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Tratar de ubicar ideológicamente al movimiento conocido en Venezuela como chavismo no es fácil porque se trata de un sincretismo político alcanzado mediante reducciones al absurdo y mezclando segmentos imposibles de unir pero agregados arbitrariamente para justificar argumentos inalcanzables. La complejidad de la definición se traduce en interpretar cómo unir el nacionalismo populista, el nasserismo-peronismo, el neofascismo, el marxismo-leninismo, la religiosidad popular, el militarismo, el castro-guevarismo y el bolivarianismo más rígido, segmentos conformantes de este cuerpo programático.
El fundamento del nacionalismo preconizado por los populistas venezolanos reside en la definición de patria, la cual podría entenderse como una entidad afectiva, cultural o étnica de un conglomerado humano habitando en un espacio físico determinado con una historia común. Es el lugar de mis padres correspondiendo al patriarcado existente en muchas sociedades pero podría decirse matria si se apela a la madre. También se emplea para diferenciar la colonia de su metrópolis, la “madre patria”, como se utiliza en el manejo de la historia tradicional. El problema es que este concepto puede ser la premisa esencial para crear una identidad nacional capaz de generar sentimientos de grandeza culminados en una sensación de suficiencia y arrogancia. Ese forjamiento se expresa en una postura de superioridad, semilla de cualquier actitud racista, vale decir, en una consideración de arribismo frente a los demás prescindiendo de la diversidad. Ese criterio es extremadamente peligroso porque genera una actitud de seguridad apta para ejercer la intolerancia ante otras nacionalidades, grupos étnicos o culturales. No está demás rememorar la idea del filósofo británico Samuel Johnson, quien estimaba a la patria como el último reducto de los imbéciles, manifestado a través del guionista Arthur C. Clark en la película Patrulla infernal o Senderos de gloria, del director Stanley Kubrick, en la escena proyectada de un diálogo entre un alto oficial militar y uno de menor rango quien murmuraba “la patria es el lugar de los canallas”.
El patrioterismo es una orientación de la patria y se desborda promoviendo el chauvinismo e incluso la xenofobia. Además, puede servir para cohesionar a un grupo concreto frente a la ausencia de elementos unificadores y de esa manera tener un sustrato mínimo para conformar una entidad nacional. Este sentimiento de patria ha sido usado por diferentes tipos ideológicos como el peronismo, el nasserismo, el nacional socialismo, el fascismo y el neofascismo, el estalinismo y el castrismo. Constituye el hilo esencial de su existencia y se ha mezclado en muchos casos con el populismo generando ideas delirantes y dogmáticas en poblaciones para llegar a la violencia a fin de imponer sus posiciones. Las tesis chavistas hacen del concepto de patria un eje fundamental de sus coordenadas. Es reiterativa su pronunciación abocándose a un instrumento sustancial de sus ideas. Lo vinculan con la fundación del país en un alarde de identificación con la grandeza épica del inicio de Venezuela.
El populismo tiene varias acepciones pero aquí lo vamos a usar como el cuerpo teórico político mediante el cual se reivindica al pueblo, a los de abajo, pero sin modificar la estructura de dominación mediante reformas atractivas y estridentes pero sin efectos de igualdad ni libertad. El mencionado nacionalismo se ha fusionado con el populismo para configurar una alianza con efectos serios en muchos pueblos. Las proposiciones populistas así lo indican porque el nazismo tenía como eje la raza aria, desempolvando tesis de Gobineau y Chamberlain de superioridad racial, y la identidad germana, Estado de relativa y reciente creación pues se formó como ente tedesco en el siglo XIX.
Adicionalmente se incorpora el militarismo como agente de la estructuración de una concepción totalitaria. Por militarismo se entiende la postura doctrinal y la práctica política que estima necesaria y conveniente el predominio del sector castrense dentro de la sociedad en un momento determinado. Este fenómeno se ha hecho presente, con cierta asiduidad, en el mundo moderno. Son múltiples los ejemplos y las formas o variantes mediante los cuales se expresa esta tendencia: desde el nazismo-fascismo hasta el estalinismo en sus fachadas más puras, pasando por el peronismo, el nasserismo, las fusiones cívico-militares asiáticas y las contemporáneas, teniendo especial referencia las latinoamericanas. El militarismo ha existido desde tiempos antiguos. Un ejemplo es la severa concepción erigida por los griegos, en especial los espartanos. El mundo romano tuvo un alto componente castrense, al igual que la invasión efectuada por Gengis Khan hacia China (1211) y gran parte de Asia. Fue rememorado por Tamerlán al estatuir en Samarkanda su imperio (1370) y por las invasiones de los pueblos denominados bárbaros. Estuvo presente en las guerras hacia el Medio Oriente, conocidas como las Cruzadas, empleadas para establecer un puente para el comercio hacia China y la India. Las Cruzadas también fue una manera de combatir la hambruna europea de la época con el justificativo religioso que sí se evidenció en las internas europeas como la liquidación de la disidencia cristiana de Lituania y a la supresión de los cátaros.
Un aspecto clave para entender el equilibrio democrático de una sociedad reside en su nivel de militarismo. La manera en que las Fuerzas Armadas administran la violencia estatal es un indicador de su cultura democrática. Quienes argumentan la necesidad de construir novedosas formas de autogobierno, también afirman la pertinencia acerca de un mayor control social de los uniformados. La presencia castrense en los gobiernos ha variado de acuerdo a cada contexto histórico. En la Guerra Fría, por ejemplo, los norteamericanos apostaron a la participación de los uniformados en América Latina, no siendo accidental el apoyo a los Somoza, Stroessner, Trujillo, Pinochet, Videla, Ríos Montt, Pérez Jiménez, Odría, Rojas Pinilla, Baptista y Duvalier. A pesar de su condición de violadores de los derechos humanos, respondían a los intereses del Pentágono en su denominado “patio trasero” frente a su potencia rival del momento, la Unión Soviética. La gobernabilidad se sustentó en las bayonetas, empuñadas por organizaciones castrenses formadas en Washington. La violencia y la represión fueron directas, palpándose crudamente con los desaparecidos, torturados, detenidos y asesinados, amén del estado de tensión y terror respirado por nuestras sociedades.
La guerra santa librada por Mahoma, luego de su Hégira hacia Medina (624), contra los pueblos infieles ocupantes de la península arábiga -posteriormente convertidos al Islam- desembocó en un imperio gigantesco. Las confrontaciones europeas en el medioevo y en la alborada de la revolución industrial, regularizadas por la Paz de Weffalia, son igualmente expresiones de una ideología delirante fundada en la fuerza. De la misma manera, el fascismo italiano concentró estas ideas para generar una identidad a otra nación creada no muy lejanamente porque con la unificación de Garibaldi comenzó en el siglo diecinueve la creación de un nuevo Estado nacional. En ambos caso, el alemán y el italiano se comprenden como iniciativas para crear cohesión. Gamal Abdel Nasser logra asir el término patria para aplicarlo al universo aràbigo, fraccionado a raíz de la intervención europea cuando desplazó al imperio otomano, materializado en el tratado Sykes-Picot, mediante el cual Francia y el Reino Unido se repartieron la región, y pretender la creación de una unidad a partir del empleo del idioma árabe como fuente de fusión. Fue el denominado panarabismo. Demás está hacer notar que el nasserismo se ejerció mediante el partido único, la intolerancia y una versión oficial del islam y a fin de cuentas no logró la quimera perseguida.
En América Latina tuvo su punto de partida con el liderazgo de Juan Domingo Perón en la Argentina. Este militar poseía el carisma necesario para, junto con su pareja Eva Perón, cautivar a los “descamisados” y obtener un apoyo multitudinario. Se basó en las 62 organizaciones, federación sindical mafiosa que le sirvió de plataforma organizacional y las fuerzas armadas como elemento indispensable de la conducción de la sociedad. Convirtió a la Argentina, de un país con un mayor P.I.B. que Canadá al término de la segunda guerra mundial, en una nación miserable al despilfarrar el excedente financiero generado por la exportación de trigo y carne de res. Ulteriormente generó muchas influencias en las fuerzas armadas de la región. Esto se vio consolidado con los gobiernos y liderazgos de Velasco Alvarado en Perú, Juan José Torres en Bolivia y Omar Torrijos en Panamá. Regímenes con apoyo popular y un despotismo a todas luces, enarbolando el nacionalismo como una diadema frente a la hegemonía americana en el hemisferio.En los actuales momentos la influencia del militarismo se expresa de otra manera. Los ejércitos se han transformado en cuadros administrativos del ejecutivo, siendo la totalidad del sistema educativo influenciado por su instrucción. La justicia castrense es dinosáurica, como en el pasado, pero ahora interfiere en la jurisdicción civil estando los valores del mundo prusiano en boga. No existe la necesidad de una persecución grosera de los disidentes, por lo que su aplastamiento se realiza por otros métodos.
Una de los cauces del autoritarismo es la fementida unión cívico-militar, cuyas muestras en la historia se presentó con la mal llamada revolución de octubre, la asonada de los adecos y militares defenestrando a Medina Angarita; la coexistencia entre la gente y los milicos en el derrocamiento de Marcos Pérez Jiménez el 23 de enero de 1958; y ahora con el período chavista. Todos tienen un común denominador: terminaron en despotismo. En los actuales momentos la influencia del militarismo se expresa de otra manera. Los ejércitos se han transformado en cuadros administrativos del ejecutivo, siendo la totalidad del sistema educativo influenciado por su instrucción. La justicia castrense es dinosáurica, como en el pasado, pero ahora interfiere en la jurisdicción civil estando los valores del mundo prusiano en boga. No existe la necesidad de una persecución grosera de los disidentes, por lo que su aplastamiento se realiza por otros métodos lo cual no quiere decir que no se emplee la coerción porque en el caso venezolano se aplicó controladamente a través del carisma de un líder y la bonanza financiera derivada de la renta petrolera pero hoy son las bayonetas quienes determinan la disciplina de la gente.
La gestión actual utilizó el fervor religioso de los sectores populares. La fallecida antropóloga Michelle Asencio analizó este punto en un libro intitulado De que vuelan vuelan, donde explica con pruebas la orientación venezolanista a creer mucho y a ejercer el culto privadamente. No hay rigidez en su postura porque hay bastante sincretismo religioso dado que los conquistadores hispánicos venían con creencias mezcladas del catolicismo con el islam debido a que Andalucía había sido ocupada por más de ocho siglos por los omeyas musulmanes. De la misma manera esta autora señala la existencia de dos catolicismos, uno oficial y otro popular. El primero se corresponde con la jerarquía eclesiástica y el orden del Vaticano; el segundo es la combinación de creencias paganas y africanas con los principios católicos. José Gregorio Hernández está seguido como referencia por el pueblo en este contexto.
El catolicismo popular fue manipulado por el chavismo como factor de unificación de fe religiosa y sus iniciativas apuntaron a conquistar al imaginario del pueblo con miras a su dominio. Prescindieron del Alto Clero como factor de poder porque lo concentraron en la fuerza armada y se dio el lujo, en momentos de apogeo, de vapulear a los obispos venezolanos.
Las tesis chavistas sobre nuestra historia son una curiosa mezcla de dos escuelas historiográficas cuya síntesis es profundamente reaccionaria. La escuela romántica ve a Venezuela como un compendio de heroísmo que dio origen a la nación. Es una óptica épica donde el eje de nuestro devenir radica en personajes supra humanos a los cuales les debemos la independencia y la presunta igualación por la guerra federal. Aprecia a Simón Bolívar como una deidad situado por encima del bien y del mal.
Eduardo Blanco con su Venezuela Heroica y Juan Vicente González así como posteriormente Gabriel García Márquez en El General en su laberinto, son efluvios conservadores en la interpretación histórica. La escuela marxista pretende comprender al proceso de independencia como una revolución social y a la federación como una reivindicación de un proceso igualitario complementando a la secesión de España. A Bolívar se le valora como un revolucionario y no como un mantuano y a Ezequiel Zamora como un socialista, más allá de su condición de comerciante y esclavista. J. R. Núñez Tenorio creó la imagen de Simón Bolívar como revolucionario social en una publicación intitulada Reencarnar el espíritu de Bolívar: Bolívar en la guerra revolucionaria y Federico Brito Figueroa la del general del pueblo soberano con su obra Tiempo de Ezequiel Zamora. La combinación de ambas escuelas produce una idea rígida de la fase iniciática de la nación venezolana, del militarismo como instrumento político en el país, de enlazar las insurrecciones de los esclavos africanos como la de José Leonardo Chirinos y la del zambo Andresote con la de Picornell, Gual y José María España, la resistencia de Guaicaipuro y el proceso de independencia, en una secuencia lógica cuando es demasiado abigarrado presentarlas como una sola por la diversidad y lo heterogéneo entre ellas.
El culto a Bolívar, Simón Rodríguez y Ezequiel Zamora, lo recoge Hugo Chávez como el árbol de las tres raíces en su publicación denominada El Libro Azul, donde comete la impostura de asirlos sin ilación seria. Presuntamente es la esencia ideológica del bolivarianismo. Estas orientaciones coinciden plenamente con la opinión oficial de los regímenes de Cipriano Castro, Juan Vicente Gómez, Guzmán Blanco, López Contreras y Pérez Jiménez, solo que en los últimos se sacraliza en el concepto de patria y no de revolución social como fementidamente ha pretendido la izquierda marxista tradicional. La idea central es la identificación de Simón Bolívar con Hugo Chávez, uno consiguió la independencia y el otro la concluyó, a decir de esta versión sesgada de Venezuela. Asimismo, la asociación de este proceso populista con la independencia, las ideas de Colombia y la unidad latinoamericana desde el Congreso Anfictiónico, siempre en el pasado para encubrir la falta de proyección futuristas de quienes gobiernan a Venezuela.
El chavismo fusiona todas estas expresiones totalitarias en un contexto de unidad cívico-militar bolivariana. Es la simbiosis de las teorías nacionalistas con el despotismo castrense, el populismo latinoamericano, el marxismo leninismo, el castrismo entrelazado con José Martí, el guevarismo con el concepto de América y una visión ultramontana de la historia nacional basada en el culto acrítico y cuasi religioso de Simón Bolívar.
Es interesante recordar las simpatías del militar venezolano de Sabaneta. Citaba con frecuencia a Juan Domingo Perón como significante del latinoamericano, seguía a pie juntillas a los “carapintadas”, los coroneles argentinos Alí Sineidin y Aldo Rico, y su ideólogo favorito era Norberto Ceresole, un viejo estalinista devenido en neofascista. Y su idolatría era para Fidel Castro, Muammar Gadafi, Robert Mugabe, Lukashenko y Amadinejab, determinando su admiración por el autoritarismo.
Las anteriores premisas explican la verdadera ideología de esta experiencia militarista venezolana. Es una concepción corporativista militar, donde el principal factor de poder son los administradores de la violencia del Estado y de allí la naturaleza ubicua del componente armado en la dirección del mismo. Nunca antes los uniformados tenían una presencia tan acentuada en el desempeño gubernamental como en el presente. Dominan el acceso a las divisas, los alimentos, las armas, las finanzas, la economía, la educación y en general, un militar aparecerá en cualquier cargo de relevancia dentro del aparato de dominación. Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez, en sus respectivos gobiernos castrenses, se esmeraron en la búsqueda de civiles brillantes para romper el estigma militarista. Ahora no es así por la postura autoritaria dominante.
El Estado comunal es otra expresión de corporativismo porque las comunas y los consejos comunales son entidades controladas financiera y funcionalmente desde Miraflores conformando una unidad gobierno, aparato estatal y partido, desde el cual se somete a la sociedad venezolana. Son organismos reproducciones, mutatis mutandi, de los Comités de Defensa de la Revolución de Cuba. Lo anterior se edulcora con teorías marxistas adjetivas, la admiración por el Che Guevara de una manera incondicional y obviamente por Fidel Castro, sobre todo por el arcano que le ha permitido perpetuarse en el poder a través de su liderazgo y el de su hermano luego de su enfermedad y posterior fallecimiento. La magia de la dominación en el territorio caribeño impresionó desde siempre a Hugo Chávez.
El bolivarianismo condensa un modelo estatista y disciplinario en lo político; capitalismo de Estado en lo económico; pensamiento único en lo ideológico con la mixtura ensambladora de posturas disímiles, es decir, una visión abigarrada de la realidad; la cultura popular, el folklore y la artesanía como palancas de su concepción estética; una versión severa de la historia para justificar y encubrir un proyecto inviable; una organización político-social expresada en el corporativismo militar; una expresión delictiva controlada por el Estado; una corrupción estructural y permitida; y un manejo del aparato de dominación verticalmente. A pesar del pastiche ideológico si pudiésemos reducir la sustancia del chavismo a la Venezuela contemporánea, lo haríamos con la referencia de la defenestración de un heredero del Benemérito. Chávez alcanzó a amalgamar todas estas tesis para darle barniz de transformación a su proyecto y fusionó a dos fuerzas actuante en Venezuela en el año 1945. Se trata de una organización socialdemócrata y populista, Acción Democrática, aliada a unos militares formados en la tradición gomecista. Es la reunión del populismo con el fascismo, quienes coaligados derrocaron al gobierno de Isaías Medina Angarita, postgomecista empeñado en la modernización de Venezuela cubierto del manto andino conservador. Y a fin de cuentas esa asociación terminó con el derrocamiento militar del narrador Rómulo Gallegos en 1948 y los uniformados monopolizaron el poder separando a sus socios civiles del pucht del 45.
El chavismo comprende elementos de ambas formaciones. Por una vertiente, su modus operandi es netamente populista y clientelar como el otrora partido del pueblo. Por la otra, es militarista a ultranza como todas las organizaciones autoritarias. Tenía muchísima razón Domingo Alberto Rangel cuando definió a Chávez como un “adeco con charreteras”.