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En el mundo de hoy nada o casi nada es alentador, todo o casi todo es portador de desesperanza. Además de las guerras y los genocidios, que pueden culminar en un apocalipsis nuclear, las crisis virales y climáticas pueden convertir la Tierra en un planeta inhabitable.
Efectivamente, jamás la supervivencia de la humanidad ha estado tan amenazada como lo está hoy por la locura bélica y la desmesura del desarrollo capitalista. Una terrible y paradójica amenaza; puesto que es el modelo civilizacional autoritario y capitalista de vida -dominante hoy en el mundo y supuesto promotor del bienestar humano- el que la ha hecho surgir y no para de promoverla. Al punto de que la humanidad se encuentra hoy ante el dilema de cambiar dicho modelo para sobrevivir o seguir manteniéndolo (pese a amenazar su supervivencia) y resignarse a correr ese riesgo existencial.
Que se reconozca o no, este es es el dilema que se nos plantea hoy a todos los seres humanos y al que los contemporáneos debemos o deberemos dar de más en más una respuesta; pues es obvio que, ser o no ser conscientes de esta amenaza y adoptar la actitud consecuente (sea por instinto de supervivencia o por no resignarse a renunciar al deber de seguir haciendo humanidad), será decisivo para el porvenir de la humanidad y del mundo.
Ser consciente de lo que el mundo es hoy y reconocerlo es pues un imperativo categórico ético y existencial. No solo por ser la verdad una necesidad para poder cambiar la realidad sino también para incitarnos a luchar contra la desesperanza y lo que amenaza nuestro porvenir y el de la humanidad. ¡Lucha más necesaria hoy que nunca y no solo por razones políticas de justicia social, también por lógica y dignidad existencial!
Además de que, como lo dijo Camus en tiempos tan o más sombríos que los presentes, "el gusto por la verdad no impide tomar partido"; por ser "precisamente la aceptación de la verdad, por lo que ella es -aunque solo sea en un espíritu- y tal que ella es, la que hace que la esperanza no sea vana". Puesto que "la verdadera desesperación no nace de estar confrontado a una adversidad de más en más obstinada, ni por el agotamiento de una lucha demasiado desigual, proviene del hecho de no saber las razones para luchar y si, precisamente, debemos hacerlo."
De ahí la necesidad y la urgencia de seguir manteniendo hoy el gusto por la verdad. No solo por las mismas razones que Camus y sus contemporáneos lo hicieron en aquellos tiempos, sino también porque, además de ser ahora tan claras e inexcusables las razones de luchar como lo fueron entonces para ellos, hoy lo son aún más por la amenaza que la crisis climática representa para la supervivencia física de la humanidad. Una crisis provocada por la inconsciencia de promover un modelo civilizacional que, además de ser absurdo e injusto, es ecocida.
Un modelo, el capitalismo (basado en la apropiación individual del esfuerzo colectivo y de los recursos naturales a través de la competición y el expolio), que, además de enfrentarnos los unos contra los otros, establece la división de clases (dominantes y dominados, explotadores y explotados) en el seno de las sociedades humanas.
De ahí que, por ser el Capital el alfa y el omega de este modelo, el desarrollo capitalista no considere la vida el bien prioritario y que, en consecuencia este desarrollo se convierta en una amenaza para todo lo viviente al no respetar ningún limite en la explotación de los recursos de la naturaleza.
¿Cómo pues no no considerar el mantenimiento de este modelo, que está convirtiendo en inhabitable el único planeta habitable en nuestro sistema solar, una seria y grave amenaza existencial para la humanidad, y cómo no denunciar la inconsciente y criminal responsabilidad de los promotores y cómplices de este modelo, injusto y ecocida?
Así pues, denunciar este modelo y luchar para cambiarlo por uno que sea a la vez justo y ecosostenible, es un deber ético y una decisión lógica de urgencia existencial. No solo por las terribles catástrofes medioambientales y humanas que la degradación climática ya está causando, también porque su aceleración nos acerca de más en más a un punto en que ella será irreversible y el ecocidio inevitable.
Buscar cómo parar esta amenaza existencial y luchar por la emancipación humana y la creación de un mundo ecosostenible de justicia y libertad es hoy un deber ético-existencial. Un deber y una necesidad de urgencia imperativa para todos los contemporáneos que no se resignen a ser cómplices de una perspectiva tan absurda e indigna: la del final de la aventura humana y la desaparición de la vida en este planeta.
Para los anarquistas, la lucha por un mundo ecosostenible es indudablemente la consecuencia lógica de su lucha por un mundo de justicia y libertad. Una consecuencia lógica porque, para ellos, lo ético es inseparable de lo existencial. De ahí que hoy, por estar tan amenazada la vida, su (nuestro) objetivo deba ser un mundo realmente ecológico y auténticamente democrático; pues, si no es ecológico no será sostenible y solo siendo auténticamente democrático (las decisiones tomadas por todos) podrá ser solidario. Por consiguiente, los y las anarquistas deben (debemos) ser hoy resueltamente ecosolidario/as.
La ecosolidaridad siendo realmente la práctica generalizada del apoyo mutuo en todas las formas de la actividad y la convivencia humanas en el seno de una sociedad que, para ser ecosostenible, rechaza toda forma de enriquecimiento individualista y de depredación de los recurso naturales Una práctica que, además de ser solidaria, es necesariamente horizontal y no jerárquica, por ser la ecosolidaridad la práctica de la ayuda mutua entre seres libres e iguales, que,, además de ser conscientes de los retos ecológicos, actúan decidida y consecuentemente para hacerles frente.
La ecosolidaridad es la verdadera e imperiosa urgencia de la humanidad; puesto que solo podrá salir del callejón sin salida ecológico en el que se encuentra hoy si se decide a practicarla y a mantener los puentes entre el hoy, el ayer y el anteayer para seguir haciendo humanidad.
Esta es pues la razón por la que el anarquismo debe ser hoy resueltamente ecosolidario.
Perpiñán, 16 de agosto de 2024.