Los recientes comicios en los Estados Unidos presentaron una caracterización específica. Primero, una ingente participación, a contrapelo de la abstención tradicional del electorado de ese país. Segundo, una marcada polarización en torno a los dos candidatos de los partidos tradicionales, con estilo diferente pero la misma esencia. Tercero, la votación del ganador se debió a un voto de protesta contra Donald Trump, más allá de su esfuerzo con escaso carisma y pésima imagen. Este último candidato, a pesar de caer derrotado, tuvo una votación estimable que trascendía los sesenta millones. Cuarto, el liderazgo fue el reflejo de la crisis en este renglón en el norte. Dos abanderados sin ningún peso específico. Quinto, el contenido de la discusión fue escaso y abundaron los denuestos promovidos por el republicano. Sexto, el empresario proveniente del espectáculo expresó un discurso soez, superficial y provocador. La moderación y el equilibrio brillaron por su ausencia.
Significadode la votación por Trump
Los votos recibidos por Donald Trump, a pesar de perder la elección, no son nada despreciables porque perdió por cinco millones de votos populares [pese a incrementar sus votos respecto a la elección anterior] que en un país con alta población es reducido más allá del perverso mecanismo electoral diseñado desde hace siglos y que puede enervar a las grandes mayorías, pues a fin de cuentas no se requiere obtener la voluntad popular sino un dispositivo del birlibirloque.
En primer término, se encuentran los conservadores tradicionales con una óptica anclada en la guerra fría. Creen en los valores convencionales e históricos de los Estados Unidos como nación coherente contenida de unos principios inalterables.
En segundo lugar, quienes lo hicieron por el empresario por su anticomunismo diáfano, entendiéndolo como un dique de contención del socialismo representado por los demócratas. Creen en Biden como un estalinista camuflageado es una apreciación fuera de la realidad. Él representa el ala conservadora de su partido. Diferente sería si el candidato fuera Berni Sanders o la Ocasio.
Tercero, los militantes de la extrema derecha agresivos con bandas armadas y capaces de materializar una confrontación. Son gente de acción de poco pensar que solo creen en arrasar al adversario. Son adoradores de los valores fascistas y poco les importa tolerar a quienes los adversan porque los consideran enemigos.
Cuarto, los creyentes en teorías conspirativas que aprecian en pequeños sanedrines la esencia del accionar político. Pueden creer que detrás de todos los conflictos se encuentra el hombre de negocios George Soros, Bill y Melinda Gates, Zuckemberg o cualquier dueño de las industrias tecnológicas.
Quinto, los racistas xenófobos que aún aceptan el concepto de razas desechado hace mucho tiempo por la antropología. Valoran a los blancos como superiores a los afroamericanos y actúan en consecuencia. Ponen en duda los miembros de esa etnia asesinados por una institución policial que violenta los derechos humanos. Aún sostienen a los Wasp (White Anglo Saxon, Protestant), como la verdadera sustancia del americano ideal.
Como se aprecia, se trata de un elenco de razones para haber votado por el amigo del pedófilo Jeffrey Epstein, algunas revistiendo un carácter fanático y violento, aupados desde el discurso irresponsable proferido por el presidente saliente. Es la exclusión social practicada por los Padres fundadores a partir de la creación de la unión de las trece colonias para fundar a los Estados Unidos de América. Exterminaron a los aborígenes, cometieron un ingente ecocidio al asesinar millones de búfalo, sometieron a la esclavitud a los africanos llevados a esa nación con tal fin y le robaron a México más de la mitad de su territorio en una guerra imperial y totalmente desigual.
El peligro de una sociedad fraccionada y supremacista
A tantos años del término de la Guerra de Secesión (1865) y múltiples luchas de los movimientos por los derechos civiles, marcadas por los asesinatos de Martin Luther King y Malcom X, las prácticas sociales americana está impregnada de odio, separación, crueldad, desigualdad, supremacismo y otras variantes de exclusión social. De allí el apoyo de la población a aventureros como el actual ocupante de la Casa Blanca.
El país más poderoso del mundo ni siquiera tiene resuelto estos mecanismos democráticos para ofrecer igualdad de oportunidades a su propia gente. Al contrario, los estigmatiza, reprime y aísla en una muestra de intolerancia nítida y ha encontrado en un líder reaccionario una postura recalcitrantecapaz de insuflar las pasiones más degeneradas y los núcleos torvos de la subjetividad social americana.
Afortunadamente existen Estados (California, Oregón, Washington, Illinois), con conquistas sociales avanzadas contrarias al vociferante reaccionario ocupante de la presidencia. Igualmente, frente a las bandas fanatizadas y prestas a la violencia que respaldan a semejante personaje, han irrumpido iniciativas como Black LivedMatter y Antifa con capacidad de movilización social para contrarrestar a los fascistas. Ojala se imponga la cordura y el equilibrio ante esta amenaza terrible traducida en el racismo y la xenofobia.