1 | 2
1 | 2
1 | 2
El encantamiento social represivo que mantenía pacificado al museo de gran parte de la izquierda internacional se ha desvanecido. Debajo de la "Revolución Cubana", y a contrapelo de su benigna imagen, ha brotado públicamente, en toda su crudeza y grandilocuencia represiva, el "Estado cubano". El mismo Estado cubano creador —para enfrentar al imperialismo yanqui— de una policía política omnipresente que combate a la sociedad mantenida bajo su control. El mismo Estado cubano destructor —en nombre del socialismo— de todas las organizaciones populares y obreras que, con sus historias de lucha, hicieran realidad cotidiana las declaradas conquistas socialistas. Ese mismo Estado cubano que ha convertido la solidaridad en una marca de identidad internacional, sobre la base de mantenernos hundidos en la desconfianza y el miedo entre vecinos. El mismo Estado cubano que —en medio del recrudecido bloqueo yanqui— construye más hoteles para turistas extranjeros que infraestructuras para producir comida, frutas y leche. El mismo Estado cubano que ha producido las únicas vacunas en Latinoamérica contra la covid-19, pero mantiene a su personal de salud en una condición de asalariados de la policía política.
Ese Estado cubano en estos días de julio de 2021 ha mostrado lo que es: una oligarquía común y corriente, celosa de mantener a toda costa su poder absoluto; una cleptocracia vulgar con ínfulas humanistas e ilustradas; una pirámide de poder tan sólida y desproporcionada como las pirámides de las teocracias egipcias, pero rodeada de arenas de playas paradisíacas.
Sostener ahora argumentos geopolíticos sobre el lugar de Cuba en la estrategia imperial global, argumentar que las protestas antigubernamentales en Cuba son inevitablemente pagadas por la derecha cubana de Miami, esgrimir que los protestantes son simples delincuentes en busca de saqueos, que el verdadero pueblo revolucionario está con su gobierno —esos son todos argumentos que describen una parte significativa de la realidad, pero no la agotan en un punto. El pueblo de Cuba tiene tanto derecho y tanto deber a la protesta como el de Colombia y el de Chile. ¿Cuál es la diferencia? —¿que son oligarquías con orígenes distintos?, ¿con prácticas más o menos brutales?, ¿con maquillajes ideológicos más o menos diferenciables?, ¿con posturas más o menos serviles con el gobierno de EE.UU.?, ¿con ideales más o menos sublimes para justificar sus privilegios? Todas esas inmensas diferencias entre las oligarquías colombianas, chilenas y cubanas se reducen a cero cuando en una bella mañana de domingo descubres que, además de las oligarquías mafiosas en Colombia y en Chile, la oligarquía cubana también —frente a un pueblo sin armas— está armada hasta los dientes, un poco más o un poco menos, para triturarte a ti y tus hermanos, a tu cuerpo y a tu mente, si solo se te ocurre cuestionar de palabra la normalidad que ellos gestionan.
Todo lo que el Estado cubano ha hecho por producir unas vacunas nacionales contra la covid-19, todas las subvenciones laborales, todo las mejoras salariales que ofreció a muchos sectores en medio de la pandemia, de golpe se evaporan, no solo por la espiral inflacionaria y el desabastecimiento alimentario endémico en Cuba, sino también porque se hizo visible que todo ello formaba parte del entramado macabro de la "tolerancia represiva", algo que ahora puede descubrir cualquier persona decente en Cuba, sin tener que leer ningún brillante libro sobre contracultura. A quienes vengan ahora a edulcorar esa tolerancia represiva en este país y levantar sobre ella el espejismo de la concordia militarizada, podemos definirles serenamente como el nuevo rostro de lo que no debe tener cabida en nuestro futuro. Quienes en nombre de una futura democracia o del buen funcionamiento de la economía, vengan a desacreditar las afinidades y las fraternidades y las energías que brotaron en las protestas, o reduzcan a "simple vandalismo de la crápula social" lo ocurrido en estas jornadas, hablan en nombre y con el lenguaje de las decrépitas oligarquías que otra vez levantan sin vergüenza la voz en nuestro país.
Las "masas" otra vez se han convertido en "pueblo", con todas sus luces y sombras, al dejar de obedecer las pesadas cadenas de mando, y volver a confiar en los afectos, las afinidades y las mínimas capacidades de hacer y pensar juntos, que han resurgido en la desobediencia y en la solidaridad entre iguales, en medio de la espiral de la violencia, la pandemia y el desabastecimiento. Esa es la nueva realidad que ha nacido en Cuba en estas jornadas de julio de 2021, y de esa nueva realidad, como anarquistas en Cuba, queremos sentirnos parte.