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Si algo ha caracterizado la política venezolana y la práctica de su dirigencia son sus actos de corrupción, nepotismo, desconocimiento de la realidad, abulia, demagogia y sobre todo una gran ausencia de sensibilidad social.
Ese común denominador de que quiero ser concejal, diputado, alcalde, gobernador, ministro o presidente del país, está en función de querer salir –en la mayoría de los casos- de las condiciones precarias en que viven y lo que es peor, terminar de acumular mayor riqueza de la que poseen.
En nuestra clase política, no existe vocación de servicio, todo es un negocio, una rapiña, componenda, un arreglo, un robo legalizado, una declaración de prensa, un saludo interesado, una apariencia, un acto público para reafirmar su condición de “líder” e incluso se llega al asesinato para sacar del escenario en que se mueven, a alguien que haga estorbo dentro de sus planes. ¿Cómo definir esta situación de personalidad?, indiscutiblemente hay algo de sicopatías que los conduce a sentir placer por tanta ambición, maldad y perversidad.
Todo parece indicar que es una conducta aprendida, que arrastramos desde la conquista hasta nuestros días, en ese permanente cotidiano que nos conduce al desequilibrio mental o como planteara Herrera Luque en su libro “Viajeros de Indias” en cuanto a la carga psicopática que dejaron o heredamos de quienes nos invadieron, de allí las aberraciones, males mentales y crimen morboso que los colonialistas europeos trajeron a nuestras tierras y que en mayor o menor medida afecta con mayor claridad a la clase política no solamente de Venezuela sino de toda América Latina, ya que su actividad está dada públicamente en términos de conducta observable.
El carácter sicopático del político latinoamericano y particularmente el venezolano, cuando escoge y toma la iniciativa de convertirse en un “líder” de la llamada derecha o izquierda, comienza a despertársele ese instinto de pillaje, del ventajismo, del abuso cuando adquiere ciertas cuotas de poder, de destrucción, sadismo e incluso le florece esa criminalidad reprimida y desprecio por la gente.
Toda esta conducta, pareciera ser heredada del conquistador español de acuerdo a la tesis de Herrera Luque, que desde luego reafirma en otro ensayo “La huella perenne” (1969) donde analiza y describe las mutabilidades padecidas y demostradas por los miembros de cinco principados europeos, a las que les hizo una indagación por más de 20 descendencias. En “La huella perenne” Herrera Luque divulga los casos de espasmos, agotamiento mental acentuado, estados hipocondríacos severos y perturbación presentes en las familias “reales”.
Es la herencia continuada, reproducida a lo largo de nuestra historia, donde predomina el fatalismo, la no salida del escenario atrapado en la lógica de la dominación, es la razón colonial que termina dominando con sus múltiples expresiones, que se presenta en el ayer, en el hoy y que puede continuar peligrosamente en el futuro.
Toda esta conducta del político venezolano, se esconde en esa atmosfera del populismo y donde se juega con la credibilidad de nuestra gente. Clase política que aprendió a maniobrar desde el poder sin medida y jugando con los sentimientos, bienestar y la ingenuidad de un pueblo que sigue conceptuando y creyendo en la "democracia" que le prometieron y que sólo ha servido para perseguir al contrario, al que les canta la jugada, la villanía y el afán de riqueza a consta del asalto del erario público.