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En las Escuelas de Periodismo, mucho se habla de la libertad de expresión, pero dónde encontrarla, cuando en la práctica es inexistente producto de los intereses económicos, políticos e ideológicos en cualquier modelo de sociedad llámese capitalismo o socialismo y más aún, cuando es el propio Estado quien otorga la concesión.
Los gobiernos siempre hablan de la libre expresión como icono de la libertad, de la democracia, del pluralismo ideológico, de la tolerancia e incluso de la convivencia, pero cuando se tocan intereses hasta allí llega esa libertad de expresión y comienza la persecución del periodista, el cierre del medio, bien sea la radio, la TV o el periódico y se cercena de esta manera el derecho inalienable que tiene todo ciudadano a estar bien informado.
Todo éste escenario responde al problema del poder, poder que cuando se posee, no se quiere dejar y cualquier crítica, venga de donde venga, hay que aplastarla porque eso deteriora la credibilidad, nace la duda, la opinión colectiva y lo peor para ese poder, abre la puerta para la búsqueda de la verdad.
Esa libertad de expresión, no existe en ninguna parte del planeta y menos en ese teatro del mundo globalizado, donde nace y se desarrolla los espacios panópticos que en términos prácticos, no son otra cosa que espacios vigilados en todos los sentidos, para evitar que la comunidad se entere de realidades que en la mayoría de los casos perjudican los intereses de los pueblos.
De allí que los medios de comunicación que sobreviven a toda esta persecución, represión que se ejecuta desde el poder, terminan alineándose y reproduciendo los intereses de ese poder, de su ideología, de su política, de sus intereses de clase.
Es aquí donde hay que ubicar, las políticas comunicacionales de los gobiernos que hemos tenido en el ayer y en el presente, es la amenaza permanente, la reproducción de la mentira hecha verdad, la declaración acomodada, la noticia a conveniencia.
De no ser así, el cierre del medio de comunicación, no se hace esperar dejando como saldo, el silencio y el desempleo de los que allí laboraban, es la vieja práctica del ayer y del hoy, es la acción del poder que domina e impone las reglas del juego.
Así que esa figura jurídica, acerca de la libertad de expresión que aparece en la declaración de los Derechos Humanos de 1948, es letra muerta por entrar en conflicto con los intereses de quienes ejercen el poder, pues para el poder toda crítica lo relaciona con el principio de la ofensa, donde se argumenta falazmente que las leyes tienen que regular la información y evitar la mala influencia que pueda ejercer esa información en la colectividad cuando lo que realmente se busca es el control social.