La crisis llegó a Caracas

Los caraqueños, que hasta la llegada del Coronavirus, habían sido unos privilegiados, hoy saben por experiencia propia que viven en un país en crisis.

En el año 2014 ocurrió un ciclo de protestas en Venezuela, entre los meses de febrero a septiembre, que finalizaron con un lamentable saldo de 43 personas asesinadas. Para los estudiosos de la acción colectiva una de las novedades de aquellas manifestaciones fue, en un país de tradición centralista, el carácter descentralizado del movimiento. Cualitativa y cuantitativamente las concentraciones en el resto del país fueron tan importantes como las de Caracas. Y si en la capital la principal consiga era “Maduro vete ya”, en las ciudades y pueblos del interior las exigencias sociales tenían tanta importancia como las demandas de cambio político. ¿La razón? La crisis de servicios públicos y escasez de alimentos que, cruzando los límites del área metropolitana del distrito capital, venía sintiéndose con fuerza en los últimos meses.

Mientras el resto del país sufría constantes apagones del servicio eléctrico, falta de gas doméstico y escasez de agua en los hogares, Caracas era privilegiada. Tanto por razones estratégicas como propagandísticas, Nicolás Maduro se aseguraba que nada les faltara a los caraqueños. Mientras la interrupción por varias horas del servicio de transporte subterráneo, el Metro de Caracas, generaba titulares en medios nacionales e internacionales, no había quien escribiera sobre los apagones de varios días en ciudades como Maracaibo, Mérida o Barquisimeto. Generar o impedir acontecimientos en el centro neurálgico del poder en Venezuela ha sido tan efectivo que, en febrero de 2019, cuando los venezolanos de todo el país volvían a protestar luego que 50 países reconocieran a Juan Guaidó como presidente encargado del país, a Nicolás Maduro sólo le bastaba organizar una movilización en Caracas para equilibrar los titulares de las agencias internacionales a su favor: Venezuela -subrayado nuestro- marcha a favor y en contra de Maduro.

La disparidad centro-periferia ha sido tan aguda que, en el año 2019, el desplazamiento interno hacia Caracas compitió con la migración forzada a otros países. El 7 de marzo de 2019 ocurrió el primer apagón eléctrico en todo el país, que para muchos habitantes de las faldas del Cerro Avila fue su cable a tierra que vivían en un país en crisis. En Caracas la interrupción del servicio eléctrico duró 72 horas, con lo que el restablecimiento del servicio en el área metropolitana le permitió a Maduro dejar de ser noticia. Pero en el resto del país tuvieron que esperar 4 días más para encender los bombillos de sus hogares.

El Coronavirus, paradójicamente, ha permitido “socializar” la debacle. Aunque Maduro ha continuado la estrategia de privilegiar a Caracas con respecto al resto del país -por ejemplo habilitando en la ciudad el único laboratorio a nivel nacional para realizar pruebas de despistaje del Covid-19-, la crisis ha terminado por colonizar a la capital. Luego de una avería en el Sistema Tuy II, que bombea agua desde las montañas, los caraqueños padecen la misma situación del resto de los habitantes de esta ribera del Arauca tricolor. Cuando se conoció la noticia que el gobierno había comprado 86 “supercisternas” a China para abastecer de agua a las parroquias capitalinas, los chats de whatsapp reventaron de comentarios que aseguraban que la situación ha llegado para quedarse. El chavismo, que ha demolido todas las tradiciones culturales venezolanas, también ha dejado sin efecto la vieja frase que aseguraba que “Caracas es Caracas y lo demás es monte y culebra”.

El agua no es el único bien escaso en estos días, que antes había sido abundante para los caraqueños. Una segunda nivelación ha sido la de la escasez de combustible. Hasta la llegada de la pandemia, el resto del país tenía racionada la posibilidad de comprar gasolina en un país cuyo primer -y casi único- producto de exportación es el petróleo, mientras los capitalinos llenaban, a placer, su tanque de combustible por menos de dos dólares. La cuarentena le dio oportunidad al gobierno para, por la via de los hechos, reconocer que la capacidad de extracción y refinamiento de crudo por la otrora superpoderosa PDVSA, está por los suelos. De esta manera el decreto de estado de alarma impuso restricciones a la libertad de movimiento, en la letra a las personas, pero en la práctica también a los vehículos. Las calles de las ciudades lucen desiertas, no sólo por el temor al contagio sino, especialmente, por la falta de combustible. En privado, altos funcionarios del gobierno atribuyen a que la transmisión de la epidemia se ha ralentizado en Venezuela, también, por la escasez de gasolina. Hoy en Caracas caminamos la misma distancia para comprar cualquier cosa que el resto de nuestros paisanos. Para aliviar un poco la situación, en esta Venezuela Bizarra, ha sido un acontecimiento la llegada de cinco boques de Irán cargados de alrededor de millón y medio de barriles de gasolina. Si una promesa anterior se hubiera cumplido, también de los iraníes, otro gallo cantaría. Se trató del anuncio realizado por el propio Hugo Chávez, en el año 2008, de la empresa Iraní-Venezolana “Fábrica Nacional de Bicicletas” (Fanabi) para construir 100 mil ciclas por año “a precios solidarios”. Chávez, que era un avión para las ocurrencias, la bautizó “la atómica”, cuando anunció con bombos y platillos la supuesta apertura de la fábrica en el estado Cojedes. Pero al igual que la unidad constituyente más pequeña de la materia, ningún venezolano ha podido ver jamás una “atómica” en el mercado.

Finalmente, la salida del aire de Directv dejó a 13 millones de venezolanos sin su principal fuente de entretenimiento. El 19 de mayo, la empresa estadounidense AT&T, propietaria de DirecTV Venezuela, anunció el cese de operaciones en el país como consecuencia de la orden del gobierno de EEUU que prohíbe relaciones económicas con determinadas funcionarios o empresas del gobierno de Venezuela, de acuerdo con un comunicado. La prohibición exigía la exclusión de los canales nacionales Globovisión (propiedad de Raúl Gorrín) y PDVSA TV como condición para mantener la operatividad en el país. El gobierno venezolano se negó a eliminar estos canales de la oferta, de manera que AT&T decidió finalizar su actividad en el país. Caraqueños y provincianos por igual han sentido la ausencia como un duelo, la pérdida de un ser querido. La baja tarifa de suscripción, entre 1 y 2 dólares al mes por orden de las autoridades, había hecho realidad la “democratización” de la audiencia de los canales internacionales, en un contexto de hegemonía comunicacional y contenidos ideologizantes en medios públicos de dudosa calidad, que sumados todos no superan el 6% de la sintonía.

Los habitantes de la capital venezolana, hace sólo 20 años atrás la envidia de buena parte de la región, hoy deben adaptarse lo que a todas luces será su “nueva normalidad”, un “uppercut” ascendente a su autoestima. Por su fama de memoria corta, los caraqueños pudieran pensar que la rima de la canción de Ilan Chester, que alguna vez los enorgulleció, son una canción de una serie de ciencia ficción. De esas que, cuentan, pasan por Directv: “Voy de petare rumbo a la pastora / Contemplando la montaña que decora a mi ciudad / Llevando matices de la buena aurora / Con la fauna y con la flora de un antaño sin igual / Y sabe dios los pintores, las paletas, cuanta pluma del poeta / Cuantos ojos encontraron un momento de solaz”.


Publicado el 18 de junio de 2020

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