a desarrollar toda una ideología alternativista hacia la que busca atraer al proletariado en lucha.
La necesidad de sobrevivir, en un contexto de caos generalizado como en Argentina, donde la situación material se hace insoportable cada vez para más gente, empuja a todos a ingeniarse de mil maneras: saqueos, ocupaciones de locales y/o fábricas, recuperaciones, inventos raros, curros[8], artesanados, tráficos, falsificaciones, cambios,… Nadie, y mucho menos nosotros, podría juzgar o condenar cualquiera de estos procedimientos de supervivencia, de lucha contra el hambre que nuestra clase inventa para enfrentar las condiciones que le impone la sociedad mercantil. En la gestión de la inmediata supervivencia y bajo la dictadura del capital todo lo que se hace contra la ley de la propiedad privada y el estado burgués es válido, legítimo y, sean o no conscientes los protagonistas, expresa la contraposición total e irreconciliable entre las necesidades humanas y la sociedad basada en la propiedad privada.
El problema surge cuando mecanismos de esta supervivencia, o la necesaria ocupación de medios de producción realizada por la lucha proletaria, se idealizan como si fuesen alternativas de cambio de la sociedad actual, como si se pudiese realizar un cambio social sin la necesaria ruptura revolucionaria, como si se pudiese “comunizar” el mundo sin destruir despóticamente la sociedad mercantil. La ilusión de ir mejorando poco a poco una sociedad que hay que destruir juega un potente papel contrarrevolucionario, sea cual sea la forma en que la misma se exprese. En momentos de crisis social y política, dichas ideologías, cumplen la función de paralizar el potencial revolucionario del proletariado, de impedir la insurrección. Muchas veces en la historia, la ideología gestionista antiinsurreccional fue transformando las ocupaciones de fábrica y de medios de producción en general, en “control obrero”, “autogestión”, “colectivizaciones”, “socializaciones”… y un sinnúmero de denominaciones que tienen en común la apología del abandono de la lucha contra el estado en beneficio del trabajo y la gestión productiva, como sucedió en España, con las colectivizaciones en 1936-1939. La consecuente pérdida de perspectiva revolucionaria del proletariado se transforma invariantemente en fuerza contrarrevolucionaria y concluye en la liquidación política y física del proletariado organizado. En efecto, para la burguesía, en circunstancias de profunda crisis social y política, donde la insurrección está al orden del día, resulta sumamente positivo que el proletariado en vez de atacar su poder social y político, invierta todas sus energías en la producción y la gestión económica, no sólo porque aquella puede reorganizarse para liquidarlo después, sino porque el capital mismo es mantenido en buen estado de funcionamiento por un proletariado que cree que produce para su propio interés. Como la burguesía sabe perfectamente esto, es normal que todas esas seudo alternativas, que podemos resumir en la búsqueda de otra gestión u otras formas de cambio sin destruir el capitalismo, que se han ido desarrollando en Argentina, sean idealizadas y propagandeadas por sectores burgueses en todo el mundo. Así, el modelo gestionista, que el subcomandante Marcos había puesto de moda hace unos años y que sufría un notorio desgaste, toma nuevos brillos a nivel internacional, gracias al ejemplo argentino y la publicidad efectuada por los sectores burgueses alternativistas.
Intercambiar productos, intercambiar trabajo, comercio alternativo… Ante el desabastecimiento de los comercios y la falta de dinero, muchas familias trabajadoras se han ido integrando en una red de trueque o intercambio de productos. En Argentina hay más de tres millones de personas que utilizan dicho procedimiento ocasional o regularmente. Por lo que dijimos antes, es normal, que esa supuesta alternativa goce de las alabanzas que le brindan los progresistas del mundo entero. Cada producto es valorado en créditos. El crédito equivale a la mitad de un peso. También se intercambian servicios en modo de trabajo: yo arreglo bicicletas, tú arreglas frigoríficos… Claro que a muchos ese sistema les sirve para encontrar algo más barato o para dar trabajo a cambio de algo que necesitan. Lo jodido es que en Argentina también eso se imagina y propagandea como un proyecto social diferente, cuando en realidad ese intercambio generalizado tiende irremediablemente a la ley del valor que existe en toda la sociedad burguesa. Es decir que, independientemente de las ilusiones que pueda haber en el proletariado, en ese mercado se tienden necesariamente a verificar todas las leyes del capitalismo. En el fondo, dichas leyes están contenidas en el intercambio mercantil mismo, incluso bajo su forma más simple o de trueque. El cambio de un objeto, servicio, trabajo… por otro, sólo puede realizarse sobre la base del trabajo que se objetiva en él y esa relación de cambio contiene en su desarrollo toda la barbarie de la sociedad actual, como (¡y no está de más recordarlo!) mostró Marx contra Proudhon. Toda ilusión contraria de que este “cambio alternativo” es diferente al capitalismo o que al menos desarrolla relaciones “menos inhumanas” juega un papel reaccionario. En Argentina ya se constata que el precio en créditos de la mayor parte de los productos es superior al que existe en los comercios, que esa unidad de cuenta también se devalúa, que dentro de ese comercio supuestamente alternativo ya se han desarrollado todo tipo de estafas, de mafias, de grandes que se comen al chico, etc. A pesar de ello, la ideología misma de que con ese comercio alternativo y la producción alternativa se puede cambiar la sociedad sigue siendo importante.
También en las tomas de fábricas y la denominada autogestión se plantea ese problema. La toma de una fábrica es un acto de lucha que implica enfrentarse al patrón y atacar la propiedad privada. La generalización de dicho proceso es un buen punto de partida, para contraponer, la fuerza proletaria a la fuerza de la burguesía coligada. Cuando además se expulsa a los patrones, se utiliza los medios de trabajo (muchas veces cambiando el uso de los mismos) para producir objetos necesarios a la subsistencia, o/y se ponen esos medios de producción al servicio del movimiento (como cuando se ocupan fábricas de alimentos, de objetos útiles, imprentas o periódicos como sucedió en algunos casos en Buenos Aires y algunas capitales de provincia), el mismo afirma su contraposición a toda la sociedad burguesa. Pero si los proletarios se convierten en los gestores de estas empresas (¡por muy cooperativas, horizontales y equitativas que sean!), algunos de ellos terminarán siendo necesariamente los sostenes del capital y el estado, porque la existencia de esa empresa depende necesariamente de su rentabilidad y ésta de la tasa de explotación. El capital y el estado lejos de debilitarse con estas empresas “controladas por los obreros” o “colectivizadas” se refuerza más, puesto que la lucha deja de ser por la destrucción del trabajo asalariado y la sociedad mercantil, y la energía revolucionaria se canaliza hacia la producción y el cambio de mercancías. Incluso en el caso extremo, de que la propiedad privada jurídica dejase de existir, las relaciones sociales entre las empresas colectivizadas seguirán siendo mercantiles y todas las leyes de la sociedad capitalistas seguirán rigiendo las relaciones entre los hombres. Para abolir la propiedad privada en serio y no solo formal o/y jurídicamente, hay que abolir también la gestión empresarial y la empresa misma, sin lo cual la sociedad seguirá decidiendo lo que produce y quien lo produce en función de las leyes mercantiles, las leyes del capitalismo. La decisión autónoma de cada unidad productiva, que hace que la producción solo se “haga social” a posteriori, a través del mercado y sus leyes (en contraposición con las necesidades de la humanidad), es la clave del capitalismo. Sólo destruyendo aquella autonomía e indiferencia de cada unidad productiva y sometiendo todas las unidades a los imperativos humanos, la producción será directamente social (destrucción de la dictadura de la ley del valor) y la sociedad será la asociación libre de productores asociados, base de la comunidad humana.
Siempre que se ocupa un lugar de trabajo y se pone a trabajar se plantea esa alternativa entre la generalización y profundización de la lucha o la paralización de la misma sobre la base de la ilusión productivista, gestionista. Ha habido varios casos importantes de empresas ocupadas y reabiertas por los obreros en lucha en todo ese proceso de afirmación proletaria de 2001-2002, donde, ambas alternativas, se contraponen.
Citemos algunos casos de ocupaciones que se destacan por su radicalidad: Zanón (en Neuquén, que lleva, cuando terminamos este artículo, diez meses de ocupación), Bruckman (en Buenos Aires), Perfil… Hay incluso casos en que la ocupación y la puesta en funcionamiento de la planta es directamente una medida de lucha, de afirmación del compañerismo. En Azul, tras la ocupación, los trabajadores han logrado reabrir una fábrica de cerámicos y reincorporar a los compañeros despedidos. En Fricader (Río Negro) se plantea la cooperativa luego del cierre de la planta. En Chilavert (Buenos Aires) los trabajadores imprimen un libro para servir al movimiento asambleario.
Así como hay ocupaciones que afirman el movimiento, en muchos casos, las ocupaciones de fábricas y el trabajo en ellas, bajo “autogestión”, se ha ido articulando y confundiendo con los planteos de comercio alternativo entre grupos y de mercados “paralelos” o de trueque. La ilusión en cada fábrica, de que esto es una solución, lleva a contentarse con esas alternativas parciales, que tienden al aislamiento y que en los hechos se contrapone a la única solución posible: la generalización de la lucha, la organización contra el capital y el estado.
Un caso similar ocurre con el movimiento de los piqueteros y los “triunfos inmediatos”. Cortar rutas e imponer un “Plan Trabajar”[9] es un acto de clase en la medida que se le arranca al capital subsidios para subsistir. Pero ese resultado es efímero y tiende a ser liquidado por la propia evolución económica. Lo que queda realmente es la organización y solidaridad creciente de ese movimiento social. En la medida en que las alternativas burguesas se van mostrando incapaces de solucionar los problemas inmediatos de la gente, el movimiento se generaliza y ya no se puede encerrar el mismo como si fuese un movimiento puramente económico. Necesariamente toda lucha proletaria real aunque sea desencadenada por necesidades inmediatas tiende a contraponerse a todo el funcionamiento del capital y el estado, como sucede con el movimiento piquetero. Su propio desarrollo lo lleva a la generalización y como vimos a unificarse con el resto de luchas proletarias, que a su vez tienden hacia la única solución posible: la insurrección, la revolución social. Contra eso en Argentina, como en el mundo, se han puesto de moda un conjunto de alternativas gestionistas, basadas en la ilusión de la economía alternativa, que se contraponen explícitamente a esa única salida posible: la insurrección proletaria.
En las discusiones, tanto en las asambleas como dentro del movimiento piquetero, constatamos con terrible preocupación el peso creciente de esta ideología que debemos combatir. Sólo a los efectos de ejemplificar dicha ideología, tomamos la que se expresa públicamente en nombre del movimiento de trabajadores desocupados del barrio de Solano (MTD Solano) impulsores de la Coordinadora Aníbal Verón, reproducida por Situaciones en diferentes folletos. No se trata aquí de desmerecer la lucha que han llevado los compañeros, los piqueteros de dicho barrio, que por otra parte han estado desde hace años a la vanguardia del combate contra las fuerzas represivas del estado, sino de combatir la ideología gestionista que se expresa en su nombre y que los lleva a un callejón sin salida.
“La experiencia del MTD-Solano tiene su singularidad. Sus fundadores trabajaban en la capilla de la zona, hasta que fueron desalojados por el Obispo Novak. Luego comenzaron a organizar el MTD Teresa Rodríguez… Con el paso del tiempo comenzaron a administrar sus propios proyectos (Planes Trabajar). Y muy pronto fundaron comisiones y talleres, de formación política, de panadería, de herrería, una farmacia para el movimiento, etc.”[10]
Si bien es lógico, como dijimos, que se luche por imponer esos Planes Trabajar, en la medida que se arranca algo al capitalismo sobre la base de una relación de fuerzas los portavoces de Solano llegan a idealizar los resultados de los emprendimientos productivos desarrollados en esas condiciones. Dichos emprendimientos y las relaciones sociales de ellas derivadas son totalmente idealizadas hasta el extremo de pretender que la misma explotación sería abolida poco a poco: “Lo que sí tenemos bien claro es que queremos abolir la explotación, pero la explotación no se anula a partir de una idea, sino de un proceso y de a poco. Yo no me olvido nunca de lo que dijo una compañera cuando estábamos, en un taller de educación popular, trabajando este tema de la identidad. Dijo ‘Acá volví a ser yo misma respecto al trabajo. Porque ahora yo soy trabajadora, aunque ni siquiera tenga un plan: soy trabajadora y no explotada’.”
Toda la ideología de los portavoces de Solano va en el sentido de esa apología de la gestión inmediata, del cambio gradual y de una supuesta economía alternativa como sinónimo de cambio social: “Intentamos trabajar sobre la idea de una economía paralela… tratamos de generar proyectos productivos que no son PYMES, con otras características, donde cambian las relaciones laborales, donde lo esencial no sea la mercancía, el cambio de la fuerza de trabajo por dinero; es un proyecto más amplio”. Es decir que nos venden como nueva esa vieja idea proudoniana, reformista, del establecimiento de relaciones sociales no capitalistas, sin la indispensable destrucción revolucionaria de lo que existe en realidad: la dictadura del capital. Esa ideología de una supuesta “solidaridad superadora del individualismo” basada en los emprendimientos productivos es evidentemente totalmente utópica. Si no se destruye la dictadura de la ley del valor no se puede superar el individualismo. Cuando el proletariado sale a pelear a la calle, dicha ideología es una barrera contra la revolución social.
Lo mismo puede decirse de todos los discursos sobre la horizontalidad, sobre la decisión de la base, sobre la permanente discusión de criterios, sobre la multiplicidad, sobre el hecho de que todos deciden o/y sobre la democracia directa cuando lo que se decide en realidad es producir para el mercado: “Lo que hacemos es revisar constantemente los acuerdos… Porque siempre nos manejamos con acuerdos: cuando salimos a la ruta, cuando constituimos un grupo de trabajo o un área del movimiento… Lo que nos ha facilitado mucho la tarea es que no hemos empezado ningún grupo sin haber puesto primero los criterios en discusión, siempre han sido definidos por todo el movimiento. Por ejemplo en los emprendimientos productivos primero hay que capacitarse y llegar a criterios de producción para después producir y salir a vender.” ¡Cómo si se pudiese romper con la estructura de dominación capitalista sin poner en cuestión la dictadura de ese mercado, la dictadura del valor!
Es en ese mismo campo y con esa base que todos los discursos contra la toma del poder por el proletariado toman toda su dimensión contrarrevolucionaria: “Estaríamos un poco loquitos si apuntáramos a generar una organización popular de base, para el cambio social, en función de una lucha por arrebatar el poder político al capitalismo… no nos interesa tomar el poder político, sino comenzar a vivir como muchas veces soñamos. Y eso es ahora: no vamos a tener que esperar una revolución”. Como se puede constatar estamos en el más burdo inmediatismo y gestionismo contrapuesto a la revolución social ¡cómo si se pudiera “vivir como siempre soñamos” en pleno capitalismo y bajo el terror del estado! Téngase en cuenta que lo que se dice no es sólo que están contra la toma del poder político, con lo cual nosotros podríamos coincidir porque para nosotros no se trata de tomar el estado burgués sino de destruirlo, sino contra la revolución, contra la liquidación del poder del capital que evidentemente no es sólo político. En efecto, la clave de todo ese planteo es el “organizar la economía alternativa” sin destruir la sociedad mercantil. ¡Cómo si pudiera haber otra economía, otra sociedad, en pleno capitalismo! Lo que olvidan, ni más ni menos, es que esa economía supuestamente alternativa está sometida a la dictadura del capital: dictadura de la ley del valor, dictadura del estado burgués.
Al respecto cabe mencionar que quienes más han hecho la propaganda de esta posición gestionista, tan potente en todo el mundo, que repitámoslo, en un movimiento como el del proletariado en Argentina juega un papel contrarrevolucionario, es el Colectivo Situaciones (a través de sus propios textos o entrevistas a portavoces del MST Solano) dándole una concepción más global y filosófica. Dicho colectivo es una mezcla ideológica de estalinismo, populismo, prudonianismo, o mejor dicho una mezcla de la no ruptura con ningún populismo (ni con el peronismo radical, ni con el guevarismo, ni con el castrismo, ni con el modelo actual de los Tupamaros uruguayos hoy parlamentarios y frenteamplistas, ni con el subcomandante Marcos), con ningún nacionalismo pero utilizando el lenguaje a la moda de la izquierda alternativa. Situaciones se ha especializado en esa apología de la gestión contra todo cuestionamiento revolucionario. No deja de ser sintomático, que en su apología de la gestión contra quienes luchan por la revolución social, tengan que recurrir a parafrasear la vieja fraseología leninista y luego estalinista contra los revolucionarios: “La política sin gestión es el nuevo infantilismo de izquierda”[11]. Basta esta citación apologética del leninismo contra las posiciones revolucionarias (recuérdese que ese libro se escribió contra quienes se oponían al oportunismo y socialdemocratismo en la Internacional Comunista), para poner en evidencia que, a pesar de lo que hayan leído los autores de Situaciones acerca o de los situacionistas, aquellos no tienen nada en común con estos compañeros. Recordemos que uno de los puntos programáticos más claramente demarcatorios de los situacionistas fue la lucha por la dictadura del proletariado, que en Situaciones brilla por su ausencia. La terminología espectacular de Situaciones (¡hablan hasta de “fábrica espectacular”!) pretende utilizar formalmente una continuidad, pero lo hace tan mal, que a cada rato revelan su no ruptura fundamental con el populismo y el estalinismo. Así hablan hasta de “la búsqueda de una productividad no capitalista. Una nueva productividad para los sujetos, para los militantes, para el pensamiento, para los lazos, para la economía y las representaciones que –cómo no decirlo– constituyen esencialmente nuestras vidas.”
La lucha contra esta ideología burguesa nos hace valorar la traducción, publicación y difusión, por compañeros en Argentina, precisamente en diciembre del 2001, de un folleto publicado originalmente en italiano, “Ai ferri corti”[12]. Dicho documento, independientemente de los desacuerdos que tenemos con los autores, critica, desde una perspectiva revolucionaria el gestionismo tal como lo expresa Situaciones y otros grupos. He aquí algunos extractos que se sitúan en nuestro misma línea de denuncia:
“Los explotados no tienen nada que autogestionar, a excepción de su propia negación como explotados. Sólo así junto a ellos desaparecerán sus amos, sus guías, sus apologetas acicalados de las más diversas maneras… Curiosamente, aquellos que consideran la insurrección como un trágico error (o también, según los gustos, como un irrealizable sueño romántico), hablan mucho de acción social y de espacios de libertad para experimentar… Muchos libertarios piensan que el cambio de la sociedad puede y debe acontecer gradualmente, sin una ruptura repentina. Por eso hablan de “esferas públicas no estatales” donde elaborar nuevas ideas, nuevas prácticas. Dejando de lado los aspectos decididamente cómicos de la cuestión (¿dónde no hay estado? ¿cómo ponerlo entre paréntesis?) lo que se puede notar es que el referente ideal de estos discursos sigue siendo el método autogestionario y federalista experimentado por los subversivos en algunos momentos históricos (la Comuna de Paris, la España revolucionaria, la Comuna de Budapest, etc.). El pequeño pormenor que se descuida, sin embargo, es que la posibilidad de hablarse y de cambiar la realidad, los rebeldes la han tomado con las armas, En definitiva se olvida un pequello detalle: la insurrección.”
Los gestionistas “olvidan” también que, incluso en esos casos, la insurrección solo había comenzado, que el estado burgués no había sido destruido, que el gestionismo lejos de permitir un avance revolucionario permitió la reestructuración del capital y el estado contra el proceso revolucionario incipiente. ¡Qué en todos esos ejemplos históricos, la represión que vino luego fue posible porque el gestionismo había desgastado la energía revolucionaria en la autogestión!
Para terminar con el gestionismo debemos insistir en su permanente complementariedad con el politicismo. Si unos niegan la lucha contra el poder capitalista y llaman a la gestión y los otros llaman a la institucionalización del movimiento dentro del poder del estado, subrayemos que ambos se contraponen a la insurrección y a la destrucción violenta del capitalismo y la sociedad mercantil. Ambas concepciones hacen como si el fundamento dictatorial de la sociedad capitalista, la dictadura del valor contra el ser humano, no existiese. Ambos quieren democratizar la sociedad burguesa, unos políticamente otros económicamente (“democracia directa”); ninguno rompe con la dictadura social que esa democracia implica.
En ese sentido son de una complementariedad perfecta, en los dos casos se buscan soluciones en el capitalismo y se oponen a la lucha por la dictadura del proletariado para abolir el asalariado, la mercancía.
Hoy en Argentina, adonde el proletariado se contrapone objetivamente con toda la sociedad mercantil, a todos los partidos, sindicatos, adonde nadie cree en el futuro presidente, ni en los parlamentos, ni en las elecciones, adonde el repudio a todos esos poderes es general, los que están salvando el orden social son en realidad quienes hablan de asambleas constituyentes, pero también quienes buscan soluciones de gestión económica sin destruir las bases de esta sociedad. Frente a la catástrofe económica, social y política de todo el mundo capitalista, que se descarga sobre el proletariado en Argentina, los gestionistas y politicistas se muestran como lo que son: las falsas alternativas indispensables, para que el cuestionamiento de la sociedad presente, no destruya los fundamentos de la misma.
7/ Generalización y perspectivas
Lo más importante del movimiento revolucionario del proletariado en Argentina es el desarrollo de su fuerza a través de la ocupación de la calle, el asociacionismo, la afirmación del piquete y del escrache que por otra parte se extienden fuera de fronteras.
James Petras en su artículo “El movimiento de los desocupados en la Argentina”[13] se refiere a la generalización del piquete: “El temprano éxito de los cortes de ruta de los trabajadores desocupados en las ciudades fantasmas de Neuquen en 1996 se ha esparcido por todo el país. Los cortes de ruta han devenido la táctica generalizada de grupos explotados y marginados en toda América Latina. En Bolivia varios miles de campesinos y comunidades indígenas han cortado rutas demandando créditos, infraestructura, libertad para el cultivo de coca, aumento del gasto en salud y educación. También en Ecuador, donde con cortes de calles masivos protestan contra la dolarización de la economía, la falta de inversiones públicas en regiones montañosas, etc. En Colombia, Brasil, Paraguay… los cortes de ruta, las marchas y las ocupaciones de tierras combinan demandas inmediatas con la exigencia de políticas redistributivas, el fin del neoliberalismo y los pagos de la deuda”. Dejando de lado los fines parciales que le atribuye Petras a ese movimiento (que para nosotros reflejan más la ideología reformista de Petras, que la fuerza del movimiento) nos parece, que esta citación, da elementos de la generalización del mismo, al menos hasta mediados del 2001. Luego no sólo ha habido nuevos cortes de ruta en casi todos esos países mencionados por Petras, sino que se han producido cortes de ruta en otros países de América Central, del Sur y del Norte.
Los escraches también se han ido generalizando. No solo los ha habido, además de en Argentina, en los países vecinos de Chile y Uruguay sino que también los ha habido en Estados Unidos (escrache de Bush en Pensilvania en julio de del 2002 al grito de “Bush terrorista”; lo mismo que en Filipinas unas semanas antes), en Brasil, en España, en Italia (aunque en estos últimos países por el momento sólo se escrachan a torturadores argentinos).
Frente a la catástrofe capitalista que se concreta día a día, estos son signos evidentes de que el proletariado retoma el camino de la lucha en muchos países. En el proceso de afirmación proletaria el piquete, el escrache, la organización en asambleas territoriales, se verifican como armas poderosas. El hecho de que esos métodos y estructuras organizativas se empiecen a generalizar a otros países, que el ejemplo del proletariado en Argentina, comience a ser conocido y asumido, es sumamente alentador y podría estar indicando un cambio en las características de las luchas actuales, tanto por la duración de ese asociacionismo proletario incipiente, como por la correlación de fuerzas que podría empezar a cambiar si piquete y escrache se generalizan a otros continentes.
Las ideologías contrarrevolucionarias que deberemos enfrentar son siempre las mismas, por más que se vistan con nuevos trajes: el politicismo y el gestionismo. La imponente catástrofe que el capital vive y que golpea a la humanidad se seguirá agravando e irá quemando todas las falsas salidas, hasta que el proletariado afirme su revolución destruyendo para siempre la sociedad mercantil.
¡Generalicemos la lucha del proletariado en Argentina!
¡Por la extensión del piquete al mundo entero!
¡Por la generalización del escrache!
¡Por la destrucción revolucionaria de la sociedad mercantil!
Esta carta abierta al proletariado en Argentina fue publicada en internet el 31 de diciembre de 2001 por los compañeros de Conflicto, Papeles por la guerra social, apartado de correos 15104, 28080 Madrid, estado español, email konflizto@hotmail.com
La republicamos por su total actualidad, por situarse abiertamente contra la corriente dominante, por afirmar una dirección revolucionaria clara que hoy es indispensable en el movimiento de nuestra clase en Argentina. ¡Cómo lo será mañana en el mundo entero!
Carta abierta al proletariado argentino
Hermanos,
1) la crisis que se abalanza tan duramente sobre vuestra maltrecha existencia poco tiene de Argentina, no es consecuencia de “malas gestiones”, “políticos corruptos” ni nada por el estilo: es el capitalismo mundial que se muere. Vosotros sois tan solo unos de los primeros en ser inmolados junto a él; junto a este cadáver horripilante que en su lecho de muerte sigue asesinando a millones de proletarios en todo el mundo. Mucha sangre tendrá que correr para que el sistema entero al fin caiga.
2) El capital ha desplegado todas sus armas para combatiros: partidos, sindicatos, ultraizquierdistas, nacionalismo, balas, peronismo, palizas, tortura, cárcel. En consecuencia, deberéis usar todas vuestras armas para combatir el capitalismo (la primera de todas, la consciencia de vuestro/nuestro proyecto revolucionario de abolición de la sociedad de clases, la consciencia de vuestra pertenencia a un movimiento histórico y mundial por el comunismo).
No os paréis aquí si no queréis ser aniquilados. Ninguna de las fuerzas que dicen representaros, a vosotros y a vuestros intereses, es otra cosa que diferentes rostros de la bestia capitalista, ni defienden otro proyecto que vuestro sometimiento y explotación. Quemad las sedes de los políticos. No dejéis vuestros asuntos en manos de los sindicatos: poned vuestros puños en la cara de los sindicalistas.
3) Vuestra labor incendiaria ha tenido la virtud de haber sabido tomar las calles, y la insuficiencia de no haber sabido defender esa conquista. En los días y meses de lucha que vienen, deberéis ganar la fuerza para imponer vuestro proyecto, ganar las calles, paralizar la economía, echar abajo los contragolpes reaccionarios que vendrán. La gigantesca tarea de demolición que la historia os ha puesto por delante es algo para lo que deberéis estar preparados.
4) Las sucesivas dimisiones y recontradimisiones no han sido más que maniobras de distracción, burdos camelos para que penséis que habéis conseguido algo, una pequeña victoria siquiera. De los “nuevos” burgueses en el poder sólo podéis esperar más duros hachazos a vuestras condiciones de supervivencia. Hermanos: si no proseguís la lucha, si no la lleváis a sus últimas consecuencias, seguiréis jodidos, cada vez más.
Llevar la lucha a sus últimas consecuencias significa asumir las primeras consecuencias: la lucha por vuestros propios intereses como clase, sin consideración alguna a la economía nacional o a la situación de las empresas.
La promesa de impago de la deuda externa es un regalo del recientemente dimitido gobierno a los grandes burgueses argentinos, esos mismos que atesoran miles de millones de dólares en “paraísos fiscales”. La cuestión de la deuda externa es un asunto que interesa a los capitalistas de todos los países, no a los proletarios: que se den más o menos dentelladas entre ellos en nada cambia nuestra situación como explotados.
Los malabarismos monetarios con que unos y otros perros pretenden “solucionar” la crisis significan, simplemente, más y más miseria para vosotros.
Proletarios: no confiéis en nadie más que en vosotros mismos y en vuestras propias fuerzas, luchad por vuestros propios intereses de clase sin miramientos con la economía y el Estado que, tarde o temprano, os veréis obligados a destruir.
5) Hermanos: vuestra algarada constituye la punta de lanza del movimiento internacional por la destrucción del capital. Las circunstancias históricas os han colocado en tal posición y deberéis tener el coraje, la determinación y la consciencia necesarias para llevarla a sus últimas y naturales consecuencias, abriendo el camino a un proletariado que hoy, en todo el mundo, comienza de nuevo a revolverse contra sus amos.
Junto a los proletarios (quizá a veces llamados “campesinos”, “indígenas”, “bereberes”, etc.) de Bolivia, Argelia, junto a los proletarios de Europa que se dedican a aguarles la fiesta a los poderosos, junto a los que en cualquier lugar del mundo se rebelan contra la explotación y la opresión del Capital-Estado, sois la parte visible del iceberg que echará, al fin, esta mierda de barco a pique.
Hermanos: vuestro fuego es el mejor medio de comunicación. Las columnas de humo que se extienden por toda la Argentina atraviesan las fronteras y son divisadas en Bolivia, Argelia, Corea, Europa… No dejéis de hablar con fuego, despreciad todas las cámaras de televisión: ese no es vuestro terreno.
Compañeros: si nuestros argumentos os han parecido correctos, difundid y reproducid con la mayor rapidez que podáis este texto por todos los medios de que dispongáis o que podáis tener al alcance. Y si no, arrojadlo en este mismo instante y comenzad es seguida a publicar otros que sean mejores! Puesto que está fuera de dudas el derecho que tenéis a juzgar con rigor nuestros modestos argumentos. Pero lo que está aún todavía más fuera de dudas, es el que la escandalosa realidad que nosotros hemos revelado tan bien como hemos podido, no es materia que vosotros podáis juzgar: al contrario, es ella quien, finalmente, va a juzgaros a todos.
Por la abolición del trabajo asalariado y la mercancía.
Por la destrucción del Estado y de la sociedad de clases.
Por el comunismo. Por la anarquía.
Acerca de las luchas proletarias en Argentina
Segunda parte
Contra las campañas burguesas de descalificación de esas luchas y algunas discusiones entre compañeros
(in Comunismo Nº50 – octubre 2003)
La burguesía y sus lacayos en todo el mundo hacen de todo para descalificar y falsificar las luchas del proletariado en Argentina. Pensamos que ello se debe a que en muchos sentidos esas luchas están mostrando, con sus fuerzas y debilidades, lo que puede pasar en otras latitudes. Por eso mismo las mismas han suscitado un conjunto de discusiones entre compañeros de todas partes. Por ambas cosas volvemos y volveremos sobre el tema: porque la defensa del carácter proletario de esas luchas y esas discusiones tienen una validez de perspectiva internacional.
1/ Negación del proletariado en Argentina, represión
La dominación burguesa requiere negar a su enemigo histórico, negar que pueda existir un proyecto antagónico a la sociedad actual. El terrorismo de estado directo o la acción de los medios de difusión realizan esa misma negación: el proletariado no existe, no existe su lucha… La liquidación física de los militantes, la propaganda estatal, las teorías de las universidades y de las organizaciones políticas de la clase dominante, la acción de los partidos socialdemócratas, la falsificación y el ocultamiento de la historia de nuestra clase, son diferentes mecanismos de opresión para negar (destruir) al proletariado. Como mostramos muchas veces, la lucha es presentada como lucha nacional y hasta nacionalista, como lucha entre etnias, como lucha de los desocupados, de los pobres, de los comerciantes, de los jubilados, de los estudiantes, de los obreros, de los campesinos… en fin cualquier cosa, para negar el carácter revolucionario del movimiento y para negar al proletariado mismo como fuerza histórica.
Como ya lo denunciamos en el primera parte, todas las teorías dominantes se concentraron en presentarnos el movimiento proletario dividido en componentes sociológicos: lumpen, “clase media”, estudiantes, obreros, ahorristas, asambleas barriales… De esa forma queda fuera de la historia el proletariado, se liquida el sujeto de la revolución y su proyecto revolucionario, Se abona así el terreno para hablar de “nacionalizaciones”, “privatizaciones”, asambleas constituyentes, gestiones y autogestiones, acciones cívicas y pacíficas, planes para los ahorristas, cambios gubernamentales o sindicales, economía alternativa y cualquier otro invento local… Si la lucha no es una lucha del proletariado contra el capital, no tiene ningún sentido hablar de revolución social.
Así se reconstituye la historia y se dice que los piquetes, los saqueos y las violentas luchas contra los aparatos de la burguesía son la acción desesperada del “lumpen”, de los “desclazados”, de los “desocupados”; la protesta contra el corralito, los caceroleos y hasta las asambleas unitarias que se desarrollaron en Capital Federal se le atribuyen a las “clases medias” o la “pequeña burguesía”; en fin se marginaliza a los “obreros” de las fábricas ocupadas teorizando que los mismos se encuentran sumergidos en una revuelta policlasista o interclasista.
La autollamada “Corriente Comunista Internacional” presenta un ejemplo clarísimo de esa manipulación ideológica burguesa, como puede comprobarse en el siguiente recuadro.
“En las movilizaciones sociales que se han producido en Argentina ha habido tres componentes:
Primero, los asaltos a supermercados protagonizados esencialmente por marginados, gentes del lumpen y también por jóvenes parados. Estos movimientos han sido ferozmente reprimidos por la policía, los vigilantes privados y los propios comerciantes…
El segundo componente ha sido el “movimiento de las cacerolas”.
Este ha sido protagonizado esencialmente por las “clases medias” exasperadas por el golpe bajo que ha significado el secuestro y devaluación de sus ahorros en el llamado “corralito”. La situación de estas capas es desesperada: “entre nosotros, la pobreza se liga con el alto desempleo; en ella van cayendo además los ‘nuevos pobres’, ex habitantes de la clase media, en virtud de una movilidad social descendente, inversa a la de la pujante Argentina migratoria de comienzos del siglo XX.” Empleados del sector público, jubilados, algún sector del proletariado industrial, comparten con los pequeño burgueses la misma puñalada del corralito: sus humildes ahorros conseguidos con el esfuerzo de una vida se han convertido prácticamente en humo; los complementos a unas pensiones de hambre se han volatilizado. Sin embargo, ninguna de esas características otorga al movimiento de las cacerolas un carácter de clase proletario sino que su naturaleza es la de una revuelta popular interclasista dominada por planteamientos nacionalistas y “ultrademocráticos”.
El tercer componente lo forman toda una serie de luchas obreras. Mencionemos, en particular: las huelgas de docentes en la gran mayoría de las 23 provincias argentinas; el combativo movimiento de los ferroviarios a nivel nacional; la huelga del hospital Ramos Mejías en Buenos Aires o la lucha de la fábrica Bruckmann en el Gran Buenos Aires, en los cuales ha habido choques tanto con la policía uniformada como con la policía sindical. Lucha de los trabajadores de Banca.
Los revolucionarios saludan evidentemente la enorme combatividad de que la clase obrera ha dado prueba en Argentina. Pero como lo hemos dicho siempre, la combatividad, por fuerte que sea, no es el principal y único criterio para tener una visión clara de la relación de fuerzas entre las dos clases fundamentales de la sociedad: la burguesía y el proletariado. La primera pregunta a la que debemos contestar es la siguiente: esas luchas obreras que han estallado por todo el país, ¿han desembocado en un movimiento unido de toda la clase obrera, un movimiento masivo capaz de superar los cortafuegos instalados por la burguesía (especialmente sus fuerzas de oposición democrática y sus sindicatos)? La realidad de los hechos nos obliga a responder claramente: NO. Y es precisamente porque las huelgas obreras quedaron dispersas y no han podido desembocar en un gran movimiento unificado de toda la clase obrera por lo que el proletariado en Argentina no ha sido capaz de ponerse a la cabeza del movimiento de protesta social y arrastrar tras sí, tras sus propios métodos de lucha, al conjunto de las capas no explotadoras. Al contrario, por su incapacidad para colocarse en la vanguardia del movimiento, sus luchas han quedado anegadas, diluidas y contaminadas por la revuelta sin perspectivas de las demás capas sociales, las cuales, por mucho que sean ellas también víctimas del desmoronamiento de la economía argentina, no tienen ningún porvenir histórico. Contrariamente a su visión fotográfica y empírica, no ha sido el proletariado quien ha arrastrado a los estudiantes, a la juventud, a partes importantes de la pequeña burguesía, sino justamente lo contrario, la revuelta desesperada, confusa y caótica de un amasijo de capas populares la que ha anegado y diluido a la clase obrera. Un examen somero del planteamiento, las reivindicaciones y el tipo de movilización de las Asambleas populares de Barrio que han proliferado en Buenos Aires y se han extendido por todo el país lo prueba de forma fehaciente. ¿Qué pide la convocatoria de cacerolazo mundial del 2/3 de febrero de 2002 y que tuvo un eco entre amplios sectores politizados en más de 20 ciudades de 4 continentes?: “Cacerolazo global. Todos somos Argentina. Todo el mundo a la calle, New York City, Porto Alegre, Barcelona, Toronto, Montreal (agrega tu ciudad y tu país). ¡Que se vayan todos! FMI, Banco mundial, Alca, multinacionales ladronas, gobiernos, políticos corruptos, ¡Que no quede ni unos solo! ¡Viva la Asamblea popular! ¡Arriba pueblo argentino!” Este “programa”, por mucha rabia que manifieste contra “los políticos”, es el que estos están defendiendo todos los días, desde la extrema derecha a la extrema izquierda pues incluso los gobiernos “ultraliberales” saben darse toques de “crítica” al ultraliberalismo, las multinacionales, la corrupción etc.
Por otra parte, ese movimiento de protesta “popular” ha estado profundamente marcado por el nacionalismo más extremo y reaccionario…
Al ser un movimiento interclasista, popular y sin perspectivas, no podía hacer otra cosa que preconizar las mismas soluciones reaccionarias que han conducido a la trágica situación en la que está hundida la población y con las que se han llenado la boca los partidos políticos, sindicatos, Iglesia etc. es decir, las fuerzas capitalistas contra las que el movimiento quiere luchar. Pero esa aspiración a repetir la situación anterior, ese buscar su poesía en el pasado, es una confirmación muy elocuente de su carácter de revuelta social impotente y sin porvenir…
Argentina muestra con claridad ese peligro potencial: la parálisis general de la economía y convulsiones importantes del aparato político burgués, no han sido utilizadas por el proletariado para erigirse como una fuerza social autónoma, luchando por sus propios objetivos y ganando tras su estela a las demás capas de la sociedad. Sumergido dentro de un movimiento interclasista, típico de la descomposición de la sociedad burguesa, el proletariado se ha visto arrastrado a una revuelta estéril y sin futuro.”
La “demostración” de la CCI[14] consiste como siempre en una enumeración sociológica de componentes de la sociedad burguesa, separando ideológicamente los tipos de protestas (negando la unidad práctica de las mismas, así como el proceso unificación real que se dio en la pelea en torno a los sectores más combativos del proletariado) pasando luego a denunciar todo lo que el movimiento tiene de ideología burguesa, en primer término el nacionalismo. ¡Habrán visto estos señores una “revolución proletaria” que no tenga ideologías burguesas, ideologías nacionalistas! La idealización de una clase obrera pura (sin lumpen, ni obreros de países periféricos, ni saqueadores), de la autonomía proletaria (no como un proceso que se afirma en la lucha, sino como un “deber ser”) y de una revolución proletaria sin ideologías burguesas, no solo les lleva a negar ideológicamente el movimiento real de afirmación del proletariado sino a contribuir a desorientar y dividir al proletariado. No hay nada más coherente entonces con esa concepción que esa docta conclusión a la Plejanov (“no había que haber empuñado las armas”): la revuelta es ¡”estéril y sin futuro”!.
La contraposición no puede ser más evidente (tanto a nivel local, nacional como internacional) entre por un lado, todas las ideologías y fuerzas que dividen al proletariado ideológica y prácticamente y por el otro la acción real del proletariado tendiendo a afirmarse como clase y como partido.
Como señalábamos en el primera parte, el proletariado se había ido unificando en la acción directa (de la ocupación de la calle, de las asambleas, del piquete, del saqueo, del escrache, del ataque a los centros represivos y económicos del sistema) superando las divisiones y haciendo participar en la lucha a obreros y empleados, ocupados y desocupados, niños, jóvenes y viejos, mujeres y hombres, habitantes del campo, de la ciudad, del barrio, de la villa. Como señalábamos en ese artículo el proletariado había superado en su práctica las reivindicaciones categoriales, cuestionando en forma creciente los sindicatos, los partidos y conjuntamente con ello tendía a organizarse en asambleas territoriales, lo que siempre es un salto de calidad del movimiento. En dicho proceso se fue afirmando como clase ocupando toda la calle, atacando la propiedad privada que lo hambrea y los aparatos del estado que la protegen.
Agreguemos también que los propios trabajadores que ocuparon y ocupan fábricas (a mediados del 2003 hay más de 100 empresas que continúan ocupadas por sus trabajadores) tuvieron la lucidez de ver este salto de calidad entre la fábrica y la calle, el piquete de fábrica y el corte de ruta, entre asamblea de empresa y asamblea territorial. Así, por ejemplo, los propios proletarios de la Cerámica Zanon ya desde 1996/97 pasan de los piquetes de fábrica a los cortes de ruta para oponerse a la distribución de mercancía y a unificarse en los piquetes y asambleas con otras franjas proletarias (especialmente con el Movimiento de Trabajadores de Neuquen). En Capital se da algo similar con el ejemplo de Brukman y la participación de esos trabajadores en lucha en las asambleas vecinales, lo que posibilitó una unificación grande con otros sectores del proletariado para enfrentar los intentos de desalojos violentos por parte de las fuerzas represivas. Así los proletarios de las empresas ocupadas (más allá de la dificultad de mantener a largo plazo esa posición conquistada en la lucha, haciendo que la ocupación sirva a la lucha, dada la enorme presión ideológica que existe para encerrarlos en el gestionismo) serán elementos dinamizadores de las asambleas de los barrios, las protestas en la calle, los escraches: las mismas empresas ocupadas sirven muchas veces de locales de reunión.
Todas las ideologías burguesas tienden a minimizar ese proceso, a negarlo, a hablar de una especie de unidad interclasista y hasta de conciliación entre pequeño burguesía y proletariado negando que en la práctica, no se fue hacia una protesta pacífica, ciudadana, demócrata, políticista, como querían todos los sectores partidarios de esa conciliación, de esa canalización, todos los organizadores de las protestas cívicas, sino que por el contrario fueron los sectores decisivos del proletariado, que ya estaban en la calle, que arrastraron a los otros a desbordar todos los aparatos del estado. No, no fueron las consignas moderadas, los pacíficos caceroleos que propagandearon los medios de difusión, ni los piquetes “sin cortes totales de ruta y sin capuchas”, ni las marchas ovejeriles organizados por partidos y sindicatos que determinaron el movimiento, sino que por el contrario fue el movimiento que salía de los barrios, de los piquetes totales, de los escraches, de las asambleas, de las huelgas y ocupaciones de fábricas que vanguardizó el salto de calidad ocupando la calle, en forma cada vez más masiva y organizada, por asociaciones proletarias de todo tipo y con consignas cada vez más generales, contra todas las estructuras del estado.
Mientras que el proletariado, en ese mismo proceso de lucha, de afirmación clasista, genera una crítica a muchas de sus propias consignas y consecuentemente los militantes de vanguardia denuncian el nacionalismo, el democratismo, el gestionismo o/y el politicismo, es decir, un conjunto de ideologías y banderas contrarrevolucionarias presentes en todo el movimiento (lo que es una invariante histórica de todo gran movimiento proletario), todos los aparatos nacionales e internacionales de difusión y control de las informaciones, desde la derecha a la izquierda de la burguesía, meterán el acento y propagandearán las ideologías nacionalistas, gestionistas, politicistas… Todo contra la unificación del proletariado en la Argentina y en el mundo: se difunden las canciones nacionalistas y peronistas, se da palo y se mete bala atacando de frente a los sectores más organizados de los piqueteros, se afirma las posiciones gestionistas de tal o tal grupo piquetero que recorre el Europa con un discurso marquista (del llamado subcomandante Marcos), se proyecta y aprueba leyes cada vez más represivas específicamente contra el piquete y el escrache, se infla la alternativa democrático electoral, inmundos reformistas de vieja data como Tony Negri hacen propaganda por los grupos argentinos más gestionistas, se credibiliza al nuevo presidente argentino como izquierdista y antiimperialista, se propagandea el cacerolismo pacifista así como los piquetes sin violencia y hasta sin parar el tráfico, se contrapone los piquetes con las cacerolas, los barrios entre sí y hasta los piqueteros entre sí. La burguesía en todas partes quiere dormir tranquila, los proletarios del mundo no existen, ni actúan como tales, ni pueden enterarse de la acción de sus hermanos de clase en ese país, solo la opinión pública cuenta y debe repetir a coro que en la Argentina solo hubo una lucha policlasista, pequeño burguesa, lumpenizada… los famosos desesperados de hambre, de lo que ellos denominan “tercer mundo”. Como en otras grandes luchas revolucionarias se establece así un verdadero cordón sanitario que busca aislar al proletariado, que le tocó vivir y luchar, en ese país. El consejo para los “verdaderos proletarios” no puede ser más claro: no participar en la pelea, no dejarse arrastrar por las capas lumpenizadas que llaman a la acción directa y para rematar, no solo están las decenas de muertos del terrorismo del estado directo, sino ese planteo de que el movimiento es “estéril y sin futuro” como repite la contrarrevolución.
O lo que busca el mismo objetivo confucionista y liquidador: la asimilación como parte de un mismo movimiento de lo que en realidad es totalmente opuesto, la lucha proletaria con las fuerzas estatales, la lucha piquetera con la gestión estatal capitalista.
Se dirá que estamos exagerando, que sería demasiado grosero asimilar los proletarios en lucha paralizando la reproducción del capital con los gestionarios estatales de esa misma reproducción de capital, se dirá que solo un Pinochet o un Reagan (para quienes todos son terroristas o/y comunistas) son capaces de una amalgama tan absurda y brutal y sin embargo un personaje tan conocido, como de izquierda, como Tony Negri, la hace muy alegre y abiertamente, en nombre de su propio simplismo reformista que reduce el mundo a la oposición entre lo múltiple y lo unilateral.
Perla de la burguesía
“No sé que sucederá en América Latina en los próximos años. Sólo sé que el continente está desarrollando su actividad en un laboratorio social extremo y eficaz. Sea cual fuere, y por subjetiva que se piense, la distancia que hay entre los piqueteros argentinos y el brasileño Lula resulta mínima: el laboratorio América Latina se levanta de manera eficaz contra el unilateralismo del capitalismo norteamericano global.”
Tony Negri – “La revuelta piquetera”
Esa combinación, entre los métodos directamente represivos y las maniobras ideológicas liquidadoras del movimiento, adquiere una potencia particular, cuando el terror del estado se combina con las ideologías que explican los muertos y heridos entre los que luchan, diciendo que se trata de lúmpenes peleándose entre sí.
La piedra fundamental de toda esa acción burguesa es evidentemente la descalificación de la acción revolucionaria del proletariado que en contraposición abierta con la sociedad mercantil generalizó la expropiación/recuperación de lo que necesitaba inmediatamente para subsistir y su transformación en simples actos de marginales y lúmpenes que atacan realmente cualquier cosa y sin ningún criterio. Tomemos nuevamente lo que dice la CCI:
“… los asaltos a supermercados protagonizados esencialmente por marginados, gentes del lumpen y también por jóvenes parados… En una serie de casos han degenerado en robos de viviendas en barrios humildes o en saqueos de oficinas, almacenes, etc. La consecuencia principal de este ‘primer componente’ del movimiento social es que ha conducido a trágicos enfrentamientos entre los propios trabajadores como lo ilustra el enfrentamiento sangriento entre piqueteros que querían llevarse alimentos y obreros almacenistas del Mercado central de Buenos Aires el 11 de enero… Para la CCI, las manifestaciones de violencia en el seno mismo de la clase obrera (que en este caso son una ilustración de los métodos típicos de las capas lumpenizadas del proletariado) no son la expresión de su fuerza, sino, al contrario, de su debilidad. Esos enfrentamientos entre diferentes sectores de la clase obrera van, evidentemente, en contra de su unidad y de su solidaridad y sólo pueden servir los intereses de la clase dominante.”
Podríamos retrucar que en todo proceso de ataque social de la propiedad privada hay violencia, que en todos los casos históricos en los que el proletariado dio ese salto de calidad afirmando sus intereses contra la ley del valor y la tasa de ganancia, hubo defensores de la propiedad privada que se opusieron, que esos defensores (como la propia policía o las milicias privadas) son reclutados por la burguesía entre los proletarios, que en ese sentido, todo proceso de cuestionamiento del orden burgués implica niveles de violencia entre quienes están por la revolución y quienes defienden el orden establecido, que en todos los casos la mayoría de los que sufren esa violencia son de extracción proletaria (lamentablemente no existen movimientos en los que solo se ataca a generales, burgueses, políticos… y que siempre estos utilizan cuerpos policiales o parapoliciales reclutados entre los proletarios), que en todos los procesos revolucionarios la socialdemocracia utiliza ese argumento de la “no violencia entre obreros”, para defender el orden social y defender, por ejemplo, las decisiones democráticas de los obreros (véase la propia revolución rusa que implicó una ruptura violenta en el seno de todas las estructuras formales de los obreros, tanto de los soviets como de los partidos denominados obreros), pero entrar en todo eso, sería retroceder a un nivel que la ola de luchas en Argentina superó, desde el principio.
El hecho de que un grupo, que pretende hablar en nombre de la revolución proletaria, repita esa tesis de los enfrentamientos entre lúmpenes define bien (más allá de la ignorancia pedante que puede reflejar el hecho de que quienes hacen tales elucubraciones balconean un movimiento desde la vereda de enfrente como confiesan al definirse explícitamente fuera del mismo), de que lado está dicho grupo. Más aún si tenemos en cuenta que esa tesis, de los enfrentamientos entre lúmpenes, es la tesis por excelencia de la represión, la que utilizan siempre los aparatos opresores del estado cuando deben justificarse públicamente.
Ello, lo podemos verificar por ejemplo, ante el mayor golpe represivo operado contra el movimiento piquetero el 26 de junio de 2002: dos compañeros asesinados, más de tres decenas heridos con armas de guerra, centenas de torturados… Dicho día las fuerzas policiales y parapoliciales de la burguesía salieron a tirar, a matar, a ejecutar selectivamente a militantes organizadores del movimiento piquetero como lo muestra en forma terminante e incuestionable el libro realizado por el MTD Anibal Verón “Dario y Maxi, dignidad piquetera” cuyo subtítulo es: “El gobierno de Duhalde y la planificación criminal de la masacre del 26 de junio en Avellaneda”.
En el mismo dicen: “Con respecto al disparo sobre Darío (Santillán) no cabe más que interpretar que buscaron darle muerte. Más allá de los disparos por toda Avellaneda, entraron en la estación (donde fusilarán por la espalda a Darío – ndr) con el fin de garantizar que de allí sacarían piqueteros muertos y explicar después que ‘se mataron entre ellos’. Las mismas palabras que, sin mediar comunicación, empezaban a resonar al mismo tiempo en los despachos de la Casa de Gobierno.” (pagina 66)
Como señala ese libro, los aparatos centrales del estado habían preparado minuciosamente tanto la represión como esa “explicación” de los piqueteros que se mataban entre ellos. Así, solo unos días antes, el 18 de junio, se había realizado una reunión presidida por Atanasof, jefe del gabinete de Duhalde que los periodistas habían definido así: “El gobierno nacional, la justicia y las fuerzas de seguridad avanzaron hoy en la definición de las directivas que deberán acatar jueces, fiscales y efectivos uniformados para prevenir y dispersar protestas como los piquetes y otras acciones que interrumpan el transito en vías estratégicas, informaron fuentes oficiales… En los encuentros se debatió cuál será la actitud de la Gendarmería Nacional, Prefectura Naval y Policía Federal y la cobertura a su acción que tendrán en la justicia, a través de los jueces y los fiscales federales en las próximas acciones de piqueteros que preocupan al gobierno. Las conclusiones deberán estar acordadas antes del jueves, cuando los grupos piqueteros preparan interrumpir el tránsito en los accesos estratégicos a la Capital Federal, sitiando virtualmente a la metrópoli.” (Agencia Infosic)
El propio Atanasof, que oficialmente dirigió esa reunión, en la que se dice abiertamente que se prepara la acción represiva coordinándose todas las fuerzas represivas (ese 26 de junio será la primera acción realmente centralizada de todas las fuerzas represivas de Capital y el conurbano[15]), que se le dicta a jueces y fiscales lo que deben decidir (¡democrática demostración, por si aún fuera necesaria, de la validez de la tan mentada “división de poderes”!) y hasta que deben darle cobertura a las fuerzas represivas, sale al día siguiente, a dar una conferencia de prensa, en la que de antemano sostiene esa macabra tesis, de que son los propios pobres que se enfrentan entre ellos. Luego de explicar que “las reuniones que se mantuvieron con los funcionarios y las fuerzas de seguridad fueron para establecer un mecanismo de coordinación que nos permita proteger el derecho de las personas a su desplazamiento” (es como con el derecho al trabajo u otros derechos democráticos, siempre que se aplican los mismos el resultado es el terrorismo contra los proletarios – ndr) (pagina 84) e insistir en que había que ir “privilegiando el derecho a circular por sobre cualquier derecho humano” (no debe ser por casualidad que de pronto, justo en la Argentina piquetera, ¡ese “derecho humano” se transforma en el derecho más privilegiado!) explicó que “en el marco del caos sólo gana el caos” y que lo que había era una “suerte de guerra de unos contra otros”.
Y efectivamente desde los ejecutantes directos a las altas esferas, todos darán esa misma explicación de la masacre: los lúmpenes se matan entre ellos, “guerra de unos contra otros”. El Comisario Fanchiotti, que dirigió directamente la operación represiva, mentirá abiertamente: “En la estación, lugar al que nunca entramos… Nosotros sólo portamos gases y balas de goma”. Luego dará una explicación, en la que con lujos de detalles inventados sobre las fuerzas a su mando, presenta a ésta como verdadera brigada de auxilio de la pobre población azotada por maleantes que tiraban: “la gente que estaba adentro de la estación nos reclamaba. Había entrado un grupo muy importante, se sentían disparos de armas de fuego hacia uno de los trenes que pasaban. La gente ahí con la que pudimos tomar contacto y establecer diálogo nos comentaba que habían disparado hacia el tren, que había tiroteos ahí adentro… Quedaban algunos grupos, ahí tiramos unos gases. Los gases entraron a la estación, ahí tuvimos que salir nosotros y pudimos sacar un montón de gente que nos reclamaba auxilio porque había mujeres con chicos, embarazadas y demás que estaban tirados en el piso y tuvimos que sacarlos para el lado de Pavón… para evitar que pudiera pasarles algo…”
Claro que con lo que no contaba, ni este hijo de su madre, ni sus comanditarios, ni los periodistas que reprodujeron hasta el cansancio esa versión, es que había sido filmado y fotografiado, adentro de la estación y tirando con su revolver contra Darío. Hasta el Clarín publica una foto el 27 (día siguiente) en el que se ve todavía de pie junto a Maxi una figura borrosa que es Darío y a su lado se ve con toda nitidez al comisario Fanchiotti y sus subalternos el cabo Acosta, el principal Quevedo y el cabo Colman todos apuntando con sus armas (página 93). Luego aparecerán más fotos en las que con total claridad se ve a estos cuatro sujetos, que declaraban que nunca habían entrado en la estación adonde se “estaban matando entre piqueteros”, apuntando a Darío antes de que cayera muerto.
Pero antes de que se conociera todo esto y durante las primeras horas de la tarde “ninguno de los funcionarios de gobierno atendió los llamados de la prensa. Después de escuchar las palabras de Fanchiotti en las dos conferencias de prensa y de acordar entre ellos la misma explicación ya no hizo falta que les insistiera. Pasadas las 16 horas, fueron los propios miembros del gabinete nacional quienes llamaron a los periodistas de confianza y a las redacciones de los principales diarios del país. Las operaciones de prensa en marcha tenían por objetivo reforzar la teoría de que ‘los piqueteros se mataron entre ellos’, pero esta vez de boca de ‘altas esferas del gobierno’… Ya en la reunión del gabinete, todos se esforzaron por trasmitir el mensaje sólido: ‘Las balas que mataron a los piqueteros provinieron de los mismos piqueteros’… aseveró Matzkin. El gobierno difundió el mismo discurso que quienes habían apretado el gatillo.” (páginas 90 y 91)
2/ Sobre el lumpen
En general, quienes sostienen que los saqueos fueron obra del lumpen, que quienes atacan la propiedad privada y los símbolos del estado son mal vivientes que están dispuestos a reventarse entre ellos, están bien protegidos en los ministerios, en los congresos internacionales, en las universidades, en los canales de televisión, en las comisarías… Es muy difícil que esta teoría se encuentre en la calle, por falsificaciones de ese tipo más de uno fue y seguirá siendo escrachado.
El proletariado defiende así su fuerza y su perspectiva contra esa forma de descalificar y reprimir a los elementos más decididos a contraponerse a la propiedad privada. No hay nada más lógico, en el proceso de afirmación revolucionaria del proletariado, que sean los elementos más desesperados por la situación que viven en el capitalismo, los que más abiertamente asumen el ataque a la propiedad privada. La contraposición general entre el ser humano y la propiedad privada que define toda la vida de los proletarios, asume sus formas más antagónicas en capas particulares, que en muchas ocasiones muestran la vía al resto del proletariado, asumiendo primero o más abiertamente la acción decididamente revolucionaria. La descalificación de estas capas, como de los ataques particulares a la propiedad privada, es sin ninguna dudas una forma disimulada o abierta de defensa de la propiedad privada y el estado.
En todos los grandes procesos revolucionarios, una parte muy importante de esos elementos calificados de lumpen por la socialdemocracia o de simples bandidos, cacos, bandoleros,… tuvieron decisiva participación. Así, la insurrección de octubre de 1917, en Rusia, no hubiese sido imposible sin la acción conspirativa de elementos que los partidarios del gobierno de Kerenski consideraban como lúmpenes. No olvidemos tampoco que la socialdemocracia y los oficialistas línea Moscú tratarían como lúmpenes a lo que en realidad fue la vanguardia de la revolución en Alemania. A Max Holz y sus compañeros se los tildó de lúmpenes, a los insurrectos de 1918 también, en fin, al proletariado reagrupado en torno al Partido Comunista Obrero de Alemania (KAPD) lo miraban con desprecio, muchos de los obreros altamente calificados y sindicalizados, por ser aquellos, en su mayoría desocupados y por no tener calificación. Lo mismo se verifica en otros grandes movimientos revolucionarios como en México a principios del siglo XX, en España en los años 30, en Hungría en 1919 y en la misma Argentina de los años 1919/21. En todos esos casos, la socialdemocracia en nombre de los “obreros conscientes” califica de lumpenproletariado a los sectores que se encuentran a la cabeza del movimiento revolucionario.
Es verdad que Marx y Engels, contrariamente a Bakunin u otros comunistas anteriores, no fueron conscientes de la potencia revolucionaria de esos sectores del proletariado y muchas veces se refirieron despectivamente al “lumpenproletariado”. Pero en contraposición con el caso de Argentina, en el que a quienes se pretende descalificar es a los que atacan a la propiedad privada y los aparatos estatales que la protegen, Marx se refiere, con eso de “lumpenproletariado”, a sectores que son movilizados por el bonapartismo, para defender el estado y la propiedad privada. Marx nunca utiliza ese calificativo para designar a quien ataca la propiedad privada, ni descalifica jamás a quien roba, saquea, ataca y aterroriza al capital. Al contrario en sus trabajos, como en los de Engels, siempre define al proletariado por esa contraposición general con la propiedad privada, considerando como parte de la guerra del proletariado contra el capital los robos, los saqueos e incluso los ataques individuales (o colectivos) a propiedades o/y propietarios privados. También en esta falsificación de lo que es el lumpenproletariado, constatamos como se ha constituido la religión de estado que se denomina “marxismo” y que ya Marx denunciaba.
En Argentina, como decíamos, ese discurso del lumpen, de los marginales, no prendió, y solo fue empleado, por los agentes directos del estado. En realidad ese discurso no podía cuajar por la sencilla razón de que toda la propiedad privada apareció violentamente como lo que realmente es: el hambre para franjas cada vez más amplias del proletariado. Porque las grandes masas proletarias asumieron prácticamente ese acción contra la propiedad privada, o se sintieron parte de la misma, y porque esa lucha asumió la forma de enfrentamiento abierto contra la propiedad privada concentrada, es decir, los cuerpos policiales y parapoliciales del estado capitalista.
Sin embargo, esa repugnante concepción, según la cual la parte más golpeada del proletariado, pertenecería a otra clase social o tendría intereses diferentes a los del proletariado, tiene peso y muchas veces la burguesía logra aislar o descalificar a ciertos sectores, especialmente cuando los mismos se efectúan en épocas de paz social. Eso sucede, hoy mismo, en otros países (incluso vecinos de Argentina) en los cuales los saqueos son todavía marginales, se producen a destiempo (incluso entre ellos) y adonde todavía la mayoría del proletariado no asume abiertamente esa oposición, por miedo a la represión, por las ideologías dominantes, (legalismo, religiones, ilusiones…) y hasta por el desprecio ideológico contra quien es todavía más pobre que uno. En última instancia porque la burguesía puede todavía convencer a la mayoría de los proletarios de que el sistema de la propiedad privada es el único posible y porque, el muy relativo mejor nivel de vida, de esa mayoría, con respecto a los que no tienen nada, le permite al sistema mantener esa división del proletariado.
En realidad, denigrar los saqueos o/y los piquetes en Argentina, atribuyéndolos al lumpen, persigue exactamente ese mismo objetivo estatal: dividir al proletariado. Aunque no tenga éxito local, dicha ideología busca aislar a los proletarios en Argentina del resto de sus hermanos de clase en el mundo. Por esa misma razón todos los medios de desinformación pública presentaron en todas partes saqueos en Argentina como un producto particular de ese país, como simples revueltas de hambre. Lo que se busca es claramente, que ese idiota útil, que es el televidente del mundo, no se sienta para nada concernido con dicho problema, que no sienta que esa “gentuza” está peleando contra toda la sociedad que lo explota y oprime también a él. Y esto sí que cuaja mucho mejor: el televidente ni siquiera se siente un proletario sino un consumidor, un ciudadano y como tal, no puede ver a su hermano en aquella lejana lucha, sino que ve a los desesperados, a los que no tienen nada, a los marginales.
Lo que se busca, además, es que los proletarios del mundo no se contagien y que consideren, que la revuelta en Argentina, en vez de estar mostrándoles el camino, por la generalización de métodos de lucha como la asamblea, el piquete, el saqueo, el escrache, la ocupación de la calle,… consideren todo eso, como algo del pasado. La socialdemocracia de Europa Occidental, como hoy la CCI y otros grupos de esa línea histórica, en perfecta coherencia programática con ella, también negaba la existencia de una lucha proletaria revolucionaria en Rusia. Todo lo que sucedía en este país era visto como algo del pasado, “fruto del atraso ruso” y del poco peso que, según ella, tenía el proletariado en ese país, en relación al campesinado y el lumpen. ¡Por eso el susto que se pegaron en 1917 fue todavía mayor!
3/ Sobre la pequeño burguesía
De la misma manera, se le atribuyó a la pequeña burguesía, una parte decisiva del movimiento, e incluso el violento estallido proletario de los días 19 y 20 de diciembre de 2001.
En efecto, falsificando hechos y deformando conceptos, se le atribuye a las “clases medias”, las asambleas, los caceroleos, muchas manifestaciones violentas y hasta un protagonismo en la calle durante esos días decisivos. Además, al contrario de lo que pasa con la historia del lumpen, que solo repiten los agentes del estado, la burguesía ha logrado que esta teoría fuera repetida y ampliada por el propio movimiento incluso en Argentina misma. Así, encontramos piqueteros de las asambleas y coordinadoras más combativas, como la Anibal Verón, que sostienen que la manifestación del 19 de diciembre fue realizada por la clase media y que ellos se plegaron a la misma.
¿Cómo hizo la burguesía para convencer al piquetero, o a los pocos obreros de fábrica, que todavía quedan en Argentina, de que la composición de las asambleas de Capital Federal es pequeño burguesa? ¿cómo es posible que una ciudad entera esté compuesta de pequeño burgueses?
Resulta todavía más difícil de entender este milagro cuando tomamos como ejemplo la composición de una asamblea, que podemos considerar como composición tipo: una decena de jóvenes de ambos sexos que nunca consiguieron trabajo, tres jóvenes con empleos precarios, dos estudiantes, la maestra del barrio, dos desocupados que fueron bancarios hasta hace poco, otro que era obrero, tres funcionarios públicos, el panadero y la panadera del barrio, uno que reparte pizzas, dos enfermeras, un profesor de filosofía y una de matemáticas, dos cajeras, tres o cuatro vendedoras de diferentes tiendas, un muchacho recién recibido de abogado, una limpiadora, una psicóloga, dos mucamas que trabajan en un hotel, un guitarrista, un pintor, un plomero y varios otros/as que trabajan muy de vez en cuando, en “lo que venga”[16]…
Sólo, la imponente fase de terrorismo de estado abierto, que vivieron los compañeros de ese país y más aún, la ruptura histórica con el programa de la revolución, fenómeno que es mundial, puede haber provocado tan imponente inconsciencia de clase: el proletario mismo no se considera proletario. Esto es verdad hoy en todo el mundo y constituye, como es obvio, el mayor obstáculo a nuestra propia organización en clase, en fuerza internacional.
No es este el lugar para discutir conceptualmente sobre el término pequeña burguesía o clase media. Tampoco nos interesa convencer al “medio”, que se autodenomina marxista, en Argentina o en el mundo, todo el absurdo que contiene el calificar todo ese mundo y hasta a toda la Capital Federal de “clase media”. Digamos simplemente que, quien mayor interés tiene en inflar real o ideológicamente un conjunto de sectores sociales intermedios es, evidentemente, la propia burguesía. Siempre la contrarrevolución tendió a atribuirle a la pequeño burguesía una fuerza que ella no tuvo ni puede tener. Así, durante el siglo XX, casi todo lo importante y decisivo, que sucedió en el mundo, fue atribuido a la pequeño burguesía. Se dijo que el democratismo era pequeño burgués, que el fascismo era un producto de clases medias, que la lucha nacionalista es pequeño burguesa, que el stalinismo era burocratismo pequeño burgués, que el reformismo es pequeño burgués, etc. En realidad la democracia es la esencia de la dictadura del capital y fascismo, nacionalismo, reformismo, stalinismo, son todas formas o aspectos particulares de esa dictadura. Son expresiones de los intereses de la burguesía y las fuerzas sociales correspondientes son, sin ninguna excepción, fuerzas del capital. Pero también se le atribuyó a la pequeño burguesía: la impaciencia revolucionaria, el radicalismo social, la lucha directa y violenta, el rechazo del parlamentarismo y del frentismo, la conspiración, etc… cuando se trata en general de expresiones de búsqueda, afirmación y lucha del proletariado, en su difícil camino de reafirmación como fuerza histórica. Incluso fenómenos más complejos, en donde en muchos casos la burguesía canaliza la fuerza proletaria y la transforma en lucha interburguesa, fueron catalogados de fenómenos pequeño burgueses. Así se le atribuyó a los movimientos guerrilleros el ser un producto de la pequeño burguesía, cuando en muchas ocasiones fueron intentos proletarios de lucha, a pesar de que la mayoría terminaron siendo recuperados o/y dirigidos por fuerzas burguesas hacia el aparatismo, el nacionalismo y el reformismo armado. El ocultamiento sirve para esconder la contradicción real entre la lucha proletaria y su encuadramiento y consecuente liquidación por parte de fuerzas burguesas populistas, nacionalistas. Más todavía, la mayoría de los partidos “comunistas”, trotskistas, y hasta muchos autodenominados libertarios… teorizaron que la violencia minoritaria en general, el terrorismo contra los propietarios privados sería un producto de la “impaciencia” de la pequeño burguesía. ¡Cómo si además de todo, el proletariado debiera ser “paciente”!
En todos esos casos se infla artificialmente a la pequeño burguesía atribuyéndole una fuerza social que no tiene, ni puede tener. En efecto, la pequeño burguesía, al no tener proyecto social propio, solo es capaz de generar movimientos parciales y oscilantes entre las dos clases antagónicas decisivas, que por eso mismo son muy poco importantes. En momentos de crisis social abierta, cuando el proletariado tiende a transformar la misma en crisis revolucionaria, esos movimientos se rompen y los sectores proletarizados por la crisis tienden a alinearse con el proletariado revolucionario y participar en dicho movimiento, mientras que otros sectores, que temen la revolución, tienden a alinearse con la reacción. Fuera de esos momentos, las famosas “capas medias” juegan un papel de colchón intermediario y le sirven de protección al capital, como le sirve también de protección, toda la ideología que infla el papel de dichas capas y reduce el proletariado al obrero industrial. Pero incluso en ambos casos, tanto para asegurar la paz social, como para enfrentar al proletariado insurrecto, lo que más peso tiene y más le sirve al capital, no son esos tan televisivamente famosos pequeños burgueses, sino lo que piensan y hacen los propios “proletarios” dominados por las ideas de sus explotadores. Así, no es por las ideas de la pequeña burguesía, que la democracia marcha o que se impone un voto democrático contra la acción decidida de minorías proletarias (en asambleas, soviets, fábricas ocupadas, shoras, consejos, etc.), sino porque la democracia de la sociedad mercantil logra reimponerse y consecuentemente la ideología burguesa de la democracia domina a “los proletarios”. La democracia no es solo una ideología o una simple mistificación burguesa para proletarios. Al contrario, la misma es reproducida por las propias relaciones sociales capitalistas: ese sustituto, o si se quiere, ese consolador de comunidad que es la democracia seguirá separando y unificando ficticiamente, hasta que la lucha revolucionaria reviente las relaciones mercantiles que le dan vida. Lo decisivo no es nunca esa famosa pequeño burguesía, sino la correlación de fuerzas central: la reproducción del capital y su negación revolucionaria. Por eso es absurdo hablar de tres, cuatro o cinco clases; cuando en última instancia los proyectos viables son solo dos: el capitalismo y el comunismo.
La gigantesca inflación ideológica del mito de la pequeño burguesía procura precisamente esconder esa contraposición general. No solo le sirve a la burguesía para dividir y confundir al proletariado en cuanto a su propia fuerza, sino para desvirtuar su propia búsqueda de la salida revolucionaria, de su programa histórico.
Esa teoría, de las clases medias (como las teorías, que pretenden que, marginales y lúmpenes, forman otra clase o que oscilan entre las clases), surge en el fondo, de los intelectuales burgueses (de las universidades, de los partidos políticos de derecha y de izquierda, de los sindicatos), y con la misma se martilla (todos los medios parten de dicha teoría como de un hecho), hasta el cansancio, al proletariado. Es para eso, que sirve la famosa teoría kaustkysta/leninista de la teoría de los intelectuales burgueses que viene desde afuera del proletariado. Sigue viniendo desde afuera y ahora le dicen: “mirá que ya no existís como clase, tu clase tiene cada vez menos importancia”. En todo el mundo se escriben obras de “adiós al proletariado”. Y efectivamente si a los desocupados no se los considera proletarios, si de los trabajadores de los servicios se dice que son pequeño burgueses, si se repite lo mismo de los maestros, de los pequeños cuentapropistas urbanos, suburbanos y rurales (que en su gran mayoría son asalariados apenas disimulados), de la cajera del supermercado y de la vendedora de la tienda, si a los trabajadores del sector público se los considera pequeño burgueses, todas las teorías de desaparición del proletariado serían verdad en Argentina; porque como se sabe los trabajadores del sector industrial son cada vez menos. Pero podría decirse lo mismo en todos los países, pues se verifica, desde hace décadas, un aumento relativo del famoso sector servicios en relación al industrial (este fenómeno se produce antes en países de América que en países europeos por la vetustez de una industria que no fuera destruida durante la llamada segunda guerra). Si la reducción relativa de los trabajadores ocupados de la industria con respecto a los trabajadores de los servicios, a los empleos precarios y a los desocupados, redujera el proletariado, la burguesía estaría logrando su sueño histórico de eliminar progresivamente a su enemigo histórico, de reducirlo a su mínima expresión, de ir reduciendo las contradicciones sociales progresivamente.
Y aunque en la realidad, el que haya más trabajadores en los servicios que en la industria, o más precarios y desocupados que nunca en la historia, no disminuya ninguna de las contradicciones del capital sino, al contrario, que las agudice todas (pues es a la vez una violenta manifestación de las dificultades del capital en su loco proceso de valorización), es totalmente lógico que la teoría de la disminución del proletariado siga prosperando, pues es la clave de la dominación burguesa, como también es lógico que siga constituyendo la quintaesencia de todas las ciencias sociales burguesas.
Nada más lógico entonces que se “explique” lo que sucedió en Argentina en función de la clase media y el lumpen; pues permite afirmar la teoría de la desaparición histórica del proletariado. Cómo también es lógico que, para nosotros proletarios, esa negación ideológica la recibamos como una agresión, como una represión de nuestro propio ser y que la pongamos en el lugar histórico que le corresponde con todas las ideologías que, desde siempre, teorizan que el capitalismo conduce a una sociedad cada vez menos contradictoria, cada vez menos antagónica. Es la vieja teoría de la supresión progresiva de las contradicciones mortales del capitalismo, que hoy se llama postmoderna y que teoriza el fin de la historia. En realidad se trata del manifiesto histórico de la burguesía en plena catástrofe social.
Pero lamentablemente no podemos decir que, en tanto que ideología, dicha teoría no funcione. En épocas de paz social marcha maravillosamente (todas las teorías burguesas y particularmente las ciencias sociales, sacan sus conclusiones teóricas, como es lógico, de la idealización de esos momentos), el proletariado no manifiesta su fuerza como clase, todo parece existir pasiblemente con el cada uno se arregla como puede y con la protesta de cada categoría social por separado. La teoría del proletariado parte (también como es lógico) no del mundo ideal de la conciliación de clases, sino de la ruptura social y más precisamente de la revolución comunista, del proceso de destrucción total de esta sociedad, que ella misma contiene. Por eso, el proletariado, se reconoce a si mismo como clase[17], no en tal o cual categoría social (los revolucionarios no tienen interés en hacer la economía, o la sociología, sino en destruir la economía y la sociedad burguesa), no en tal o cual capa de trabajadores, sino en su contradicción con el mundo mercantil, en su en su lucha, en su constitución en fuerza. Las clases no se definen en sí, sociológicamente y luego actúan, sino que se definen en su práctica, en su contraposición, en la pelea.
No nos interesa argumentar aquí el porqué una maestra de escuela, el panadero de la esquina, el estudiante, el desocupado, el empleado bancario, la cajera del supermercado, el “excluido”, la mucama o/y la limpiadora… son proletarios (en el fondo no lo son en sí, sino en su contraposición a la propiedad privada –viven privados de propiedad de medios de producción– que los empuja a asociarse y luchar contra el orden establecido). Digamos una vez más que, los comunistas no llamamos proletario a quien realiza una actividad productiva determinada, como hacen las organizaciones de la izquierda de la burguesía, sino a quien vive privado de la propiedad de los medios de producción y que, para poder vivir, tiene que encontrar comprador para su fuerza de trabajo o/y, expropiar la propiedad privada, que lo condena a reventar de hambre. No consideramos que el proletariado sea una clase sociológica de esta sociedad, sino al contrario es la clase que se va constituyendo en la medida que asume esa contraposición vital con la propiedad privada de los medios de producción, la que desarrolla ese antagonismo hasta constituirse en fuerza social destructora de la sociedad burguesa. Por eso, mientras los sociólogos, economistas y con ellos los diferentes sindicatos y partidos del capital, teorizan la desaparición progresiva del antagonismo social y del proletariado mismo; nosotros afirmamos la agudización de todas las contradicciones del capital, la proletarización de una masa siempre mayor de seres humanos junto a un proceso de agudización imparable de la miseria relativa. En concreto el aumento de los desocupados, de los trabajadores precarios, de los trabajadores en “empleos basura” o de los pseudoempleos financiados por el gobierno o las ongs, con respecto a los trabajadores considerados industrialmente rentables, lejos de hacer disminuir el proletariado, pone al desnudo lo absurdo del mundo laboral evidenciando que este sistema social es cada vez más antagónico con las necesidades humanas. Pero además, en Argentina, como en muchos otros países, el aumento de la miseria social y de la masa de excluidos va poniendo al desnudo que un conjunto de capas sociales que tienen la ilusión de la propiedad jurídica, no son en realidad más que proletarios disfrazados, pues cualquiera sea la ilusión que se hagan, su supuesta propiedad, no es más que formal. Así centenas de miles de pseudocomerciantes, de pseudocuentapropistas del campo y de trabajadores supuestamente independientes de diferentes tipos, trabajan en realidad para un patrón o una sociedad anónima, aunque la relación asalariada se disimule jurídicamente, para que la burguesía no tenga que pagar las cotizaciones sociales correspondientes y que el obrero sea obligado a asegurar el mantenimiento de los medios de producción y de su fuerza de trabajo. ¡El progreso en Argentina, como en otros países del mundo, es que cada vez más patrones contratan nuevos mandaderos, mozos de café o repartidores de pizza…, solo si éstos pagan sus propias cotizaciones, como independientes! De más está decir que las estadísticas y la sociología clasificarán estos trabajadores ¡en las “nuevas clases medias urbanas”!
Es verdad, que si consideramos el movimiento en Argentina, tal como lo describen los medios (no los elementos de fuerza que determinaron el movimiento del proletariado, en los que insistimos en nuestro artículo anterior), podemos constatar que también participaron en algunas asambleas y en algún tipo de caceroleo, tanto burgueses venidos a menos, como pequeños propietarios fundidos. Es verdad que dichos sectores pueden influenciar el movimiento y de hecho han luchado por hacerlo, por ejemplo en el sentido legalista, ciudadano, democrático, tratando de que, el mismo, no rompa la legalidad burguesa, que no ataque la propiedad privada. Pero la real proletarización de propietarios medios y pequeños y la fuerza de la política autónoma del proletariado (en los piquetes, escraches, saqueos…) hizo que, muchos de aquellos, se vieran atraídos por el movimiento de éste y que el encuentro en la calle haya sido para reafirmar y generalizar el ataque a la sociedad capitalista y no para defender “su” propiedad privada. Es verdad también, que otros burgueses y pequeño burgueses hicieron cacerolazos, sintiendo el asco de siempre por “esos negros de mierda que cortan el tráfico” y que algunos se especializaron en la cacerola pacífica y hasta de pequeños comerciantes, pero esa concepción se enfrentó siempre con la ruptura proletaria (como veremos en el capítulo siguiente sobre los caceroleos), tratando de aislar, expulsar y reprimir, la generalización de la acción directa que prácticamente se contrapone al orden burgués. Por ello repetimos, contra toda la corriente, lo que decíamos en el texto anterior. El problema no son los pequeños burgueses que participen en el movimiento, sino la ideología burguesa de los propios proletarios, el desconocimiento de su programa de clase. Por ello afirmamos (reafirmamos, confirmamos), contra toda la corriente, que las clases medias o pequeña burguesía, no jugaron ningún papel decisivo en el movimiento de 2001/2002 en Argentina. ¡Ni tampoco pueden jugarlo! El caso Argentino confirma la impotencia social de las clases medias y la tendencia irremediable a la polarización mundial entre defensores del orden y proletariado revolucionario.
Téngase en cuenta, que el desprecio que hacemos de la pequeño burguesía, en cuanto a su capacidad social, no quiere decir en absoluto, que la mentalidad “pequeño burguesa” (en realidad, burguesa), no haya estado presente en todas esas manifestaciones, que el legalismo, el democratismo, el ciudadanismo hayan sido superados. Bien por el contrario, como en todo gran movimiento proletario y como denunciamos en el primera parte, el nacionalismo siguió manifestando un imponente peso contrarrevolucionario, el legalismo, el gestionismo, el politicismo fueron y siguen siendo, potentes ideologías burguesas presentes en el movimiento. Pero sería absurdo, imaginarse que el obrero de fábrica, que ese verdadero ideal del militante de izquierda burguesa (el “proletario”, tal como lo definió la socialdemocracia y lo imagina el stalinismo, el trotskismo y el libertario), se encuentra más liberado de esas ideologías burguesas. Las banderitas argentinas y hasta las camisetas del seleccionado de fútbol de ese país estuvieron en las calles de todos los barrios y no solo en los barrios que nuestros enemigos definen como de “clase media”, sino en los barrios obreros, en las villas, en los suburbios, en las ciudades y los pueblos de provincias. Lo mismo puede afirmarse en cuanto a las ilusiones sobre las soluciones políticas o sobre la economía alternativa. Contrariamente al mito de la izquierda burguesa, la extracción de clase, nunca constituyó una garantía política: todos los ejércitos y fuerzas represivas del mundo están constituidos por obreros sometidos al poder central burgués. Más, en el siglo XX, obreros de las grandes fábricas, bien organizados por el estado, en sindicatos y partidos, constituyeron, fuerzas de preservación del orden burgués, de defensa del trabajo y la economía nacional (ejemplo en Rusia durante el stalinismo, en el fascismo, en el nazismo, en la ola de grandes trabajos en Estados Unidos, en el peronismo, en el castrismo…), siendo objeto de manipulación estatal, contra todo tipo de protestas. Hasta el conseguir un puesto de laburo en una fábrica requería en muchos de esos ejemplos y sigue requiriéndolo hoy en muchos países, la adhesión a un partido, la sindicalización, la sumisión… El terrorismo de estado, mantenido a largo plazo, que es tan esencial en las democracias, requiere para desarrollarse no solo de burgueses grandes, medios y pequeños, que adhieran al discurso dominante, sino también de muchos obreros organizados en partidos y sindicatos. En Argentina mismo, el terrorismo de estado se consolidó y desarrolló contra las minorías activas del proletariado de las décadas del 60/70 en base a un silencio cómplice, no solo de los beneficiados con ese régimen (burgueses grandes, medianos y pequeños), sino de grandes sectores obreros perjudicados por una baja sensible de su poder de compra (el vandorismo como potencia obrera sindicalizada[18] –es decir transformada en fuerza estatal– fue decisivo en la represión histórica del proletariado revolucionario): el nivel de sindicalización no disminuye sino que aumenta, en el peor período de terrorismo de estado. La idea de que el obrero trabajador, por ser de fábrica, estaría más cerca del sol de la verdad, de que el “proletario”, por el hecho de serlo, lucha por los intereses de la revolución social, no es más que una vulgar apología, apenas encubierta, de lo que el capital requiere para valorizarse: el trabajo. No olvidemos que, mientras que para la socialdemocracia ser proletario es una especie de honor, para el proletariado mismo, ser trabajador productivo es una desgracia. El proletariado no es la realización del ser humano, sino por el contrario, su total perdición.
Por lo tanto, resulta tan absurdo atribuirle a la pequeña burguesía la fuerza del movimiento, como atribuirle sus debilidades, sus banderas y consignas muchas veces abiertamente burguesas, como la banderita Argentina. Lo determinante fue por el contrario la contraposición de siempre entre burgueses y proletarios, entre, por un lado, defensores del orden y el estado de sitio y, por el otro, quienes saben que no tienen nada que perder más que sus cadenas, e hicieron asambleas, escraches, saqueos, ataques a centros represivos y administrativos del capital y el estado… ¡y también golpearon cacerolas!
4/ Acerca de los cacerolazos
Por todos los medios a su alcance la burguesía intentó contraponer a la protesta proletaria, y especialmente a sus formas más radicales (piquetes, escraches, ataques a la propiedad privada), la protesta cívica, democrática, pacífica, legal; de descalificar la primera y presentar la segunda como la vía a seguir.
Esa tentativa de la burguesía de canalizar estatalmente lo que sucede en la calle y que sus fuerzas políticas tradicionales (partidos, sindicatos, ongs,…) no logran canalizar, es algo así como el abc de toda la dominación de clases. Dado el desprestigio absoluto de los aparatos centrales del estado (y de las clásicas fuerzas políticas de oposición y canalización), la crisis generalizada en las formas clásicas de delegación y representación, la inevitable y consecuente salida generalizada a la calle; la burguesía que ya no podía parar el movimiento, intentó al menos impedir que la ruptura con la democracia sea total, que quedara al menos algo de “civilidad”, de aceptación de las reglas de juego democrático, en el comportamiento de una parte de los que ocupaban la calle. Todos los aparatos de fabricación de la opinión pública centraron sus reflectores e hicieron la apología de una forma particularmente civilizada de protesta: el caceroleo ciudadano y pacífico fue la “protesta” admisible, la forma por excelencia en que la protesta se hacía legal en contraposición al movimiento del proletariado que asumía cada vez más la lucha violenta. La televisión hacía hincapié en conocidos personajes de la clase dominante y del mundo del espectáculo manifestando, como perfectos ciudadanos, con la cecerolita en la mano. Por supuesto que esto complementa a la perfección la campaña general para dividir al movimiento en capas sociológicas y liquidar la unificación proletaria: la propaganda que opone piquete y cacerola atribuye a las famosas “clases medias” un protagonismo en el movimiento. Contribuye a esa campaña la izquierda burguesa que cuenta la leyenda de que los cacerolazos aparecieron en la época de Allende y como expresión “de la derecha”. Lamentablemente pocos gritaron, en Argentina, que el de Allende, era un gobierno burgués que hambreaba y reprimía al proletariado y menos aún recordaron que es una enorme mentira decir que esa forma de protesta, apareció recién en los 70 en Chile (¡piénsese solamente en los caceroleos de los proletarios presos en todos los países del mundo!). También esta campaña divisoria penetró en el movimiento. Así, grupos de piqueteros, que participan en los enfrentamientos callejeros de diciembre subrayarán que agarraron la cacerola por primera vez el 19 de diciembre y que se plegaron a la manifestación, sin estar convencidos.
En realidad, de la misma manera que no hubo pequeños burgueses que actuaran como tales en el movimiento, tampoco hubo más caceroleros puros que los creados artificialmente e inflados, por los medios, para confundir. Esa imagen del honesto ahorrista bien vestido y que olía a acomodado durante toda su vida, que había sido víctima del corralito, que salía en la televisión golpeando la cacerolita, que no rompe vidrieras, ni hace escraches y que constituía el protagonista por excelencia de la protesta cacerolera que los medios enaltecían, simplemente no existe más que para la televisión. Fueron los medios y particularmente el grupo Clarín, que llegó al extremo de hablar, en noviembre del 2002, de la muerte del primer cacerolero: se trataba de un señor que teniendo atrapados unos 100.000 dólares le sobrevino un infarto.
Es totalmente lógico el repudio que sienten los proletarios combativos por ese perfecto ciudadano y normal entonces, que los proletarios combativos digan: “caceroleros las que me cuelgan” (es decir: “caceroleros las pelotas”, “caceroleros mis huevos” ndr).
Pero si exceptuamos esa imagen, creada e inflada, por el propio espectáculo, no hay caceroleros puros. En todas partes los cacerolazos son parte inseparable de toda la protesta proletaria, es parte de la actividad organizada por las asambleas, es parte de la actividad más o menos espontánea, pero siempre organizada en un nivel minoritario, que se desarrolla en los diferentes barrios, como lo son también las pedradas y las molotov, como lo son los escraches, los cortes de rutas, las manifestaciones…
Ello no quiere decir que la burguesía (no solo tal o cual burgués trasnochado presente en una asamblea, sino las diferentes fuerzas políticas del estado) no haya intentado por todos los medios esa operación de separar al buen ciudadano “del negro de mierda que corta el tráfico”, al “honesto ahorrista que en el fondo tiene razón” del cabecita negra, del vago y sucio,… “que no quiere trabajar” y sobretodo que no haya insistido por todos los medios a su alcance en la oposición entre la buena protesta representada por el cacerolero legalista que solo usa la fuerza cuando se sienta a cagar, del que apedrea el banco, del que corta el tráfico o/y hace escraches. Pero salvo las contadísimas excepciones propagandeadas hasta el cansancio por los medios, nunca logró que los cacerolazos funcionaran por los cauces legales y normales previstos por el Estado, los bomberos sociales de todo tipo no lograron hacer del caceroleo ese espectáculo soñado por la burguesía: en todas partes el proletariado rompe los cauces previstos y afirma su violencia de clase.
Citamos a continuación algunos extractos de un artículo muy representativo de esa lucha burguesa por encausar a los caceroleos, que al mismo tiempo deja en evidencia lo que afirmamos. El artículo fue publicado el 27 de enero de 2002 y reproducido en un conjunto de sitios Internet dedicados especialmente al tema de las cacerolas (ver: Caceroleando.fateback.com). Su titulo es “No violencia es fuerza”, está firmado por Homero F. y plantea el problema así:
“No hay duda que el tema mas recurrente por estos días en cuanto a las protestas son los incidentes que en ella se producen. En el programa televisivo “Detrás de las Noticias” dijeron que hay un estudio que indica que es mayor la eficiencia de una protesta cuando mas pacífica es, por lo tanto tenemos que preguntarnos a quien beneficia la violencia.
El 25 de este mes observamos que la policía reprimió espontáneamente a los caceroleros que se volvían a sus casa por el diluvio que azotó la Capital Federal y el GBA (nadie está en condiciones de enfermarse en los ajustados tiempos que corren). En el día de hoy escuche las declaraciones en Crónica TV de los oficiales internados por las agresiones sufridas en el Cacerolazo nacional y relataron que vieron hombres con bolsas llenas de botellas y piedras que repartían a los agresores. Lo que cualquiera se pregunta es, ¿Porqué no detuvieron a esas personas y evitaban los incidentes? La respuesta es simple, no les conviene. Es preferible dejar que estos infiltrados provoquen desmanes para luego reprimir a la totalidad de manifestantes, opacar la expresión popular y procurar que venga menos gente la próxima vez, inculcando el miedo. Se puede decir entonces que estamos lidiando con terroristas. El día que hagamos un cacerolazo sin piedras ni bombas molotov y sin gases ni balas de goma, vamos a conseguir que la vez siguiente la gente pierda el miedo y participe de la protesta, y así sucesivamente hasta conseguir que concurran cientos de miles de personas.”
Como se ve lo que más preocupa al personaje que escribe es que los caceroleos y las protestas en general, en esa Argentina convulsionada por la crisis y por la violenta lucha del proletariado, es precisamente esta lucha. Obsérvese bien que su gran preocupación es el lograr un día un cacerolazo puro, en donde no haya ni piedras, ni bombas molotov… Subrayemos también que sus criterios de verdad son los de la televisión. Es lógico entonces, que contra la ruptura proletaria y para la realización de ese sueño imposible de la cacerola sin rabia proletaria, proponga colaborar con la policía o/y constituir una policía en cada asamblea o/y colaborar con la obra policial que realiza la televisión. El buen ciudadano lleva siempre el policía adentro:
“Debido a esto tiene que ser nuestra máxima preocupación frenar a los violentos. Las formas de conseguirlo no son nada excéntricas, se pueden crear comisiones de seguridad de las Asambleas que señalen a los agitadores para que la policía los arreste y, si esto último no sucede, que las mismas comisiones se encarguen de quitarle las piedras, botellas, etc. y/o mostrárselo a la televisión. Por supuesto que esto no es nada democrático y sería hacer justicia por mano propia, pero, si las autoridades no hacen nada no queda otro remedio que actuar por nuestra propia seguridad. Pensándolo bien, estaríamos actuando en defensa propia.
Otra cosa que se puede hacer para evitar futura violencia es organizarnos. Es preciso que dejemos la espontaneidad de lado para pasar a pensar y debatir lo que queremos con nuestros vecinos. Si dejamos acumular la bronca vamos a terminar estallando de locura y vamos a hacer cosas impensadas, no permitamos que se derrame mas sangre. Si nos podemos controlar a nosotros mismos vamos a poder reconquistar el país.”
Como se ve terrorismo de estado, televisión, partidos políticos, alcahuetes de todo tipo no han podido hacer del caceroleo la protesta ciudadana, correspondiente a la clase media que tanto han insistido en crear. Pero esta tentativa de recuperación/liquidación de la lucha proletaria acerca de los caceroleos, no es exclusiva, también se intenta hacer lo mismo con los piquetes. En el capítulo siguiente veremos las formas que han asumido las tentativas de liquidar la autonomía del proletariado también con respecto a los piquetes, lo que pondrá aún más en evidencia, que la cuestión no es entre marginales y clase media como nos quieren hacer creer, sino de la vieja contradicción entre la potencia de la lucha proletaria contra el estado y las formas de su recuperación.
5/ Más sobre los piqueteros
Un compañero nos escribe citando nuestro texto anterior en donde dice “… en ruptura con los partidos parlamentarios…” y comenta:
“Hasta donde yo se, hay dentro del movimiento piquetero un sin fin de agrupaciones y/o fracciones que responden ideológicamente a partidos u organizaciones demócrata-parlamentaristas.
Ver: “QUIEN ES QUIEN EN LOS GRUPOS PIQUETEROS”
• Raúl CASTEX: Dirigente combativo de los jubilados y dos años preso por saqueador, responde al P.O.
• D’Elía: C.C.C Dirigente del Partido más grande y numeroso… 3 y 1/2 millones de hab. responde al peronismo, forma parte del sistema y llama a un Frente.
• De GENNARO: CCC-CTA. No forma parte del sistema; no llama a formar nada. Es dirigente de un sindicato formal-paralelo (de hecho un frente: CTA) responde al peronismo del ala centro izquierda. (Llamados “los patitos” porque visten de amarillo)
• Marta MAFFEI: CTRA. Llama al “paro solidario”. Es dirigente de un sindicato formal pero respetado; es hija de un anarquista al que (según él) “… a cualquiera le sale un forúnculo”: ella es peronista.
• Marta GARRIÓ: Ex Diputada radical, fundadora del ARI y número uno en las encuestas electorales, quiere: ¡Otro 20 de Diciembre!
• POLO OBRERO (P.O): Responde como su sigla lo indica al P.O. (llamados las “palomitas” porque visten de blanco).
• MOVIMIENTO NACIONAL DE LIBERACIÓN: Responde al ex-PC y maneja mucho dinero.
• MOVIMIENTO PATRIA LIBRE: Es otra línea PC y se mueve como “movimiento CHAVISTA”.
• EL MATE: Son ex-ERP; ex-PRT; ex-MAS: Son un grupo pequeño, principalmente trotskista, dan pelea y son cercanos a:
• AGRUPACIÓN ANIBAL VERON: Estos si son desocupados sin partido. Su nombre proviene de un mártir de Salta, pero ya cuentan con tres muertos en sus filas (Ver: la masacre del Puente Avellaneda).
• ZAMORA: Es el único político al que en alguna ocasión los piqueteros dejan “caretear”, así como el único que puede caminar por la calle y viajar en subte. Ex-Diputado del MAS y segundo en las encuestas electorales.
• Agrupación MARTA RODRÍGUEZ: Su dirigente es DIRISPECHE FERNANDEZ, perteneciente al Grupo QUEBRACHO, ex-Montonero; ex-SIDE (Servicios de Inteligencia del Estado). Es nacionalista y no participa de elecciones.
• “AGRUPACIÓN SIDE”: Estos son conocidos como los infiltrados camuflados, o agentes de provocación.
• “Los PIQUE-TRUCHOS” –también “los autopisteros”: Son agentes al servicio de la dirigencia peronista y se les paga $ 30 + comida + UN “pelpa” (droga) por actuar cada vez que se los requiera: saqueos truchos.
• MOVIMIENTO INDEPENDIENTE. JUVENTUD Y DESOCUPADOS: Todavía no está claro.
• MOVIMIENTO SIN TRABAJO “TERESA VIVE”: Son peronistas de centro-izquierda.
• La lista sigue e incluso falta “EL PERRO SANTILLAN” pero por haberse llamado a silencio, de momento los dejamos.
• NO se puede dejar afuera a la agrupación H.I.J.O.S. QUIENES NORMALMENTE participan sin banderas.
• MOVIMIENTO DE TIERRA Y LIBERACIÓN: Son una agrupación similar al Movimiento de los sin tierra del Brasil…”
Luego el mismo compañero comentando el capítulo de los saqueos dice: “En este informe no se puede dejar de acordar pero es llamativo que no se toque el tema de los SAQUEOS TRUCHOS[19]. Tampoco el hecho de ignorarlos borra con el codo su existencia y su importancia política, ¿Quiénes y porqué se impulsan los “saqueos truchos”? Son dos: 1) el aparato Peronista; 2) La S.I.D.E.
Los primeros lo hacen porque son los únicos que pueden capitalizar a su beneficio esta insurgencia proletaria. (De hecho Duhalde, el candidato que perdió las elecciones – tomó el Poder). Ahora es Menem quién con la misma táctica socaba el piso de su oponente.
En el caso 2 está demás que le explique a ustedes su implicancia.”
Nuestra respuesta fue la siguiente:
“Comenzás con unos comentarios sobre el movimiento piquetero, en donde luego de citarnos “en ruptura con los partidos parlamentarios”, parecería que en forma de contraposición citás un montón de agrupaciones o/y fracciones que responden ideológicamente a partidos u organizaciones demócratas parlamentarias y que controlarían todo el movimiento. La enumeración es interesante y particularmente útil para los que no viven en Argentina y por eso la publicamos, pero toda contraposición entre lo que nosotros afirmamos en la revista y lo que decís vos al respecto debe ser desechada.
En efecto, nosotros afirmamos entonces y seguimos afirmando que la práctica del movimiento piquetero, la acción directa que consiste en paralizar la economía mercantil, que hambrea a la especie humana se encuentra en total contraposición con la práctica de los partidos parlamentarios. Esta contraposición es general independientemente de que muchos de los participantes (y con seguridad la enorme mayoría) tengan ideologías burguesas, socialdemócratas, crean en los partidos, los parlamentos o en la autogestión o el control obrero.
En nuestro texto nosotros afirmamos esa ruptura práctica entre el movimiento social, si querés, el comunismo actuando como fuerza social de cuestionamiento de todo el orden burgués, y la práctica de todos esos partidos y fuerzas del Estado. Evidentemente que esa ruptura es relativa, que se fue cristalizando en los años del desarrollo del movimiento piquetero y los escraches, que llega a su apogeo en diciembre del 2001 y los meses siguientes y que desde mediados del 2002, y a pesar de las alzas y bajas, decae. A nosotros nos interesa subrayar que, en el máximo del proceso de ruptura, todas esas organizaciones eran incapaces de controlar, de encausar, de digitar,… el movimiento piquetero. Resulta imposible prever si ese movimiento continuará su proceso de decaimiento, si será cada vez más recuperado y digitado por fuerzas estatales (como vos describís) o si por el contrario reemergerá con más fuerzas y autonomía que nunca con respecto a todo el estado. Como nosotros luchamos por esto último, insistimos en nuestras publicaciones en esa ruptura, con todos los partidos parlamentarios, aunque no dejamos de reconocer que esa ruptura solo puede mantenerse en la pelea, que si se abandona la calle (y la paralización de la reproducción de la sociedad mercantil gracias a lo cual se hizo conocer en el mundo entero), con esperanzas parlamentarias o gestionistas. el movimiento proletario será liquidado. La mayoría de las organizaciones que vos citás trabajan con diferentes metodologías para esa recuperación. Lo jodido, compañero, es los pocos grupos que podemos citar que luchen contra todas esas recuperaciones; pero creemos que el tratamiento que le hemos dado a la cuestión, insistiendo en la ruptura proletaria con esas fuerzas, es la forma correcta, dinámica de tratar la cuestión, aunque hoy nos veamos obligados a reconocer que en el período actual esas fuerzas, de las que vos hablás, controlan mucho más los piquetes y que estos tienden, consecuentemente, a perder la potencia que los caracterizara.
Por la misma razón no mencionamos tanto lo de los saqueos y los piquetes truchos. Es una constante en el movimiento revolucionario el que los aparatos del estado truchéen de mil maneras lo que sucede en la calle. Cuanto más potente es el movimiento menos lugar tiene lo trucho para adquirir fuerza. Te acordás que en los saqueos de hace una década, solo se hablaba de lo trucho, que eran los de tal barrio que atacaban a los de tal otro, y la policía y todos los aparatos del estado lograron su jugada, te acordás que muchos compañeros nuestros en Buenos Aires, argumentaban que solo era el lumpen que se enfrentaba al lumpen, como la policía quería hacer creer y que solo una ínfima minoría de revolucionarios afirmábamos el carácter proletario de esos saqueos. Esta vez, como la fuerza del proletariado fue más general, como la contraposición entre la propiedad privada que hambreaba y el movimiento que expropiaba vida era mucho más abierta, todo lo berreta y abiertamente trucho no podía tener mucho andamiento. Por esta razón debe llamarte menos la atención que hayamos hablado menos de eso (aunque si se menciona las tentativas de los medios burgueses por presentar los saqueos como enfrentamientos entre barrios). Además si eso podía tener una cierta importancia en la acción inmediata en la Argentina, la importancia que tienen los piquetes, para el proletariado mundial, no puede enturbiarse con esas operaciones de los milicos u otros aparatos oficiales del estado. Evidentemente que, en otro nivel mucho más concreto de análisis de detalle de “quien es quien en los piquetes”, una puesta en evidencia de los diferentes casos de piqueteros truchos puede tener su importancia particular (por lo que nos pareció importante reproducir lo que vos afirmás ahora) y seguramente lo tiene, para que la acción compañera se desarrolle afuera y contra esas tentativas estatales, pero nuestro texto no podía tener, ni tenía esa pretensión de detalle.”
Debemos agregar, sin embargo, que junto al terror de estado abierto contra los piquetes (que incluye además de los muertos y heridos por bala, la aprobación de toda una legislación represiva y de directivas administrativas expresamente contra piquetes y escraches, por la cual, ¡ ya se han procesado a unos 3.000 piqueteros!) se intenta por todos los medios liquidarlos, recuperarlos, digitarlos, desprestigiarlos, hacerlos ineficaces, es decir sacarles su esencia: la de imponer contra el capital una relación de fuerzas. Para eso sirve todo. Los piquetes truchos queman la imagen del piquetero y hacen creer que los piquetes no son más que manipulaciones de tal o cual partido o del poder mismo, los medios de difusión hacen creer al ciudadano que los piqueteros son unos aprovechadores que reciben sueldos para hacer cortes de ruta. Los partidos y sindicatos que se han ido subiendo al tren en marcha, como ya denunciamos en el texto anterior, van imponiendo “piquetes” que son cada vez menos, verdaderos piquetes: “piquetes” sin cortes totales, nada de capuchas para no asustar al ciudadano, aceptación del conjunto de medidas policiales para identificar a los piqueteros. El viejo sistema del garrote y la zanahoria, instrumentalizado desde el gobierno y administrado por los sindicatos, maniobras divisorias, represiones desde todos lados y aceptación de normas ciudadanas para liquidar las fuerzas de los piquetes, son las formas actuales que utiliza el estado como denuncian diferentes grupos de compañeros.
Reproducimos dos citas que son los suficientemente explícitas en ese sentido. La primera es de diciembre de 2002: “Otro suceso que muestra esta avanzada (represiva – ndr) es la imposición por parte de las fuerzas de inseguridad (que tiran pibes cartoneros al Riachuelo) de no dejar entrar a la Capital a las organizaciones piqueteras con sus bastones para hacer cordones de seguridad, e incluso pasamontañas (probé golpearme con uno varias veces sin resultados satisfactorios) y cuchillos a las encargadas de la comida. La aceptación de estas medidas humillantes por parte de las agrupaciones era algo que no se daba por ejemplo, el 27/6/02 donde intentaron hacer lo mismo pero la masividad de la movilización lo impidió. Y eso es un gravísimo error, porque están probando cuanto cedemos en la lucha, la represión brutal de hoy está fuertemente relacionada con que se viene aceptando esas imposiciones.”[20]
La otra de fines de junio 2003: “No seríamos francos si no dijésemos que otra de las herramientas fundamentales que el gobierno utilizó para aquietar las aguas fueron los llamados “planes de jefes y jefas”, la implementación de los mismos significó un acuerdo con la FTV-CTA y la CCC en el que se comprometieron a no “hacer olas”, pero también cierta tendencia a la degeneración de los sectores mas combativos. En concreto, no se puede decir que estos últimos hayan sido una amenaza real para el régimen (o que fueron menos amenaza de lo que fueron punto de apoyo), y esa tendencia a la degeneración se vio cristalizada por ejemplo en esa marcha en apoyo a Brukman donde la seguridad del Polo Obrero (organización piquetera dirigida por el Partido Obrero) le molió la cabeza a palos a un luchador de trayectoria como Juan “Pico” Muzzio (Democracia Obrera) por considerarlo un “infiltrado”, y a esta patética actitud del PO hay que agregar el silencio cómplice de las demás organizaciones que no salieron a repudiar enérgicamente este criminal episodio.”[21]
La denuncia de estos métodos y estas fuerzas no solo a nivel argentino sino a nivel internacional, como de los métodos y organizaciones que en este artículo hemos denunciado, es una tarea central de los internacionalistas del mundo. Nuestras contribuciones, fruto de la discusión compañera internacional, son armas a utilizar para afirmar la teoría y la acción internacionalista contra el aislamiento con el que se pretende ahogar la lucha proletaria en ese país.
Cuando cerramos este número de Comunismo, el movimiento proletario en Argentina se debate contra todas las fuerzas del capital mundial que en complementariedad con la represión directa buscan aislarlo internacionalmente, debilitarlo programática y numéricamente, liquidarlo. Más allá de los flujos y reflujos, propios de todo movimiento similar, resulta evidente que se ha llegado a una correlación de fuerzas entre las clases tal, que el proletariado no puede mantener en el mediano plazo sin dar un salto de calidad revolucionario, lo que a su vez, depende muchísimo de la correlación de fuerzas, en el resto de la región americana y en el mundo. Si hay una cosa que se ha hecho carne y conciencia de clase en los meses que han pasado es que no se puede repetir lo mismo, que hay que ir más lejos en la lucha contra el poder. Pero sobre el significado de esta lucha contra el poder, las posiciones se confrontan nuevamente. En Argentina y en el mundo hay un sin número de ideologías contra la revolución social que, como siempre, asumen nuevos ropajes y que debemos denunciar con todas nuestras fuerzas. Todas esas ideologías concuerdan en una cosa: que se debe y puede cambiar al mundo sin destruir el poder del capital, sin revolución social.
Para terminar queremos subrayar que todos los límites, que podemos constatar, en la lucha del proletariado en Argentina, son los que existen en el proletariado mundial[22], que no se le puede pedir al proletariado de ese país que de otro salto de calidad revolucionario, sin que el proletariado de otros países salga la calle y afirme su existencia como clase internacional. La mejor solidaridad con la lucha del proletariado en Argentina es la lucha proletaria en todos los países contra la burguesía y el estado.
Hoy más que nunca, levantemos la consigna de fin de los 60 del proletariado en Argentina:
¡Ni golpe, ni elección, revolución!
Acerca de las luchas proletarias en Argentina
Tercera parte
Acerca del carácter de la lucha y la cuestión del poder
(in Comunismo Nº51 – febrero 2004)
Continuamos publicando algunas reflexiones y discusiones que se suscitaron a partir de la lucha del proletariado en Argentina, en la medida que las mismas desbordan lo que sucedió en ese país y que provocan posiciones antagónicas por todas partes que son, y serán, decisivas en luchas futuras en el mundo. Nos centramos particularmente en la cuestión del poder y la revolución.
1/ Lucha revolucionaria
Algunos compañeros, como a quien habíamos citado en el número anterior (en base a aquella aportación sobre las fuerzas sindicales y partidarias que intentan digitar los piquetes), critican también otra cuestión clave del secunda parte, que nos parece decisivo analizar ahora. Dice así: “Considero que el calificativo ‘violencia revolucionaria del proletariado’ (utilizado por ustedes) es una exageración. Sobre todo cuando en ese momento estaba de moda la consigna: ‘no somos revolucionarios, sino rebeldes sociales’, ‘no queremos tomar el Poder sino hacer otro Poder desde abajo…’ sub-comandante Marcos.”
A lo que respondimos: “Si hubiese que esperar a que el proletariado grite ‘dictadura del proletariado, destrucción del capital’, para poder llamar por su nombre a la violencia de clase contra la propiedad privada y el estado, nunca los revolucionarios podrían hablar de ello. Ni en la Comuna de Paris, ni en la Revolución en Rusia, ni en ningún otro ejemplo histórico de lucha revolucionaria del proletariado, las consignas expresan claramente lo que el proletariado está llevando a cabo, y no vamos a repetir aquí la cantidad de consignas burguesas que estaban de moda en esos movimientos que, a pesar de ello, fueron una expresión concreta e internacional de la ‘violencia revolucionaria del proletariado’. Justamente son nuestros enemigos, pero en general toda la opinión pública, la que toma las cosas únicamente en función de lo que los protagonistas expresan o creen (que invariable e inevitablemente son las ideas de la clase dominante), mientras los militantes revolucionarios no tienen ningún miedo en afirmar, a contracorriente, el contenido real del movimiento, independientemente de las ideas expresadas por los protagonistas. Pensá en Blanqui o Marx, hablando de lucha por la dictadura del proletariado en Francia, o en Flores Magón afirmando que la lucha del proletariado en México es por la abolición de la propiedad privada, la iglesia y el estado. Más todavía, esa afirmación, hecha por los revolucionarios, de lo que el movimiento contiene, contra la corriente, constituye un elemento decisivo de la acción revolucionaria de dirección, la inversión de la praxis en el proletariado se va procesando precisamente por ese accionar decisivo, por la organización de esas posiciones en fuerza de dirección hacia los objetivos realmente revolucionarios. En ese sentido no solo nos parece importante seguir afirmando el carácter revolucionario del movimiento del proletariado en Argentina, en 2001/2002, sino el de denunciar todas las consignas burguesas como las del llamado subcomandante Marcos, como hacemos en nuestro texto denunciando a las corrientes gestionistas que justamente son las que desarrollan esa ideología que se contrapone a la acción revolucionaria del proletariado.”
En síntesis: la lucha del proletariado es revolucionaria por su contenido, porque asume en la práctica la contraposición con el capitalismo y no por lo que declaran los protagonistas y mucho menos por lo que dicen los admiradores de Marcos y compañía (¡qué también existen en Argentina!) que en el fondo reproducen la ideología de la burguesía en el movimiento.
Aclaremos un poco más lo que los revolucionarios entendemos por lucha revolucionaria. Digamos primero que, para nosotros, no hay dos tipos de luchas, como teoriza la socialdemocracia (incluido evidentemente el marxismo-leninismo, el trotskismo, el proudhonianismo, el gestionismo libertario…), una económica y otra política, una inmediata y otra histórica, una reivindicativa y otra revolucionaria. Afirmemos enseguida, que esa separación ideológica es un arma de la burguesía contra el proletariado, que sirvió y sirve todavía para cosas tan horribles como para hacer trabajar más a los proletarios y cobrar menos en nombre de la revolución social o/y del socialismo (por ejemplo en Cuba, como ayer en Rusia); cuando en realidad se está aumentando la tasa de explotación capitalista, lo que evidentemente se contrapone con los objetivos (inmediatos e históricos) de una revolución proletaria. Ninguna verdadera revolución proletaria puede basarse en ese antagonismo. Al contrario, la generalización de la lucha por las necesidades inmediatas determina la revolución social, el objetivo invariante de la revolución proletaria es trabajar lo menos posible, viviendo lo mejor posible, objetivo que en última instancia es exactamente el mismo por el que luchaba el esclavo cuando se contraponía a la esclavitud, hace 500 o 3000 años. La revolución proletaria no es algo diferente a la generalización histórica de la lucha por los intereses materiales de todas las clases explotadas de la antigüedad, no tiene una naturaleza diferente a la generalización de la lucha por los intereses inmediatos, económicos del proletariado y es por eso mismo, que se afirma como una revolución esencialmente humana, contra la deshumanización histórica del hombre llevada a su máxima expresión por el capitalismo. Consecuentemente, la lucha por la mejora total de las condiciones de vida es vitalmente revolucionaria, y solo con la afirmación de la revolución realiza sus objetivos[23]. La lucha proletaria, por la apropiación de la mayor parte del producto social es, pues, inseparable de lucha por la reducción de la intensidad y la extensión de la jornada de trabajo. Es en ese mismo proceso de enfrentamiento al capital y a su concentración en fuerza de dominación (estado) que el proletariado se va apropiando de todo lo producido y aboliendo el trabajo asalariado y, en última instancia, el trabajo a secas.
El programa invariante del justicialismo de Perón a Menem
Menem: “el justicialismo jamás combatió el capital; al revés, procuró que el capital llegue para hacer crecer la República. Y eso fue lo que hicimos nosotros a partir de 1989.”
Por otra parte Menem siempre subrayó que Perón ya en 1944 decía que “hay que hacer a un lado al colectivismo en la Argentina y posibilitar el ingreso de capitales. Aquí no queremos ni colectivismo, ni marxismo, ni comunismo. Queremos fundamentalmente Argentina y el justicialismo es lo verdadero en la política.”
En Argentina, el proletariado entra en lucha porque no tiene más remedio, por el brutal deterioro de todas sus condiciones de existencia. En ese mismo proceso se encuentra lógicamente enfrentado a las diferentes fracciones burguesas y al estado. En su práctica ya liquida aquella separación entre lo económico y lo político, por el simple hecho que no puede haber ninguna solución económica sin “hacer política”, o mejor dicho todavía, sin contraponerse a toda la política de la clase dominante. No se trata de una idea de tal o cual militante, sino de lo que todos pueden verificar prácticamente: el que “se vayan todos” es el grito que expresa, en Argentina, esa crítica generalizada de la política, que existe en la generalización de todo movimiento revolucionario. Se dirá aún que tal o cual proletario, o el conjunto de los proletarios luchan por razones inmediatas. Pero, respondemos, aunque sólo crean moverse por los famosos y exclusivos intereses inmediatos (lo que ya nos parece un absurdo, porque el desarrollo mismo del asociacionismo proletario, contrapuesto a la propiedad privada organizada, siempre se plantea, aunque más no sea en forma incipiente, elementos hacia la resolución del antagonismo de clases), la lucha misma está revelando el antagonismo histórico. Independientemente de la conciencia de los protagonistas, los hechos están poniendo en evidencia que la vida del capital hace cada vez peores las condiciones inmediatas de esos proletarios, está mostrando que todo progreso del capital requiere empeorar todas las condiciones de la vida humana. La unidad de lo inmediato y lo histórico no es una cuestión de conciencia sino de antagonismo práctico vital. Como decía Marx: “Poco importa lo que tal o cual proletario o incluso el proletariado entero se imagine que es su objetivo momentáneo. Lo que importa, es lo que él es realmente y lo que estará históricamente forzado a realizar en conformidad con su ser. Su objetivo y su acción histórica le son trazadas visible e irrevocablemente, en las circunstancias mismas de su vida como en toda la organización de la sociedad burguesa…”
El carácter revolucionario de la lucha del proletariado en Argentina, no viene pues de la conciencia de sus objetivos, sino de su práctica efectiva. Justamente lo que constatamos es que el desfasaje, entre la práctica y los niveles de conciencia explícita[24], expresado por el movimiento, es todavía más grande de todo lo que se dijo; y si bien nos parece imprescindible subrayar la fuerza revolucionaria de la acción del proletariado, no podemos dejar de expresar la debilidad de conciencia, de dirección, que el movimiento ha mostrado.
El movimiento revolucionario se encuentra todavía encadenado a un conjunto de ilusiones que lo limitan en cuanto a su perspectiva, y es a eso que se refieren los compañeros cuando dicen que la lucha no es revolucionaria. Pero ese punto de vista es idealista, pues parte de las ideas expresadas y no de las determinaciones contenidas en el movimiento, ni de la contraposición objetiva entre proyectos antagónicos evidenciada en la lucha de clases.
Justamente la principal debilidad del movimiento es, creer que exista una solución no revolucionaria a la situación social. El principal límite ideológico es, precisamente, partir de las absurdas ideas de la mayoría, que incluso en plena lucha, se imagina, que se puedan solucionar los problemas que nos afectan, sin destruir, los fundamentos mismos, de la sociedad del capital. El desfasaje mencionado parece ser una característica que se confirma en los movimientos del proletariado en la actualidad, producto, sin duda, de la contradicción entre la catástrofe cada vez más visible del capital mundial y de la total inconsciencia de clase que caracteriza al proletariado mundial: inconsciencia de constituir una clase, inconsciencia del proyecto histórico comunista.
En los capítulos siguientes nos interesa insistir en esa contradicción, que es la que expresa el desarrollo de nuestro propio movimiento. Para ello comenzaremos por enumerar algunos elementos de fuerza, derivados del tipo de organización territorial que caracterizó el movimiento en Argentina, con el objetivo, no de hacer la apología del mismo, pues creemos que las condiciones que produjeron ese movimiento están presentes en otras latitudes ya hoy y tenderán a generalizarse, sino para ir un poco más lejos en el análisis de las características de las luchas de clases en la época actual, subrayando “nuevos” elementos de fuerza y debilidades que creemos que no será un “privilegio” o la “desgracia” particular de ese país, sino que, como expresa bien la “carta abierta al proletariado argentino”, que publicáramos en el primera parte (“vosotros sois tan solo unos de los primeros”), está mostrando el tipo de enfrentamiento de clase que tenderá a reproducirse[25].
2/ Fuerzas
Muy pocas veces en la historia de la lucha de clases, se han producido movimientos tan generales de unificación y polarización de clases. La organización del proletariado en organizaciones territoriales de lucha y su contraposición abierta a la propiedad privada y a todas las estructuras del estado (no solo al poder ejecutivo, sino al legislativo y judicial, a los aparatos represivos, a los partidos, a los sindicatos…) es una afirmación revolucionaria objetiva, hasta ahora, lamentablemente excepcional en la historia. Fuera de los ejemplos de las mayores luchas revolucionarias del siglo XX, como en México (1910-1917), Rusia (1917-21), Alemania (1918-21), España (1934-37) y en menor medida en otros países en esos lindos años de revuelta generalizada (1917-21), solo conocemos ejemplos como en Irán (1979), Irak (1991), en alguna medida en Argelia (2001/2002) y… Argentina 2001/2002. Por supuesto que no podemos pretender que esta enumeración sea completa, ni mucho menos (como lo decimos muchas veces, una gran debilidad de nuestra clase es ignorar nuestra propia historia); por otra parte, la naturaleza misma de la cuestión, implica una apreciación subjetiva, dado que es imposible medir objetivamente niveles prácticos de autonomía; pero a pesar de ello, nos parece fundamental hacer unas reflexiones y subrayar algunos elementos cualitativos sobre la relativa excepcionalidad de esa lucha proletaria en Argentina, aunque sea imprescindible también señalar sus límites con respecto a otras experiencias de la clase. La importancia de lo que sigue, no es, por lo tanto, la valoración, siempre discutible, de la fuerza o debilidad de la lucha de clases en Argentina, sino el análisis de la condiciones actuales de la lucha del proletariado que tienden a manifestarse en otras latitudes y que expresan trágicamente la contradicción actual, entre la catástrofe de la sociedad del capital (que empuja al proletariado a la lucha revolucionaria mostrando cotidianamente lo utópico y reaccionario de todo tipo de reformismo para solucionar los problemas humanos) y la inconciencia de clase del proletariado, concretizada en la falta de organización del proletariado en partido, en fuerza revolucionaria mundial.
Resulta esencial analizar dicha contradicción, pues es en ella que se inserta la práctica revolucionaria.
De más está decir que los elementos que subrayamos abajo “ordenadamente” son inseparables y se mezclan entre ellos, sólo los hemos ordenado para expresarnos.
• Lo primero que nos parece cualitativo es esa constitución del proletariado en clase[26], su organización en asambleas territoriales en contraposición a los poderes del estado. Asambleas de piqueteros, luego asambleas de barrio, pero que además, en muchos casos centralizan, o al menos se coordinan, con otras estructuras como la asambleas de algunas fábricas, imprentas, trabajadores en lucha, estructuras barriales, servicios (con el notable caso de los “motoqueros”), sector público y también realizan asambleas de asambleas, coordinadoras, etc. Esto tiene una importancia decisiva, pues marca una ruptura no solo con las ilusiones individuales e individualistas, que derivan directamente del mercado y su imagen espectacular, sino también en cuanto a la salvación profesional o por gremio o categoría. La catástrofe de la sociedad capitalista hace que todas las promesas de un futuro seguro se hayan hecho añicos y que solo organizado como clase el proletariado pueda aspirar a defender sus intereses más inmediatos. Esa organización del proletariado en clase está marcando, no una conciencia explícita de su necesidad de actuar como fuerza proletaria, pero al menos una conciencia implícita, de que solo no se va a ningún lado, de que tampoco le sirve unirse como trabajador de tal o cual rama, de que excluidos e incluidos (según la separación ideológica de la burguesía) si no se unifican están jodidos[27]. Justamente es esa unificación territorial, entre mujeres y hombres, desocupados, trabajadores, jubilados, pensionistas, empleados, estudiantes… que constituye un elemento excepcional.
• Eso determina un segundo elemento cualitativo, las estructuras asociativas del proletariado se constituyeron directamente asumiendo los problemas generales, los que conciernen a toda la comunidad que entra en lucha. Todo tipo de reivindicación sectorial, categorial, sindical,… resultaba ridícula, lo que limita mucho la acción contrarrevolucionaria de diferentes aparatos del estado (poderes municipales, partidos, sindicatos, instituciones, ongés,…), destinados precisamente a canalizar y encausar legalmente los descontentos. O dicho de otra forma, como la estructuración del proletariado como clase del capital se basa en aquella separación (y todos los aparatos de dominación están previstos para dar respuesta en base a dicha separación), la unificación territorial implica siempre históricamente un salto de calidad en la organización del proletariado como clase contra el capital.
• Ahora bien, esa generalidad no es una generalidad abstracta como la generalidad democrática expresada por un gobierno, un partido o la televisión, en nombre del pueblo o la nación, que se basa en la renuncia consciente o inconsciente a sus propios intereses particulares. Por el contrario, en esa unidad en la acción, que se produce en Argentina, nadie renuncia a nada; por primera vez en la vida, muchos actúan en función de sus propios intereses particulares y es en la parte que encuentran los intereses del proletariado todo, que prácticamente se identifica con los intereses orgánicos del proletariado como totalidad en lucha. En cada barrio, en cada piquete, en cada fábrica, en cada empresa ocupada, se vive la necesidad de asumir el hacer, el luchar, el discutir… de una lucha que se siente por primera vez única, en cada parte comienza a vivirse la lucha como generalidad orgánica.
• La producción material en función de las necesidades de los que luchan y de la lucha misma (ejemplo panaderías, huertas,…), la organización barrial de servicios totalmente desertados por las estructuras del estado, y que resultan indispensables para la lucha, como por ejemplo los servicios de salud, la puesta al servicio del movimiento de algunas empresas ocupadas (imprentas), constituye también una importante afirmación revolucionaria del proletariado que esboza, todavía en forma elemental y burda, lo que podría ser una sociedad en donde, al fin, no sería el mercado y la tasa de ganancia que dirijan todos los aspectos de la producción material, sino la dictadura de los productores y la de sus necesidades humanas. Claro está, que es sumamente difícil mantener este tipo de práctica a largo plazo, especialmente fuera de un período de lucha abierta y que por otra parte, dada la importancia actual de la ideología gestionista en Argentina, con las ideologías de trueque, la autogestión, y de “no lucha por el poder”, hace indispensable una crítica permanente acerca de la posibilidad de cambiar la sociedad sin destruir la dictadura mercantil.
• Todas esas estructuras, por las cuales el proletariado se afirma como fuerza social, se asumen en contraposición al poder de la clase dominante y como tales actúan. El hacer y no delegar, el actuar como necesidad vital y sobre todo el actuar como fuerza contra el estado, es el elemento unificador. La acción directa aparece así como una cuestión de vida o muerte, como el objetivo explícito de todas esas asambleas.
• Pero simultáneamente, ese pasaje a la acción pasa por la discusión, pasa por la reunión, pasa por asumir que no se puede confiar más en nadie, sino en “nosotros mismos”. Ello implica un proceso de negación de todas las estructuras de autoridad y gestión de la sociedad burguesa, de todo la estructuración de la dominación democrática. El descontento generalizado se transforma en capacidad de actuar y pensar colectiva y unitariamente. En cada barrio se organizan forum, charlas, formaciones, cursos, para lo cual se ocupan locales y predios desafiando a la propiedad privada y las estructuras jurídicas que la protegen. En ese hacer teórico práctico hay una crítica implícita de la delegación, del parlamentarismo y hasta una crítica incipiente de la democracia.
Merecen una especial mención, por su carácter contradictorio, los deseos expresados de horizontalidad, de “democracia directa”, de lucha contra el verticalismo, de bases contra direcciones. Por un lado expresan la crítica a los sindicatos y partidos, y en ese sentido una ruptura embrionaria con todo el espectro político, así como una estructuración de comunidad de lucha que se va afirmando y busca formas adecuadas a su desarrollo, pero por el otro una fetichización de las formas de decisión, como garantías en sí. Al respecto debe señalarse que esa misma fetichización sobre la forma, la ideología de la democracia de base, mantiene encandiladas, en muchas partes del mundo, a las masas proletarias en formas horizontales de decisión, impidiéndoles ver que lo importante es el contenido de la decisión y no su forma, la perspectiva y dirección del movimiento y no que la misma sea adoptada por una mayoría o una minoría, que jamás podrá garantizar nada. Por eso es indispensable analizar, al menos someramente, la otra cara de esas asambleas.
3/ La otra cara de las asambleas
Todas las afirmaciones del asociacionismo proletario contra la dictadura del capital no se asumen nunca por lo que son, nunca se pone en el centro el antagonismo capitalismo o revolución social. La falta de teoría comunista, de perspectiva revolucionaria, de crítica a las bases mismas de la sociedad mercantil, encierran al movimiento en el empirismo más chato, en el concretismo, en el inmediatismo, en el realismo, en el posibilismo, en el apolitismo. A falta de contenido, el “hacia adonde ir” cede el lugar en las asambleas al “como ir”, la forma de decidir es considerada mejor garantía que el contenido mismo de la decisión. La idealización de lo concreto impone su dictadura sobre la perspectiva: “no discutamos de política”, “hay que hacer cosas concretas”. El endiosamiento de la democracia directa y la horizontalidad liquidan el contenido de las decisiones en nombre de la forma: solo es importante que “todos decidan”, “que todos opinen”,… se busca la garantía en que “nadie hable demasiado”.
La crítica que se realiza de los partidos, sindicatos y otras estructuras del estado se reduce también, por esa vía, a una crítica de forma: se los critica por ser burocráticos, corruptos y muy pocas veces por representar a la clase enemiga, por ser partidos y sindicatos del capital, del estado burgués. No se ve que la gigantesca putrefacción de las fracciones políticas, sindicales, judiciales,… de la burguesía argentina son la expresión misma de la pudrición del sistema social capitalista. Por eso se buscan garantías en el control político ciudadano. Se considera que la decisión tomada por las bases es una garantía en sí, desconociendo que el capitalismo también se impone por medio de esa decisión democrática de todos, que las imponentes condiciones de explotación impuestas por el sistema solo pueden destruirse atacando las bases mismas de la producción de mercancías.
Peor, al pretender oponer democracia contra burocracia, se desconoce que la democracia y la burocracia siempre funcionaron juntas, que toda democracia, incluso de base, produce burocracia, que todo sistema electivo basado en el individuo democrático produce necesariamente el individuo burocrático. Pedirle a la democracia que liquide la burocracia equivale a pedirle, a la empresa capitalista que salve a la humanidad y olvide su esencia (el lucro).
La totalidad de la crítica antiburocrática se queda así empantanada en la cloaca democrática, en la mísera y putrefacta ideología burguesa del individuo controlando mayoritariamente a sus representantes, del ciudadano intentando que el dirigente político no se pudra. La ausencia de visión social hace predominar el formalismo político. Cómo no se afirma un programa social abiertamente revolucionario, no queda más remedio que caer en la solución política: el democratismo, el control político de todo y en última instancia la apología de la base, de la mayoría (o la unanimidad).
La democracia, que es el modo de organización de la sociedad capitalista y de la dictadura del capital, cuya fuerza consiste en la disolución de toda fuerza o proyecto histórico antagónico en el individuo atomizado, no puede servir al proletariado en su lucha, ni como método de organización, ni en tanto que perspectiva (ideologías del socialismo democrático).
Abramos un pequeño paréntesis histórico al respecto, para recordar que sobran los ejemplos en que mayorías controladas por todos adoptan decisiones contra los intereses del movimiento y, también, en que minorías revolucionarias asumen decisiones que hacen avanzar a todo el movimiento. Más aún, ningún movimiento revolucionario ha avanzado, ni puede avanzar, sin la audacia de minorías que asumen orgánicamente los intereses de la totalidad, sin actos inconsultos de proletarios de vanguardia que se organizan conspirativamente, sin militantes que a contracorriente afirmen el carácter proletario y revolucionario de una lucha en donde predominan las ilusiones democráticas, sin quienes indican y asumen el camino insurreccional en asambleas o soviets en donde dominan las ideas de pacificación social o de asambleas constituyentes.
La ideología de la democracia de base, de la democracia directa, del control democrático asambleario, del horizontalismo(que no solo es predominante en la Argentina sino que hoy es dominante en todo el mundo, incluso en ambientes de lucha)impulsa a decidir en función del mínimo común denominador, que es necesariamente burgués y reformista, y tiene por resultado objetivo el aislamiento de las minorías que actúan en ruptura con la ideología dominante. Los planteamientos revolucionarios, en este contexto democratista, pasan, claro está, por ser “demasiado teóricos” o “abstractos”. En dicho marco predomina el reformismo más chato bajo la forma de gestionismo de lo cotidiano. Las cuestiones centrales de la vida humana, bajo la dictadura del capital, y la consecuente necesidad de revolución social son evacuadas en nombre de la unidad, del “ser prácticos”, de que “no se trata de tomar el poder sino de desarrollar un contrapoder”, de “que hay que hacer cosas concretas y no discutir de política”. Como siempre en la historia, la teoría contrarrevolucionaria, presentada como nueva, se concentra en liquidar lo más importante de la perspectiva revolucionaria: la cuestión del poder, la cuestión de la revolución social.
Suponemos que el lector comprenderá, entonces, que la importancia, que le hemos dado a las discusiones sobre la lucha de clases en Argentina, reside en el hecho de que las mismas trascienden de lejos lo planteado en ese país e inevitablemente se plantearán todavía con más fuerzas en otras latitudes.
4/ La cuestión del poder
Evidentemente, en todo ese proceso, el proletariado afirma una relación de fuerzas, un poder que se sitúa contra el poder de la sociedad burguesa. La cuestión del poder es, evidentemente, clave en la lucha histórica del proletariado en todas partes del mundo. Vemos que en Argentina, dicha cuestión cristaliza todos los problemas históricos de nuestra clase: falta de teoría revolucionaria, falta de dirección, de perspectiva.
Todas las concepciones dominantes sirven, evidentemente, para camuflar, desviar, llevar hacia callejones sin salida, la potencia y fuerza desarrollada por el proletariado.
Contra la izquierda burguesa (contra la socialdemocracia, es decir contra el leninismo, contra los stalinistas y su variante trotskista, contra la ideología de los grupos guerrilleros marxistas leninistas o/y nacionalistas), los comunistas siempre afirmaron que no se trata de tomar el poder del estado sino de destruirlo, que no se trata de ocupar el estado burgués y gestionar el capitalismo, como hicieron los bolcheviques (y como teorizó luego el marxismo leninismo), sino por el contrario se trata de destruir el estado y el capital. La revolución del proletariado no es, para los revolucionarios, una revolución política, consistente en ocupar el estado y gestionar el capital, sino bien por el contrario, es una revolución social, que se afirma como poder, como potencia social contra la sociedad mercantil y el estado capitalista. Si la clave del capitalismo es la dictadura del valor valorizándose, la clave de la transición, es la dictadura del proletariado aboliendo el trabajo asalariado; o dicho más globalmente, la dictadura de las necesidades humanas contra todas las leyes mercantiles, hasta la abolición de la mercancía misma y la instauración de la comunidad humana mundial.
Ahora bien, otros sectores de la izquierda burguesa, que históricamente se han autodenominado libertarios o autónomos y hoy se identifican como postmodernos, markistas (por el subcomandante Marcos), alternativos, o altermundialistas, repiten ese abc. Pero no lo hacen para afirmar la necesidad de una revolución social que destruya el capital y el estado, sino por el contrario, para oponerse a esa revolución, en nombre de una rebeldía, que no tiene por objeto la destrucción del poder del capital. Consecuentemente desconocen o niegan que solo el desarrollo de la fuerza destructiva revolucionaria puede, al mismo tiempo, organizar una nueva sociedad. Como resumía el compañero que citamos antes, hoy está de moda decir: “no somos revolucionarios, sino rebeldes sociales, ‘no queremos tomar el poder sino hacer otro poder desde abajo…’ sub-comandante Marcos”.
Evidentemente, esa teoría contra la revolución, como todo lo que produce material e ideológicamente el capital, se presenta como nueva (la moda de lo nuevo, como en todas las otras mercancías, es inherente a la fase actual del capital), diciendo que ya está superada la “vieja” contraposición entre reformismo y revolución. No se necesita ser ninguna lumbrera para reconocer, detrás de esa supuesta superación, a la vieja y putrefacta teoría reformista, utilizando para la ocasión nuevas y variadas formulaciones. La clave de la misma sigue siendo esencialmente la misma: la afirmación de que se puede cambiar el mundo poco a poco, sin revolución social, sin destruir el capital y el estado. En otras palabras hacen propaganda contra la revolución diciendo que la misma no es necesaria para “cambiar al mundo”.
La teoría de estos contrarrevolucionarios (pues explícita o implícitamente lo son) se expresa hoy diciendo que se puede “cambiar el mundo sin tomar el poder”, según el ultra citado título del libro de un tal John Holloway. Dicha corriente de pensamiento, que sostiene que la guerra de clases se terminará sin que sea necesaria la dictadura del proletariado (aunque implícitamente desconocen la guerra de clases), ni la consecuente destrucción de la dictadura del capital, con la que simpatiza toda la socialdemocracia, pues expresa lo que este partido histórico siempre representó, tiene como principales representantes a Tony Negri, Hardt, Holloway, el comandante Marcos y sus seguidores, así como una serie de grupos (como el colectivo Situaciones de Argentina que criticamos en el primera parte) en diferentes países del mundo. La terminología que utilizan es la que es la usada por el espectáculo de los medios autodenominados alternativos: autogestión, dignidad, multitud, red difusa, contrapoder, economía alternativa, horizontalidad, etc.
Por supuesto que no se trata solo de teorías o de ideas sin importancia, sino que tienen un peso social. En efecto, en la medida que el proletariado ha ido rompiendo con el encuadramiento politicista y populista del izquierdismo clásico (marxista leninista, trotskista,…), lo que podemos constatar en diferentes países y particularmente en Argentina, las viejas teorías reformistas, gestionistas y libertarias, en base a un buen lavado de jeta (nuevas fórmulas, nuevas frases, nuevas terminologías) y una buena dosis de propaganda internacional, vuelven a ponerse de moda y por lo tanto a cumplir un papel contrarrevolucionario importante. Hay evidentemente que señalar que, mientras que a los revolucionarios se los persigue, se los aprisiona y se le cierran todas las formas de difusión, ese tipo de teorías, que en el fondo anuncian que no será necesaria la revolución para cambiar el mundo, gozan de todo tipo de condescendencia en los grandes medios y hasta sus representantes se expresan en la televisión nacional o en ceremonias en las mejores aulas universitarias. Como si ello fuera poco, un tipo como John Holloway recorre el mundo anunciando su “nueva”: “se puede cambiar el mundo sin tomar el poder”. Y sistemáticamente recorre lugares álgidos de la lucha de clases haciendo propaganda a favor de esa “novedad”: Colombia, Chiapas, Buenos Aires… ¡Dicho libro fue presentado por el autor en persona en Buenos Aires en un local de los piqueteros del “MTD” Solano! ¡Si será pues importante enfrentar a tales posiciones!
En el 180 aniversario de la Universidad de Buenos Aires, en junio del 2001, John Holloway declaraba, hablando del MST en Brasil y de los zapatistas: “… Y estos movimientos, con todas sus diferencias, tienen en común el hecho de que no están tratando de conquistar el poder estatal, ni militarmente, ni por medios electorales. No conciben la violencia como un medio de transformar el mundo. Y que sus actos no son clandestinos, sino desafíos abiertos al poder.” ¡Cómo si fuera una virtud moderna la no clandestinidad, edulcorada además, con una guiñada al legalismo! ¡Cómo si Bernstein no hubiera sido criticado! ¡Cómo si fuera original concebir la transformación del mundo, sin la violencia revolucionaria!
Nosotros no conocemos mucho esos autores a la moda y nos costó un buen esfuerzo tragarnos ese inmundo tratado de la conservación social, que es el libro del Sr. Negri, para publicar los comentarios y extractos. Por lo mismo, no encontramos quien estuviera, entre nosotros, decidido a leerse la mierda del libro de Holloway; por lo que habiendo encontrado una crítica, que nos parece buena y valiente, la reproducimos aquí, incluso sin conocer la fuente, ni al autor y a pesar de constatar problemas y diferencias con el mismo[28].
“Las viudas de la revolución” – Raúl Abraham
Tristemente, con la apatía de los vencidos, culmina sus caóticas páginas el libro de moda entre la pequeña-burguesía bienpensante y culposa: ¿“Entonces, cómo cambiamos el mundo sin tomar el poder”? se pregunta, “Al final del libro como al comienzo, no lo sabemos”. Se responde, faltaba más. Empalagosamente John Holloway abrió su exposición en Rosario: “El capitalismo es una mierda”, dijo, y una claque de alegres anticapitalistas lo ovacionó. ¿Qué duda cabe? No por sabido el dicho deja de ser efectivo. Queda bien decirlo, y – sobre todo – no jode a nadie, principalmente a los capitalistas, quienes ocultan pudorosamente los potentes orgasmos que les sobrevienen cuando escuchan las críticas éticas al capitalismo. Nada suena mejor a los oídos del capital como una crítica de este tipo: el capitalismo corrompe, el capitalismo mata, el capitalismo es una mierda. Tamaña acusación resbala sobre las curtidas conciencias de quienes efectivamente corrompen y matan. Los asemeja a una fuerza de la naturaleza, y los empareja con cualquier otra forma de organización social: ciertamente el esclavismo no fue (es) mucho mejor.
Previsiblemente Holloway calló (no por ignorancia, afirmo) que el capitalismo frena el desarrollo de las fuerzas productivas, que expulsa trabajadores, condenándolos a no a ser separados de su producción, sino lisa y llanamente a retroceder a formas pre-capitalistas de producción, y – last, but not least – que el capitalismo está destruyendo las condiciones materiales de reproducción de la existencia de la humanidad, serruchando la rama en la cual estamos todos alojados: el planeta Tierra.
Posiblemente Holloway descalifique esta forma de presentar las cosas: se sabe, demostrar con el rigor de los números que la irracional forma de producción y apropiación del excedente lleva a la barbarie es muy largo, tedioso, y requiere de complejos estudios en disciplinas áridas como la economía y otras igualmente aburridas. Mucho más rápido y efectista es revelarnos que “el estado no baila, el estado no ríe”. Se refería, claro, a que los hombres sí podemos hacerlo. Notable comprobación, solamente tras largos años de estudios en venerables universidades europeas se llega a tales extremos de sabiduría. O tal vez después de escuchar las profundas reflexiones del sub-comandante Marcos, quién convenció a Holloway de que “preguntando caminamos”. Nada en contra tendríamos que decir a esto. Lamentablemente el docto irlandés, quizás bajo los efectos de una sobredosis de mezcal, escuchó al sub-comandante, pero no miró alrededor. Marcos – cuya producción teórica es, cuando menos, bastante superficial – opera como el sumo sacerdote de la “nueva revolución”, y – como todo sacerdote – intenta salvar almas, aún a costa de la propia. De tal modo que postula el viejo principio del “Haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago”: ¿Qué otra cosa, sino construir un aparato estatal, están haciendo en Chiapas? Con las particularidades que cada situación propone, pero tratando de dar respuesta al par de preguntas fundamentales que debe contestar quién pretenda construir poder, contrapoder, o antipoder: ¿Quién, y cómo, organizará la producción, circulación y distribución de bienes y servicios en una sociedad?
Estas cuestiones el irlandés las ignora, lo que de por sí es malo, o las desprecia, lo cual es peor. Para Holloway todo se reduce a que los revolucionarios del siglo XX – todos – estaban equivocados. Porque perdieron. También alguna inferencia sobre su escala de valores podría hacerse, pero no es el objetivo de esta nota. Es olímpico el desprecio que siente el irlandés por la fuerza descargada por el capitalismo sobre todas las experiencias revolucionarias, sin ocultar sus falacias, Dios nos libre. Para mitigar el dolor que el fracaso de las revoluciones del siglo pasado le produce, Holloway ensaya explicaciones históricas capciosas. No otra cosa es sugerir un posible paralelismo entre las transiciones del feudalismo al capitalismo, y una hipotética construcción del socialismo entre los “intersticios” del modo de producción capitalista. Estas “grietas” del sistema serían así susceptibles de ensancharse, y convertirse en las grandes alamedas, dónde – más temprano que tarde – pasará el hombre nuevo, redimido de las lacras individualistas. ¿Será esta la “vía hollowayniana al socialismo”?
Es ciertamente tierno, suena hasta bucólico: una nueva Arcadia nos espera, en la que yacerá el león junto al cordero. Lamentablemente, la experiencia, sin pretensiones de análisis marxista, indica que por lo general el león se come al cordero, y, si en algún momento demuestra cierta vacilación es simplemente por que está eligiendo con qué salsa lo va a adobar. Al respecto, quizás convendría recordarle a Holloway la fábula del escorpión y la rana: “está en mi naturaleza”, dijo el escorpión, mientras se hundía en el río, después de picar al crédulo batracio. Tampoco estaría de más que reflexionen sobre esto ciertos líderes políticos sudamericanos prontos a triunfar en elecciones organizadas por el sistema para encontrar una salida al rendimiento decreciente de la tasa de ganancia.
Tal vez en la imaginación de Holloway subyace una forma de organización social de pequeñas comunidades, autosuficientes, que trocan productos con otras similares en pie de igualdad. La poderosa irradiación de su ejemplo obraría como excitante para que más y más grupos humanos se organicen de esta forma, y al final del proceso nos encontraríamos en un mundo cambiado, sin haber “tomado” el poder. Para Holloway nada ha pasado desde Saint-Simón hasta nuestros días, pero en esto hay que reconocer que no está sin compañías: a fuerza de ser tan pos-modernos algunos filósofos, por lo general franceses, han logrado ser pre-modernos, y a fuerza de discursos herméticos – cuánto más inentendible mejor – la emprenden contra la ciencia y su, por otra parte, solapada ideologización. Rompiendo lanzas contra el neo-positivismo propician el retorno de los brujos. Buena manera de arrojar al bebé junto con el agua sucia.
Muchas cosas oculta, o disfraza, el irlandés devenido chiapaneco. Pero entre ellas ninguna menos disimulable que su toma de postura en el debate “Reforma o revolución”. Mientras nos dice que la cuestión ha quedado superada, por que ambas estaban equivocadas, toma partido por la primera. Está en su derecho a hacerlo – qué duda cabe – pero el muy pillo lo escamotea, y se dice revolucionario de nuevo cuño, pero no pasa de ser un triste reformista de segunda, si le concedemos la honestidad, cosa que también es discutible. No contento con “desmitificar” el saber revolucionario, la emprende Holloway contra el fetichismo del capital, nos recuerda la separación del productor de su producto, la enajenación que supone para el trabajador no dominar los medios de producción, y describe para nosotros la alienación que este forzado divorcio supone para la psique humana: ¡Gracias!
O no tanto, pues las conclusiones que infiere Holloway son perversas: supone que es en los espacios que el modo de producción capitalista deja libres dónde podremos resolver la tensión intrínseca entre la forma de producción – social – y la apropiación del excedente, individual. Si algo nos dejó en claro el iracundo filósofo de Tréveris es la contundencia de sus argumentos, libre de medias tintas: la humanidad tiene la oportunidad de reemplazar un modo de producción irracional y anticientífico por otro en el que la planificación nos evite el bochornoso espectáculo de hambre, guerra, enfermedades y otras lacras evitables, ya que no son fenómenos de la naturaleza, y esto desde el punto de vista científico. Pero esta posibilidad sólo la brinda el colosal desarrollo de las fuerzas productivas que provocó la globalización capitalista iniciada en el siglo XVI. Sólo desde la formidable acumulación de riqueza que el capitalismo produjo se puede pensar en la construcción de un modo de producción racional. ¿O acaso alguien cree que el creador del ejército rojo apostaba al triunfo de la revolución en Alemania por simpatía personal con los espartaquistas? Indudablemente que el capitalismo ha demostrado una capacidad de supervivencia mayor a la esperada en tiempos de Marx, y que experiencias de construcción del socialismo han fracasado. Pues bien: ¡Tanto peor! Será más difícil el camino, y más dulce la recompensa, a despecho de aquellos que no se han recuperado de la conmoción cerebral producida por los trozos de mampostería caídos del muro de Berlín, pero que durante años se negaron a ver que la existencia del muro, y no su caída, era la aberración del pensamiento revolucionario. El capitalismo no caerá porque alguien lo afirme, y menos estas líneas, pero muchísimo menos porque alguien proponga organizar carnavales que reivindiquen el hedonismo.
Nada positivo saldrá del puro voluntarismo, sino del estudio de las condiciones objetivas de la formación económico social que nos ocupe, de la correcta apreciación de la correlación de fuerzas de cada momento, de la fuerza que apliquemos en los eslabones podridos del sistema, y – fundamentalmente – de que podamos federar todas las luchas antisistémicas y apropiarnos de la riqueza que el desarrollo actual de las fuerzas productivas permite generar. Para eso deberán aunar esfuerzos todos les actores sociales involucrados contra el capital, articular las alianzas de clase necesarias, y – críticamente – dictar un programa de organización de la producción y distribución de bienes a toda la sociedad.
Salvo que alguien crea que el capitalismo permitirá que la propiedad de los medios de producción cambie de manos sin lucha, o que la creación de “falansterios” siglo XXI terminará por derrumbar un sistema que corrompe, degrada y mata.
Extraído de la haine, udi414@hotmail.com
Todos esos planteos, contra la lucha por el poder, se basan en la teorización de las debilidades del proletariado. Por ejemplo, se toma la crítica que el proletariado ha comenzado a realizar, en Argentina, de la democracia representativa y represiva, así como de las organizaciones izquierdistas que la defienden (nos referimos, por ejemplo, a aquellas que proclaman como perspectiva la asamblea constituyente u otras reformas democráticas). Se constata que, en esa lucha, no se habla de explícitamente de destrucción revolucionaria del capitalismo. Y estos señores, en vez de hacer la crítica de esa debilidad, hacen la apología de la falta de perspectiva que eso genera. ¡Cómo si el “contrapoder” de la calle fuese en sí una alternativa!
Digámoslo bien neto: el contrapoder, si es algo más que un juego de palabras, solo puede existir si actúa CONTRA EL PODER del capital, si se contrapone a él práctica e insurreccionalmente. Si tiene por objetivo la destrucción del poder del capital o, dicho de otra manera, la dictadura de ese “contra poder” destruyendo prácticamente la sociedad burguesa. En caso contrario, las relaciones mercantiles, por un lado, y la ineficacia política de todo tipo de gestionismo popular frente al estado capitalista, por el otro, terminan inevitablemente por destruir ese “contra” poder, por disolverlo prácticamente en la sociedad civil. Toda la utilidad de esas teorías de “cambiar al mundo sin tomar el poder”, que prácticamente quieren decir sin destruir revolucionariamente el poder del capital, muestran toda su utilidad contrarrevolucionaria en esos momentos en que el proletariado necesita dar otro salto de calidad.
Lo que es más triste es la falta de crítica y denuncia de estas posiciones contrarrevolucionarias (evidentemente no consideramos que sea una crítica a ello la proveniente del parlamentarismo o de los planteos de asamblea constituyente), la carta blanca con la que se impone el gestionismo y todo ese discurso de moda sobre el “poder de la base” en Argentina, que repetimos, se contrapone a la indispensable revolución social. La ausencia de conciencia explícitamente revolucionaria, la falta de minorías revolucionarias, está pesando terriblemente contra nuestro movimiento. En ese sentido, el movimiento del proletariado en Argentina de 2001/2002 es efectivamente menos profundo que muchos otros movimientos proletarios del siglo XX, ya no sólo de la gran ola revolucionaria del 17 al 21, sino incluso de los movimientos de los años 66 al 73: en algunas ciudades de Estados Unidos, en China, en Italia, en Francia, en España, en Perú, en Chile, en Uruguay, en la propia Argentina, así como unos años después en varios países del Medio Oriente, en donde la revolución social se planteó abiertamente, y minorías, más o menos claras, pero con incidencia social, intentaron llevarla adelante.
Aunque no desconocemos para nada la conciencia implícita del movimiento, que ha hecho posible todo lo que el proletariado fue afirmando y que hemos intentado subrayar, se impone constatar que es terrible la inconsciencia de clase del proletariado, el desconocimiento del programa revolucionario, la falta de crítica abierta y explícita a la sociedad mercantil (que se refleja en toda la ilusión acerca de la economía alternativa) y especialmente la falta de presencia de la teoría revolucionaria con respecto al estado. Es patente este hecho cuando las discusiones dominantes siguen siendo entre la teoría reformista de la toma del poder y la teoría reformista de la no toma del poder, sin que se afirme contra todo eso, la teoría revolucionaria de la destrucción del poder burgués.
La Universidad de las Madres
Las Madres de Plaza de Mayo ahora asesoran a empresas ofrecen consultoría gratuita en marketing y negocios a fábricas autogestionadas. Empezaron a partir de un pedido de ex empleados de Cerámicas Zanón. Actualmente están capacitando a ex trabajadores de Bruckman y de Supermercados Tigre.
“Hay tres principios que cualquier proyecto económico tiene que respetar: ser rentable, productivo y eficiente.” La definición no corresponde a un ejecutivo de una multinacional o a un consultor de empresas, sino a Sergio Schoklender, el apoderado legal de las Madres de Plaza de Mayo, que hace unos meses comenzó a asesorar a las fábricas autogestionadas, por medio de una asociación civil bautizada Rebeldía y Esperanza.
Como si se tratara de una consultora de negocios, aunque en forma totalmente gratuita, la asociación hoy ofrece un servicio integral de asesoramiento a este tipo de fábricas. Sus servicios incluyen desde la capacitación para las fábricas que quieren dar sus primeros pasos como exportadores hasta servicios de marketing y contaduría, pasando por consultoría en desarrollos industriales y hasta el diseño de las marcas y logos. Este tipo de servicios los ofrecen a través del cuerpo de profesionales que conforman el plantel docente de la Universidad Popular de las Madres de Plaza de Mayo y trabajan totalmente ad honórem.
“Comenzamos de casualidad, a partir de un pedido de la fábrica de Cerámicas Zanón, que hoy se encuentra bajo gestión obrera. Ellos se contactaron con nosotros porque necesitaban colocar sus productos y no tenían la cobertura legal para facturar ni la estructura administrativa”, señaló Schoklender.
El primer paso que dio Rebeldía y Esperanza, que se constituyó como una asociación civil sin fines de lucro, fue otorgarle la posibilidad a Zanon para que facture por cuenta y orden de la entidad, y a través de esta modalidad la fábrica de cerámicos pudo retomar algunos de sus canales tradicionales de comercialización.
“La operación más importante que concretamos fue el acuerdo para proveer, a través de un distribuidor, a la cadena Easy”, sostiene Schoklender. “El acuerdo que tenemos es para venderles 140.000 m2 de cerámicos, lo que representa $ 1,5 millón mensuales, y lo importante es que es la primera vez que una fábrica autogestionada coloca sus productos en una multinacional”, agregó. Para volver a ganar mercados, Zanón lanzó dos nuevas líneas de productos: Piedras del Sur y Fasinpat (Fábrica Sin Patrones), y su próximo objetivo es comenzar a exportar parte de su producción. “Estamos dando los primeros pasos en este sentido, aprovechando la red de contactos internacionales que tienen las Madres”, reconoció Schoklender.
El apoderado legal de Rebeldía y Esperanza aseguró que el próximo proyecto en el que ya están trabajando es armar una propuesta para presentar ante la Justicia y de esta manera levantar el concurso de acreedores que arrastra la firma.
Schoklender señaló que además de Cerámicas Zanón están trabajando con otros proyectos de asesoramiento empresarial, con la única condición de que se trate de fábricas autogestionadas o bajo control obrero.
“Estamos colaborando con los trabajadores de Bruckman en el reacondicionamiento de algunas máquinas que están en desuso y también asesoramos a los ex empleados del Supermercado Tigre que están intentando reabrir el negocio”, señaló Schoklender.
Por Alfredo Sainz De la Redacción de LA NACION
Décadas de contrarrevolución internacional, ruptura de la relación orgánica y teórica con respecto a la revolución del pasado, decenas de miles de militantes masacrados por el terror del estado o destruidos por el aislamiento sufrido durante la “vuelta a la democracia”, están pesando profundamente, como no podía ser de otra forma, sobre todo el movimiento del proletariado en Argentina. Por eso se habla más de cómo gestionar la empresa ocupada que de cómo hacer la revolución, y hasta la Universidad de Las Madres de Plaza de Mayo se ocupan de ¡hacer rentable las empresas autogestionadas! Cualquiera sean los argumentos para este sometimiento a las leyes despóticas del capital, es importante decir que, para nosotros, ello confirma lo reaccionario de todas las ideologías acerca de la economía alternativa y el “contrapoder”. Si no se imponen las necesidades de extensión y radicalización del movimiento contra la dictadura del capital, esos supuestos “espacios de libertad” terminan sometiéndose a ella y todas las relaciones humanas vuelven a ser sometidas a la ley del valor. El círculo se cierra y la autogestión muestra su verdadera e invariante función histórica: frenar el proceso revolucionario, cuando el estado burgués está desorganizado, contribuir, en los momentos decisivos de la batalla, a hacer diversión dentro de los sectores radicales del proletariado, desgastarlo en una actividad productiva que, más tarde o más temprano, se somete a la dictadura del valor, aislar a las fracciones radicales del proletariado, permitiendo, así, que el estado burgués se reorganice y pueda reprimir selectivamente.
5/ Otras tácticas estatales contra el movimiento
Simultánea y complementariamente, el estado utiliza otras tácticas para liquidar el movimiento del proletariado. Nos parece indispensable mencionar aquí el significado real de la reciente anulación de las leyes de impunidad (así como los esfuerzos estatales para suprimir los escraches, los piquetes…), que habían sido aprobadas durante los gobiernos anteriores, pues este punto puede permitirnos aclarar mejor todos los otros.
Indudablemente, solo quien es cómplice de nuestros torturadores y de los asesinos de nuestros hermanos, puede no sentir alegría ante el hecho de la liquidación de las leyes de impunidad. Pero inmediatamente hay que dejarse de especular sobre los personajes del estado y su mayor o menor corrupción (¡Menem, Alfonsín, Kirchner, De la Rua,… son la misma bosta!) y saber que quien hizo esto fue el estado burgués, el mismísimo que hizo las masacres y que votó y refrendó la impunidad. Si, se nos dirá “¡se lo arrancamos en la lucha!”. Y es verdad, la lucha contra la impunidad, y particularmente la fuerza de los escarches, terminó por producir dicho resultado. Pero, aunque el estado lo haya hecho, porque no tenía más remedio, es él quien decide formalizar ese resultado, y por supuesto que no lo hace para negar su función esencial de dominación, sino para reimponerla, para volver a imponer su monopolio de la violencia: solo el estado puede juzgar y perdonar. Es el estado que formaliza jurídicamente esa correlación de fuerzas que los escraches han logrado imponer en la práctica. Y lo hace porque espera, de esa manera, ganar lo que ha perdido de autoridad en la calle. El objetivo de ese paso jurídico, que el estado hace, es, sin lugar a dudas, el canalizar la bronca dentro de los aparatos del estado, debilitar la acción directa que desarrolla la condena social y, en última instancia, liquidar lo que más teme: los escraches. Por ello sigue afinando, simultáneamente, los mecanismos represivos de ese tipo de acción proletaria. Una vez más la zanahoria y el garrote buscan liquidar la acción directa.
En el movimiento, si bien, todos expresan la alegría, porque a todos nos parece bien que un torturador y asesino de nuestros hermanos se pudra en la cárcel, muchos desconfiamos del festejo, también desconfiamos de que los dejarán pudrir en las cárceles y llamamos a estar alerta y a continuar con los escraches. Nos alegró ver, en diferentes discusiones compañeras, posiciones sumamente claras al respecto, tanto de algunos compañeros de HIJOS, como de compañeros de comisiones de escraches de asambleas de barrio: “claro que nos alegra que vayan en cana, pero nosotros no luchamos por ello sino por la condenación social y seguiremos luchando por ello”. Los torturadores y desaparecedores tienen mucho más miedo al aislamiento social, miedo a vivir el desprecio en cada lugar público, repudiados a veces por su propia familia, a quien siempre le habían ocultado su nefasta función social, miedo al escándalo y la vergüenza, miedo a tener que vender todo y mudarse intentando vivir en otra parte encubiertos hasta que los escrachen otra vez, miedo a terminar en el asilo de locos, miedo a que sigan saltando y se conozcan más detalles de sus crímenes, miedo a todo ser humano… Hasta para alguno de los asesinos, la condenación jurídica puede aparecer como un alivio, en la medida que se delimita en el tiempo y en el tipo de condena (la prisión) el castigo. Incluso esto se corresponde con la ideología y religión dominante, así como con los objetivos del poder judicial: se paga por los pecados, se cumple la pena por los delitos. En cambio, la condenación social, impuesta en la lucha, no tiente límites, como no la tiene la desaparición de nuestros hermanos. No hay olvido, no hay perdón, no hay pena que pague, ni perdón divino por rezar. Además, en la condena social, el proletariado no solo desarrolla su fuerza, implicando a todos los vecinos, lo que lo hace socialmente más potente, sino que además su potencia se hace más destructiva eliminando esa inmunda vida de torturador encubierto. En ese sentido, la continuidad de la lucha contra la impunidad establece una correlación de fuerzas con los actuales órganos represivos del estado, que les impide actuar sin la impunidad necesaria. Y los burgueses más lúcidos saben bien que eso carcome las fuerzas represivas en Argentina, o en cualquier otra parte, lo que en última instancia puede contribuir a su destructuración y, finalmente, a su liquidación revolucionaria.
Recíprocamente, en países en donde la lucha contra la impunidad no tuvo esa fuerza, como en la España postfranquista, los escuadrones de la muerte y otras formas represivas siguieron y siguen desarrollándose democráticamente con gobiernos socialistas y populistas: el aparato represivo del franquismo siguió modernizándose, los socialdemócratas también hicieron escuadrones de la muerte y hoy las cárceles españolas con sus terribles FIES, servicios especiales de aislamiento, son consideradas, por los presos, como verdaderos centros de exterminio.
Resulta importante saber que la lucha en Argentina contra la impunidad, los escraches, han sido ejemplo para el proletariado de muchos países. Si el gobierno de Kirchner deroga las leyes que consagraban la impunidad es porque con ello no solo la burguesía y los milicos argentinos piensan que dormirán mejor (aunque alguno sea condenado) sino porque con ello se trata de parar la generalización e internacionalización del escrache y que puedan dormir tranquilos otros burgueses, otros represores,… en otras partes del mundo. ¿Porqué sino los medios de difusión internacional, siempre cómplices de la represión y el terrorismo de estado, hubiesen hecho la propaganda que hicieron acerca de aquella derogación y aplaudido tanto que todo se encamine hacia “la solución democrática”?
Volviendo a la Argentina, hay que señalar además que al mismo tiempo, el plan de pacificación social incluye reprimir a los proletarios consecuentes, denigrando los escraches y los piquetes. No debe extrañarnos, entonces, que la burguesía argentina considere que el derecho humano fundamental sea hoy ¡el de desplazarse! y se acuse a los piquetes de fascistas, ni que se diga que, ahora que los desaparecedores y torturadores serán jurídicamente condenados, los escraches son antidemocráticos, que es fascista que la justicia se haga en la calle y que hay que confiar en la justicia democrática. ¡Bush no dice otra cosa para justificar las actuales masacres en todas partes del mundo!
6/ Futuro del movimiento en Argentina
Todo conspira contra la continuidad, radicalización y extensión de la lucha del proletariado:
• El terrorismo del estado democrático contra los piquetes, los escraches, combinado con tácticas de formalización jurídica, ilegalización y represión de los más consecuentes.
• La negación ideológica del carácter clasista del movimiento en Argentina por organizaciones de ese país y del mundo que aíslan la lucha proletaria en ese país, estableciéndose un verdadero cordón sanitario internacional.
• La pérdida de autonomía clasista de todas las organizaciones de lucha y su recuperación por parte de sindicatos y partidos.
• La propia inconsciencia de clase del proletariado, de que no se trata de un problema local, ni inmediato, sino cada vez más histórico e internacional.
• El politicismo y la capacidad de la socialdemocracia para canalizar el movimiento hacia reformas políticas, como ahora con el supuesto fin de la impunidad, el parlamentarismo, la asamblea constituyente, etc.
• El mercado capitalista, sus leyes y la ideología autogestionaria.
• El peso del reformismo tipo Marcos, Tony Negri, Holloway y consortes y las consecuentes ilusiones de cambiar el mundo sin revolución social.
• La ilusión de considerar los problemas como argentinos y frutos de la corrupción y no como problemas internacionales de la contraposición de clases, de la contraposición entre preservación del orden burgués o destrucción revolucionaria.
• Y sobre todo su aspecto más caricaturalmente reaccionario: el peso del nacionalismo y las banderitas argentinas.
Es extraordinario lo que el movimiento del proletariado en Argentina ha aportado, en la fase actual, a la lucha internacional. No tenemos dudas que el asociacionismo territorial, el piquete y diferentes formas de escrache caracterizarán las luchas más consecuentes, que necesariamente se desarrollaran en otras latitudes.
Pero como vimos los problemas son enormes, las tácticas liquidadoras son variadas y complejas y la conciencia implícita que el proletariado ha ido mostrando en Argentina es insuficiente para la continuidad y desarrollo del movimiento.
• El proletariado se ha organizado como fuerza, pero no tiene conciencia de clase, ni conoce su proyecto histórico.
• El proletariado ha desafiado la propiedad privada, pero no ha afirmado socialmente que sin destruir la propiedad privada la humanidad no puede vivir.
• El proletariado ha desafiado al estado y luchado abiertamente contra él, pero no ha proclamado socialmente la necesidad de destruirlo.
• El proletariado se ha contrapuesto prácticamente a las formas democráticas e impuesto su fuerza antidemocráticamente (es evidentemente cierto que el piquete, la ocupación de fábricas, el escrache,… no respeta ninguna de las leyes democráticas), pero la crítica de la democracia como dictadura del capital brilla por su ausencia.
• El proletariado ha salido a la calle e impuesto su fuerza contra la mercancía y la ley del valor, lo que es una brutal afirmación revolucionaria, pero no ha gestado una dirección que reivindique el contenido de esa acción y que proclame abiertamente la necesidad de la dictadura contra el mercado y sus leyes.
• El proletariado ha afirmado su movimiento revolucionario contra toda la sociedad del capital, pero lo ha hecho solo implícitamente sin afirmar abierta y socialmente la necesidad de la revolución social.
Aclaremos un poco más esa cuestión de la conciencia implícita y explícita. En la práctica contra el capital y el estado, el proletariado ha mostrado tener una conciencia que no logra expresar con la fuerza necesaria para generalizar y profundizar su movimiento. La consigna “que se vayan todos, que no quede ni uno sólo” es, evidentemente, una consigna que va mucho más allá de la política e incluso, como crítica a la democracia, es mucho más clara que las que se expresaron en movimientos insurreccionales muchísimo más potentes, incluido el de octubre de 1917 en Rusia, en donde las consignas centrales eran “pan y paz”. También lo es, en los meses anteriores a diciembre del 2001, la conciencia implícita que tiene el movimiento de que hay que reventar al gobierno, que estamos generalizando la revuelta proletaria no solo contra tal o cual político corrupto sino contra el sistema, e incluso que la democracia es una dictadura. Sin ir más lejos es lo que expresa el grupo Bersuit (¡ya en el año 2000!) en sus canciones: “se viene el estallido, se viene el estallido… de mi guitarra, de tu gobierno,… y si te viene alguna duda, che, vení agarrala que está dura, si esto no es una dictadura, ¿qué es?…” O cuando denuncia: “a todos”, “los que tienen el poder y lo van a perder”, “son todos narcos” y “váyanse todos a la concha de su madre”, “los demócratas de mierda y los forros pacifistas”, “elección o no elección, para mi es la misma mierda, hijos de puta”… “¿y sino el sistema qué?…”
Sin embargo, las carencias señaladas anteriormente pesan terriblemente contra el movimiento. Las banderas de la revolución social no se afirman claramente. Es trágico que, a pesar de la fuerza revolucionaria del movimiento, se haya denunciado tan poco la propiedad privada y la sociedad mercantil, que se haya denunciado más, a tal o cual hijo de puta, y hasta a “todos los hijos de puta”, que a la verdadera fábrica de “todos esos hijos de puta”. Que no se haya gritado lo suficiente que ¡es la propiedad privada de los medios de producción la que asesina en todo el mundo! Es patético, que nuestros gritos no hayan tenido la fuerza de imponer la evidencia de que si no abolimos la sociedad mercantil, ésta terminará por abolir a la especie humana. Es terriblemente conservador que, en vez de hablar de revolución, se hable de cambiar la vida cotidiana sin destruir revolucionariamente la sociedad. Es trágico lo poco que se ha denunciado la dictadura del capital, la dictadura del valor, la imposibilidad de acomodar la vida a esa dictadura. Es funesto que, en vez de eso, la contrarrevolución reaparezca, en cada círculo proletario y hasta en cada fábrica ocupada; que la ideología contrarrevolucionaria se imponga conduciendo, de mil maneras, al sometimiento a la dictadura de la rentabilidad. Está faltando a gritos la teoría comunista, el conocimiento por las minorías más activas del proletariado de su propio proyecto social.
El mismo aislamiento del proletariado en Argentina es fundamentalmente un problema ideológico, de falta de afirmación teórica: ni siquiera hay conciencia de la unidad en la acción que se ha ido desarrollando. No hay ninguna duda de que, en toda la región sudamericana, la lucha del proletariado se ha ido radicalizando durante los primeros años de este siglo. En Bolivia, Perú, Ecuador, Paraguay y, en menor medida, en otros países de la región (Brasil, Chile, Uruguay) el proletariado ha desarrollado el mismo tipo de lucha, los bloqueos de ruta (los piquetes), las manifestaciones violentas, los escraches y combatido exactamente los mismos enemigos (los mismos burgueses, las mismas empresas, los mismos planes del FMI, las mismas fuerzas policiales coordinadas por el mismo centro imperial, los mismos discursos sindicales y aguantaderos socialdemócratas). Pero, como es evidente, esa verdadera unidad de acción, esa comunidad de lucha práctica y la comunidad de objetivos revolucionarios que implica no han sido explicitados por el movimiento mismo, tampoco ha habido una verdadera afirmación teórica de los objetivos revolucionarios comunes de todo el movimiento.
El argentinismo, acompañado de una especie de complejo de superioridad racista, que siempre desarrolló la burguesía local con respecto al proletariado de otros países de la región (el desprecio por el “indio” boliviano, peruano, paraguayo o incluso de la propia Argentina sigue teniendo la potencia de prejuicio socialmente admitido y los diversos gobiernos -como el de Menem- no han hecho más que explotarlos para dividir), el buscar la culpa en tal o tal “hijo de puta” (las explicaciones particulares de partidos políticos y sindicatos en donde la miseria de la gente se presenta como fruto de una corrupción o putrefacción originalmente argentina, en vez de como expresión inevitable de la catástrofe de la sociedad dirigida por el lucro) son todas ideologías que separan al proletariado en Argentina, de sus hermanos y al proletariado a secas, de la revolución social.
7/ Y a pesar de todo… hay una y solo una perspectiva: ¡la revolución social!
Hay una y una sola salida: la revolución. Como siempre (aunque hoy más que nunca), la afirmación de la perspectiva revolucionaria del proletariado, contra toda la corriente, constituye un elemento decisivo de la práctica revolucionaria. Contra todas las alternativas gestionistas o/y politicistas, resulta indispensable la lucha consciente y voluntaria por la organización y centralización de las fuerzas proletarias, la dirección del movimiento actual hacia la única alternativa posible: la dictadura del proletariado para destruir la sociedad mercantil y el trabajo asalariado.
Afirmar esa perspectiva, dirigir el proceso de afirmación proletaria hacia la organización del proletariado en clase, en partido, en fuerza revolucionaria, es la tarea de los revolucionarios en todas partes del mundo.
[1] Entrecomillamos esta expresión porque es un insulto hacia los salvajes el pretender que el capitalismo sería “salvaje”. Subrayemos de paso que esta invención es un arma de los que quieren un capitalismo “civilizado”, como si no fuera suficientemente civilizado el que padecemos.
[2] Sería totalmente imposible dar una lista exhaustiva de los escrachados hasta el momento. Son realmente muchísimos.
[3] Karl Marx: El Capital. tomo 1. p. 290 (FCE)
[4] El ejemplo del yogurt se basa en un estudio hecho para Alemania, que según los autores es válido en muchos otros países. Ver: L’énergie au futur de la Association pour le développement des énergies renouvelables.
[5] Del artículo “Algunos comentarios sobre las asambleas barriales” firmado por Compañeros de la Biblioteca Popular José Ingenieros. Subrayemos que esa teoría absurda y reaccionaria, tan corriente en los que se dicen libertarios, que imagina que la mayoría de la población de las grandes ciudades sería “clase media” y no proletaria, es, en los hechos, una apología del capital que, según la cual, la sociedad burguesa en vez de haber polarizado las clases sociales, exacerbado la riqueza y la miseria y agudizado todas las contradicciones, como sucede en realidad, desarrollaría precisamente, en los grandes centros urbanos, una clase intermediaria, mayoritaria, que por supuesto, jugaría un papel de colchón social, que aseguraría vida eterna a esta sociedad.
[6] Como lo hemos señalado en otras oportunidades la lucha revolucionaria, por una sociedad sin estado, por la anarquía, fue, desde siempre, el objetivo de la lucha revolucionaria de todos los verdaderos socialistas, comunistas… Fue la socialdemocracia que, en nombre del socialismo y del anarquismo, logra partir y dividir el movimiento en “comunistas y anarquistas”. A principios de siglo era totalmente corriente que los revolucionarios, no sólo en Argentina sino en el mundo, en contraposición a ambas escuelas socialdemócratas, se autodenominaran indistintamente comunistas y anarquistas, o anarquistas comunistas.
[7] Que por si fuera poco fue fundada por sociedades anónimas de diferentes países.
[8] Que para que no entiendan mal los compañeros españoles, debemos recordar, que quiere decir, sarcástica y popularmente, hacer cualquier cosa para ganar dinero, menos trabajar.
[9] Se trata de un plan de emergencia del estado, por el cual, se pagan unos míseros subsidios de subsistencia, a cambio de la realización de determinados trabajos.
[10] Las distintas citaciones de los portavoces de Solano son extraídas de Situaciones número 4, MTD Solano.
[11] Situaciones número 2, artículo “La militancia del contrapoder”.
[12] Enlace Negro: enlacenegro@hotmail.com.
[13] Publicado en Pensamiento libre número 39-40.
[14] Es sintomático del euroracismo y socialimperialismo de esta organización, el no encontrar proletarios en los países que ella denomina del tercer mundo y muy particularmente en los países que bombardean los estados de Estados Unidos y Europa. Ni en Afganistán, ni en Irak esa organización denunció el terrorismo contra el proletariado, pero por el contrario sí denunció “el terrorismo contra el proletariado” ¡en los atentados de Nueva York el 11 de setiembre del 2001! No es de extrañar tampoco, que en las huelgas de funcionarios en Francia, esta organización hable de lucha proletaria y que esos mismos funcionarios en Argentina sean considerados de clase media; todo les sirve para negar la unicidad de la lucha proletaria. Los textos de la CCI fueron extraídos de su Revista Internacional número 109.
[15] Es de Perogrullo que el gobierno de Duhalde debía, por encima de todas las cosas y a pedido, no solo de la burguesía argentina, el FMI,… sino del capitalismo mundial, intentar por todos los medios liquidar el movimiento del proletariado y en particular su columna vertebral: los piquetes, las asambleas. Por eso “desde que Duhalde llegó a la Casa Rosada y hasta la masacre de Avellaneda, la preocupación por lograr el accionar conjunto de las fuerzas represivas estuvo en primer plano”. (idem pag. 75). El 10 de enero Clarín informa: “La Policía Federal, la Policía Bonaerense, la Gendarmería y la Prefectura Naval –es decir, todas las fuerzas de seguridad que cubren las jurisdicciones de la Capital Federal y el conurbano– empezarán a trabajar de manera conjunta para enfrentar la ola de inseguridad” se anunció ayer. “Voceros de la Secretaría de la Seguridad de la Nación aseguraron que no será algo simplemente declamativo: se creará un área especial que se ocupará de la coordinación.”
[16] A nosotros nos parece insultante, esta forma burguesa de considerar al ser humano, en función de la actividad profesional, pues la profesión no es otra cosa que la forma en el cual aquel es útil, de por vida, al capital. Ello pone en evidencia, que la vida para el explotado, no tiene ninguna otra función que la de producir plusvalor. Si a pesar de ello, reproducimos esa enumeración, es precisamente para combatir a quienes pretenden que, como seres humanos pueden tener intereses diferentes, para evidenciar que la enorme mayoría de los componentes de las asambleas no son propietarios de los medios de producción, sino por el contrario, proletarios.
[17] Este reconocimiento es hoy sumamente a contracorriente, minoritario… la mayoría de los proletarios no se reconocen como parte de una misma clase. Es uno de los mayores problemas que tiene la revolución para avanzar y muestra hasta que punto la teoría de nuestros enemigos funciona como ideología de contención social, actúa como fuerza contrarrevolucionaria.
[18] El vandorismo sigue siendo hoy el modelo hegemónico de acción sindical en Argentina, modelo que es a la vez muy similar al de otros países de América, Europa o/y Japón y que tiene las características generales del sindicalismo fascista o stalinista.
[19] Trucho significa falso, no real, mala imitación de lo verdadero.
[20] “A 6 meses de la carnicería: seremos como Dario y Maxi; Frenemos la represión”.
[21] “A un año de la masacre de Avellaneda: seremos como Darío y Maxi”(28/06/03) por Domingo Scandella.
[22] Sea dicho al pasar nos cagamos en todos aquellos que contabilizan los elementos de debilidad política que existen en las banderas levantadas por los proletarios en Argentina, sin considerarse responsables junto con los proletarios del país en que se encuentran y actuar en consecuencia luchando contra la burguesía de “su país”.
[23] Esta lucha del proletariado actual se diferencia, claro está, de la lucha del esclavo de la antigüedad (¡no de la del actual esclavo que es también un proletario!) por la universalidad del capital que lo determina como clase mundial, con proyecto social para toda la humanidad. Se ha insistido demasiado en la diferencia con el esclavo, que solo podía aspirar a “dar vuelta la rueda de la historia hacia atrás”. Se admite, a lo máximo, que esa lucha podía permitirle liberarse a sí mismo, o reconstituirse en comunidad en lucha aislada y en general, en lucha interminable contra los esclavistas y luego contra el capital (kilombos, palenques, etc.). Se ha insistido mucho menos en que incluso esa posibilidad, a pesar de sus límites, era profundamente humana y determinada por los intereses materiales de esos seres humanos. Se ha ocultado sistemáticamente (¡fuerza de la concepción progresista de la historia: esos esclavos en lucha se contraponían al sacrosanto progreso y a la civilización!) que la lucha histórica del proletariado no hereda sus determinaciones de la clase “revolucionaria” y progresista que fue la burguesía, sino de la lucha histórica de todas las clases explotadas y que todavía tiene mucho que aprender de las mismas (problema de la memoria histórica).
[24] Evidentemente que toda oposición entre práctica y conciencia puede ser criticada y debe ser relativizada. La práctica efectuada por el proletariado, la afirmación en la calle del proletariado en Argentina, implica un nivel de conciencia que nos parece importante subrayar, como haremos más adelante, lo que nos obliga a distinguir entre conciencia implícita y conciencia explícita.
[25] Cuando escribimos estas palabras, no se había producido todavía el movimiento del proletariado, en Bolivia de octubre 2003. Creemos, que el mismo, confirma lo que aquí se dice (sí, se había producido en cambio el movimiento de febrero en ese país).
[26] Podríamos subrayar el carácter relativo de esta constitución en clase, por el hecho de no expresarse consciente, ni abiertamente y no existir una verdadera constitución del proletariado en partido, y en cada uno de los puntos que sigue relativizar lo afirmado, pero insistimos en que nuestro objetivo es analizar globalmente esa contradicción.
[27] Para expresarnos, nos hemos visto obligados a distinguir entre conciencia implícita y conciencia explícita. Rogamos no tomar esta distinción relativa, como un nuevo invento conceptual, o algo por el estilo, que como los lectores saben, no nos gusta realizar. Simplemente, no encontramos otra forma de expresar lo que vemos de particular en la fase actual de lucha proletaria, y nos molestaba todavía más, el quedarnos en el reduccionismo y simplismo dualista, práctica-conciencia, afirmando que la práctica es clasista y la conciencia todavía no lo es. Por otra parte este esquema era totalmente insuficiente a la hora de poner en evidencia los niveles de ruptura y de conciencia que el propio accionar proletario implica.
[28] Solo a título de ejemplo y en la medida que indica concepciones diferentes señalemos que eso de que se retrocedería a formas precapitalistas es un sinsentido (se trata por el contrario del más puro capitalismo), que para nosotros la revolución no implica ninguna alianza de clases, sino todo lo contrario.