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Debo confesar, que sólo mencionar la idea del final de la izquierda, ciertamente, me conmueve, pues, como quiera que sea, que a pesar de que durante los últimos 30 años he buscado despojarme de toda parafernalia ideológica aprendida desde la colonialidad occidental en la que, igualmente, he sido víctima y victimario,lo que me ha llevado a enfrentar mi propia historia personal en la que por mucho tiempo estuve convencido de representar a un hombre de izquierda; entender que tal definición sólo formaba parte de mi aceptación o sometimiento colonial; por momentos,se torna en la aceptación de quienes me acusan de pertenecer o ser un hombre de derecha. Así, pensar en el final de la izquierda (tal como aprendimos a serlo), siempre resulta considerar nuestro propio final como sujetos participantes de la historia de imposición de esa noción; pero también (eso me alienta), la necesidad de resurgir desde un pensamiento otro, pues, se trata de un acto de conciencia individual o, por lo menos, de difícil socialización; sobre todo, porque se trata del momento en que el sujeto es visto y se siente visto como fuera de todo conjunto; esto es, se trata de un sujeto aparentemente solitario, enfrentado a dos supuestos poderosos enemigos: la ideología (y los ideólogos) de derecha y la ideología (y los ideólogos) de la izquierda, pues, al fin y al cabo, como una escopeta de doble cañón, ambos le dispararán con la misma fuerza desde sus dos cañones como al tercero excluido o, ajeno al espacio natural de lucha que da vida a la historia de su existencia material y simbólica.
Esto le dije a Julio, un amigo añuu que conozco desde que era un adolescente, quien a pesar de haber perdido un brazo nunca había dejado de trabajar como el mejor constructor y reparador de embarcaciones en la Laguna; pero que hoy día,en medio de la paralización total de la pesca, ninguno de sus compañeros necesita de su trabajo. Hablo de esto con Julio porque en sus comienzos, él se enroló en la revolución chavista, su casa era sede del Consejo Comunal y la bandera roja del PSUV, raída y sucia, aún ondea en el techo de su rancho. Pero, hoy Julio se debate entre la fe en que el gobierno enviará comida cada dos o tres meses, y la fe en que sólo Cristo basta para mitigar el hambre de sus hijos; es decir, Julio va y viene entre el opio de la revolución y el opio de la religión. Sin embargo, cada vez la esperanza se le pone más lejos, y por momentos recuerda junto a Santos, su padre, ya casi ciego, el tiempo en que la pesca era tan abundante en la Laguna, que cualquier niño podía pescar con arco y flecha.
Cuando eso recuerdan, aclaramos, para nada se refieren a gobiernos anteriores, sino justo al tiempo en que todas las familias de la comunidad podían, de manera autónoma, satisfacer sus necesidades materiales, y, cuando esto rememoran, es posible observar cómo ensanchan su pecho, pues, se trata de manifestar en el gesto, la dignidad implícita en su recuerdo.
La aclaratoria nos parece importante, pues, para los añuu, como para la totalidad de las naciones indígenas de Venezuela, siempre ha habido conciencia acerca de una pertenencia al Estado-nación determinada por una sujeción orientada por la colonialidad del Estado sobre las comunidades y pueblos. Dicho de otra forma, siempre han sabido los pueblos indígenas que, no importa quien esté de bernadoran en Venezuela, su condición es la del excluido que sólo cuenta al momento de contabilizar los votos para establecer en el poder en el gobierno central, al bernadoran de turno.
Sin embargo, cuando se establece la nueva Constitución Nacional de 1999 (aprobada en 2000), todo un capítulo parecía reconocer, al fin, la existencia de 24 naciones indígenas y, por tanto, generó la apariencia de inclusión de los mismos, con una carga de derechos supuestamente suficientes para el ejercicio de su ciudadanía. Tal “inclusión”, fue celebrada por todos los pueblos, y enarbolada por la izquierda latinoamericana y mundial, como un acto de justicia por más de 500 años esperado. Todos nos fuimos con la finta: la derecha, al acusar a Chávez de ser un comunista que pretendía igualar a unos indios “desprovistos de cultura”, y la izquierda, al creer que, en verdad, Chávez hacía lo que hacía porque era comunista. Craso error.
La explicación se asienta; por un lado, en el cambio político que los factores de poder económico mundial consideraron necesario ejecutar, pues, habían asimilado por las luchas sociales de fines de los 80 la repulsión popular a las medidas económicas correspondientes a la etapa de acumulación que, ciertamente, habían hecho estallar a los gobiernos de Venezuela, Ecuador, Bolivia y Argentina. Por el otro, porque la expansión del capital financiero requería marcos constitucionales y jurídicos capaces de brindar seguridad legal a sus inversiones en espacios donde las poblaciones indígenas estarían directamente involucradas por tratarse de proyectos a realizarse en sus territorios ancestrales y tradicionales1.
De hecho, es Venezuela el último país en modificar su Constitución Nacional en toda Sudamérica, a los efectos de hacer posible la definición del estatus territorial de las poblaciones indígenas y, por esa vía, abrir cauce a la construcción del marco legal y jurídico a las nuevas inversiones que requería de tales espacios. Por mejor decir, ya en Brasil, por ejemplo, incluso en el contexto de la dictadura militar, tales cambios constitucionales hicieron posible el inicio de la demarcación territorial de los pueblos indígenas de la Amazonía, delimitación que, dicho sea de paso y aunque parezca contradictorio, fue detenida o minimizada, por lo menos en la cantidad de hectáreas reconocidas a los pueblos indígenas, precisamente durante el gobierno de Lula Da Silva luego de la dictadura. En todo caso, las Constituciones en Ecuador, Bolivia y hasta en Colombia habían abierto el cauce al reconocimiento territorial y la condición de los pueblos indígenas, negros y campesinos, en función de ofrecer estabilidad jurídica a las inversiones de los grandes factores de poder económico mundial y a los nuevos proyectos de explotación en la nueva etapa de acumulación capitalista.
Pero, además, la Constitución Bolivariana impuesta por Chávez y sus seguidores, resulta la única que, en toda Sudamérica, no reconoce el estatus territorial de los espacios ocupados previamente a la existencia de los Estados-nacionales por los pueblos y comunidades indígenas, a quienes taxativamente reconoce como pueblos pero despojando a este concepto de todas sus implicaciones políticas expresas en la definición hecha por Naciones Unidas al respecto y, por el contrario, mantiene el criterio colonial de su condición no humana; en tanto que, sólo les reconoce como una especie biológica que sólo requiere de un “hábitat” para su existencia y reproducción biológica; de tal manera que, lo que nunca se atrevieron a hacer ni la dictadura militar de Brasil o el gobierno derechista de Álvaro Uribe en Colombia, lo hizo Chávez en favor de las transnacionales, pero además, con el aplauso de toda la intelectualidad de izquierda venezolana, latinoamericana y mundial.
Ahora bien, nos parece igualmente importante señalar que no existe país en toda América Latina cuente con una historia Constitucional más larga que Venezuela, precisamente, porque desde la disolución de la Gran Colombia de Bolívar, que por supuesto, generó su propia Constitución, una 28 o 29 constituciones nacionales han sido elaboradas, aprobadas y sancionadas por los grupos que, coyunturalmente, arriban al ejercicio del poder político del Estado-gobierno, y la Constitución de Chávez no escapó a este designio, pues, en ella nada participaron los eternamente excluidos que sólo sirvieron como espalda/escalón para su ascenso al poder y como voto contable para su aprobación; más, nunca como palabra susceptible de ser considerada importante para la definición de un “contrato social” en el que sus propias vidas estaban en juego. Todo ello, justificado por Chávez y buena parte de los ideólogos de la izquierda latinoamericana, como necesidad para sostener el poder para poder, dicho por el cual, podía aplicarse toda la fuerza para someter a los pueblos y comunidades, pero evitar a cualquier precio una confrontación directa (y sólo como gesticulación verbal), con las transnacionales imperialistas norteamericanas, rusas o chinas.
Entonces, llegamos al día de hoy, y vemos, que entre los argumentos más poderosos,por ingenuos, de los más “sanos” izquierdistas que aún intentan sustentar sus cuestionamientos al gobierno chavista de Maduro como una posición netamente “revolucionaria”, en tanto que, para ellos, lo que cuenta es defender el supuesto “legado” de Chávez, “quien sí era bueno, mientras que Maduro y Diosdado son malos”; si ésto no lo dijeran en el más dramático de los contextos que sufre todo el país, en el que ellos mismos atestiguan cómo la gente muere de mengua, o sobrevive buscando comida en la basura, ciertamente, sólo debería provocar risa; pero es el mismo contexto el que lo transforma en cinismo y, por ello, no puede menos que provocar la más grande arrechera2 a cualquier persona que cuente, por lo menos, con un centímetro de corazón humano3.
No obstante, sabemos que los más grandes factores de poder mundial, así como las grandes transnacionales y los Estados-gobiernos (de derecha o de izquierda), no sólo se imponen a la fuerza o con la fuerza militar sino que, igualmente, son capaces de cambiar su discurso sustentado por “cientistas sociales” financiados a través de aparatos de investigación social financiados al efecto, en función de generar los “nuevos” conceptos que sustenten y drenan las luchas sociales de irreverentes y rebeldes comunidades de indios, negros, campesinos y pobladores pobres de las ciudades que, pueden caer fácilmente en la red discursiva tejida con palabras como: comunas; consejos comunales; patria para todos; economía verde; economía sustentable; minería ecológica; socialismo ecológico; etc., etc.; pues, todo ello se traduce en la práctica, en criminales programas de políticas públicas, siempre conformados por planes de viviendas; escuelas públicas con programas educativos coloniales de libre sometimiento; programa de asistencia o sometimiento por hambre; carnetización de los sometidos; porque, tanto para la derecha y la izquierda, su sostenimiento en el poder se ha de sustentar: 1) Control total del proceso económico por parte del Estado centralizado; 2) Control de la clase Media que, en el contexto de un gobierno de derecha, se sustenta en la creación de la permanente esperanza de su posible ascenso social y, en el contexto de un gobierno de izquierda, como su emparejamiento con las clases sociales más desposeídas y excluidas; y, 3) El fortalecimiento al máximo del aparato del Estado por sobre una población cada vez más empobrecida, debilitada y minusválida, sobre todo, frente a unas Fuerzas Armadas que, no sólo cuentan con las armas (que ya es mucho decir), sino provistas de una impunidad que busca aterrorizar y liquidar cualquier sueño liberador de los de abajo así sometidos.
En todo caso, hoy nos es posible decir, que luego de 28 o 29 Constituciones Nacionales siempre elaboradas a la medida y aspiraciones del dictador de turno, nunca antes como ahora está planteada la posibilidad de darle un vuelco a toda la estructura de esto que llaman Estado, y que a capa y espada defienden como concepto y estructura final y única, tanto la derecha (que son sus originarios inventores), como la izquierda que, en el caso de América Latina, ya lo hemos visto, sólo aspiran a perpetuarse en su poder a través del dominio de la renta del suelo y el sub-suelo de sus propias naciones en su propio beneficio de poder y a costa de la vida de sus propios pueblos. Por tanto, de acuerdo a la memoria de nuestras naciones indígenas y comunidades campesinas, negras y pobres de las ciudades, no hay nada nuevo que ver; es decir, nada nuevo puede venir como propuesta tanto de la derecha como de la izquierda como posibilidad de futuro para nuestras naciones.
En este sentido, consideramos que este es nuestro tiempo; es decir, no es posible volver a dejar en manos de elementos ajenos al pensamiento de nuestras comunidades nuestra futura existencia, pues, por más de dos siglos han demostrado su quiebre definitivo, esto es, para ellos no hay palabra desde abajo que valga; es por eso que hoy es posible ver y comprobar cómo partidos políticos contrarios al gobierno, son capaces de negociar por fuera de las necesidades de la gente sus propios intereses4 desde el pensamiento del tercero, hasta ahora, siempre excluido de todos los procesos de cambio político históricamente dados en Venezuela.
En fin, estamos convencidos de que una posibilidad de reconstrucción de nuestro país es posible; pero, tal reconstrucción si quiere ser verdadera, no será posible sin la palabra hasta hoy excluida en la redacción de todas las Constituciones Nacionales elaboradas para beneficio de quienes, en su momento, se adueñaron del poder del Estado-gobierno. Así,y a contracorriente de lo que pueda pensar como Estado socialista o desde el Sur nuestro amigo Boaventura de Sousa Santos, para que éste en verdad exista, por lo menos, en Venezuela, es necesaria la destrucción del Estado Chavista, sobre todo, en sus compromisos con las transnacionales y mafias rusas y chinas; pero, fundamentalmente, en cuanto al pacto social que pueda ser elaborado y constituido en virtud del respeto a la palabra de todos los que a lo largo de la historia política de esto que hoy todos conocen como República Bolivariana de Venezuela, no pueda ser posible sin el horizonte ético de los pueblos y comunidades indígenas, negras, campesinas y de los pobres excluidos de las ciudades. De no ser así, la lucha seguirá en el mismo crucial punto, cada vez más mortalmente violenta; lo contrario, que es lo que esperamos, supone la posibilidad de repensarnos desde la perspectiva de los pueblos y esto sí que pudiera constituir otra historia que contar.
1 De esto hemos hemos tratado en trabajos anteriores. Recomendamos revisar nuestro libro “El camino de las comunidades”, tanto en su edición mexicana de Editorial REDEZ (2005), como en su edición corregida y ampliada del CEADES-Seminario de Integración Abya Yala desde abajo, Bolívia (2015).
2Como aclaratoria a mis amigos latinoamericanos, la palabra “arrechera” deben traducirla como: el mayor de los corajes; la mayor de las bravuras; la más grande incomodidad o la más absoluta disposición a pelear en contra de la injusticia.
3Porque, como reza un verso de una vieja gaita (canto popular propio de la región del Zulia): no nos vamos a dejar/ la represión es cabilla/ y es mejor morir de pie/ que suplicar de rodillas.
4Manuel Rosales, por ejemplo, a través de sus diputados fue capaz de entregar al Gobierno de Nicolás Maduro la continuidad en el poder electoral de los agentes del Gobierno a cambio de su libertad, con la esperanza de regresar como Gobernador del Estado Zulia, esto es, en función de sus propios y particulares negociados que, desde una gobernación o Alcaldía elementos como este son capaces de urdir sin tener que contar para nada con los terceros excluidos, salvo como tontos útiles durante el escrutinio electoral. Vale decir, Manuel Rosales no hizo otra cosa que lo hecho por el alacrán con el sapo del cuento. Esto es, el sapo (la MUD), se montó en el lomo al alacrán que, en medio del agua del pantano, no pudo contenerse y clavó su aguijón al sapo que, antes de morir, hundiéndose en el agua, dijo al sapo: ¡Te estaba ayudando! ¿Por qué me picaste? Ahora moriremos los dos. El Alacrán (al efecto, Manuel Rosales), respondió diciendo: ¡No pude contenerme, pues, soy alacrán y esa es mi naturaleza.