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“¿Es una revuelta?”
“¡No, Sire, es una revolución!”
(duque de La Rochefoucauld-Liancourt a Luis XVI, rey de Francia, 15 de julio de 1789, después de la toma de la Bastilla)
Recientemente publicamos en nuestro blog, ya que tuvimos acceso a ellos y otros nos llegaron, algunos documentos producidos por y alrededor del movimiento “chalecos amarillos” que sacude a Francia desde hace varias semanas. Lo que sigue es una especie de introducción a todos ellos (una introducción que normalmente publicamos antes, ciertamente).
No volveremos a la historia del movimiento, a acontecimientos o expresiones particulares, ya que podemos referir a los lectores interesados en esto a diferentes sitios web y blogs que asumen muy bien esta tarea.
Lo que nos gustaría tratar aquí es la forma en que nos aproximamos a este movimiento, cómo lo analizamos, cómo evaluamos su importancia en el marco de la lucha de clases. Y no queremos ocultar que varios artículos que escupen sobre este movimiento, producidos y reproducidos por demasiados grupos de ultra-izquierda, fueron una inspiración (negativa) para esta contribución, lo que podemos llamar: “Qué NO hacer”.
Aunque somos conscientes de muchas debilidades expresadas por el movimiento y somos los primeros en criticarlas, difícilmente podemos estar de acuerdo con la metodología utilizada por esos grupos, metodología que limita el movimiento sólo a esas debilidades, que generaliza esos puntos débiles e ilusiones expresadas sólo por una parte de los “chalecos amarillos” como si fuera la naturaleza del movimiento, un análisis que capta a la clase como algo estático, sociológico, mecánico…
No vamos a repasar todos los argumentos de la ultra-izquierda contra los “chalecos amarillos”, pero al menos tenemos que mencionar los más absurdos para responder a ellos, para situar este movimiento en el lugar correcto en la lucha de clases, para ponerlo de nuevo a caminar de pies y que no ande de cabeza…
Dos concepciones de la clase: el proletariado como entidad sociológica versus el proletariado como fuerza en lucha
Muchos de los que desprecian el movimiento de los “chalecos amarillos” pretenden que es un movimiento interclasista, una mezcla de burguesía y proletariado, una multitud de intereses y programas históricamente opuestos. Este punto de vista se basa en una definición sociológica de la clase obrera: proletario = obrero, o incluso obrero de fábrica, si es posible.
Para nosotros el proletariado no es un grupo estático de individuos definidos por su salario, sino una entidad que se estructura en la lucha y a través de la lucha, una fuerza que existe sólo como potencial en tiempos de paz social y que se convierte en una fuerza real sólo mientras lucha, empapada de su programa histórico, el cual expresa parcialmente en cada choque contra el capital.
Por supuesto que definimos al proletariado como la clase explotada, pero no nos dejamos engañar por las nuevas formas de estatus social que el capital inventa para ser más flexible, más rentable. Todos esos pequeños comerciantes, freelancers y obreros de cuello blanco que tanto molestan a los ultraizquierdistas comparten exactamente las mismas condiciones de vida (a veces incluso peores), los mismos problemas, la misma miseria que los “proletarios puros”.
De hecho, es una estrategia muy exitosa del capital y su democracia disimular diferentes categorías de proletariado bajo la máscara de diferentes estratos de la sociedad para impedir que la clase se reconozca a sí misma, que se una. Y presentar a otros, formalmente trabajadores asalariados, como si fueran proletarios, aunque objetivamente se queden al otro lado de la barricada.
El desarrollo mismo de la democracia se encarga de esconder la magnitud actual de la simplificación/exacerbación de las contradicciones del capitalismo desdibujando permanentemente las fronteras de clase, lo que se ve afirmado a su vez por formas ideológicas específicas que desarrollan la confusión más completa, en especial en base a un conjunto de estatutos formales o jurídicos complejos que dividirían a la sociedad -no en dos clases antagónicas- sino en un número indeterminado de categorías más o menos vagas y elásticas.
Así, por ejemplo, en un polo de la sociedad, un conjunto de formas jurídicas pseudo-salariales tienden a camuflar la naturaleza burguesa de estructuras enteras del Estado. Es el caso, por ejemplo, de los oficiales del ejército o de la policía, de los altos cuadros empresariales o de la administración o de burócratas de todo tipo, que bajo aquella cobertura, son clasificados como categorías neutras, sin pertenencia de clase o peor todavía asimilados a “capas obreras”.
En el otro extremo de la sociedad se produce otro tanto, por ejemplo un conjunto de formas jurídicas de pseudo-propietarios: “campesinado”, cooperativas, reformas agrarias, artesanos… camuflan objetivamente la existencia de inmensas masas de proletarios asociados por el capital para producir plusvalor (asalariado disfrazado). Estos y otros mecanismos ideológicos tienden a presentarnos como opuestos y con diferentes intereses a diversos sectores del proletariado: urbanos/agrícolas, activos/desocupados, hombres/mujeres, obreros/empleados, trabajadores manuales/trabajadores intelectuales… [GCI: Tesis de orientación programática, tesis 14]
Finalmente, la prueba definitiva de la posición social de aquellos, que algunos izquierdistas se niegan a llamar proletarios (la lista varía según el grupo, pero podemos encontrar este enfoque aplicado a los trabajadores independientes, pequeños propietarios, desempleados, pensionistas, etc.) es el hecho de que la presencia de estos estratos sociales en el movimiento no cambia nada en el programa del movimiento. Estos grupos de proletarios “impuros” no imponen ningún programa de la pequeña burguesía (como algunos quieren persuadirnos); por el contrario, se unen y desarrollan la crítica proletaria, el programa proletario.
En lugar de esos pseudo-análisis sociológicos que mantienen ocupados a los izquierdistas, el movimiento más bien se articula al definirse como un antagonista de la clase burguesa, de la sociedad burguesa:
Nosotros, los trabajadores, los desempleados, los pensionistas, vivimos de los salarios (incluido el volumen de negocios de los empresarios autónomos) y de las ayudas del Estado. Este salario y estas ayudas las obtenemos vendiendo nuestra mano de obra a un patrón. Y así es como consigue ganar dinero, así es como funciona la economía, a nuestras expensas. Podemos entender los llamados a la unidad dentro de los chalecos amarillos. Pero cuando esta unidad significa caminar con los que nos explotan a diario y con sus representantes políticos, ya no es unidad, es domesticación. En realidad, nuestros intereses son irreconciliables y esto también se expresa a nivel de las demandas. [Amarillo. El periódico para ganar]
Otro argumento común que utilizan algunos izquierdistas es que los “chalecos amarillos” no son un movimiento proletario, porque representan una minoría, porque la mayoría de la clase no participa en él. Pero esta lógica está completamente al revés. Difícilmente podemos reprochar a los que luchan que los demás no lo hagan. Sí, el movimiento tiene que extenderse y generalizarse, sí, el resto de la clase tiene que parar para verlo en la televisión o discutirlo en Facebook y unirse a él en la práctica. Y los “chalecos amarillos” son muy conscientes de ello, ya que podemos leer nuevos llamamientos al resto de la clase para que se unan a ellos.
Sin embargo, no es la cantidad lo que determina si el movimiento es proletario o no. El movimiento, en efecto, desde el principio creció en número, pero sobre todo en contenido. Los “chalecos amarillos” han aumentado gracias a la afluencia de trabajadores y desempleados que se han unido, inicialmente fueron un movimiento contra los impuestos y se han transformado en un movimiento contra las condiciones de vida, convirtiéndose en un maremoto que sacude a toda la sociedad, al menos en Francia.
Todo lo que se ha vivido y se sigue viviendo en las rotondas, los piquetes o los disturbios ha permitido a todo un pueblo de rencontrar su capacidad política, es decir, su capacidad de actuar que ni siquiera un RIC podrá contener. [Los chalecos amarillos: ¿final del primer round?]
Y es este contenido (que como tendencia forma parte del proceso de negación práctica y teórica del Estado burgués, la economía, la ideología…) que lo define como un movimiento proletario más allá de la conciencia de sus protagonistas, más allá de las banderas que agitan.
Todo el secreto de la perpetuación de la dominación burguesa puede resumirse a la dificultad del proletariado para reconocerse a sí mismo, para reconocer en la lucha de sus hermanos de clase en cualquier parte del mundo y sea cual sea las categorías en las que la burguesía los divide, su propia lucha, condición indispensable de su constitución en fuerza histórica. [GCI: Tesis de orientación programática, tesis 14]
No es casualidad si los que tienen problemas para ver al proletariado en los “chalecos amarillos” son finalmente los mismos que tienen dificultades para ver a nuestra clase en las revueltas de los jóvenes en los suburbios o en los levantamientos fuera de Europa. Como uno de los textos que publicamos y dice:
La mayoría de los compañeros hostiles al movimiento de los chalecos amarillos lo son porque prefieren no hacer distinciones entre lo que se dice (el discurso de legitimidad, que ha sido muy mediatizado) y lo que se hace (los bloqueos y los tipos de acción que anuncian). [¿Chalecos amarillos o no? ¡Necesitamos combustible para quemarlo todo!]
Ellos limitan el movimiento hacia sus debilidades e ideologías, sin ver el proceso de su superación.
La historia de las luchas de nuestra clase nos muestra que muchos movimientos proletarios similares, especialmente cuando se originan fuera del lugar de trabajo y por lo tanto no se enfrentan directamente a la producción de mercancías, tienden a empezar con reivindicaciones y demandas relacionadas con nuestros intereses de clase de una manera confusa. En la medida en que su dinámica está en ascenso, en la medida en que atraen a los proletarios derrumbando las fronteras sectoriales y sociológicas que nos impone el capital, en la medida en que se intensifica la confrontación con el Estado en sus múltiples encarnaciones, la naturaleza de clase del movimiento se hace cada vez más clara.
Esto lleva a la cristalización de dos corrientes opuestas en el movimiento. La corriente proletaria ―que hasta ahora lleva la delantera en el movimiento― está impulsando rupturas cada vez más profundas con la sociedad capitalista: nada de diálogos con la clase dominante, afirmación explícita de la confrontación violenta con las fuerzas represivas, intentos de extender la lucha a los lugares de trabajo, intentos de internacionalización de la lucha, etc. La otra corriente, la socialdemócrata, trata de apaciguar la lucha y traerla de vuelta bajo el paraguas democrático de la ciudadanía ―en este caso representada por todas esas “estrellas mediáticas” de las filas de los “chalecos amarillos”, todos esos pequeños “líderes” que tratan de transformar el movimiento en un partido político o un sindicato, o de conectarlo con los ya existentes, todas esos llamados al referéndum y a las revelaciones patrióticas―.
Queremos subrayar que la constitución del proletariado como clase es un proceso, un proceso de lucha, un proceso en el que nuestra clase aclara su posición como clase con un único interés, un proceso de ruptura con la ideología burguesa y sus fuerzas materiales:
Este coloso ya no sabe su nombre, ya no recuerda su gloriosa historia, y ya no conoce el mundo donde está abriendo sus ojos. Sin embargo, a medida que se reactiva, descubre la magnitud de su propio poder. Las palabras le susurran falsos amigos, carceleros de sus sueños. Las repite: ¡“francés”, “gente” y “ciudadano”! Pero al pronunciarlas, las imágenes que regresan confusamente de las profundidades de su memoria siembran una duda en su mente. Estas palabras se han utilizado en las alcantarillas de la miseria, en las barricadas, en los campos de batalla, durante las huelgas, en las cárceles. Porque están en el lenguaje de un adversario formidable, el enemigo de la humanidad que, desde hace dos siglos, maneja con maestría el miedo, la fuerza y la propaganda. ¡Este parásito mortal, este vampiro social, es el capitalismo!
No somos la “comunidad de destino”, orgullosa de su “identidad”, llena de mitos nacionales, que no ha podido resistir la historia social. No somos franceses.
No somos esta masa de “gente humilde” dispuesta a cerrar filas con sus amos mientras estén “bien gobernados”. No somos el pueblo.
No somos este conjunto de individuos que deben su existencia sólo al reconocimiento del Estado y a su perpetuación. No somos ciudadanos.
Somos nosotros los que estamos obligados a vender nuestra mano de obra para sobrevivir, aquellos de los que la burguesía obtiene la mayor parte de sus beneficios dominándolos y explotándolos. Somos nosotros los que somos pisoteados, sacrificados y condenados por el capital, en su estrategia de supervivencia. Somos esta fuerza colectiva que abolirá todas las clases sociales. Somos el proletariado. [El llamamiento de los “chalecos amarillos” del Este de París]
“Bloqueo de la economía” contra su destrucción
Muchos reprochan al movimiento el hecho de que no haga ningún daño real a la economía, que no bloquee el flujo de capitales. Y otro argumento que le sigue lógicamente: no se desarrolla en los lugares de trabajo, por lo tanto no tiene nada en común con la forma en que los trabajadores se organizan.
Recordemos en primer lugar que el movimiento no deja de tener efectos para la economía capitalista. Los bloqueos amistosos de rotondas, toda esta gente durmiendo y congelándose en tiendas de campaña, seguramente no cambiarán nada. Pero no olvidemos que también hubo ocupaciones exitosas y bloqueos de depósitos de gasolina que (por un tiempo demasiado corto, desgraciadamente) provocaron una escasez de petróleo y por lo tanto un pánico en el mercado. No olvidemos que los “chalecos amarillos” han estado ocupando muchos puntos de peaje, dejando que la gente use las autopistas gratuitamente, también destruyeron miles de radares en las carreteras de toda Francia. Y no olvidemos ni los disturbios ni la espectacular destrucción en los centros de las ciudades y los diversos casos de saqueo que también representan un cierto nivel de ataque directo contra el capital, y por tanto reapropiación de una pequeña parte de la riqueza social producida por nuestra clase, por nosotros los proletarios, sólo un minúsculo e ínfimo momento del proceso general de expropiación de los expropiadores, de negación de la propiedad privada de los capitalistas [“Chalecos amarillos” – La lucha continúa]. Dicho de esta manera, los “chalecos amarillos” hicieron mucho más daño a la economía que cualquier huelga general sindicalista negociada y preparada junto con la patronal mucho antes.
Pero, por supuesto, todo esto no es suficiente. Si el movimiento quiere sobrevivir, fortalecerse, generalizarse y desarrollar su crítica en la práctica hasta las últimas consecuencias, tiene que ir más allá. Y, de hecho, para hacerlo, tiene que organizarse también en los lugares de trabajo. Hasta ahora, esto no ha sido fácil:
El movimiento de los chalecos amarillos termina en las puertas del lugar de trabajo, es decir, donde comienza el régimen totalitario de los empleadores. Este fenómeno es el resultado de varios factores. Recordemos a tres de ellos: 1) La atomización de la producción, que hace que un gran número de empleados trabajen en empresas (muy) pequeñas donde la cercanía con el empleador dificulta mucho la huelga. 2) La inseguridad social de una gran parte de los empleados, lo que deteriora seriamente su capacidad para hacer frente a los conflictos en el lugar de trabajo. 3) La exclusión y el desempleo, que sacan a muchos proletarios de la producción. Una gran proporción de chalecos amarillos se ven directamente afectados por al menos una de estas tres determinaciones.
El otro componente de los asalariados, el que trabaja en las grandes corporaciones y tiene mejor seguridad laboral (contratos permanentes y estatuto del trabajador), parece estar protegido por una coraza sobre la que la poderosa fuerza del movimiento se rompe como la ola en la roca. A este segmento de la población trabajadora se le reserva un trato especial, que consiste en la eficacia de la gestión empresarial y la vergonzosa colaboración sindical. La burguesía ha entendido que esta categoría de trabajadores tiene el poder de hacer huelga en el corazón mismo de la producción capitalista, a través de la huelga general indefinida. Por ello, consolida la pacificación con la entrega de piruletas en forma de “primas excepcionales de fin de año”. [El llamamiento de los “chalecos amarillos” del Este de París]
Pero la cuestión es aún más complicada. Una acción “en la fábrica” no es garantía de nada y una huelga no es sinónimo de acción revolucionaria, ya que es su contenido el que la determina. Las huelgas de tipo sindical llevadas a cabo a cambio de unas cuantas migajas “cuando la situación de la empresa lo permita”, no cambiarían nada, aunque estuvieran fuera del control de los sindicatos, fueran organizadas por los propios trabajadores o presentaran un paso hacia la misteriosa “autonomía obrera” (dentro del capitalismo) que sus partidarios quieren construir a través de una serie de reivindicaciones cada vez mayores.
La organización en los lugares de trabajo no puede oponerse a la necesidad de organizarse como clase también al exterior, en toda la sociedad. Hacerlo significa seguir la misma lógica que aplica la burguesía para dividir el movimiento en buenos obreros (en las fábricas) y malos alborotadores (en las calles). La siguiente cita sobre esto podría ser etiquetada fácilmente como una perla genuina de la burguesía, aunque provenga de un grupo que afirma representar al “comunismo”:
El centro de las ciudades es un decorado magnífico para la televisión e internet, pero es totalmente opaco y alejado de la realidad cuando se trata de golpear la cadena de la valorización del capital. Los saqueos y los ataques en el opulento centro de las ciudades son actos extraños y a veces incluso hostiles a cientos de miles de trabajadores, la mayoría de las veces pobres, que son explotados allí. Los protagonistas de estas acciones violentas actúan como guerreros contra las futuras luchas ofensivas del proletariado, contra su autonomía, contra su lucha contra la explotación y la opresión. Deben ser considerados como apoyos de las fuerzas armadas de la burguesía y aliados objetivos del orden y del Estado y del capital. [Mouvement Communiste: Primeros intentos en caliente de formación del pueblo para un Estado aún más fuerte y contra el proletariado]
¡Cuando el infame compite con el abyecto! Enfaticemos también que podríamos dar cientos de citas, hasta la náusea, de ultraizquierdistas que se autoproclaman la “vanguardia” del proletariado revolucionario, pero que no son capaces más que de (de)mostrar qué y dónde objetivamente se sitúan y qué defienden frente a un movimiento de lucha que no encaja en su pantalla de humo ideológica y retórica… No los llamamos a que capten más dialécticamente la materia social y los procesos de la guerra de clases que se están desarrollando justo frente a nuestros ojos, para nada. Simplemente decimos que sus posturas obscenas los sitúan al otro lado de la barricada social, con nuestros enemigos, y que el proletariado, al levantarse globalmente, tendrá que pasar por encima de sus cadáveres…
Pero continuemos ahora con lo dicho anteriormente: la acción en los lugares de trabajo es necesaria, no para negociar un pequeño cambio para los trabajadores de tal o cual empresa o por esta o aquella rama industrial, sino para proponer un contenido radical. Por lo tanto, no se trata de una huelga, ni siquiera de una huelga general, la cuestión no es sólo bloquear la economía, sino tomar el control de la producción y transformarla para satisfacer las necesidades del movimiento y destruir la lógica del mercado y del valor que es la causa de este movimiento.
Debemos utilizar la fuerza extraordinaria y llena de determinación que ha desarrollado este movimiento para conseguir lo que millones de explotados han querido durante tantos años, sin haberlo conseguido nunca: paralizar la producción desde dentro, decidir sobre las huelgas y su coordinación en asambleas generales, unir a todas las categorías de trabajadores, con el mismo objetivo de derrocar el sistema capitalista y reapropiarse del aparato productivo. [El llamamiento de los “chalecos amarillos” del Este de París]
Pero aún no hemos llegado a ese punto y no es seguro que el movimiento pueda llegar tan lejos.
Los “chalecos amarillos” son un movimiento contradictorio, pero no contrarrevolucionario
Anteriormente en este texto hablamos de la constitución del proletariado como clase y de un proceso de ruptura. Este proceso incluye necesariamente una serie eterna de choques entre la clase que se está afirmando, su conciencia reemergente obtenida en y a través de la lucha práctica y la falsa conciencia profundamente arraigada en la mente de cada individuo, la falsa conciencia que es la piedra angular de toda falsa comunidad de “ciudadanos”, “personas” o “naciones”. Sería una locura esperar que cualquier movimiento pueda saltarse este proceso de desarrollo de rupturas y tener una clara conciencia de clase desde el principio, y también sería una locura condenar a un movimiento porque no lo tiene en una cierta fase de su existencia. Lo importante es que existe esta dinámica de clarificación, que el programa proletario aparece cada vez más explícito en oposición a todos los intentos de recuperación política y sindical. Si el resultado de este choque está lejos de ser claro en esta etapa, es obvio que este conflicto existe, continúa y se desarrolla dentro del movimiento de los “chalecos amarillos”, como siempre aparece en todo movimiento proletario.
Podemos ver ya algunas rupturas muy importantes con las acciones de los sindicalistas tradicionales. Como resume uno de los textos que publicamos:
El movimiento se ha desarrollado fuera y, en cierta medida, también en contra de las estructuras tradicionales (partidos, sindicatos, medios…) de las que se ha dotado el capitalismo para hacer inofensiva toda crítica práctica. […] Incluso si los medios intentan encerrar a los manifestantes en el marco de la “lucha contra los impuestos”, la consigna universal es más bien la “lucha contra la pobreza en general” en toda su complejidad (bajos salarios, precios altos, perder la vida para ganársela, alienación, etc.) y por tanto, en definitiva, pone en cuestión el orden capitalista como tal. El movimiento se organiza a nivel regional y supera las divisiones habituales de los sindicalistas según las ramas de la producción. […] El movimiento, o una gran parte de él, es radical y por tanto violento, y lo asume como tal […], lo cual hace difícil el uso de las tácticas habituales de la burguesía para dividir el movimiento en los “buenos manifestantes” y los “alborotadores”. […] Nada es sagrado para el movimiento. No hay símbolos, ni leyendas, ni identidades, ni ideologías que no puedan ser quemados y destruidos. [“Chalecos amarillos”, “comuneros”, “sans-culottes”, “va-nu-pieds”, “condenados de la tierra”…]
Por supuesto, también somos muy críticos con el movimiento de los “chalecos amarillos”. No es muy difícil describir las debilidades más evidentes del movimiento. Lo que nos da esperanza es que ninguna de estas debilidades es expresada por el movimiento en su conjunto, ni siquiera por su mayoría y que cada vez que aparece una u otra versión de la ideología burguesa, se enfrenta a una crítica proveniente del propio movimiento. Cada cuestión expresada por el movimiento es objeto de contradicciones, de discusiones, de crítica y de un conflicto más o menos violento entre el rechazo y la aceptación de la ideología burguesa. Ese es el proceso que mencionamos anteriormente: la línea de ruptura con el Estado no sólo existe en los enfrentamientos callejeros, sino que se expresa también dentro del movimiento.
La cuestión del nacionalismo, tan promovida por los medios de comunicación, es un ejemplo de este proceso. Sí, en efecto, también vimos algunas banderas nacionales o regionales en manifestaciones y bloqueos. Sí, en efecto, también leímos la historia de algunos manifestantes que entregaron a la policía a algunos refugiados. Pero vimos a otros ayudando a los inmigrantes, expresando solidaridad con el proletariado en lucha en otros países, llamando a la unidad no sobre la base de la comunidad de carnets de identidad o del color de la piel, sino sobre una base de clase. Lo que es importante para nosotros como comunistas no es lo que piensa este o aquel “chaleco amarillo” individual, sino lo que el movimiento en su conjunto aporta a la lucha de clases, en la que la ruptura con el nacionalismo es una parte importante. Eso significa estar en contra de la posición nacionalista, luchar contra ella dentro del movimiento, imponer esta ruptura al movimiento. Existen muchas expresiones escritas o no escritas de esta lucha dentro de los “chalecos amarillos”:
Pero esta lista [la primera lista de 42 reivindicaciones redactada por la parte reformista del movimiento en diciembre de 2018, GdC] es también una clara expresión de una tenencia nacionalista, con cuatro medidas contra los extranjeros, lejos de nuestros problemas y mucho más lejos de su solución. Hay que ser corto para creer que los problemas en Francia vienen de fuera. Que salir de Europa nos permitiría vivir bien o que la caza de sin papeles hará subir nuestro salario. Es precisamente lo contrario lo que ocurriría. […] Los fachas sólo quieren hacerse un lugar más grande en la mesa de los explotadores haciéndose el Trump. Y no tenemos absolutamente ninguna razón para ayudarles.
En realidad, a nadie le importa esta lista de demandas. Sólo los políticos pueden esperar sacar algo de ello, y por supuesto los medios de comunicación y el gobierno, que no perderán la oportunidad de hacernos parecer matones de extrema derecha. Pero, como cuando se llama a alguien con un nombre que no es el suyo propio, no prestamos atención. [Amarillo. El periódico para ganar]
Lo mismo ocurre con las ilusiones sobre la democracia (directa o participativa), los referendos, el presidente, las elecciones, etc., la crítica aparece siempre más fuerte:
[…] otra iniciativa, apoyada por muchas organizaciones políticas que van de la extrema izquierda a la extrema derecha, iba a darnos mucha guerra: el RIC [Referéndum de Iniciativa Ciudadana] en nombre del pueblo y de la democracia. […] Es la propaganda burguesa la que nos hace creer que antes de ser proletarios, somos ciudadanos; que la vida de las ideas está antes que la de las condiciones materiales. Pero la República no llena el refrigerador. Y el RIC ha aprovechado esta ilusión. Hay que decir que, a primera vista, la propuesta era atractiva. Se nos decía que, con esto, finalmente podríamos ser escuchados directamente, que podríamos recuperar el poder sobre nuestras vidas. Nosotros decidiríamos todo. ¡E además sin luchar, sin arriesgar la vida en las rotondas y en las manifestaciones, con sólo votar, en los ordenadores de nuestros salones, usando pantuflas cerca de una acogedora chimenea crepitante! Pero en el comercio, cuando tienes un producto para vender, mientes: “Sí, una vez que tengamos el RIC, podremos conseguirlo todo”. Eso es falso. Para empezar, ¡pedirle a la burguesía su opinión para saber si están de acuerdo en aumentar nuestros salarios!, ¡es el colmo! [Amarillo. El periódico para ganar]
Este arreglo democrático no resolvería nada, incluso si se adoptara. Sólo estiraría la goma elástica electoral manteniendo la relación entre las clases sociales (sus condiciones y sus intereses) con un fortalecimiento adicional del reformismo jurídico, ese pariente pobre del ya ilusorio reformismo económico. Sería equivalente a un apoyo más directo a la esclavitud ordinaria. [El llamamiento de los “chalecos amarillos” del Este de París]
Lo mismo sucede con el lema “Macron dimisión”:
Para contrarrestar el RIC, algunos de nosotros han dicho: no es necesario que gane el RIC, simplemente queremos que Macron dimita. Esta exigencia tiene la buena idea de rendirle homenaje a nuestra acción, de reorientar el debate sobre nuestra fuerza colectiva. En efecto, es la calle la que hará que Macron se vaya, no las urnas. Pero, justo después de decir eso, todos se preguntan: ¿quién lo reemplazará? Ahí es precisamente donde reside el problema. Macron, por arrogante que sea, es reemplazable y su sucesor hará exactamente lo mismo para defender el negocio. Claramente hay que tirar el grano con la paja. Las instituciones existentes están ahí para defender la lógica del dinero y la explotación. [Amarillo. El periódico para ganar]
Fuera y contra los sindicatos
Como hemos dicho, el movimiento de los “chalecos amarillos” se ha desarrollado a partir de su rechazo a las estructuras burguesas tradicionales como los partidos políticos y los sindicatos. Desde principios de diciembre, los sindicatos (independientemente de sus tendencias) han seguido, como de costumbre, la línea del gobierno, que busca una forma de desactivar un movimiento social que podría extenderse a otros sectores del proletariado: las denuncias de interclasismo se lanzan en un intento desesperado por parte de los sindicatos de disuadir a sus miembros de unirse a los “chalecos amarillos”.
Hoy día, somos testigos de intentos de “convergencia de luchas” y una vez más el movimiento está dividido y vacilante: algunos “chalecos amarillos” llaman a la colaboración directa con las estructuras centrales de los sindicatos; otros, por el contrario, rechazan esta colaboración, pero llaman a los proletarios en las empresas para que también luchen, y eso es profundamente correcto. Se hizo un llamamiento para prolongar la “jornada nacional de [in]acción” el 5 de febrero (convocada por los sindicatos y principalmente por la CGT) y para transformarla en una “huelga general indefinida”. Queremos advertir, si es necesario, a los compañeros de los “chalecos amarillos” sobre la esencia misma de los sindicatos y del sindicalismo.
El papel de los sindicatos se ha revelado siempre abiertamente en momentos de lucha, por su voluntad de apagar el fuego social. Los sindicatos, cuyo papel es precisamente evitar este tipo de explosiones, actúan como amortiguadores y, si es necesario, encuadran cualquier expresión autónoma de nuestra clase, tratan de frenar la lucha haciendo creer que organizan lo que está más allá de ellos. Si después de décadas de socavar nuestras luchas, los sindicatos ya no tienen una gran popularidad, el movimiento de los “chalecos amarillos” que tiene lugar fuera de ellos es una prueba más de ello.
Sin embargo, una forma más sutil se está desarrollando, la cual busca restaurar el control sobre nuestras luchas subversivas y se encuentra en todas las luchas actuales. Es lo que podríamos llamar globalmente parlamentarismo obrero. Incluso cuando las luchas estallan sobre la base de una ruptura formal con los sindicatos, incluso si los proletarios asumen un cierto nivel de violencia, esta ruptura nunca se completa, empujada hasta sus últimas consecuencias: es decir, no sólo para organizarse fuera de los sindicatos, sino también contra ellos. Esto significa romper radicalmente no sólo con las organizaciones, sino sobre todo con la práctica: el sindicalismo, que no es otra cosa que negociar la venta de nuestra mano de obra con nuestros explotadores…
¡¿De las “asambleas populares” al asambleísmo?!
Desde los inicios del movimiento de los “chalecos amarillos”, muchas sectas idealistas e ideológicas de ultra-izquierda lo han denunciado porque no se organizó en “asambleas generales”, consideradas como el Santo Grial. Desde entonces, han aparecido noticias sobre el establecimiento de asambleas en Commercy, Saint-Nazaire, Montreuil, etc., por no hablar de las asambleas “informales” organizadas en torno a las rotondas ocupadas y los diversos bloqueos.
Por un lado, el proletariado siempre ha estructurado históricamente su lucha en torno a asambleas, coordinaciones, consejos, soviets, comunas, comités, etc. No podemos sino acoger con satisfacción el hecho de que los proletarios recuperen el control de su lucha, que se encuentren, que discutan juntos, que se organicen, que hagan planes para el futuro, que se reapropien de mil y un aspectos de la vida, que desarrollen la convivencia, el compañerismo, que participen en la “liberación del discurso”… por otra parte, nos gustaría subrayar que ninguna estructura, sea cual fuere, será una garantía en cuanto a la evolución y el contenido de nuestras luchas.
Por el contrario, la práctica del democratismo, del asambleísmo, de fetichizar la masividad de las estructuras de lucha, a menudo dificulta la extensión y radicalización de las luchas. Si los proletarios rechazan los sindicatos, correrían el riesgo de reproducir la misma práctica sindical y reformista en sus “asambleas”. La aparición de la “democracia directa de las rotondas”, de grandes “asambleas generales” abiertas a todos, significa a menudo la práctica del sindicalismo sin sindicato. Las “asambleas” y su “magia” de los delegados “elegidos y revocables en cualquier momento” nunca han dado ninguna garantía formal. Históricamente, nuestra única garantía ha sido nuestra práctica social. Nunca es la forma lo que prevalece, sino siempre el contenido…
Además de esto, el democratismo prevaleciente en estas “asambleas” significa que todo el mundo puede expresarse “libremente”, tanto los huelguistas como los rompe-huelgas, los radicales y los moderados: en lugar de “liberar la palabra” (y es obvio aquí que no reivindicamos la “libertad de expresión” que tanto elogia nuestro enemigo, la democracia, para hacernos hablar mejor, para silenciarnos), a menudo también liberan la cháchara a costa de la acción directa. ¿De qué sirve votar grandes resoluciones muy “radicales” si el proletariado no rompe con las fuerzas de inercia que bloquean la extensión y el desarrollo de la lucha?
¿Y luego?
Intentamos mostrar aquí que el movimiento de los “chalecos amarillos”, como todo movimiento proletario en el pasado, es contradictorio. Por el momento hay expresiones de ambas, la ideología de la sociedad burguesa en la forma de la falsa conciencia de nuestra clase, pero también de los intereses proletarios, la meta final de destruir el capitalismo. Y su contenido proletario enfrenta dos peligros: la reacción y el reformismo.
Pero la falsa conciencia puede y debe ser superada en y a través de la lucha, en la experiencia de nuestra clase nacida y renacida en cada nuevo conflicto de clase abierto. La tarea de los comunistas no es escupir a un movimiento porque no es lo suficientemente puro, porque no se refiere a buenas fuentes o porque le falta uno u otro aspecto que consideramos importante.
Para aquellos que todavía juegan con este deseo, ¿cómo podemos imaginar que la revolución pueda estallar? ¿Realmente pensamos que será el fruto de una convergencia de los movimientos sociales, todos dotados de sus justas reivindicaciones, impulsados por decisiones tomadas unánimemente en asambleas donde la idea más radical ganará la batalla? Y así con un escenario de este tipo, nace un movimiento con una gran causa, a la cabeza están los militantes más iluminados que lo conducen de batalla en batalla mientras obtienen emocionantes victorias; sus filas crecen, su reputación crece, su ejemplo se difunde de manera contagiosa, surgen otros movimientos similares, su poder se encuentra, se alimentan y se multiplican entre sí, hasta llegar a la confrontación final durante la cual el Estado es finalmente abatido… ¡Qué hermosa historia! ¿Quién la produjo, Netflix? ¿En qué episodio estamos? Si no quieres reírte de ello, siempre puedes ser serio. (…)
Porque a lo largo de la historia, la chispa de disturbios, insurrecciones y revoluciones casi siempre ha surgido no por razones profundas sino simplemente por pretextos (p. ej. la reubicación de una batería de cañones desencadenó la Comuna de París, una protesta contra el fracaso de la marina encendió la revolución Spartakista, el suicidio de un vendedor ambulante lanzó la llamada Primavera Árabe, la eliminación de unos pocos árboles llevó a la revuelta de Gezi Park en Turquía), nos parece realmente vergonzoso que, frente a lo que está ocurriendo con los chalecos amarillos (…), sólo agudizan sus ojos para encontrar rastros del programa comunista, o del pensamiento anarquista, o de la teoría radical, o la crítica anti-industrial, o… Después de eso, tras la decepción de no haber detectado suficiente contenido subversivo en la calle, de no haber contado masas suficientemente grandes, de no haber notado suficientes orígenes proletarios, de no haber notado suficiente paridad en la presencia femenina, de no haber escuchado suficiente lenguaje políticamente correcto -la lista podría extenderse hasta el infinito-, sólo queda por horrorizarse y preguntarse quién puede beneficiarse de toda esta agitación social. [Finimondo, Di che colore è la tua Mesa?]
La tarea de los comunistas no es ni aprobar nada de lo que hace el movimiento, la tarea de los comunistas es captar el movimiento sobre la base de su dinámica radical y animar a que esta dinámica se desarrolle como una praxis revolucionaria, a favor del proyecto revolucionario del proletariado. Como comunistas debemos acompañar a la clase en su lucha de clarificación de este proyecto contra la reacción y la reforma, para representar la conexión entre la lucha actual y la lucha pasada de nuestra clase, compartiendo la experiencia que hemos obtenido en ella como clase y también entre la lucha actual y la lucha futura, a fin de extraer lecciones de la primera, para representar brevemente la lucha histórica de nuestra clase.
Somos conscientes de que no es fácil. Los “chalecos amarillos” son un movimiento contradictorio como cualquier otro movimiento proletario de la historia. Y tal vez de ello no salga nada por el momento, excepto una fuerte experiencia de lucha y rupturas, consolidando nuestra “memoria de clase”. Pero es difícil comprender un movimiento a través del prisma en qué se convierte cuando es derrotado (especialmente si la derrota está lejos de haber terminado).
Por otro lado, una parte del movimiento ya abrió una ruptura con la sociedad burguesa, su ideología y sus instituciones: sindicatos, partidos de izquierda o de derecha, unidad nacional antiterrorista, etc. Y el contenido proletario del movimiento puede abrir el camino hacia una lucha de clase más amplia.
Por último, aunque parezca provocativo, afirmamos que toda la propaganda mediática en torno al movimiento de los “chalecos amarillos” no puede en modo alguno hacernos olvidar lo esencial: que no existe un movimiento de los “chalecos amarillos” como tal, que nunca ha existido ni puede existir… Y esto es por una razón simple, fundamental, inevitable: porque no existe la clase o el proyecto social “chalecos amarillos”…
Aquí y ahora, en todas partes y siempre, es el proletariado contra la burguesía, dos clases sociales con proyectos decididamente antagónicos…
De hecho, sólo hay dos proyectos enfrentados para el futuro de la humanidad: por un lado, el proceso histórico de abolición de las relaciones sociales capitalistas y su Estado, que son la causa de la miseria, la guerra, la explotación, la alienación, la opresión y la dominación… y por otro lado, las fuerzas para la conservación de esta pesadilla…
# Guerra de Clases, Invierno 2018/19 #
por “Rouen dans la rue”
Tras el acto III, el momento de mayor intensidad del movimiento en términos de piquetes y disturbios, el gobierno ha desplegado toda su maquinaria contra-insurreccional como nunca antes. Para ello, le ha hecho falta sacar del armario los viejos manuales sobre el arte de hacer la guerra a su población, además de los del arte de engañarla.
Si el poder consigue finalmente contener el acto V, habrá sido a costa de debilitar quizá definitivamente su fachada “democrática”. En lo que respecta a la fidelidad entre un pueblo y sus gobernantes, mentir abiertamente, trucar fotografías y cifras, arrestar y herir a tantos manifestantes o simplemente prohibirles masivamente manifestarse, todo eso tiene un precio.
El uso de la fuerza
89.000 policías desplegados sobre todo el territorio francés durante dos fines de semana. 9.000 sólo para la ciudad de París. Recordémoslo: es la primera vez en toda su historia que Francia utiliza tanques en la capital. Sólo en el acto IV han sido arrestadas más de 2.000 personas. Una gran parte lo ha sido con carácter preventivo, simplemente por la posesión de materiales defensivos como máscaras antigás. Hay cientos de heridos y decenas de imágenes que quedarán grabadas, como la de policías en civil tirando a cubierto sin parar sobre los manifestantes mientras los periodistas se atrincheraban detrás de una tapia, o sencillamente la imagen de todas las manos arrancadas.
No podemos evitar ver en una violencia semejante una voluntad política consciente de intimidar a los manifestantes, asustarles y disuadirles de bajar a la calle. Sin embargo, miles de personas convergieron de nuevo en la capital para el acto V. Además de esta gran operación de disuasión ampliamente transmitida por los medios, 50 estaciones de metro fueron cerradas, así como el acceso a París intramuros, prohibiendo literalmente a miles de personas que venían en autobús el mero hecho de manifestarse. A aquellos que conseguían superar todos los obstáculos de esta ruta del combatiente, se les confiscó incluso el chaleco amarillo.
La manipulación mediática
La alocución de Macron, aunque muy criticada, seguramente ha tenido un efecto pacificador. Podemos leer en todos los titulares que “el Salario Medio Interprofesional ha subido 100 euros” y que “se han obtenido grandes avances”. Es laborioso releer punto por punto cada uno de estos anuncios, pero seguramente el más aberrante es el del SMI.
Lo que se ha subido 100 euros es la prima de actividad[1] (y no el SMI), un aumento que en buena medida ya había sido previsto antes del movimiento, y ésta sólo afecta al 25% de los que cobran el salario mínimo. Sólo aquellos cuyos ingresos declarados sean inferiores a una determinada cantidad pueden beneficiarse de esta prima. Un gran número de cadenas han difundido conscientemente otra serie de artimañas. Sólo es cuestión de tiempo que todos a los que se ha engañado se ofusquen y quién sabe cómo.
El gobierno también ha instrumentalizado contra el movimiento el triste acontecimiento sobrevenido la semana pasada en Estrasburgo[2]. Más allá de los debates que han plagado los grupos de Facebook de los chalecos amarillos sobre la teoría del complot, el gobierno se ha aprovechado de este asunto ya no sólo para reforzar la habitual estigmatización de la población musulmana e intensificar su huida hacia adelante securitaria, sino también para cargar sobre los hombros de los chalecos amarillos la demanda excesiva de fuerzas del orden que ha podido favorecer indirectamente un atentado como este. Así, además de haber diseminado ampliamente el miedo entre los manifestantes, se les culpa de un atentado mortal. De esta forma se justifica por adelantado la violencia y las palizas de la policía contra aquellos que se dignan a ir a la manifestación.
¿Fin del primer round?
Aunque se subestimaron una vez más las cifras de la movilización del acto V, puede afirmarse que el movimiento ha registrado una de sus primeras bajadas de intensidad. La proximidad de las vacaciones de Navidad, así como las técnicas contra-insurreccionales explicitadas previamente, han tenido un impacto inevitable sobre la movilización. Un fenómeno de asfixia se ha lanzado contra el movimiento de los chalecos amarillos, cuya rabia sin embargo no se ha disipado. Es innegable que esta rabia continuará resonando subterráneamente hasta su próximo repunte (¿la noche de Año Nuevo?). Al próximo paso en falso del gobierno, no es descartable que esta vez la experiencia común de los chalecos amarillos les llevará hasta la dimisión de Macron. Todo lo que se ha vivido y se sigue viviendo en las rotondas, los piquetes o los disturbios ha permitido a todo un pueblo de rencontrar su capacidad política, es decir, su capacidad de actuar que ni siquiera un RIC[3] podrá contener.
Fuente: https://rouendanslarue.net/gilets-jaunes-fin-de-premiere-manche/
rouendanslarue@riseup.net
¿Qué decíais? ¿Qué las revoluciones sociales son cosa del pasado, anacrónicas, imposibles?
Por “Matière et Révolution”
¿Quiénes son los chalecos amarillos?, se preguntan hipócritamente el gobierno, los periodistas y los políticos. ¡Jefes, profesionales, pequeños burgueses, nos dicen! ¡¡¡Ultra-izquierda o ultraderecha, aventureros, Son sólo intentos ridículos de descalificar a los chalecos amarillos, medios patéticos en contra de un movimiento de masas!!!
La consigna principal de los chalecos amarillos, “¡Estamos hartos de la pobreza!”, lo deja claro: son los que están empezando a no aguantar más el tener que vivir en la miseria.
¡Es ya una insurrección de los miserables, de los oprimidos, de los explotados! ¡Lo que está “en marcha” es la revolución social!
No hubo nada que las fuerzas unidas de la represión, la reforma, la negociación, los acuerdos básicos y el oportunismo pudieran hacer: cuando es necesario, las masas proletarias retoman el control de su propio futuro, empezando por juntarse, hablar los unos con los otros, decidiendo actuar por su cuenta, sin los supervisores políticos y sociales que las clases dominantes se han esforzado por atravesar en su camino.
¡¡¡Nunca olvidaremos, por ejemplo, que las direcciones de todos los sindicatos han hecho todo lo que han podido para hacer creer a la gente que los chalecos amarillos eran un movimiento fascista, de pequeños burgueses furiosos, hostiles a la clase obrera!!! Y aunque esa estratagema ha fracasado, porque este es el movimiento proletario más mayoritario desde hace mucho tiempo, ¡pero esos dirigentes se han esforzado todo lo que han podido para evitarlo, para romperlo desde sus inicios y durante toda su extensión!
Lo que molesta a los sindicatos del movimiento de los chalecos amarillos es la auto-organización y la insurrección, y esto quedó patente después de un día común de acción como el del último sábado, cuando la burocracia central de la CGT siguió siendo hostil, mientras los sindicalistas locales a menudo se unieron al movimiento de los chalecos amarillos, o cuando la CGT se niega a enlazar las huelgas al movimiento, o a promover la creación de comités obreros en las empresas. La CGT se opone por completo a la auto-organización y la insurrección. Conviene recordarlo para las que se nos vienen: estas organizaciones izquierdistas o sindicalistas no son amigos de la revolución social creciente.
Sí, las características insurreccionales de los chalecos amarillos realmente no se pueden ligar con los movimientos tediosos e inmediatistas defendidos durante años por la burocracia sindical, cualquiera de ellos: tanto los que estaban dirigidos por diversos sindicatos como los que lo estaban únicamente por la CGT. Por cierto, las jornadas sindicalistas de inacción fueron exactamente lo opuesto a este movimiento: ni intersectoriales ni auto-organizadas, ni incontrolables ni amenazadoras al poder y las clases dominantes, ni radicales en sus fines y perspectivas, ni explosivas ni extensas, ni peligrosas en ningún sentido para nuestros enemigos.
Las burocracias sindicales nunca han querido que las luchas estén controladas por sus participantes. Nunca han querido que todo el país quede bloqueado, colapsado, en revuelta. Nunca han querido que la clase dominante y todos los especuladores sean denunciados. ¡¡¡Nunca han querido hacer de las revueltas algo mundial, unirlas en un único movimiento y lanzarlo en contra de los ricos, los explotadores, los especuladores!!! Nunca han aceptado la espontaneidad de la lucha o reconocido la capacidad de los trabajadores para decidir por ellos mismos, para organizarse y dirigir sus propias luchas sociales desde fuera de las sedes de los sindicatos, de los especialistas en la derrota obrera.
Y nunca han permitido que las luchas obreras, por grandes que fueran, causaran temor a las clases dominantes, mientras los chalecos amarillos son hoy temidos por las clases dominantes, ¡¡¡incluso más allá de las fronteras francesas!!!
El contenido social de la lucha de los chalecos amarillos es mucho más radical que el de cualquier izquierdista reformista que haya habido jamás, incluida la izquierda de la izquierda, los sindicatos y la extrema izquierda oportunista. ¡Esa gente respetable nunca ha denunciado los impuestos! ¡Ni siquiera a los bancos!
Macron descartaba completamente las reivindicaciones de los gilets jaunes sobre más servicios sociales y menos impuestos, los llamó infantiles y poco razonables: “Tenemos que explicar a la gente para qué se usan los impuestos. Si nadie lo hace, todo el mundo creará que las escuelas son gratis o que la sociedad pague para el cuidado de los enfermos terminales es algo normal”. En los hechos, las demandas de menos impuestos y más servicios públicos no son infantiles; es imprescindible expropiar a la clase dominante capitalista.
Macron, por cierto, utiliza a los sectores violentos de las protestas y los bloqueos para denunciar el movimiento y socavarlo moralmente. Pero ¿no es violencia real la que ejercen los ricos y su gobierno? ¿No han llevado a padres pacíficos, empujados a la pobreza, a la revuelta? ¿No han llevado a madres, incluidas madres solteras, que ni siquiera llegan a cubrir los gastos básicos para subsistir, a salir a las calles y arriesgarse a ser golpeadas, reprimidas, identificadas y hasta detenidas?
¡La violencia es la de las clases dominantes proclamando: siempre necesitamos más, más miles de millones de beneficios que sostienen sobre las espaldas de los que trabajan para sobrevivir!
No es ninguna coincidencia que todo el mundo empiece a comparar la situación social y política con la del Antiguo Régimen, con una clase dominante y su poder, tan desprestigiados, que las masas oprimidas y explotadas sólo cuentan con la insurrección para imponer el cambio necesario.
A lo largo y ancho del país se crean conexiones entre todos los explotados, los oprimidos, los aplastados, los empujados al límite. Y ahora, la única perspectiva verdadera es que la clase trabajadora se organice en comités obreros, se junten en las empresas, se discuta y decidan sus reivindicaciones y programas de acción. Donde esto está empezando a pasar, la reticencia de los sindicatos se cuestiona inmediatamente.
Si Macron y sus mandatarios, los explotadores, han acabado por encender la mecha con un sinfín de abusos, corrupción, malversaciones, robos y negligencias, ¡¡la revolución social será la única cosa que legítimamente se merecen!!
Durante el movimiento de los chalecos amarillos, la burguesía ha dirigido sus fuerzas del orden a reprimir las insurrecciones y a acostumbrar a la población a que se haga esto., pero ¡también está conduciendo a los trabajadores a la insurrección social!
Pronto redescubriremos la consigna de 1871: “¡Viva la Comuna!”.
Fuente: https://www.matierevolution.fr/spip.php?article5171
¿Chalecos amarillos o no? ¡Necesitamos combustible para quemarlo todo!
por “19h17.info”
Ha pasado ya una semana desde que el movimiento contra los costos insoportables de la vida está desarrollándose por toda Francia, pero también en otros países europeos. Este movimiento no se parece a ninguna cosa que hayamos visto antes. Si los primeros análisis no fueron esperanzadores, la materialización del movimiento debería hacernos reconsiderar nuestra.
En un mundo atrapado bajo el capitalismo, en que la identidad de la clase obrera ha sido reprimida durante tanto tiempo, es lógico que en estos momentos las referencias políticas de la clase ya no estén representadas más por los levantamientos. Sin embargo, todos hemos observados la fuerza subversiva de los movimientos como el LKP (Liyannaj Kont Pwofitasyon o ‘Levántate Contra la Explotación’), en Guadalupe, o el reciente tumulto guyanés contra los costos de subsistencia. En el movimiento de los chalecos amarillos ha habido dos etapas muy distintas: apariencia y materialización.
La mayoría de los compañeros hostiles al movimiento de los chalecos amarillos lo son porque prefieren no hacer distinciones entre lo que se dice (el discurso de legitimidad, que ha sido muy mediatizado) y lo que se hace (los bloqueos y los tipos de acción que anuncian). Esto es, especialmente en la actualidad, un error. No podemos criticar la apatía de los movimientos sociales tradicionales y al mismo tiempo rechazar los espacios nuevos de protesta que, aunque faltos de referencias políticas claras, están abordando los insoportables costos de subsistencia para los proletarios. El objetivo de este artículo es ofrecer un punto de vista alternativo con respecto a esos acontecimientos y mostrar que si el movimiento se orienta hacia los costos de subsistencia, la presencia de luchadores por la revolución en este movimiento es lógica.
Apariencia
La petición que llevó a la movilización fue escrita en mayo de 2018, pero no se hizo viral hasta que se produjo un nuevo incremento en los precios del combustible. Después de eso, la petición tomó una proporción masiva y se convirtió en el punto de partida de una movilización concreta, en las calles y las carreteras, contra el incremento de los precios del combustible. Hay que decir que en un año, los precios del diésel subieron un 24 % y los del petróleo un 14 %. Del conjunto de la población francesa, los proletarios fueron los que más sufrieron ese incremento de precios y vieron depreciarse sus condiciones de vida. Enfrentados a la fatalidad de los fluctuaciones del mercado petrolero, la gente rápidamente recurrió al Estado, que puede usar los impuestos para influenciar sobre los precios, e intentar reducirlos, específicamente los del diésel. Una lucha contra un nuevo impuesto presenta dos determinantes iniciales principales: dirigirse al Estado y dirigirse al Estado de la forma más legítima posible para dicho Estado: el ciudadano. De ahí procede todo esa verborrea sobre Francia, el pueblo francés, los ciudadanos franceses, “nuestra” policía, los impuestos, el Estado, los que pagan todo y reciben nada, y los que reciben todo cuando no hacen nada. Esta es una situación típica que los activistas de extrema derecha intentarían usar para reclamar poder político, la única consecuencia posible de su programa. Y también ha sido el caso del partido France Insoumise, dirigido por Mélenchon. Los militantes de France Insoumise son los que insisten en el personaje de Macron. Quieren matar al rey, pero no la monarquía. Así no podemos hacer otra cosa que sospechar de ese cóctel explosivo que mezcla la franja fronteriza del fascismo, el nacionalismo, el populismo y, por supuesto, el interclasismo, en la forma no demasiado atractiva de acciones virtuales en las redes sociales. Esa desconfianza estaba siendo reforzada por el tratamiento benevolente que le daban el gobierno, el Estado y los medios de comunicación al movimiento. Por otro lado, no podíamos rechazar del todo algo que no tenía finitud ni unidad. Había que esperar. Donde otros vieron una muestra del poder común de los grupos de presión de los automóviles, analizamos los precios de los combustibles como una medida contra la lucha cotidiana de los proletarios. Teníamos indicios de que el movimiento de los chalecos amarillos era una brecha sobre una simple denuncia: aquí nos estamos muriendo. Desde la denuncia del impuesto, hemos pasado a las causas de la denuncia: la bajada de nuestras condiciones de vida. Y entonces llegó el 17 de noviembre.
Materialización: 17 de noviembre
Ese día, miles de personas dejaron sus teclados para juntarse en la calle. No hay ninguna duda de que numerosos militantes de la extrema derecha estaban ahí, en especial de Debout La France, pero en realidad la mayoría se ocultaban, pues sus soluciones al incremento de los precios del combustible sólo pueden parecer descabelladas. En los bares, los parques y los aparcamientos de los centros comerciales, los chalecos amarillos empezaron a juntarse. No para discutir su programa, sino para reflexionar sobre cómo iban a bloquear las carreteras. Este movimiento auto-organizado de “ciudadanos” ya era diferente estructuralmente al de la Nuit Debout. En la Nuit Debout, la gente estaba discutiendo. Los chalecos amarillos actúan. Bloquean. Más de 2.000 bloqueos y 280.000 personas sosteniéndolos, no es cualquier cosa, a pesar de lo que algunos comentaristas puedan decir (y todo eso sin el aparato del sindicato ni la ayuda de militantes profesionales). No estamos hablando de un desfile sindicalista, estamos hablando de acciones. Por supuesto que la benevolencia de la policía mejoraba muchísimo la eficacia de los bloqueos, y los chalecos amarillos sólo dejaron de aplaudir a la policía cuando les empezaron a golpear. Los lugares de los bloqueos se eligieron de forma meticulosa para paralizar al tránsito, para forzar a la población a elegir bando. En los lugares de los bloqueos, estaciones de peaje y centros comerciales, se montaron asambleas permanentes para decidir qué acciones llevar adelante para mantener el movimiento. No apareció ningún portavoz ni se formó ninguna centralización. En ese momento, el gobierno y los medios de comunicación cambiaron de actitudes con rapidez. La benevolencia se abandonó y se pasó a las amenazas. Las acciones de fascistas fueron muy mediatizadas. Se expusieron innumerables imágenes de “agitación” en diferentes puntos de bloqueo y se les exigió a los chalecos amarillos la responsabilidad necesaria. Pero en contraste con la junta directiva de la CGT (Confédération Général du Travail), nadie estuvo ahí para decir: “Sr. Philippe [primer ministro], esos no pertenecen al movimiento de los chalecos amarillos”. Si íbamos a los puntos de bloqueo, oíamos sistemáticamente una crítica que iba mucho más allá que la de los precios de combustible. Todo es demasiado caro cuando ganas 1.000 euros al mes. El movimiento de los chalecos amarillos no es homogéneo, hay muchas disparidades en las diferentes zonas, presencia de activistas de la extrema derecha y variedad en la composición social. Pero la determinación es indiscutible. Para incrementar sus fuerzas y el número de participantes, esperaron a los camioneros y los campesinos —sectores considerados legítimos por el gobierno— para unirse a ellos. Buscaron apoyo donde creían que lo encontrarían, mientras continuaban llamando a todo el mundo a unirse a los bloqueos.
Materialización: la continuación
Los bloqueos se mantenían en las autopistas, pero una fracción de los chalecos amarillos eligió asfixiar la economía en puntos más concretos. Los manifestantes bloquearon depósitos de petróleo, centros logísticos y almacenes de alimentos. Y con una eficacia formidable comparada con los reiterados fracasos de las protestas en contra de las primeras políticas antisociales de Macron. Se ordenó a la policía que intentara ganar tiempo, retrasando el conflicto al domingo y lunes siguientes, pero el anuncio de la patronal de los camioneros cambió la perspectiva del movimiento. Los patrones prometieron que no intervendrían en el movimiento de los chalecos amarillos. “Queremos a los camioneros, no a sus patrones.” El movimiento, frente a una alianza interclasista, se inclinaba cada vez más hacia las posiciones proletarias. Los chalecos amarillos buscaron la manera de conseguir que los camioneros se unieran al movimiento —con los camiones de los patrones— y estuvieran de acuerdo en utilizar los vehículos en los bloqueos. El sindicato de transporte, la FO (Force Ouvrière), convocó una huelga contra el descenso del poder adquisitivo. Al mismo tiempo, la CGT llamó a apoyar al movimiento el 1º de diciembre, pero sin convocar una huelga, y el sindicato mantuvo una cuidadosa distancia con el movimiento (a pesar de que algunas secciones locales de la CGT abrazaron el movimiento: St. Nazaire, Le Havre, Meuse). Las convocatorias a concentrarse en París el 24 de noviembre se multiplicaron y el gobierno entró en pánico: rápidamente reunieron a un 90 % de los CRS (unidades de antidisturbios) en la capital. Mientras tanto, los bloqueos todavía se mantenían con fuerza. La policía intervenía, detenían y molestaban todo lo que podían. Se aplicaron condenas. Pero la gente seguía acudiendo. El gobierno intentó crear división presentando representantes disuasorios del movimiento, pero no funcionó. Un autodenominado portavoz de los chalecos amarillos belgas incluso llamó “luchadores por la libertad” a las mismas personas que un periodista había descrito como maleantes. En la isla de La Reunión, donde los costos de subsistencia son aún más elevados, los bloqueos fueron seguidos de saqueos y de una redistribución a gran escala. El anuncio del gobierno de que no se impondría ningún impuesto sobre los combustibles durante los próximos tres años tuvo poco impacto sobre la movilización.
Una brecha se abre
Estamos sin duda en un momento álgido de la lucha de clases. Pero ya podemos vislumbrar indicios de recuperación aquí y allá: la centralización de la manifestación parisina, los llamados que apuntan a los centros de poder local, los desfiles frente al Elyssée o a bloquear los edificios del Estado. El movimiento intenta mantener la figura del ciudadano contra el Estado porque esa es la única forma considerada legítima. Es un paso atrás para un movimiento tan potente. Probablemente en los próximos tiempos veremos aparecer formas políticas contrarrevolucionarias y composiciones interclasistas, así como la incursión de la extrema derecha. Pero esto es una lacra de estos tiempos, y tiene ningún sentido contemplarlo mientras refunfuñamos. Como partisanos de la revolución, nuestro deber es combatir esas tendencias del ala derecha y proponer nuevas líneas de orientación para generalizar la lucha. Convertir este movimiento en uno en contra de los elevados costos de subsistencia. Y para eso no basta con simplemente juntarse a las filas de piqueteros en los bloqueos. La protesta social debe generalizarse a otras esferas de la vida cotidiana, con consignas políticas contra los costos de subsistencia y las condiciones degradantes del proletariado. Hay que buscar el apoyo de los estudiantes de secundaria y de la universidad, de los desempleados y los trabajadores, pero no por sus intereses inmediatos e individuales. Hay que extender el movimiento para luchar contra los costos de subsistencia, pero no solamente como “chaleco amarillo”. Las prácticas de la lucha son numerosas y sería un error limitarlas: ocupaciones, autoreducción, manifestaciones, bloqueos, transportes gratuitos, y siempre adelante hasta el salto final. La semana después del 24 de noviembre será decisiva para la extensión y radicalización del movimiento.
Entonces, ¿chalecos amarillos o no?
Fuente: https://www.19h17.info/2018/11/23/gilet-ou-gilet-pas-il-faut-de-lessence-pour-tout-cramer/
“Chalecos amarillos”, “comuneros”, “sans-culottes”, “va-nu-pieds”, “condenados de la tierra”…
¡Tras las denominaciones emergen nuestras luchas contra la miseria!
por “nosotros.proletarios”
Barricadas ardiendo en los Campos Elíseos, coches de lujo incendiados, tiendas de lujo saqueadas, “la avenida más bonita del mundo” ha ardido de nuestro deseo de vivir y dejar de sobrevivir. “La Ciudad de las Luces” estaba mucho más luminosa de lo que sus amos la habían visto nunca. Y desde hace tres semanas los fuegos de la revuelta arden también en otros sitios ―en Francia y también en Bélgica―, calentando nuestros corazones y nuestro ánimo.
¿¡No encontramos en ellos un remedio contra el agotamiento profesional, contra los bajones del otoño, contra el sentimiento de que nuestras vidas se pierden en el trabajo por un salario miserable o en la escuela para convertirse en otro parado, la sensación de que nunca viviremos nada más que esta miseria de vida bajo la dictadura del dinero!?
Veamos los puntos más importantes que han alentado nuestra esperanza de que todo esto no sea una fatalidad, de que es posible un cambio radical de la sociedad:
El movimiento se ha desarrollado fuera y, en cierta medida, también en contra de las estructuras tradicionales (partidos, sindicatos, medios…) de las que se ha dotado el capitalismo para hacer inofensiva toda crítica práctica.
Hasta ahora no se han hecho reivindicaciones “positivas”, no hay interlocutores, ni portavoces, ni negociadores, o al menos representan una ínfima minoría (¡y a veces no muy apreciada, incluso amenazada por los más radicales!) del movimiento. Incluso si los medios intentan encerrar a los manifestantes en el marco de la “lucha contra los impuestos”, la consigna universal es más bien la “lucha contra la pobreza en general” en toda su complejidad (bajos salarios, precios altos, perder la vida para ganársela, alienación, etc.) y por tanto, en definitiva, pone en cuestión el orden capitalista como tal.
El movimiento se organiza a nivel regional y supera las divisiones habituales de los sindicalistas según las ramas de la producción. Son los vecinos, los amigos o los compañeros de trabajo los que se encuentran en los piquetes o en las barricadas y lo que tienen en común no es un interés particular de tal o cual rama profesional, sino un hartazgo general de la miseria de nuestras vidas que es compartido implícitamente por toda la clase obrera. Por supuesto que hay intentos de restructuración del movimiento para que se inscriba en el marco de las estructuras capitalistas ―llamamientos a formular “reivindicaciones claras y positivas”, a hablar con las autoridades, a ser razonables… Pero hasta ahora no han tenido mucho éxito. Al contrario, el movimiento no tiene miedo de mostrar a los supuestos moderados que ni hablar, que no abandonarán su radicalidad y que no dejarán actuar a los que quieren dividir el movimiento en estos dos lados para destruirlo.
El movimiento, o una gran parte de él, es radical y por tanto violento, y lo asume como tal. No es sólo que los chalecos amarillos no tengan miedo de la confrontación con la policía, ni de romper escaparates, incendiar coches y mobiliario urbano y destruir cosas, que no tengan ningún respeto por la propiedad privada y organicen saqueos… sino que, más importante aún, también lo reivindican ―algunos de manera implícita, otros abiertamente―, lo cual hace difícil el uso de las tácticas habituales de la burguesía para dividir el movimiento en los “buenos manifestantes” y los “alborotadores”. No todo el mundo tiene ganas de participar en los disturbios, pero muchos los consideran como una expresión legítima del movimiento.
No sólo el movimiento no deja de llamar al resto de la clase obrera a sumársele e intenta extenderse y generalizarse (se están desarrollando protestas en el sector de los institutos), sino que igualmente aparecen cada vez más llamamientos a la confraternización con las fuerzas represivas. Ante los antidisturbios que se quejan de la dureza de su trabajo, hay personas que les responden que pueden simplemente bajar las armas y sumarse a los manifestantes. Hay también quien les invita a reflexionar quién es su verdadero enemigo, y quien llama a los soldados a desobedecer a sus amos si llegan a utilizarlos contra el movimiento.
Nada es sagrado para el movimiento. No hay símbolos, ni leyendas, ni identidades, ni ideologías que no puedan ser quemados y destruidos. El mejor ejemplo lo tuvimos el fin de semana pasado: el Arco del Triunfo, el símbolo de su república burguesa y de su omnipotencia guerrera, fue pintado con grafitis, su museo fue saqueado y había proletarios que bailaban de alegría en su tejado.
Estos son los puntos para desarrollar y superar en la lucha que está transcurriendo. Luchemos juntos para evitar toda recuperación del movimiento por los partidos políticos o los sindicatos. Luchemos juntos contra el marco de elecciones, reformas y reivindicaciones que algunos querrían imponernos.
¡Vayamos hasta las últimas consecuencias de nuestra crítica!
¡Organicémonos, hablemos, alimentemos juntos el fuego de la revuelta!
Estamos impacientes por ver y vivir lo que viene…
Fuente: https://nantes.indymedia.org/articles/43818
nosotros.proletarios@gmx.com
“Chalecos amarillos”: la lucha continúa
“Que la fuerza esté con nosotros”
por “nosotros.proletarios”
Desde lo que algunos llaman el acto IV, los aparatos centrales de represión del orden burgués y del Estado capitalista han tomado verdaderamente conciencia de las dimensiones del movimiento social que se está desarrollando ante nuestros ojos. Ese día (el 8 de diciembre) hicieron fuerza y pretendieron no dejar desarrollarse los “excesos” del fin de semana precedente: 89.000 policías, antidisturbios desplegados por toda Francia, de los cuales 10.000 en París, dividiendo en zonas las principales ciudades del país, detenciones masivas y preventivas, tanques para romper las barricadas, lanzamientos horizontales de miles de granadas, “granadas de desencercamiento”[4], “granadas aturdidoras”, “granadas GLI-F4” (presentadas como un “arma no letal” que contiene una carga explosiva de 25 g de TNT)…
Frente a este impresionante arsenal, los “chalecos amarillos”, o al menos los más radicales, no se han amilanado y han reaccionado con fuerza y determinación. A ellos se suman otras franjas y sectores de la población que se enfurecen y se dejan llevar por el llamamiento de aire fresco que constituye este saludable movimiento, este proceso de lucha, esta dinámica de rechazo de la pobreza y de la miseria, en definitiva, aquellos que “los poderosos” de este mundo han llamado siempre con desdén “el populacho”, “la plebe”, “la chusma”, “la gentuza”… Y esta vez no es sólo París la que ha ardido, sino que la rabia se ha extendido como un hilo de pólvora a Burdeos, Toulouse, Lyon, Marsella, Saint-Etienne…: barricadas y coches ardiendo, enfrentamientos directos muy violentos con las milicias del orden capitalista, saqueos de tiendas de lujo y por tanto reapropiación de una pequeña parte de la riqueza social producida por nuestra clase, por nosotros los proletarios, sólo un minúsculo e ínfimo momento del proceso general de expropiación de los expropiadores, de negación de la propiedad privada de los capitalistas que el movimiento de la revolución social deberá asumir en las próximas y futuras confrontaciones…
Más que nunca, tenemos razón al rechazar la miseria, la deshumanización y la guerra permanente que son nuestro pan de cada día. Tenemos razón al enfrentarnos a todas las fuerzas coaligadas de la dictadura social del capitalismo (gobierno, policía, milicias, ejército, partidos políticos, sindicatos, iglesias, medios de comunicación a las órdenes, asociaciones de caridad, etc.) que sólo buscan una cosa: obligarnos a ponernos en fila y someternos, ya sea con la fuerza brutal de la policía y el ejército, ya con la disuasión, el debate, la negociación, la desinformación…
Tenemos mil veces razón al querer recuperar el control sobre nuestras vidas y nuestras luchas. Seguimos rechazando todo “representante” que no se representará más que a sí mismo y a los intereses políticos y económicos de su clase, de su banda de gánsteres. Todos nuestros enemigos de clase nos llaman a “estructurarnos”, a “organizarnos”, a “formular reivindicaciones”, a “negociar”, etc. Nosotros les escupimos a la cara nuestro desprecio: nuestra espontaneidad y nuestro movimiento los vamos a organizar a nuestra manera…
Más que nunca, tenemos razón al negarnos a negociar con nuestros amos, con nuestros explotadores, con nuestros opresores, con los dominantes, porque nosotros los proletarios no tenemos NADA que negociar, so pena de perdernos en el torbellino de la renuncia: no tenemos nada que perder salvo nuestras cadenas (¡un poco doradas, es verdad, según se pretende en los distinguidos salones de la burguesía!) y tenemos todo un mundo (nuevo) por ganar. Estamos hartos de sobrevivir, ¡queremos VIVIR! ¿Negociar? ¡Eso ya es morir un poco! Entonces sigamos sujetando firmemente el timón de nuestra radicalidad, ya que la historia pasada y por venir, las generaciones de ayer y de mañana nos observan y cuentan con nosotros para que la humanidad triunfe por fin sobre lo sórdido…
Y frente a los perros guardianes de “los pudientes”, “los ricos”, “los hedonistas”, frente a sus milicias armadas hasta los dientes, frente a sus medios de comunicación y sus pacificadores, sigamos oponiendo nuestra rabia y nuestra determinación, y obliguémosles a romper filas. Que deserten los que no quieran seguir siendo unos cabrones. No queremos que nos salga sangre, simplemente queremos el fin de los privilegios…
Tenemos mil veces razón al seguir radicalizándonos, al sacudir su mundo hecho de riquezas para ellos (riquezas que nosotros los proletarios producimos) y de miseria, de “bajos salarios” y “fines de mes” difíciles para nosotros, los “desdentados”[5]…
Sigamos rechazando las migajas “generosamente” concedidas por Macron y su banda (remedios milagrosos[6]), al igual que nos hemos negado a dejarnos estafar por la instrumentalización del “atentado de Estrasburgo” y todos los llamamientos a no manifestarse. Sigamos resistiendo a las expulsiones por la fuerza policial y militar de nuestros piquetes: rotondas, centros comerciales…
Todos los días vemos esta evidencia: la violencia es el capitalismo y su Estado, nosotros sólo nos defendemos. Es la sociedad capitalista, en la que “los ricos” aplastan a “los pobres”, una sociedad que es brutal en su totalidad, que rompe y hace pedazos nuestras vidas. Nosotros sólo reaccionamos con una sana y vigorosa violencia que expresa nuestra humanidad. Por eso coraje, compañeros, amigos, hermanos y hermanas de lucha: echemos abajo las fortalezas de nuestros amos…
Entre los “chalecos amarillos”, muchos ansían la dimisión de Macron e incluso si comprendemos la rabia de clase que este payaso puede catalizar en el movimiento, eso no sólo no basta, sino que además constituye una falsa alternativa, una distracción con la que cuenta “el poder” para neutralizar nuestras energías. El problema es que si Macron dimite (o aún mejor, si con nuestra lucha le dimitimos) justo después la clase dirigente, la burguesía nacional e internacional, le encontrará inmediatamente un sucesor más “limpio”, más “honesto”, más “cercano” a nuestras preocupaciones, a nosotros “los pueblerinos”, la “escoria de la humanidad”, “los hambrientos”, “los condenados de la tierra”, nosotros los proletarios que sólo tenemos nuestros brazos y nuestra cabeza para vender cada día al jefe, que no nos queda otra que ir cada día a sufrir por un salario miserable. El verdadero problema es toda esta sociedad capitalista que hay que arruinar para que podamos instaurar por fin relaciones verdaderamente humanas, ya no más dominantes ni dominados, opresores y oprimidos, explotadores y explotados…
Entre los “chalecos amarillos” muchos llaman aún a la legalidad (RIC, etc.). Digamos simplemente lo siguiente: el “derecho” burgués sólo es la codificación jurídica de las relaciones de producción, de las relaciones de dominación de una clase social (la burguesía, los propietarios de los medios de producción de la vida o, mejor dicho aún, la clase de los capitalistas) contra otra clase social (nosotros los desposeídos de los medios de existencia). Este derecho burgués no es a fin de cuentas más que el ejercicio salvaje de su violencia de clase bajo el pretexto de la participación más o menos pasiva de los dominados en su propia dominación. Pero esto se rompe cada vez más por todas partes y el movimiento de los “chalecos amarillos” sólo es una de las expresiones de ese proceso salvador y regenerador…
¡Vayamos hasta las últimas consecuencias de nuestra crítica!
¡Organicémonos, hablemos, alimentemos juntos el fuego de la revuelta!
Amigo, ¿¡escuchas a lo lejos la revolución que resuena!?
“Merry CRISIS and Happy New FEAR” (Atenas, 2008)
Fuente: https://paris-luttes.info/gilets-jaunes-la-lutte-continue-11463
nosotros.proletarios@gmx.com
JAUNE – Le Journal Pour Gagner
[Amarillo. El periódico para ganar]
El periódico
“Amarillo” es un estado mental. El de la determinación. Después de dos meses de lucha, sentimos la necesidad de presentar claramente las posiciones de victoria dentro de un movimiento que no carece de vendedores ambulantes de todo tipo para ofrecernos las soluciones para la derrota, con la llave en la mano. Estas personas tienen fuerza, tienen dinero, tienen medios de propaganda, y a veces nos vemos seducidos por su espejismo, a menudo asfixiados por sus propuestas. En varias ciudades de Francia nos encontramos con este hecho y es a partir del intercambio de experiencias que se lanzó el periódico. Queríamos dar vida a las posiciones de victoria, asumirlas y permitir que se discutan. Además de la revista en papel, cuya publicación depende de nuestras ―lógicamente― escasas capacidades financieras, hemos creado una revista en línea jaune.noblogs.org en la que publicaremos varias contribuciones que van en la dirección de ampliar y profundizar el movimiento. Las publicaremos en la próxima edición. Para enviarnos sus impresiones, historias, análisis, apoyarnos financieramente, encargar periódicos, puedes escribirnos a lisezjaune@riseup.net
https://jaune.noblogs.org/
Luchamos por todos
por “Amarillo. El periódico para ganar”
“Pero ¿cuáles son sus demandas?” Es lo primero que siempre nos escupen en la cara los medios de comunicación y la gente hostil al movimiento. Con esta fastidiosa pregunta no nos piden que les digamos cómo nos encontramos en la calle, sino cómo podríamos marcharnos de ella. Y por eso estamos en tantos problemas. No queremos dejar las calles que recuperamos, las rotondas que adornamos y la fuerza colectiva que encontramos. Sabemos que nuestra situación no mejorará con unas cuantas migajas, lo que hace que las cosas sean completamente incontrolables para cualquier poder. Además, tenemos este maravilloso reflejo de negarse a ser representados, lo que significa que no tienen una cabeza que comprar o cortar para dañar el movimiento. Nos dicen: “están pidiendo demasiado”. Frente a la acusación de amateurismo político, podríamos simplemente mandarles a la mierda. La negociación mata y los políticos son nuestros sepultureros.
¿Quién quiere perder?
Pero al interior del movimiento no todo el mundo está de acuerdo con esto. Porque tal vez no todos estamos en la misma situación de sufrimiento. Nosotros, los trabajadores, los desempleados, los pensionistas, vivimos de los salarios (incluido el volumen de negocios de los empresarios autónomos) y de las ayudas del Estado. Este salario y estas ayudas las obtenemos vendiendo nuestra mano de obra a un patrón. Y así es como consigue ganar dinero, así es como funciona la economía, a nuestras expensas. Podemos entender los llamados a la unidad dentro de los chalecos amarillos. Pero cuando esta unidad significa caminar con los que nos explotan a diario y con sus representantes políticos, ya no es unidad, es domesticación. En realidad, nuestros intereses son irreconciliables y esto también se expresa a nivel de las demandas. Si hay una reconciliación superficial tal como está, simplemente significará que hemos perdido, que hemos vuelto a la rutina y que ellos han obtenido tratos preferenciales y han restringido la entrada en la competencia económica mundial al empeorar la situación de algunos de nosotros. Es esta facción del movimiento de la que provienen la mayoría de los políticos. Basta con mirar a grupos como los “Gilets Jaunes Libres” o “La France en Colère”. Estas son las plataformas que regularmente presentan las llamadas demandas oficiales, en las que abundan los intentos de presión de los partidos políticos tradicionales.
42 demandas para restaurar el orden
Mencionemos la primera lista de demandas de los Chalecos Amarillos: es una obra de arte abstracto, un mosaico de intereses. Se pide de todo, desde jubilarse a los 60 años hasta aumentar los recursos para la policía y promover el pequeño comercio. ¡Y un salario mínimo de 1.300 euros y trabajos para los desempleados, Grandes Señores!
Pero esta lista es también una clara expresión de una tenencia nacionalista, con cuatro medidas contra los extranjeros, lejos de nuestros problemas y mucho más lejos de su solución. Hay que ser corto para creer que los problemas en Francia vienen de fuera. Que salir de Europa nos permitiría vivir bien o que la caza de sin papeles hará subir nuestro salario. Es precisamente lo contrario lo que ocurriría. Se nos dice: hay que cerrar las fronteras y todo irá mejor. Miren Estados Unidos, Brasil, Hungría, Birmania o Israel: por todas partes las diferentes potencias están tratando de promover la guerra entre los pobres para evitar la guerra contra los ricos, mientras que ellos continúan conscientemente su guerra contra nosotros. Los fachas sólo quieren hacerse un lugar más grande en la mesa de los explotadores haciéndose el Trump. Y no tenemos absolutamente ninguna razón para ayudarles.
En realidad, a nadie le importa esta lista de demandas. Sólo los políticos pueden esperar sacar algo de ello, y por supuesto los medios de comunicación y el gobierno, que no perderán la oportunidad de hacernos parecer matones de extrema derecha. Pero, como cuando se llama a alguien con un nombre que no es el suyo propio, no prestamos atención.
¡RICuperación!
Algunos políticos se han ido, sobre todo de la extrema derecha tradicional, como Marine Le Pen, pero otra iniciativa, apoyada por muchas organizaciones políticas que van de la extrema izquierda a la extrema derecha, iba a darnos mucha guerra: el RIC [Referéndum de Iniciativa Ciudadana] en nombre del pueblo y de la democracia. Como ya se ha dicho, nuestro sistema político se basa en una ilusión, la de la ausencia de desigualdad social y económica. Se nos habla de naciones, de ciudadanos libres e iguales en un mundo donde la única regla real es la de la explotación de una clase por otra. Es la propaganda burguesa la que nos hace creer que antes de ser proletarios, somos ciudadanos; que la vida de las ideas está antes que la de las condiciones materiales. Pero la República no llena el refrigerador. Y el RIC ha aprovechado esta ilusión. Hay que decir que, a primera vista, la propuesta era atractiva. Se nos decía que, con esto, finalmente podríamos ser escuchados directamente, que podríamos recuperar el poder sobre nuestras vidas. Nosotros decidiríamos todo. ¡E además sin luchar, sin arriesgar la vida en las rotondas y en las manifestaciones, con sólo votar, en los ordenadores de nuestros salones, usando pantuflas cerca de una acogedora chimenea crepitante! Pero en el comercio, cuando tienes un producto para vender, mientes: “Sí, una vez que tengamos el RIC, podremos conseguirlo todo”. Eso es falso. Para empezar, ¡pedirle a la burguesía su opinión para saber si están de acuerdo en aumentar nuestros salarios!, ¡es el colmo! Un voto en contra de los intereses de los capitalistas, por ejemplo, el aumento del salario mínimo por hora sería simplemente rechazado. Recordemos el referéndum de 2005. Y esto sin mencionar la intensa propaganda que sufriríamos si votáramos en contra, solos frente a nuestras pantallas.
Macron dimisión
Porque esa es la fuerza de los chalecos amarillos: que no estamos solos. Hemos escapado del individualismo en el que el orden social nos encierra, especialmente en la cabina del voto. La realidad es que, en dos meses de lucha, el gobierno nunca nos ha dado tanto sin que se le pida nada. Y los vasos de agua que usaba para apagar el fuego no han cambiado nada. El debate nacional del presidente es como una lección moralista. Ahora Macron toma la decisión de tirar aceite. Estamos listos.
Para contrarrestar el RIC, algunos de nosotros han dicho: no es necesario que gane el RIC, simplemente queremos que Macron dimita. Esta exigencia tiene la buena idea de rendirle homenaje a nuestra acción, de reorientar el debate sobre nuestra fuerza colectiva. En efecto, es la calle la que hará que Macron se vaya, no las urnas. Pero, justo después de decir eso, todos se preguntan: ¿quién lo reemplazará? Ahí es precisamente donde reside el problema. Macron, por arrogante que sea, es reemplazable y su sucesor hará exactamente lo mismo para defender el negocio. Claramente hay que tirar el grano con la paja. Las instituciones existentes están ahí para defender la lógica del dinero y la explotación.
Hacia el infinito y más allá
Para continuar, debemos fortalecer el movimiento, extenderlo de acuerdo con nuestros principios de solidaridad y profundizarlo para que nuestra lógica común, la de rechazar las condiciones de vida actuales, trastorne realmente este mundo. No hay necesidad de tener un plan para eso. A menudo las primeras medidas se toman por instinto, como se ha demostrado en los últimos dos meses. Tendremos que asumir el conflicto con todo lo que se interponga en nuestro camino. Si el trabajo nos impide luchar, respondemos con una huelga. Si la represión trata de aterrorizarnos, nos organizamos para que ninguno de nosotros caiga en sus garras. Si comienza a faltar el dinero, creamos redes de solidaridad con los agricultores. Si ya no conseguimos pagar el alquiler y las facturas, pues no las pagamos. Si nos cortan electricidad, los chalecos amarillos que trabajan en EDF [compañía francesa de electricidad] la vuelven a conectar. Si tenemos hambre, tomamos los productos de las tiendas y organizamos grandes distribuciones gratuitas para todos. Estos son algunos ejemplos entre muchos otros, pero todos se dirigen hacia un único objetivo: convertir nuestro movimiento en un punto de encuentro al que todos puedan aferrarse para encontrar la fuerza, la ayuda mutua y la forma de vivir a pesar de la crisis, en total contraste con nuestra vida cotidiana de sufrimiento. Los chalecos amarillos transformarán este mundo. Nadie puede anticipar esta transformación. Esto es lo que se llama una Revolución.
Fuente: https://jaune.noblogs.org/post/2019/01/06/on-se-bat-pour-tout-le-monde/
Editorial de Jaune, N°1:
Ganar. Esto puede parecer ambicioso para aquellos que no han participado en el movimiento de los Chalecos Amarillos. Los coches funcionan con la gasolina, nosotros con la ambición. Desde el 17 de noviembre, cientos de miles de nosotros hemos pasado a la acción. Nos reunimos en rotondas, nos organizamos para bloquear la economía y nos defendemos juntos contra la policía en las manifestaciones. No habíamos visto tal determinación entre los “donnadies” desde hacía años. Y no pretendemos detenernos ahí. Por eso estamos publicando este diario. Para continuar la lucha. Y sobre todo, para ganar. ¿Pero ganar qué? O mejor dicho, ¿hasta dónde? Nadie es capaz de responder, pero hemos decidido no frenar nuestras ambiciones. Queremos ampliar y profundizar el movimiento, contra una vida demasiado cara para ser vivida. Que se convierta en parte de la vida diaria de todas las personas que sufren en este país. Que se extienda más allá de las fronteras de Francia, sin ninguna moderación, como ya ocurre en Bélgica, Alemania, España, Irak, Sudán, etc.
Para ello, el movimiento no necesita un liderazgo. Por el contrario, lo que los políticos llaman “orientación”, ya sea nacionalista, confusionista, ciudadana o racista, es una forma de canalizar la revuelta, de aplastar a algunos antes de aplastar a todos, para que la burguesía siga llenándose los bolsillos. En este diario, estamos tratando de averiguar cómo podemos hacer que este movimiento sea menos controlable y más fuerte de lo que ya es. ¿Cómo desarrollamos la solidaridad con todos los proletarios, sin excepción, para enfrentarnos a esta vida miserable? En este documento se discute sobre las estrategias de lucha, como huelgas o bloqueos, pero también sobre las maniobras enemigas, en particular sobre la represión que nos golpea y la respuesta práctica que debemos dar para no dejar a nadie en la estacada.
Vemos a la prensa, a la clase política y a los patrones desgañitarse para dividir al movimiento. Gritan “casseurs”[7], “violencia” y “terroristas”. De eso es de lo único que hablan para disuadirnos de luchar, y una de las cosas buenas es el hecho de que su truco no funciona. Sin embargo, tenemos que decir que lo que hemos estado pasando durante los últimos dos meses no ha sido como un paseo por el parque. El compromiso es exigente, los buitres están al acecho, nuestras dificultades de fin de mes siguen ahí y el horizonte que se nos promete parece una película apocalíptica. Rechazamos ese futuro y por eso estamos jugando con los medios para ponerle fin. Algunas se presentan en las siguientes páginas. Jaune, el periódico para ganar.
El llamamiento de los “chalecos amarillos” del Este de París
por “gilets-jaunes-revolutionnaires”
Nuestros chalecos ya no son trajes de seguridad vial, sino que se han convertido en una señal de unión para aquellos que desafían globalmente el orden establecido. Si parpadean, no es para alertar a las autoridades sobre alguna emergencia o malestar social. No los usamos para exigirle algo al Poder. El amarillo de nuestros chalecos no es el amarillo que el movimiento obrero suele atribuir a la traición. El color de esta prenda es el de la lava de la ira que el volcán de la revolución social, inactivo durante demasiado tiempo, está empezando a escupir de nuevo. Es amarillo sólo porque abraza al rojo.
Bajo este nombre de “chalecos amarillos”, un titán apenas se despierta, todavía aturdido del coma en el que estuvo sumergido durante más de cuarenta años. Este coloso ya no sabe su nombre, ya no recuerda su gloriosa historia, y ya no conoce el mundo donde está abriendo sus ojos. Sin embargo, a medida que se reactiva, descubre la magnitud de su propio poder. Las palabras le susurran falsos amigos, carceleros de sus sueños. Las repite: ¡“francés”, “gente” y “ciudadano”! Pero al pronunciarlas, las imágenes que regresan confusamente de las profundidades de su memoria siembran una duda en su mente. Estas palabras se han utilizado en las alcantarillas de la miseria, en las barricadas, en los campos de batalla, durante las huelgas, en las cárceles. Porque están en el lenguaje de un adversario formidable, el enemigo de la humanidad que, desde hace dos siglos, maneja con maestría el miedo, la fuerza y la propaganda. ¡Este parásito mortal, este vampiro social, es el capitalismo!
No somos la “comunidad de destino”, orgullosa de su “identidad”, llena de mitos nacionales, que no ha podido resistir la historia social. No somos franceses.
No somos esta masa de “gente humilde” dispuesta a cerrar filas con sus amos mientras estén “bien gobernados”. No somos el pueblo.
No somos este conjunto de individuos que deben su existencia sólo al reconocimiento del Estado y a su perpetuación. No somos ciudadanos.
Somos nosotros los que estamos obligados a vender nuestra mano de obra para sobrevivir, aquellos de los que la burguesía obtiene la mayor parte de sus beneficios dominándolos y explotándolos. Somos nosotros los que somos pisoteados, sacrificados y condenados por el capital, en su estrategia de supervivencia. Somos esta fuerza colectiva que abolirá todas las clases sociales. Somos el proletariado.
Conscientes de nuestros intereses históricos, lo advertimos:
El movimiento de los chalecos amarillos será derrotado si se empeña en creer que los intereses de los trabajadores son compatibles con los de la patronal. Esta ilusión ya está haciendo daño, porque Macron la está usando para voltear la protesta contra los explotados. Los pobres capitalistas ―presentados oportunamente como capitalistas pobres: pequeños empresarios, artesanos y otros empresarios autónomos― víctimas de las “cargas” sociales, sufrirán la misma suerte que sus empleados. Por lo tanto, se les debe evitar en general y limitarse a pedir limosna al más grande de ellos. Esto permite que el Poder nos insulte mientras finge responder a las demandas. El supuesto aumento del salario mínimo sólo será pagado por los empleados. La cancelación del aumento de la CSG [“Contribución social generalizada”] oculta la continua reducción de las pensiones de jubilación para los más pobres.
Basándose en este enfoque sesgado, una fracción de chalecos amarillos argumenta que un Estado que gaste menos reduciría la carga fiscal de las empresas, impulsando la actividad económica y proporcionando una situación en la que todos salgan ganando… Eso es un mal cuento de hadas. Porque no es el Estado el que ahoga a los pequeños capitalistas, sino ante todo la ley de la competencia la que los hace existir y gracias a la cual pueden hacerse con una cuota de mercado, es decir, desarrollarse. El problema social es, por tanto, presentado erróneamente por el movimiento, de modo que en lugar del sistema capitalista se ataca el “Estado mal gobernado”, y como resultado se consolida el programa del gobierno para desmantelar el “Estado de bienestar social” en nombre de la “optimización de la acción pública”. Irónicamente, las políticas de depredación social de eliminar la redistribución de los ricos a los pobres, llevada a cabo hasta ahora a través de la seguridad social y los servicios públicos, se ven reforzadas. Del mismo modo se justifican las medidas destinadas a reducir el salario global mediante la reducción de los salarios diferidos (jubilación, prestaciones de desempleo, etc.). Les damos el palo para que nos golpeen.
En este contexto, que pone énfasis en el equilibrio económico mientras esté bien gestionado, lo que está mal en la economía viene sólo del exterior: el Estado fiscal, la Unión Europea, las “finanzas” “cosmopolitas” (y detrás de eso, a veces se hace referencia a los “judíos” y a los “illuminati”), los inmigrantes. La incomprensión o la negativa a admitir esta verdad evidente de que el capitalismo (como sistema que produce riqueza a partir de la explotación del trabajo humano) está en crisis, deja un amplio espacio para las formas reaccionarias de salvaguardar el orden imperante. Diez años de activismo de extrema derecha en internet han pesan mucho sobre este estado suicida de confusión en el que muchos chalecos amarillos creen que pueden ver una solución a su sufrimiento.
Entre estas “soluciones”, el Referéndum de la Iniciativa Ciudadana, promovido durante mucho tiempo por los “fachosphère”[8] y que acabó reuniendo a los seguidores de Mélenchon, es un engaño que permite asfixiar la cuestión social en el guiso institucional. Este arreglo democrático no resolvería nada, incluso si se adoptara. Sólo estiraría la goma elástica electoral manteniendo la relación entre las clases sociales (sus condiciones y sus intereses) con un fortalecimiento adicional del reformismo jurídico, ese pariente pobre del ya ilusorio reformismo económico. Sería equivalente a un apoyo más directo a la esclavitud ordinaria.
Conscientes de nuestras tareas, constatamos que:
El movimiento de los chalecos amarillos termina en las puertas del lugar de trabajo, es decir, donde comienza el régimen totalitario de los empleadores. Este fenómeno es el resultado de varios factores. Recordemos a tres de ellos: 1) La atomización de la producción, que hace que un gran número de empleados trabajen en empresas (muy) pequeñas donde la cercanía con el empleador dificulta mucho la huelga. 2) La inseguridad social de una gran parte de los empleados, lo que deteriora seriamente su capacidad para hacer frente a los conflictos en el lugar de trabajo. 3) La exclusión y el desempleo, que sacan a muchos proletarios de la producción. Una gran proporción de chalecos amarillos se ven directamente afectados por al menos una de estas tres determinaciones.
El otro componente de los asalariados, el que trabaja en las grandes corporaciones y tiene mejor seguridad laboral (contratos permanentes y estatuto del trabajador), parece estar protegido por una coraza sobre la que la poderosa fuerza del movimiento se rompe como la ola en la roca. A este segmento de la población trabajadora se le reserva un trato especial, que consiste en la eficacia de la gestión empresarial y la vergonzosa colaboración sindical. La burguesía ha entendido que esta categoría de trabajadores tiene el poder de hacer huelga en el corazón mismo de la producción capitalista, a través de la huelga general indefinida. Por ello, consolida la pacificación con la entrega de piruletas en forma de “primas excepcionales de fin de año”.
Conscientes de nuestro objetivo, afirmamos:
Reconocernos en los llamados de los chalecos amarillos de Alès, Commercy y Saint Nazaire, cuya preocupación por rechazar cualquier organización jerárquica, cualquier representación, y por apuntar a los capitalistas, es para nosotros la señal del camino a seguir.
Querer romper los grilletes ideológicos, gerenciales y sindicales manteniendo el movimiento de los chalecos amarillos fuera del proceso de producción. Debemos utilizar la fuerza extraordinaria y llena de determinación que ha desarrollado este movimiento para conseguir lo que millones de explotados han querido durante tantos años, sin haberlo conseguido nunca: paralizar la producción desde dentro, decidir sobre las huelgas y su coordinación en asambleas generales, unir a todas las categorías de trabajadores, con el mismo objetivo de derrocar el sistema capitalista y reapropiarse del aparato productivo. Acabemos con la opresión jerárquica, capitalista y estatal.
Querer debatir desde ya sobre la huelga, sobre su inicio, su extensión y coordinación ¡Contáctennos, únanse a nosotros!
Fuente: https://paris-luttes.info/appel-de-gilets-jaunes-de-l-est-11521
gilets-jaunes-revolutionnaires@protonmail.com
[1] La prime d’activité es un subsidio que proporciona el Estado francés para complementar los salarios más bajos, de tal manera que haya un aliciente para seguir en la “vida activa” y no aprovechar otros subsidios como la renta mínima de inserción para no trabajar [N. de T.]
[2] El 11 de diciembre de 2018 un atentado terrorista islámico se llevó la vida de cinco personas en el mercado navideño de Estrasburgo [N. de T.]
[3] El Referéndum de Iniciativa Ciudadana, que tiene como referente el modelo sueco, es una de las reivindicaciones más sonadas que ha ganado peso a medida que se ha desarrollado el movimiento [N. de T.]
[4] Las grenades de désencerclement, llamadas en inglés sting-ball grenades, es un dispositivo antidisturbios consistente en una granada de mano que dispersa caucho duro a modo de metralla para deshacer los “cercos” o concentraciones de manifestantes. No hemos encontrado una traducción exacta al español [N. de T.]
[5] En francés, la expresión sans-dents o “desdentado” se utiliza para referirse peyorativamente a los pobres. Tomó relevancia en 2014 con las luchas contra el gobierno socialista de Hollande, las cuales retomaron el término que, según su compañera sentimental, Hollande utilizaba para describir a los proletarios de Francia [N. de T.]
[6] La expresión poudre de perlimpinpin se refiere a un remedio milagroso que pretende curar todo y es un puro engaño. Fue utilizada por Macron contra Le Pen en un debate televisivo y convirtió al primero en el hazmerreír de las redes sociales, ya que se trata de una expresión muy arcaica que nadie utiliza [N. de T.]
[7] El término casseur en francés, literalmente “rompedor”, se refiere a los integrantes del black block que destrozan los escaparates y las vidrieras de bancos, tiendas de lujo, restaurantes de comida basura, etc. en el curso de la manifestación [N. de T.]
[8] Grupos de influencia de la extrema derecha, en su mayoría en Internet y en las redes sociales [N. de T.]